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XXIII: Nunca estarás sola.

El pavo cristatus puede ser muy combativo cuando se trata de defender su integridad o su familia.

¿Cuándo lo supiste? ¿Era por eso que estabas tan rara? ¿Seguirás estudiando? ¿Alguien más lo sabe? ¿Vas a decirle a Sam?

De todas las preguntas que sus amigos le habían hecho locamente, sólo una tenía respuesta clara. No quería hablar de eso con Sam, pues después de lo que había sucedido el sábado iba a ser difícil volverlo a ver.

Decirle a Sam... que él se enterara era más complicado de lo que parecía.

—Galletita, estás embarazada —Sylvain llevó a Emeraude aparte para evitar la tormenta de preguntas que sus amigos tenían—. ¿Qué va a pasar contigo?

Emeraude tendía a ser generosa. Demasiado. Podía serlo fácilmente cuando se lo proponía, y cuando veía a alguien en problemas sentía la enorme necesidad de evitarle una carga más a quien no podía llevarla. Sabía muy bien que la vida de Sam ya era complicada y un bebé, lejos de ser una buena noticia para él, acabaría por hundirlo en una depresión de la que sería muy complicado reponerse, y la cantante no planeaba empezar a ser egoísta. Si por ella fuera, nunca le diría a Sam que estaba embarazada.

—Ems, piénsalo bien. Sam tiene derecho a saberlo. —el bartender quería convencer a Emeraude de permitir que su hijo tuviera un padre, pero iba a ser complicado. Ella había tomado esa decisión desde que leyó el sobre que Marshall le había entregado.

—No le voy a decir. —ella era tan obstinada como generosa, y cuando se le metía una idea en la cabeza, nadie podía sacársela.

—Pero Ems —Alex intervino con genuina preocupación—, tienes que decírselo.

—Alex, eres el cuerdo de la banda. No insistas.

—Al menos dime que no fuiste irresponsable y se protegieron como debían. —Emeraude asintió.

—Sí. La fábrica de pastillas anticonceptivas tiene algo que explicarme.

—Vaya que sí. Tú también tienes que explicarle algo a alguien.

—Ya te dije que no.

—No seas tan terca —el guitarrista se cruzó de brazos—. Él debe saberlo, tiene derecho a eso.

—¡Alexander, no! Si le digo, se va a poner peor. Ya tiene suficientes problemas, y una noticia de esas lo va a enloquecer.

—Todos tenemos problemas. Él no es el único. Ve y dile que estás embarazada.

—Ve y dile que no se embriague cada vez que quiere algo conmigo. ¿Cómo crees que se sentirá?

—Tal vez no se convierta en helado de vodka...

—No voy a arriesgarme.

Emeraude sacó su celular y llamó a Marshall. Había prometido que se lo haría saber apenas leyera el sobre y se tardó unas cuantas horas. Después de hablar con él regresó a la sala y se unió a sus amigos. Luego recibió otro pedazo de pizza de Lyle.

—Emi, tienes mucho por planear ahora. —Emeraude asintió.

—Sí. Ya se me ocurrirá algo. Pero primero, lo primero: llamaremos a los altos mandos. ¿Vale?

Al saber la noticia, Gretchen y Harriet gritaron emocionadas y Ernie, junto con Braulio, aunque fueron quienes lo tomaron más tranquilamente, también se alegraron mucho. Todos estaban felices, y hasta ese momento, nadie había dicho algo malo.

Hasta que Laetitia mencionó a la madre de Emeraude.

—Ems, tu madre va a matarte y lo sabes. ¿Verdad? —la doctora Katrina Myers-Blanchard, a pesar de ser una buena mujer, podía ser muy cruel con su hija a veces. Enviudó cuando Emeraude apenas podía caminar, y eso la convirtió en una persona triste y amargada que se refugió en su trabajo para apagar el dolor de ver morir a Blue Blanchard en un quirófano, después de un accidente cerebro vascular.

—No quería hablar de eso tan pronto, Lety... pero sí. Cuando tenga tiempo para mí, mamá me convertirá en tocino. —Emeraude apoyó los codos sobre la mesa de centro y le dio un par de toques a la misma.

—Al menos vas a decirle a ella que será abuela. Digo, ya que no quieres decirle a Sa... —rápidamente, Sylvain le cubrió la boca a la chica.

—Lety, si vuelves a hablar del tema, te vas a arrepentir —replicó el bartender—. Mejor que te lo diga yo a que lo haga Ems.

—Vale, Syl. Pero sabes que ella debe hablar con la doctora Myers-Blanchard.

—Lo haré —replicó Emeraude—. Pero no quiero...

—A veces debes hacer cosas que no quieres —apuntó Laetitia—, y si vas a escoger una de las dos, escoge la peor.

—Está bien. Me iré en una semana a Short Hand. Se va a sorprender muchísimo de verme en casa.

Al día siguiente, Emeraude veía entrenar desde lejos a sus compañeros de JJB sin poder unirse a ellos por sugerencia de Braulio. En vez de eso se dedicó a golpear un saco de boxeo por casi cuarenta y cinco minutos.

—Puedes boxear hasta que te sientas lo suficientemente liviana para eso, ¿vale? —la joven asintió.

—Lo haré. No quiero dejar de hacer ejercicio y ponerme como un maldito hipopótamo. —engordar ni siquiera era el menor de los problemas de Emeraude, y aunque ella trataba de ocultarlo, Braulio lo sabía bien. Con una seña la llamó para que se sentara junto a él en la zona de hidratación. Ella obedeció.

—Pequeña, quiero que me cuentes algo. ¿Qué vas a hacer ahora? —la joven respiró hondo.

—No lo sé. Creo que voy a tener que dejar de estudiar y conseguir un trabajo en el día.

—Lo ideal sería que te graduaras, pero si necesitas un poco de ayuda, puedes usar lo que sabes hasta ahora.

—¿Qué quieres decir?

—Quisiera que trabajaras aquí manejando las redes sociales del gimnasio Almeida —Braulio se encogió de hombros—. Te pagaré lo que pidas.

—¿Oye, hablas en serio?

—Claro que sí, pequeña. Eres buena en lo que haces y no me gustaría ver que estás pasando dificultades con lo del embarazo. Créeme, Keira y yo sufrimos mucho por dinero cuando nuestra primera hija nació. Yo sólo hablaba portugués cuando llegué a Copper Grace y aunque lo logré, me costó trabajo ajustarme. Julie tiene diez años ahora y todos entienden cuando hablo.

—No tenía idea.

—Ahora que lo sabes, me gustaría que siguieras otro de mis consejos. Me encantaría que trabajaras conmigo.

—Claro que sí. ¿Cuándo puedo empezar?

—Apenas resuelvas tus asuntos. Boxeas en la mañana y vas a tu escritorio en la tarde. ¿Qué te parece?

—Acepto —Emeraude se levantó y le tendió la mano a Braulio con una sonrisa—, jefe.

—Está bien, pequeña —el brasileño respondió el gesto de la misma manera—. Ahora, mata a la serpiente con un golpe a la cabeza. Ve con tu madre.

Pasada una semana, después de evitar a Sam en la cafetería de la universidad para no tener que sufrir dándole una mala noticia, Emeraude estaba tocando la puerta en casa de su madre, de vuelta en Short Hand. Y en efecto, la doctora Myers-Blanchard estaba muy sorprendida de ver a su hija.

—¿Emeraude, qué haces aquí? —la joven sonrió débilmente.

—¿Puedo pasar, doc? —Katrina asintió e hizo sentar a su hija en el limpísimo sofá de la sala. Luego de servirse una taza de té hizo lo propio en una de las cómodas. Toda la casa Blanchard tenía un toque francés, y la decoración no había cambiado desde que Emeraude nació.

—Doc...

—¿Emeraude Blanchard, qué hiciste esta vez?

—Viendo el humor que traes hoy, creo que no lo voy a endulzar. Estoy embarazada.

Katrina miró a su hija con una hostilidad impropia de una madre. No podía creer lo que escuchaba.

—¿Qué dijiste?

—Eso mismo.

—Así que eso es lo que has estado haciendo en Copper Grace. Yéndote de zorra. —Emeraude sacudió la cabeza, negándolo.

—No, doc... no es eso. He estado estudiando.

—Estudiando anatomía masculina, ¿quizás?

—No era lo que...

—Supongo que el jovencito que te embarazó debe ser de artes, o algún irresponsable de filosofía —la mujer se cruzó de brazos—. Estudia ciencias sociales, ¿verdad?

—No...

—Seguramente estaba ebrio y lleno de hierba cuando lo hicieron... ¡y también tú lo estabas!

—¡Suficiente, madre! ¡Deja de hablarme así!

Emeraude se levantó del sofá.

—No debí venir aquí. Adiós. —antes de que la cantante saliera de la que solía ser su antigua casa, Katrina la agarró del brazo con tanta fuerza que casi le hace daño.

—Te irás cuando yo diga. —Emeraude se soltó del agarre de su madre.

—¡No! Siempre hice lo que me decías. Y nunca tenías tiempo para mí desde que papá murió.

—No menciones a Blue.

—Lo voy a hacer. Madre, desde que era pequeña evitabas hablar de él y nunca tenías tiempo para mí.

—¿De qué hablas, Emeraude? Te lo di todo, nunca te faltaba nada.

—Me diste clases de música. Eso lo agradezco. Pero nunca estabas para ver mis recitales. Cada vez que mencionaba a papá, me decías "vas tarde para clase de canto", o "Julian te espera en la clase de bajo", o "llévate la guitarra, tienes clase después de la escuela". Piano, batería, violín, etcétera. Madre, soy malditamente buena en lo que hago, ¿pero cuál es el punto de eso? Aun no me has oído cantar, no sabes si toco jazz o rock, ni siquiera me llamas cuando estoy en Copper Grace... no se te ocurrió averiguar si tengo trabajo o si necesito algo, ¡no sabes nada de mí!

Emeraude abrió la puerta de la casa. Después de bajar las escaleras de la entrada, Katrina la siguió.

—Hija, ven. Quiero ayudarte. —respirando hondo, la joven miró a su madre.

—¿Cómo podrías ayudarme?

—En el hospital hay un médico que puede solucionar ese problema sin hacer mucho ruido. —Emeraude puso sus manos en las caderas, sospechando que su madre diría algo sórdido.

—¿Qué problema?

—Ese problema. Eres muy joven para estar embarazada, y yo no tengo tiempo para cambiar pañales.

—No lo harás tú, doc. Despreocúpate.

—Emeraude, mira... no es tu obligación tenerlo. No quieres tenerlo.

—¿Me estás sugiriendo que aborte? ¡Olvídalo!

Katrina no habló más, pues se dio cuenta de lo estúpidas que habían sonado sus palabras. Sin querer oír más a su madre, sin despedirse y sin mirar atrás, Emeraude se subió al auto azul de Arne, donde él y Laetitia la esperaban.

Nadie dijo nada durante todo el camino, pero cuando los tres entraron a la casa de Arne, Emeraude rompió a llorar al instante. Laetitia la abrazó y le acarició la cabeza.

—Ay, Ems... ¿quieres hablar del tema ahora? —la cantante negó con la cabeza.

—Quiero helado y una película de terror. Y no quiero que mi madre conozca a mi bebé. —las dos chicas se sentaron en el sofá mientras Arne hacía algo de comer.

Después de "El Resplandor" y una tonelada de palomitas, Emeraude se quedó dormida. Al día siguiente estaba entregando varios documentos en la secretaría de la universidad para hacer su retiro oficial. Marina, la encargada de la oficina, no podía ocultar su tristeza.

—Ay, niña... esto no debería suceder —la dulce mujer tomó a Emeraude de las manos—. Eres tan buena estudiante, tan bonita, y tienes tanta actitud... te voy a extrañar.

—También te extrañaré.

—Oye, no quiero ser chismosa, pero... ¿qué te obliga a irte?

—Um, mi madre está enferma. Debo trabajar para ayudarle, es un tratamiento costoso. —Marina hizo un gesto de pesar.

—Oh... siento mucho escuchar eso. Espero que algún día puedas volver.

—Yo también, Mari.

Al salir de la secretaría, después de días de evitarlo y huir de él, Emeraude se encontró con Sam y enrojeció apenas lo vio.

—Hola, Ems. ¿Cómo estás? —los dos soltaron una risa nerviosa. Él la abrazó, mientras ella trataba de no desmoronarse o llorar.

—Bien, bien... estaba... entregando unos documentos que... Mari necesitaba de mí. ¿Es eso un chupón? —Emeraude encontró el momento perfecto para cambiar de tema al ver un enorme chupón en el cuello de Sam. Ella sabía lo que eso significaba.

—Yo, oye... Ems... —el chico se cubrió el cuello con la mano mientras ella se apartaba.

—Vaya, te has estado divirtiendo. Sigue así. Adiós, Sammy. —Emeraude corrió por el pasillo de la secretaría.

—¡Oye, Ems! ¿Nos veremos por ahí? —ella asintió sin decir nada más y salió corriendo a la habitación para llevar sus cosas a casa de Arne.

Lyle y Emeraude sacaron una gran cantidad de cajas de cartón llenas de ropa, libros y otras cosas, y él pudo darse cuenta de lo que a ella le molestaba.

—¿Emi, viste un fantasma? —la cantante negó con la cabeza. Las circunstancias la tenían un poco sentimental.

—No, Lyle. Todo esto es duro. Muy duro. Primero me entero de que estoy embarazada, tengo dos trabajos ahora, luego mamá me sugiere abortar y después de retirarme de la universidad me encuentro con Sammy y un chupón del tamaño de Texas en su cuello. —el muchacho suspiró por lo bajo y tomó la mano de su amiga.

—Vaya, qué mal. ¿Aun así planeas ocultarle esto?

—Es mejor para los dos. Así puede ir donde cualquier otra chica y dejarse hacer chupones.

En silencio, la joven empezó a llorar y se recostó en las piernas de Lyle. Él le puso una mano en la cabeza.

—Llora, hazlo hasta que te canses. Te lo has estado guardando por mucho tiempo. —mientras el bajista acariciaba el cabello de Emeraude, ella se limpiaba la nariz con la manga de su blusa. Sin darse cuenta estaba liberando mucho dolor, muchas inseguridades, una gran angustia y una interminable incertidumbre, y era una suerte que Lyle tuviera la paciencia suficiente para hacerla sentir mejor cuando le hacía falta.

—¿Y si no puedo hacerlo por mi cuenta?

—No tienes por qué, Emi. Todos estamos contigo. Nosotros no abandonaremos este barco.

—¿Nunca?

—Te doy mi palabra. Nunca estarás sola.

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