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VI: ¡Silencio, zoquetes!

Emeraude trataba de mantener la atención en lo que estaba leyendo, pero teniendo a aquel chico frente a ella era casi imposible. Lo único que hacía era garabatear su cara en un pequeño bloc de notas adhesivas que iba pegando cuidadosamente por toda la mesa sin saber qué hacer. Él estaba tan concentrado en su lectura, que no se daba cuenta de la insistencia con la que ella le ponía los ojos encima.

Laetitia miraba la escena fijamente desde el mostrador de la entrada, mientras Georgina seguía reorganizando los ficheros. Era comprensible que se mantuviera de mal humor, no había mucho por hacer en ese lugar. Y además, trabajar un domingo... eso ponía de malas a cualquiera.

—¿Señora Dornell, puedo llevarme este libro?

—Firma aquí, niña —la chica obedeció—. Tienes una semana para devolverlo.

—Gracias. Lo devolveré antes.

Mientras Laetitia firmaba la ficha del libro que quería llevarse, Georgina miraba a Emeraude con curiosidad.

—¿Qué pasa con tu amiga? Parece estreñida.

—Oh, no. No, no, no. Está en una misión. ¿Ve al chico de la mesa frente a ella?

—Claro que sí. Por ese chico he tenido que venir a trabajar los últimos cinco domingos.

—Ese chico se va a convertir en la próxima cita de Emeraude.

—Déjame adivinar. No saldrá de aquí hasta que le hable.

Ding, ding, ding. —Laetitia sonrió.

—Oh, no puede ser. Tendré que quedarme aquí hasta que anochezca.

—Créame, señora Dornell. Le tomó más de un mes decidirse, así que sería una completa idiota si no se le ocurre hacer algo ahora.

—Más le vale apurarse. Más le vale.

Georgina no quería admitirlo, pero gracias a la genial idea de Laetitia, no sería un domingo aburrido para ella. Las dos se quedaron mirando fijamente a Emeraude mientras se decidía a hablarle al niño lindo. A ella le costó un poco levantarse de la silla pues las piernas le temblaban ligeramente, pero apenas pudo, tomó uno de los pequeños dibujos a lápiz que había hecho, dio unos cuantos pasos hacia la mesa del frente y lo pegó en el lomo de uno de los libros que el chico de rojo tenía sobre la mesa. Luego fue a sentarse de nuevo. Unos minutos después, hizo lo mismo hasta que se quedó sin papeles para pegar, y tuvo que esperar a que él notara lo que ella había hecho.

Laetitia y Georgina miraban la escena tratando de no reírse. Era como ver un par de niños jugando en una caja de arena: Emeraude lanzando bolas para llamar la atención del chico mientras él juega con un balde y una pala, absorto en la construcción de su castillo. En cierto punto podía ser aburrido, sobre todo si él de verdad no se daba cuenta de lo que pasaba.

El muchacho estaba tan concentrado en su lectura que se gastó un buen rato en notar que sus libros tenían varios papeles pegados, hasta que tomó el del tope de la pila y vio uno con su cara dibujada encima. Emeraude estaba buscando otra cosa para leer y cuando llegó a su mesa, era él quien la miraba fijamente a ella. ¿Cuándo había pegado esa chica tantos papeles en sus libros?

Apenas la cantante se dio cuenta de la inquisidora mirada que le dirigía el chico de rojo, su cara se encendió como un aviso de neón. Como un láser incandescente, los ojos verdes de aquel chico le estremecían la piel, causando un placentero escalofrío en ella y llenándole las entrañas de mariposas.

"Emeraude Blanchard, relájate. Deja de morderte el labio o creerá que estás loca". Mientras trataba de callar la voz en su cabeza, Emeraude miró al chico y estuvo a punto de desmayarse cuando lo vio caminando hacia ella con todos los papeles adhesivos en la mano.

—Disculpa... ¿tú hiciste estos dibujos? —ella asintió. ¡El chico de rojo estaba hablando con ella! —. Aquí los tienes de regreso. De verdad eres muy talentosa. —el muchacho se dio vuelta, y antes de que pudiera irse a su mesa, la joven pasó saliva y se llenó de valor.

—¡El de los dibujos eres tú!

Georgina, que no había dejado de mirar lo que pasaba, profirió un sonoro "shhhhhh", y de inmediato, la joven se llevó la mano a la boca y asintió mientras miraba a la bibliotecaria. "¡Idiota, no puedes gritar en una biblioteca!", pensó. El chico de rojo tomó su silla y la llevó hasta la mesa de Emeraude, que no pudo ocultar su sorpresa cuando él se sentó junto a ella después de tomar una de sus libretas y escribir algo con una caligrafía inusualmente pulcra para un hombre.

"Creo que deberíamos comunicarnos así. No sería divertido que la señora Dornell te volviera a callar, ¿no crees?". Emeraude asintió y escribió en otro papel. "Sí, es mejor... ya es suficiente con ver su cara de limón cuando nadie hace ruido". El chico de rojo sonrió. "Te he visto en algunas de mis clases. Tu nombre es Emily Blanchard, ¿verdad?". Ella negó con la cabeza.

—"De hecho, es Emeraude. Mamá estaba obsesionada con las cosas francesas cuando nací, todos en la familia de papá se llaman como un color, y así apareció ese nombre."

—"Emeraude Blanchard. Se ve genial. Mi nombre no es tan exótico."

—"Tendría que saberlo para juzgar. ¿Cómo te llamas?"

—"Samuel William Arden."

La cantante sonrió. Por fin sabía el nombre del chico de rojo.

—"Es lindo. ¿Tienes una versión corta? Si te llamara por tu nombre completo sonaría a regaño."

—"Sam o Sammy. Puedes llamarme como gustes."

—"Vale. Es un gusto conocerte, Sammy Arden."

Emeraude le tendió la mano a Sam y él la estrechó con firmeza, haciendo que ella se sonrojara aun más.

—"El gusto es mío, Emeraude. ¿Puedo preguntarte algo?"

—"Dispara, Sammy."

—"¿Qué estudias? No es usual ver chicas como tú en una clase de Estadística."

—"Oh, estudio Diseño Gráfico. Debemos tomar alguna clase que tenga que ver con manejo de datos y bueno, mi amiga y yo elegimos esa."

—"Ya veo."

Sam y Emeraude compartieron una sonrisa. El arriesgado movimiento había salido mejor de lo que ella esperaba.

—"Oye, ¿qué estudias tú? Tienes demasiados libros de videojuegos en tu mesa, pero no pareces el tipo que juega mucho."

—"De hecho, sí. Tengo que jugar para saber qué voy a desarrollar. Estudio Ingeniería en Entretenimiento Digital."

—"Vaya, parece genial."

—"Lo es. A veces programar es tedioso, pero el producto final satisface mucho."

—"Debe ser divertido crear personajes y codificar sus acciones."

—"Claro que sí. Aunque todo el tiempo suceden cosas que pueden ser un gran dolor de cabeza. Un día escribí un código que marcaba un error y me di cuenta horas después que faltaba un punto y coma."

Emeraude rió. Georgina volvió a proferir un "shhhhh", a lo que Sam ahogó una pequeña risa.

—"Lo siento, Sammy. No puedo reírme tanto de eso. Una vez olvidé cerrar una etiqueta en HTML y casi me vuelvo loca, sé lo que se siente."

—"Fue horrible, el profesor se rió de mí cuando lo supo, pero en realidad no implicó algo grave."

—"Es bueno saber eso."

Emeraude reparó en una pequeña línea negra sobre la muñeca izquierda de Sam, y con delicadeza tomó el borde de su saco para mirar el resto. Él sonrió y se remangó para descubrir un hermoso pez Koi tatuado en el antebrazo, a todo color y con un trazo impresionante.

—"Qué buena tinta tienes ahí."

—"Gracias. Mi madre es tatuadora, le pedí que practicara conmigo y aceptó."

—"Se nota que es buenísima en lo que hace, los trazos son delicados y hermosos. ¿Tienes más tatuajes?"

Sam asintió.

—"Sí, pero tendría que quitarme la camisa para que pudieras verlos, y no voy a complacer a la señora Dornell. No se lo merece."

—"Vamos, sólo un pedazo."

Suspirando, Sam se levantó y dio media vuelta. En la parte baja de su cintura podía verse una porción de un dragón en estilo japonés, pero con algo más reconocible: una Esfera del Dragón de cinco estrellas. Emeraude se cubrió la boca, asombrada. Reconocía muy bien esa imagen.

—"Shen Long en japonés tradicional, es simplemente precioso."

—"Gracias. Costó un poco de trabajo convencer a Mike de que lo hiciera así, pero me encantó el resultado."

—"¿Mike Rubendall? ¿El tatuador de japonés más genial del país?"

—"Sí."

Emeraude soltó una exclamación que no logró detener a tiempo. —¡Silencio, zoquetes! —Georgina levantó la mano, molesta. Sam volvió a su asiento.

—"¿Atravesaste todo el país para tatuarte en Nueva York?"

—"Lo que sea por Rubendall."

—"No te culpo. Yo habría hecho lo mismo."

—"Dime que tienes tatuajes también. No puedes conocer de ese mundo sin haberte hecho al menos una línea."

—"Tengo uno, pero es muy distinto a los tuyos."

—"Te mostré uno y un cuarto de otro, déjame ver. Por favor..."

La cantante le dio la espalda a Sam y se levantó la camiseta hasta dejar ver en parte de su espalda una hermosa ilustración de un sable de luz azul, tatuado en el estilo de la nueva escuela. Él no pudo ocultar su asombro.

—"Esto es de Jime Litwalk. Desde lejos se nota."

—"Sí. Fui a una convención en Carson City antes de empezar la universidad y lo encontré allá. La ilustración es mía. A él le gustó tanto que se ofreció a tatuarla gratis."

—"Pues ya te lo he dicho, dibujas muy bien."

—"Gracias."

Sam miró su reloj y se sobresaltó. Luego le entregó otro papel a Emeraude. "Disculpa, Emeraude. Tengo algo por hacer y se hizo tarde, debo irme". Ella asintió. "No te preocupes, Sammy. Ten un buen día". El chico sonrió y se despidió con un movimiento de la mano, después de tomar todos los libros y dejarlos en sus respectivos estantes.

A Emeraude le alegraba haber conversado con el chico de rojo, sin importar que hubiera sido por medio de pedazos de papel. Pero no quería dejar las cosas así, por lo que corrió tras Sam para entregarle una última nota. Cuando lo alcanzó, tomó su brazo con suavidad y le puso el papel en la mano.

"¿Sammy, saldrías conmigo alguna vez?"

—¿Qué? —Sam no estaba acostumbrado a que una chica lo invitara a una cita, por lo que la propuesta de Emeraude lo sorprendió.

—¡Te dije que te callaras, jovencito! ¿Por qué no aprendes? —Georgina, aunque se había entretenido con aquella situación, seguía insistiendo en mantener el silencio en la biblioteca—. Niña, tu amiga ya se fue. Deberías salir tú también, en un rato debo cerrar. —la joven asintió y miró a Sam, que había empezado a sudar frío sin darse cuenta.

—Sammy, sólo piénsalo. No tienes que decirme nada ahora. No estás obligado a aceptar, es sólo que me caíste bien y quería conversar contigo un poco más. —Una risa nerviosa fue lo único que salió de la boca de Sam, y aunque era algo inesperado, no quería dejarla sin una respuesta.

—¿Te parece bien el jueves? —Emeraude sonrió.

—El jueves es perfecto. Conozco un lugar genial cerca de aquí. —Sam asintió.

—Genial, cuando nos veamos en clase podemos ultimar detalles. Adiós, Emeraude. —él salió rápidamente de la biblioteca. Ella entró de nuevo, con una enorme sonrisa en el rostro. Cuando llegó a la mesa donde estaban sus cosas, Laetitia estaba sentada en una de las sillas.

—¡Lety! Creí que te habías ido. —ella negó con la cabeza.

—No me fui. Solo me oculté. ¿Por qué estás tan feliz? —Emeraude se sentó junto a su amiga, incapaz de dejar de sonreír.

—Laetitia Elena Seward, me debes cincuenta dólares.

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