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IV: La novena nube.

Emeraude despertó en la enfermería del gimnasio, con el hombro izquierdo cubierto de hielo y una intravenosa de analgésicos en el brazo derecho. Sabía bien lo que había sucedido, pero no recordaba haberse desmayado. Por suerte no estaba sola. El médico del gimnasio estaba sentado junto a ella.

—Hola, Emeraude. Soy el doctor Marshall Watson. —la joven trató de sentarse en la cama.

—Doctor... —Marshall le impidió a la joven moverse más.

—Quédate quieta. Se va a caer el hielo.

—¿Doctor, puede explicar por qué me apagué sin interruptor? —el médico asintió con calma.

—Emeraude, el dolor intenso te causó un shock y te desmayaste. Afortunadamente Jason te atrapó antes de que cayeras al suelo y no te golpeaste la cabeza.

—Vaya.

—Fue una suerte que estuvieras inconsciente, pude acomodar tu brazo en su lugar sin problemas.

—¿Usted lo hizo?

—Sí. Y te habrías enloquecido de ver cómo lo hacía.

—Dios mío... gracias.

—No es nada, Emeraude. Es mi trabajo. Discúlpame, voy a llamar a Braulio. Dijo que quería verte apenas despertaras.

—Está bien.

Marshall salió de la enfermería, y mientras Braulio entraba, Emeraude miró su celular. ¡Las nueve! Iba a llegar tarde a clase y Laetitia le había dejado siete llamadas perdidas. ¡Estaría preocupada!

Braulio entró a la enfermería, de nuevo en Modo Oso de Peluche.

—¿Dormiste bien, pequeña? —la cantante asintió.

—Sí, Braulio. Lo que me inyectó el doctor Watson me tiene en una nube. —el caballo sonrió.

—Me alegra ver que estás mejor. ¡Tenías el brazo a dos kilómetros de tu hombro! —a la chica le dio un pequeño escalofrío al recordar la última vez que se miró al espejo, con el brazo suelto y sin poder tener control sobre él.

—Braulio, ¿qué va a suceder con Jason? —el brasileño movió la cabeza de lado a lado.

—Si te preocupa que lo vaya a castigar, descuida. El susto de ver tu hombro dislocado le dio una buena lección. —Emeraude dejó escapar una pequeña risa. Los analgésicos la tenían de buen humor.

—¿Braulio, has hablado con Lety? Tengo siete llamadas perdidas de ella, debe estar como loca.

—Hablamos hace un rato. Ya sabe que estás aquí y te va a excusar con el profesor de la clase de las nueve.

—Gracias. Ya puedo relajarme un poco más, pero debo irme en un rato, tengo otra clase a las once y no puedo faltar.

Braulio chasqueó la lengua unas cuantas veces.

—Pequeña... Lety me ha dicho por qué no puedes faltar a esa clase. No te preocupes, podrás ver a tu chico de rojo hoy. —Emeraude sonrió. Era lo único que quería.

—Oh, gracias, Braulio... ¡gracias! —Marshall entró a la enfermería.

—Bueno, Emeraude... ya puedes irte. Pero necesito que sigas mis instrucciones. —un poco atontada, la joven se sentó en la cama.

—Lo escucho, doc.

—Mucho hielo en los próximos días. Mañana no podrás entrenar, pero en dos días trabajarás hasta donde te sientas capaz. Trata de no mover demasiado el brazo hoy.

—Sí, doctor Watson. Lo que usted diga.

—Tómate una de estas en la noche y usa lo que te voy a entregar. Si necesitas algo, puedes llamarme. Que tengas un buen día.

—Gracias.

Marshall le dio un cabestrillo y un frasco de analgésicos a Emeraude antes de que ella saliera de la enfermería, y Braulio la acompañó hasta su habitación para asegurarse de que se arreglara rápidamente y llegara a tiempo a clase.

Afortunadamente llegó temprano a la clase del profesor Gorski, y no dio razón alguna para que él la avergonzara de nuevo. Luego se sentó junto a Laetitia.

—Oye, no deberías estar cargando esas cosas sola. ¿Quieres que tu brazo se caiga?

—Lety, ¿dónde está?

—No ha llegado, Ems. Relájate, faltan cinco minutos.

—Vale.

—Por favor, dime que estás bien.

—Lo estoy. No te preocupes, no es nada que los analgésicos no puedan solucionar.

El profesor Gorski entró, y tras él, con una camiseta negra y una chaqueta del color del caramelo, el chico de rojo. No podía evitar llamarlo así, pues a pesar de que siempre se veía bien, el rojo era el que mejor le quedaba, así que se quedaría con ése, sin importar el color que usara.

Lety supo que, de nuevo, su mejor amiga la ignoraría por estar mirando al chico lindo, así que ni siquiera se molestó en hablar. Empezaría a acostumbrarse a eso por el resto del semestre, y a pesar de que no le gustaba que Emeraude dejara de escucharla, lo iba a aceptar.

Al cabo de un rato, por más que tratara de impedirlo, la cantante empezó a cabecear mientras la clase se tornaba más y más aburrida. Los analgésicos que Marshall le había recetado estaban causándole problemas para prestar atención, y sabía que si Gorski se daba cuenta de eso la avergonzaría de nuevo, así que tuvo que salir del salón sin que el profesor la viera y corrió a su habitación.

Laetitia se quedó prestando atención a la clase. Mientras hacía garabatos en las hojas del cuaderno para distraerse un poco, el chico de rojo, para atraer su atención, se sentó a dos sillas de ella y le puso la mano en el antebrazo.

—Oye, disculpa... ¿qué le pasaba a tu amiga? Casi se queda dormida en clase y estuvo a punto de darle un cabezazo al escritorio. —Laetitia se rió en voz baja.

—Su hombro se dislocó. Los analgésicos la tienen un poco adormilada, así que prefirió salir de clase y descansar. —el chico miró al suelo mientras soltaba un suspiro casi imperceptible.

—Ya veo. —Laetitia asintió sin hablar. Él volvió a mirar al profesor y no dijo nada más por el resto de la clase.


—Sal del edificio, ¡maldita! —a la hora del almuerzo, Emeraude estuvo a punto de desmayarse cuando Laetitia le contó que el chico de rojo había preguntado algo sobre ella.

—Ems, cálmate. Nada más preguntó qué te pasaba, no me pidió tu número. —la cantante no quería hacer otra cosa diferente a sonreír. No podía moverse mucho sin que el hombro le doliera, pero no le importaba en lo absoluto.

—Lety, no gritaré porque estamos en público. ¡Pero lo haría, lo haría si pudiera!

—Ems, relájate. Se te va a salir el hombro otra vez.

—¿Crees que me preocupa eso?

—Ahora no, pero sé que lo vas a lamentar mañana.

—Creo que no voy a sentir si mi hombro se sale de nuevo. Esos analgésicos son fuertes.

—Lo son. Creo que estás viendo unicornios ahora.

—No, pero casi. Veo elefantes rosados y a Syl vestido de la reina de los cisnes.

—Los elefantes rosados dicen que te acabes la comida, tenemos clase en un rato.

—Está bien, señores elefantes rosados. ¿Y Syl?

—Nada, sólo déjalo bailar.

Después de comer, Emeraude no podía dejar de sonreír. La pastilla que había tenido que tomar en la mañana le calmó bastante el dolor, y durante el resto del día estuvo un poco distraída. Esa noche, en el bar, tuvo que cantar sentada en un banco, y al ir a la cama, sólo pudo acomodar el brazo si pasaba la noche acostada de un solo lado. Los analgésicos no lograban calmar el dolor punzante que sentía cuando se daba vuelta en la cama a la mitad de la noche, pero al menos le permitían descansar.

En una de esas dolorosas punzadas, Laetitia se levantó para darle una nueva bolsa de hielo a Emeraude, y antes de ir a dormir de nuevo aprovechó para darle un pequeño consejo a su amiga, notando que aun no caía dormida de nuevo.

—Ems... prométeme algo.

—Dímelo.

—Vas a hablar con el perfecto novio de pastel de boda pronto, ¿vale?

—Lety...

—No te sigas excusando. Habla con él, ¿sí?

—Está bien.

—¿Mañana?

—Mañana.

—¿Lo prometes?

—Trataré.

Laetitia puso el hielo en el hombro de Emeraude y le dio un beso en la cabeza antes de volver a la cama. Si tan sólo fuera cierto lo que su mejor amiga acababa de decir...



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