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III: Piel gruesa.

Cuando un pavo real sufre algún tipo de traumatismo, golpe o herida, se siente desorientado y le toma un tiempo descomprimirse y tranquilizarse.

A las siete de la mañana del día siguiente Emeraude estaba en la entrada del gimnasio Almeida, donde Braulio y Ernie entrenaban. No tenía idea de lo que debía hacer, por lo que se sentó a esperar que alguno de los dos apareciera. Al cabo de diez minutos, se cansó de estar sentada como una idiota y decidió tocar la puerta del gimnasio.

Braulio abrió la puerta con una expresión severa.

—Diez minutos tarde, Blanchard. ¡Cinco vueltas a la manzana, a trotar! —Emeraude miró al brasileño con incredulidad.

—¿Qué? Pero... —nunca lo había visto con un semblante tan duro.

—¡Siete vueltas, ya! —¡qué demonios! La chica estaba estupefacta.

—Oye, espera... —el caballo no planeaba ser blando con Emeraude en su primer día de entrenamiento.

—Diez vueltas. Y si sigues protestando, sumaré tres vueltas más. ¡A correr! —suspirando, la cantante salió corriendo antes de que Braulio decidiera aumentar el conteo.

Quince minutos después Emeraude había corrido diez vueltas a la manzana y estaba a punto de vomitar, así que cuando entró al gimnasio se tiró al suelo acolchado de la zona de hidratación. Ernie se acercó y se sentó junto a ella.

—Buenos días, pequeña. —la alumna nueva respiraba pesadamente, y a duras penas podía hablar. Lo oyó reír.

—No te acuestes. Ese era el calentamiento nada más. —el británico trató de disimular lo mucho que le divertía la cara de asombro de la joven.

—¿Qué? Ernie, dime la verdad. —él asintió.

—Es la verdad, pequeña. Braulio va a hacer que te duelan músculos que ni recordabas que tenías.

—Ernie... ¡tengo clase en unas horas, voy a salir muerta de aquí!

—Nada que un poco de café no solucione. ¡Levántate, es hora del karate!

—¿Qué?

—¡Vamos, vamos, vamos!

Ernie tomó la mano de Emeraude y la ayudó a levantar de un tirón para acompañarla a un salón con el suelo de espuma donde ya estaban entrenando varios chicos, que quedaron boquiabiertos al verla entrar. Braulio acercó su enorme humanidad a la joven y le puso una mano en el hombro.

—Jóvenes, hoy tenemos una nueva compañera de entrenamiento. Su nombre es Emeraude. —todos saludaron al mismo tiempo.

—Buenos días, Emeraude. —ella sonrió con timidez.

—Hola a todos. —el brasileño dio unos cuantos pasos mientras hablaba.

—No parece, pero esta niña no es sólo una cara bonita, tiene la piel más gruesa que muchos de ustedes. Resistirá cualquier cosa. Y está dispuesta a aprender cuanto quieran enseñarle, así que pueden mostrarle lo que sea. ¿Entendido? —todos respondieron al unísono con un sonoro "¡oss!".

—Primera cosa para aprender, Blanchard: cuando el sensei te hable, responderás como ellos lo hicieron. ¿Oss? —Emeraude asintió.

Oss, sensei. —Braulio se agachó y tocó los tenis de su nueva alumna.

—Segunda cosa: quítate los zapatos mientras estés en el tatami. En el dojo entrenamos descalzos. —ella asintió de nuevo después de quitárselos y dejarlos en la entrada del salón.

Braulio se portaba de manera muy diferente cuando trabajaba en el bar. En Modo Entrenador dejaba de ser un oso de peluche gigante y se convertía en un sargento estricto y temible. Emeraude aprendió eso cuando vio lo exigente que podía ser, y lejos de desanimarse, le encantó que fuera así. En una hora aprendió los movimientos más básicos del karate, y al terminar el entrenamiento, salió con una sonrisa en el rostro.

Mientras bebía un poco de agua, vio a Ernie rodando por el suelo en el salón de lucha, junto a otro chico. Braulio se acercó a ella y le puso la mano en la cabeza.

—¿Cómo te sentiste, pequeña? —estaba en Modo Oso de Peluche de nuevo.

—Fue muy divertido. Gracias, Braulio. —él sonrió.

—Espero que sigas sonriendo más tarde, pequeña. Te van a doler un poco los músculos por hacer ejercicio. Dúchate con agua fría antes de ir a clase y la molestia se sentirá un poco menos.

—Sí, lo haré.

—Bien. Mañana tendrás clase de JJB.

—¿JJB?

—Jiu jitsu brasileño. Es entretenido, te gustará.

—Está bien... si lo dices, te creo.

—Ve, pequeña. El entrenamiento de hoy ha terminado. Que tengas un buen día.

—¡Lo mismo para ti, Braulio!

Emeraude se despidió de Braulio, Ernie y sus compañeros. Cuando llegó a la habitación que compartía con Laetitia dentro del campus, ella aun seguía dormida y con la almohada cubriéndole la cabeza. Después de una ducha fría y un desayuno abundante, la cantante despertó a su amiga, pues se les hacía tarde para ir a clase.

—Seward, levántate. ¡Vamos! —la muchacha dio una vuelta en la cama y lanzó la almohada hacia la dirección en la que creía oír la voz que la llamaba.

—Ems, cinco minutos más... —Emeraude tomó a su amiga por el brazo y le quitó la cobija.

—Lety, te dejé dormir demasiado. ¡Levántate, llegaremos tarde! —a rastras, Laetitia se levantó. Para ella, lo complicado de todos los días era salir de la cama, pero una vez estaba lejos de ella la energía fluía a través de su cuerpo. Con una ducha rápida, un panecillo de crema y una taza de café expresso, estaba lista para el inicio del día.

Después de la extensa y entretenida clase de Ilustración las chicas fueron a la cafetería a almorzar. A Emeraude le costaba un poco de trabajo caminar, pues el ejercicio le había dejado los músculos como papilla. Sentía las piernas un poco débiles, pero no se preocupó, pues Braulio le había advertido que eso sucedería.

Al recibir el almuerzo las dos amigas se sentaron en una de las mesas. Tenían un poco de tiempo libre antes de las clases de la tarde para conversar, y eso hicieron. Pero sólo por cinco minutos.

Cuando el chico de rojo entró a la cafetería, esta vez usando una camiseta gris oscura y un saco azul marino, no hubo ningún tipo de poder que hiciera que Emeraude se concentrara de nuevo en lo que Laetitia le estaba diciendo. Ahí estaba, de nuevo sonriendo como una idiota.

Laetitia tiró una servilleta a la cara de su mejor amiga.

—Toma, para cuando empieces a babear. —Emeraude se quedó mirando al chico mientras su amiga seguía comiendo. No podía creerlo. ¿Era posible que una persona se distrajera a tal nivel? —Debe ser un idiota con las chicas, Ems. Te lo aseguro. —la chica de cabello violeta trataba de no reírse, pero la cantante ponía una cara tan graciosa, que se lo complicaba demasiado.

—Lety, tengo que saber su nombre. Algún día. —Laetitia señaló con el tenedor hacia la mesa donde el chico estaba sentado.

—Ems, está solo en la mesa. Ve ahora. —Emeraude sacudió la cabeza.

—¿Qué? ¡No voy a hacer eso!

—Ve. Aprovecha que no se ha sentado con nadie y sé dulce. ¡Levántate y ve a hablarle!

—Es que...

—Vas a sacar otra excusa estúpida, ¿verdad? Ni se te ocurra hacerlo. ¡Vamos, levántate!

—Lety, no puedo.

—¿Por qué no? —Emeraude suspiró.

—No... puedo.

Laetitia acomodó sus gafas y frunció el ceño.

—Ems, ¿qué sucede? —Emeraude empezó a sollozar.

—Me duelen las piernas. —había intentado levantarse, y aunque quería aguantarse el dolor y caminar hasta aquella mesa para saludar a quien le robó su atención, no quería hacerlo con lágrimas en los ojos.

—Buen día para hacer ejercicio, Ems. ¿Crees que sea mejor dejarlo para después? —la joven asintió mientras se limpiaba las lágrimas y su amiga se aguantaba la risa.

—¡Pobrecita, el dolor debe estar matándote! ¿Quieres que te traiga un poco de hielo? —Emeraude asintió en silencio, esforzándose por no llorar de nuevo.

Mientras el hielo calmaba un poco el dolor en las piernas de Emeraude, Laetitia seguía comiendo en silencio. Sabía que si trataba de poner algún tema de conversación, no recibiría respuesta, así que dejó que su amiga siguiera mirando al chico de rojo sin protestar, hasta que él terminó su almuerzo y se fue de la cafetería.

La pobre Emeraude suspiraba y se quejaba al mismo tiempo mientras trataba de levantarse de la silla con ayuda de Laetitia. No quería llegar tarde a clase, pero le dolían tanto las piernas, que tuvo que hacer un esfuerzo gigante para no caminar despacio. Finalmente logró llegar al salón, y cuando la clase terminó era hora de ir a trabajar de nuevo.

—Buenas noches, matona. —Sylvain se acercó a Emeraude apenas entró al bar y le dio una botella de agua. Ella reparó en la cabeza de su amigo y notó algo que no era típico de él.

—Syl, te cortaste el cabello. ¡Te ves genial! —el chico asintió mientras se daba la vuelta.

—La excusa fue el golpe que me dio el troglodita de tu ex. Mira —dijo señalando la parte baja del cráneo—, cuatro puntos de sutura. Le dije al enfermero que me hiciera el mohicano, ya que tenía la máquina ahí cerca.

—¿Un mohicano? ¿Eso no está muy lejos de tu estilo?

—Querida, si algo como eso pasa, lo convertiré en algo muy mío. Excepto las rastas, sólo se le ven bien a Jason Momoa. —Sylvain se encogió de hombros.

—Te verías como Lisa Bonet si te los haces.

—¡Y no tengo cerca a un Lenny Kravitz para casarme primero!

Los dos amigos rieron.

—En todo caso... me conformaría con el enfermero. Se veía demasiado lindo para ser tan bien portado.

—¿Al menos te diste cuenta si podías tener algo con él?

—Oh, pequeña padawan —Sylvain chasqueó los dedos—, subestimas mi poder.

—¿Cuándo vas a dejar de usar frases de Star Wars en un contexto gay?

—Cuando en Hoth haya un verano digno de llamarse así. Ve, los chicos te necesitan.

La noche no fue tan complicada, pues Braulio le ayudó un poco a Emeraude con el dolor en sus piernas, dándole un ungüento caliente. 

—Toma, pequeña. Debí darte esto en la mañana, lo siento. —ella recibió la cajita con una sonrisa.

—Mejor tarde que nunca. ¡Gracias, caballo! —después de aplicárselo en los muslos, estaba lista para trabajar, y se paró en el escenario con la misma sonrisa de siempre.

Al día siguiente la cantante tuvo que sacar fuerzas de donde no tenía para levantarse a entrenar, y a las siete estaba de nuevo en el gimnasio, lista para la clase de JJB. Braulio la esperaba en la puerta para que no se perdiera de nuevo.

—Buenos días, Blanchard. Vamos adentro. —modo Entrenador otra vez. Emeraude entró y se quitó los zapatos antes de meterse a la clase con los demás alumnos.

Básicamente, la clase de jiu jitsu brasileño era para aprender a utilizar la fuerza del oponente en su contra, llevando la pelea al piso, aplicando llaves y estrangulaciones para ganar. Emeraude no lo creía, pero una hora completa de eso podía ser bastante agotadora.

Braulio pidió a los alumnos que buscaran una pareja para trabajar, y Emeraude se juntó con un chico rubio que no le quitaba los ojos de encima. Al acercarse a él, le tendió la mano.

—Hola, soy Emeraude. —el chico respondió con una sonrisa.

—Soy Jason. Un gusto.

El entrenamiento empezó, y todo iba perfecto. Emeraude aprendió varias técnicas de inmovilización, pero antes de que la clase terminara, Jason se puso un poco rudo. Por un momento olvidó que estaba en un entrenamiento, y rápidamente inmovilizó a la chica, haciéndole una llave al hombro tan profunda, que casi le arranca el brazo.

La joven se levantó un poco mareada e intentó mover el brazo sin éxito. Arrastró los pies hasta Braulio, que apenas la vio, le entregó una bolsa de hielo.

—Lo vas a necesitar, Blanchard. —la joven recibió la bolsa y se la puso en el hombro.

Oss, sensei. —no se dio cuenta de la gravedad de su lesión hasta que Jason salió corriendo tras ella, preocupado.

—¿Oye, te duele mucho?

—Estoy bien, Jason. No te preocupes.

—Pero...

—Déjalo así —la cantante dio un manotazo al aire—. No me pasó nada.

—No te has visto el brazo, ¿verdad?

Emeraude respiró hondo y, para que Jason la dejara tranquila, se acercó a uno de los espejos del salón. Lo que vio, le bajó los niveles de adrenalina hasta el suelo: su hombro estaba separado del resto de su cuerpo, el brazo estaba desencajado y muy salido de su ubicación original.

En cuestión de segundos empezó a sentir un intenso dolor en todo el cuerpo, y antes de poder decir alguna cosa, la cantante se desmayó.

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