01
"La música expresa lo que no puede ser dicho y aquello que es imposible permanecer en silencio"
-Victor Hugo.
"Diez días, seis horas y cuarenta minutos para el concierto más esperado de August Beckett, ¿están emocionados?".
—Patrañas.
La palabra se pierde dentro de mi cabeza como un eco, y luego una risa; un delicado y afeminado sonido tira de mí, de vuelta a la realidad. Sin embargo, es el constante vaivén lo que me despierta por completo.
Escucho el crujir de las piedras bajo los neumáticos y el traqueteo del motor mezclado con el viento. No recuerdo haberme dormido en el coche o haber tenido una fiesta dentro.
Frunzo el ceño y voy tallando los ojos. Pero al intentar incorporarme, un hormigueo se extiende por todo mi brazo izquierdo. Y como nada puede salir bien, pierdo las fuerzas y caigo sobre algo duro bajo mi cabeza. Mierda. Ahogo un quejido mientras aprieto los dientes, ¿qué demonios...?
Está duro como una piedra.
Al segundo que me recupero, parpadeo con rapidez hasta que todo se materializa a mi alrededor. La primera cosa que veo es el techo del auto. Luego un sin fin de árboles perdiéndose por la ventana, justo arriba de mí.
¿Estamos en un bosque? ¿Por qué?
No recuerdo a Martín mencionar algún evento fuera de Gabhaden o incluso sobre las vacaciones.
Además, este no es el auto de mi chofer. Y estar echado en la parte trasera no es favorecedor. Mis piernas apenas caben en este minúsculo espacio.
Observo a mi izquierda. Hay folletos esparcidos de Krispy Donut; una mujer sonriente con una caja variada de donas, precios en ofertas y un mapa para llegar. Creo que fui una vez con Kate.
Mierda, me duele la puta cabeza.
Llevo las manos a las sienes y, con algo de dificultad, me incorporo sobre los codos hasta que estoy más o menos sentado. Miro hacia abajo.
Con más razón parecían rocas, son libros de cobertura gruesa, ¿quién compra esas cosas? Todo es digital ahora.
Noto que, además de eso, hay varias cajas pequeñas a los costados. No es de extrañar que mi metro setenta esté todo torcido.
Ya cuando quiero darme cuenta, mis neuronas empiezan a conectar los cabos sueltos; de porqué estamos en el bosque, porqué Martín no lo mencionó, del cambio de auto y de la desconocida que va al volante.
Me han secuestrado.
Un frío hormigueo recorre mi espalda y el aire queda atrapado en mis pulmones. Trago grueso. Junto mis manos para mantenerlas quietas. No sé en qué momento logré esconderme de nuevo.
Respira.
Cierro los ojos y aparto esa imagen de que posiblemente pueda morir esta noche porque, si no me calmo ahora, no podré pensar.
Palpo mis bolsillos y lo que está a mi alrededor, pero lo único que llevo encima son mis pastillas.
Debo ser muy idiota como para dejar el teléfono.
Acomodo despacio mis piernas, con el corazón golpeándome el pecho con fuerza. Ya cuando asomo un tercio de mi rostro, inspecciono el lugar tan rápido como puedo.
Hay una mochila, un par de zapatillas, tacones, ropa esparcida, una guitarra en el asiento delantero y paquetes de gomitas. Es como dicen: los delincuentes viven en su propio auto.
Fijo la mirada en el zapato puntiagudo. Es la peor arma posible, pero si se la coloco a un costado del abdomen creerá que tengo una.
Me aferro a esa idea mientras paso la mayor parte de mi cuerpo del lado de los asientos.
"Venga, pongan Begonia, la canción que llevó a August Beckett en la cúspide de su ca-"
Dejo de respirar.
La chica resopla por la mala señal para después apagar del todo la radio. A partir de ahí, el silencio se vuelve mi enemiga.
Temo que en cualquier momento revise el retrovisor y note que estoy despierto.
Controlo cada exhalación y me abstengo de tragar. El corazón me salta desbocado mientras alterno la vista entre ella y la prenda femenina.
Si esto funciona, ella detendrá el auto, le quitaré sus cosas y saldré a pedir ayuda.
Tiene que funcionar.
Extiendo mi brazo derecho e inclino mi cuerpo en la misma dirección, pero el auto hace un giro brusco a la derecha y mi cuerpo se deja llevar como si fuera un pedazo de cartón. Si no hubiese reaccionado a tiempo, mi cabeza estaría enterrada en esa ventana. Me podría haber causado una contusión cerebral o algo mucho peor.
—Ten más cuidado, casi me matas.
El coche frena de golpe y por un segundo creí que saldría disparado hacia adelante.
—¡¿Estás loca?!
La chica me observa con los ojos bien abiertos. La frecuencia de sus latidos se mezclan con los míos y es ahí cuando me doy cuenta.
Mierda.
Me congelo. Las palpitaciones pasan de repente a mis oídos y no se me ocurre una maldita cosa qué hacer. Ni siquiera puedo pronunciar una palabra.
—¿Qué haces en mi auto?
Guardo silencio. Debo haber escuchado mal.
—¿Cómo dice?
Sus nudillos se tornan blancos al apretar el timón con fuerza.
—Te lo volveré a preguntar, ¿qué haces en mi auto?
Frunce el entrecejo y sus delgados labios forman una fina línea que enmascara su temblor. Sin embargo, la severidad en sus ojos indica que puede matarme con sus maniobras automovilísticas si no le respondo ahora.
—No lo sé.
—¿No lo sabes o me estás mintiendo?
—No te estoy...—suspiro, y llevo los dedos al puente de la nariz. Me está doliendo la puta cabeza—. Mira, tú solo...no me vistes aquí, ¿de acuerdo?
Si alguien me ve o se llega a enterar de mi imprudencia, mi carrera irá en picada. Además, esto no es un secuestro y puedo irme sin problemas.
Observo por la ventana, el sol está por ocultarse entre las copas de los árboles, y la forma de sus hojas se proyectan unos segundos más antes de pintarse en la oscuridad. Resoplo. ¿Cómo pensaba escapar si ni siquiera sé dónde estamos? ¿Y hay alguien más, a parte de esta mujer, metros a la redonda? Lo dudo.
Solo tengo algo en claro: estoy jodido.
Restriego mi cabello como si así pudiera resolver las cosas, ¿qué estaba pasando por mi cabeza cuando me metí aquí?
Lo único que logro recordar es a Kate con su mano en el vaso. Las luces de colores sobre mi rostro y...
Enderezo la espalda. Siento la mirada de la chica taladrándome el cráneo.
—No sé cómo entré aquí, es la verdad.
Ella entrecierra los ojos, considerando si ceder su confianza ante mis palabras.
—No te vi cuando subí.
—Estaba en la parte trasera.
—¿Y por qué no dijiste nada cuando te levantaste?
Aparto la mirada. Siento el rostro caliente.
—Creí que me habías secuestrado.
—¿Qué?
—Es estúpido, lo sé. Tú solo... ¿Podrías llevarme de regreso a Gabhaden?
Ahora es ella quien resopla a media sonrisa.
—¿Qué es tan gracioso?
—Que creas que soy tu taxi.
Separo los labios, y luego los cierro. No tiene remedio. Ella tiene las de ganar, yo soy el intruso aquí. Pero aún así, tengo que volver. El concierto es en unos días y tengo que prepararme.
—Te pagaré. El doble si es necesario.
Frunce el entrecejo y su mirada se vuelve mucho más severa. Trago grueso.
—Esto no es cuestión de dinero —señala—. No dejaré mis asuntos para cumplir tus caprichos.
Reprimo las ganas de replicarle porque estoy seguro que me dejará botado en medio de la maldita nada si no cuido mis próximas palabras.
—¿A dónde vas?
Me observa fijamente, con desconfianza, como si así pudiera leer mis pensamientos.
—A Matuna.
He escuchado de eso, Martín lo mencionó una vez. Habló sobre caballos, comidas, las montañas y que es el único pueblo que está más apartado de la ciudad.
—Déjame en una gasolinera, la más cercana —pido, como última esperanza—. Por favor.
Cualquier mínimo rastro de comprensión fue sepultado por su indiferencia
—Siéntate adelante, August Beckett.
🎸
Hola, hola
¿Cómo están?
Siendo sincera, esto de las notas de autora me cuestan. Pero aquí estamos para hacer el intento :'D
August y Leonor vuelven a renacer. Si leíste la primera versión, verás que hay grandes cambios. Y bienvenido de nuevo.
Estaré molestándolos con preguntas al final de los capítulos, y es porque quiero llegar a conocerlos (no es necesario responder si no quieres).
Gracias por darle una oportunidad a la historia.
Se les quiere,
M
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