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Capítulo 1 - Parte 2



Erick estaba más aburrido que de costumbre. Amanda había ido por un vaso de ponche pero se entretuvo hablando con Ciara, una antigua compañera del bachillerato. El chico rio un poco al ver a la pelirroja coqueteando. <<Es malísima>> pensó con burla, <<pero se le compensa porque es bonita>>.

Sin Amanda, no tenía con quién pasar el rato. Buscó a su hermana con la mirada, cuando la encontró frunció el ceño al verla besándose apasionadamente con Víctor. Se levantó del asiento y decidió ir con sus antiguos compañeros del equipo de basquetbol pero se arrepintió en seguida cuando el inútil de Federico, por accidente, le echó licor encima de su camisa.

—Genial, Federico, tan listo como siempre —dijo sarcástico.

Los chicos, incluyendo al mismo Federico, rieron por ese comentario.

—Ya, hombre, no seas delicado. —Le dio una palmada en el hombro y siguió hablando con sus amigos.

Erick se dirigió hacia Víctor con la intención de despedirse para largarse de una buena vez, sin Amanda no la estaba pasando bien, se sentía aburrido y fuera de lugar al ver a los demás conviviendo y él estando solo.

Erick llegó junto al rubio, que tenía abrazada a su hermana, y le tocó el hombro.

—¿Qué pasa, Erick? —Víctor lo enfocó. Eva imitó esa acción.

—Hermano, ya me voy.

—¿Por qué? —Alzó una ceja.

—No es personal, tu fiesta es genial pero estoy un poco cansado, es todo.

—Vamos, Erick, no te vayas —se entrometió Eva.

—No te preocupes, Víctor te llevará a casa, ¿no es así? —Enfocó al rubio, que asintió con la cabeza.

—No es por eso, Erick, tenía mucho que no veníamos a una fiesta. Disfruta y diviértete. —A veces le preocupaba el hecho de que su mellizo seguía siendo muy reservado, al contrario de ella, que de nuevo comenzaba a abrirse más a las personas. Cuando eran adolescentes eran los chicos más populares de la escuela, hasta que empezaron a tener algunos problemas familiares como el posible divorcio de sus padres, así que comenzaron a actuar como unos chicos apáticos e insensibles. Ahora su familia estaba más que bien, la llegada de su hermanita Emilia fue una fortuna para los Quintana, pero a Eva le inquietaba que su hermano no cambiara su actitud distante.

—Es que... me tengo que ir a cambiar —señaló la mancha de licor.

—Ah, es por eso. No hay problema, agarra una de mis camisas —sugirió Víctor como solución.

La mancha era lo de menos, Erick ya se quería ir, pero vio a Víctor con tan buena disposición de que se quedara, que terminó aceptando.

—Está bien —suspiró.

—Ve a mi habitación, es la que está hasta el fondo de lado derecho.

—Entendido.

Erick subió las escaleras con fastidio y se dirigió a la habitación de su cuñado. Al abrir la puerta, alzó una ceja con sorpresa al ver ahí a Ximena, con una botella de licor casi vacía en la mano, el delineador corrido, el rostro enrojecido, los ojos hinchados y el labio inferior temblando ligeramente, ¡en verdad lucía fatal! La chica lo enfocó cuando encendió la luz pero en seguida desvió la mirada, no sabía qué hacía él ahí, sólo quería que se fuera pronto para poder seguir llorando en paz.

Erick abrió la boca para decir algo pero en seguida aplanó los labios. Pensó en preguntarle si todo estaba bien pero ella no era su amiga, el motivo por el cual lloraba no era de su incumbencia. Se dirigió al armario de Víctor tratando de ignorar los fastidiosos sollozos. No era personal pero no le gustaba que la gente lloriqueara, desde que nació Emilia lo empezó a tolerar un poco, no obstante le seguía pareciendo molesto.

Abrió una de las puertas corredizas del armario de Víctor y comenzó a buscar en los cajones. <<Pijamas... Ropa interior... ¿Dónde están?>> pensó exasperado. Por su parte Ximena, que empezaba a fastidiarse porque él no se largaba, lo enfocó. Se levantó del suelo, tambaleante, y se dirigió a él con dificultad.

—¿Qué quieres?

—¡Busco una jodida camisa! —Alzó la voz—. ¡Eso es todo!

Ximena hizo una mueca de disgusto por el tono que usó y por primera vez notó la mancha de licor en la camisa blanca del chico. Abrió la otra puerta corrediza del ropero, tomó una camisa azul cielo y se la extendió.

—Gracias —murmuró Erick.

Ximena se mareó, así que se sostuvo de la puerta del clóset y se maldijo en su interior al sentir el estómago revuelto. Al verla tan pálida, Erick tuvo que preguntarle por su estado.

—Oye, ¿estás bien?

Ninguno de los dos se esperaba lo que sucedió a continuación. La chica estuvo a punto de contestarle que sí, que no se preocupara, pero lo que salió de su boca fue un chorro de vómito; la mayor parte cayó encima de la camisa de Erick, ¡suerte que no se había puesto la limpia!

Cuando entrenaba basquetbol, el chico se jactaba de tener excelentes reflejos, pero la falta de práctica siempre te hace perder tus habilidades, así que no tuvo tiempo de reaccionar y moverse a un lado. Erick hizo una mueca de asco y Ximena se tapó la boca con su mano y corrió hacia el baño. No es que el chico no estuviera familiarizado, Emilia le había devuelto encima muchas veces, pero no es lo mismo el vómito de un bebé al de una persona en estado de ebriedad.

Erick suspiró y decidió seguir a la chica sólo para comprobar que no se matara en el camino por el desequilibrio o se ahogara con su propio vómito. Sabía lo que se sentía, no era agradable. Al entrar al baño visualizó a la chica hincada sobre el excusado, echando casi hasta el estómago. Desvió la mirada cuando notó que el vómito incluso le salía por la nariz, era asqueroso pero no podía juzgarla.

Mientras, decidió tomar un pedazo de papel para limpiar la camisa blanca y una pequeña parte de su pantalón, sólo que el color negro del mismo hacía que no se notara la mancha. La chica, que terminó de echar todo el alcohol, limpió su boca, sonó su nariz, bajó la tapa del retrete y se recargó en él.

—Por favor, Diosito, quítame este malestar, te prometo que no voy a volver a tomar y que voy a ir a misa más seguido —imploró. Ya había sentido los efectos del alcohol una vez pero no le había pegado tan fuerte. <<De seguro es por la edad>> pensó, y claro, no es lo mismo contar con quince años a tener casi diecinueve.

Erick rio un poco. Recordó que en su primera y única borrachera, en esa que también terminó embarrado en su propio vómito y Ariana tuvo que cuidarlo, también rezó y le pidió perdón a Dios por todos sus pecados.

La castaña se levantó como pudo, se dirigió al lavado y abrió una gaveta para sacar un cepillo de dientes nuevo para lavarse. Una vez finalizada esa acción, el pelinegro se acercó a ella.

—Vamos.

Erick tomó a Ximena del brazo y la ayudó para ir a la habitación de Víctor. Una vez allí, la recostó en la cama, de lado para que no se ahogara por si volvía a regurgitar, y se quitó la camisa con mucho cuidado de no embarrarse. Tomó la camiseta azul, que había dejado encima de un cajón abierto, para colocársela pero antes volteó hacia la chica para comprobar su estado. Al verla acostada bocarriba, se dirigió a ella.

—Ponte de lado —ordenó.

—No —contestó tajante.

—Vamos, ponte del lado, si no lo haces puede que te ahogues con tu propio vómito.

—¡Ojalá lo hiciera! —Pasó sus manos por su rostro con desesperación.

—Vamos, si te pasa algo y no hago nada por impedirlo, Víctor va a matarme.

—Como si le importara —masculló.

—Claro que le importas. Si te sucede algo me va a culpar.

—Nah, si se enoja contigo sólo le pones a tu hermana enfrente y se olvida de mí —dijo con desdén.

Erick frunció el entrecejo.

—Deja de decir tonterías, ahora ponte de lado.

Ximena se sentó en la cama y lo vio con atención.

—Sabes, Erick, me caes mal, eres muy molesto. —Ya no había necesidad de ser hipócritas, ambos sabían que no se agradaban, así que pensó, por su estado de ebriedad más que por otra cosa, que era adecuado decírselo.

—Es mutuo, y para que lo sepas, tú eres más fastidiosa.

—Pero admito que estás bueno —lo ignoró, colocando su mano en el abdomen marcado de chico—. Eres muy ardiente. Podría pasar mi lengua por todo esto en este momento. —Acarició el vientre del muchacho.

Erick abrió los ojos con impresión.

—Sí que estás ebria —murmuró apartando la mano de la chica—. Solo recuéstate de lado, ¿sí? —Pidió con tono amable. Por las malas no iba a llegar a nada.

La castaña obedeció a su petición. Erick se colocó la camisa azul y segundos después escuchó el llanto de la chica, que trataba de no hacer tanto ruido con sus sollozos. Por su parte, Ximena no sabía por qué lloraba, si por haber sido utilizada por Enrique, por el malestar físico o por haberse humillado frente al chico que le caía mal... tal vez por los tres motivos.

Erick terminó de vestirse y le echó un último vistazo a la chica antes de salir de la habitación. Una vez que estuvo sola, Ximena se soltó a llorar con todas sus fuerzas.




Hey, ya está la parte dos para que puedan leer completo.

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