Las paredes respiran al dormir [Parte 2 de 3]
II
Desperté. Tengo la vista borrosa pero puedo distinguir la luz de día. Tardo un rato para volver a ver con normalidad. Me voy despegando de la almohada húmeda y lo primero que siento son mis muñecas apretadas torcerse, seguido de mi espalda tensa y mis alas arrugadas doblándose en su posición normal. Las caderas las tengo casi destruidas por aguantar el peso de ese horrendo insecto, mi pierna aún me arde y me cuesta ponerme en pie al borde de la cama. La habitación está vacía y la puerta quedó abierta. Bajo mi mano hacia donde recibí el piquete, tengo un moretón pulsante que me muerde la carne. No hay duda de que papá no pueda ver esto.
Arrastro mis pies con el mismo vestido roto, cada paso que doy por el pasillo siento de nuevo ese aguijón atravesando mi piel, enterrándose hasta el hueso. Tengo miedo de que sea un veneno poderoso y me termine matando antes de que pueda volver a sentir el sol y la tierra. Por fin llego a la sala, papá está sentado en su silla. Le grito furiosa que ese monstruo volvió, que le grité para que me ayudara y nunca vino a salvarme. Él solo voltea su cabeza hacia mí con los párpados pesados y responde con un muy despreocupado "Yo no escuché nada". El coraje me ardió más fuerte que la picadura, la cual le enseñé para demostrarle que no era invención mía junto con la piel maltratada y rojiza de mis muñecas. La mirada de papá se queda fija en mi pierna que dejé descubierta al subir la falda, luego regresa a mis ojos e insiste que no escuchó nada anoche. Un nudo comienza a apretarme la garganta mientras veo a papá rascarse el mostacho y levantarse con esfuerzo de su silla. Noto que su piel está un poco más pálida de lo normal, cuando da la vuelta para rodear el mueble me doy cuenta que tiene un moretón similar al mío en el cuello. Justo entre la yugular y la clavícula. Me le acerco para verlo mejor pero tan pronto le tomo el hombro él toma mi mano y la quita encima suyo. Se termina enfadando y se va a buscar donde puede guardar el resto de las nueces.
Esa cosa visitó a papá también, debió envenenarlo al quedarse dormido en la sala. No entiendo cómo niega que hay algo con nosotros en casa y todavía que su hijo mayor no está. Planeo ir a buscarlo, tiene que estar en algún lado. Pero no puedo hacerlo si esa cosa regresa y me devora primero. El dolor está disminuyendo, aprovecho para buscar con qué defenderme hasta que me topo con un par de escobas delgadas. Llego al cuarto y pongo todas mis fuerzas para arrastrar el pesado armario de vestidos hacia el marco de la puerta. Dejo pasar unos minutos para darme un respiro y bajo el colchón al suelo, voy arrastrando la base de la cama y la dejo inclinada contra el armario. Recojo los vestidos que quedaron atrás y los acomodo sobre el colchón como una nueva sábana, donde me quedo sentada con uno de los palos de escoba en mano y apuntando siempre a la entrada.
Observo el cuadrado luminoso que la ventana proyecta en el suelo irse acercando a la puerta mientras pasa de un sólido gris frío a un púrpura tenue. El resto del cuarto está a oscuras y no tardo en escuchar las numerosas patas acercarse desde el fondo del pasillo. La madera rechina al recargarse sobre la puerta, pero esta se queda inmóvil. Las garras comienzan a raspar la superficie en un intento desesperado de treparla. Yo sigo sosteniendo con fuerza la escoba como si fuera una lanza. En seguida los muebles empiezan a sacudirse con violencia. Aquella cosa intenta entrar a golpes al cuarto de nuevo pero no consigue más que sacudir las cosas. El estruendo dura un rato hasta que lo escucho marcharse. Todo ese rato había sostenido el aliento estando alerta. Cuando el silencio volvió a habitar el resto de la casa me cubrí en los vestidos, hasta caer en un sueño profundo.
Al despertar pienso en mi hermano, en su camisa abierta por un lado. Me levanto a liberar la puerta del peso de los muebles y camino por el pasillo hasta llegar a la sala, donde veo los muebles atascados con las nueces que trajo papá. A él lo encuentro metiendo su cabeza en un vitrina, no me molesto en hablarle ni mucho menos preguntarle por Isaac. Pero eso no me detiene de observarlo; sus ropas están más ajustadas y su cuerpo un poco más gordo de lo normal.
Regreso al reloj de madera tallada donde encontré primero el calcetín. No hay engranajes detrás de las horas y las manecillas están talladas. Me agacho para ver debajo de sus patas. El otro calcetín que formaba el par estaba sucio y lleno de polvo. Detrás de este y más pegado a la pared veo una especie de guante amarillento. Mi mano alcanza el calcetín pero no el guante, así que con cuidado abrazo el reloj para despegarlo de la pared y me sorprendo con lo que descubrí tras de éste.
Primero encuentro un agujero largo y vertical tras la silueta del mueble, se abre paso por la madera de la pared hasta extenderse en un túnel que desciende hacia una especie de pozo de tierra húmeda. Por último y adherido al mueble había un enorme pliego arrugado de un material elástico y membranoso, lo único que alcanzo a distinguir es la forma de una mano. La tomo para verla mejor y el resto se estira revelando que se trataba de la piel muerta con la forma de un cuerpo. Tiene la espalda dividida en par que parte de la cintura hasta la cabeza. El rostro hueco y sin alma de esa piel eran de Isaac.
Las hadas no mudamos de piel como las lagartijas, no entiendo cómo pudo salir eso del cuerpo de Isaac. A no ser que ese insecto lo haya devorado y no dejará más que la piel. Me asomo por el agujero en la pared y la tierra se ve húmeda, lo suficiente como para verse brillosa. Al fondo se percibe una luz muy tenue y cuando meto la cabeza más profundo me doy de encuentro con un olor extraño. Al principio dulce y luego algo amargo. No hay suficiente tiempo para seguir explorando esa cavidad, la noche empieza a caer.
De nuevo estoy en mi colchón sosteniendo un palo y la puerta con los muebles encima se sigue azotando con el peso de aquel monstruo. No pasa mucho tiempo hasta que se da por vencido y se va en dirección al reloj, al túnel. Acomodo los vestidos para ponerme más cómoda al acostarme cuando escucho los mismos ruidos extraños que me quitaban el sueño las primeras noches.
Pero esta vez lo escucho justo debajo de mi. Mordiendo la madera que me sostiene y abriéndose paso desde la tierra hasta penetrar el suelo que me separa de esa cosa. No descanso tranquila con el sonido de sus patas raspando las tablas y menos con la idea de que está a unas mordidas de alcanzarme, me recuerda a la sensación de esas garras frías picando mi piel y el sólo pensarlo me provoca un escalofrío que recorre toda mi espalda.
Se detuvo. Ya no lo oigo más, pero aunque la habitación está en total silencio no dejo de sostener mi lanza improvisada con fuerza. Entonces siento algo crecer bajo mis pies. El colchón lo siento más inclinado hasta que puedo empezar a ver sus antenas viscosas y brillantes deslizarse por la orilla y casi tocar mis dedos descalzos. Voy levantando lentamente el palo para partir su cabeza, pero para cuando estoy a punto de dar el golpe todo el colchón se voltea sobre mí en un parpadeo. Quedo aplastada bajo el mismo y enredada entre los vestidos. Al borde del suelo puedo ver las patas erguidas del asqueroso insecto irse acercando, seguido de sus labios escamosos abriéndose a forma de una cruel sonrisa maliciosa.
Usando todas mis fuerzas me levanto contra el colchón y busco enterrar el palo en su hocico pero esa cosa lo parte a la mitad con sus mandíbulas. Con la mitad afilada que me queda en las manos trato de alejarlo de mí, caminando en círculos a lo estrecho de la habitación. Él sólo camina por los lados, sin quitarme la vista encima por un instante. Sus antenas vibran junto a un siseo grave que suena en tono burlesco. Por no dejar de vigilarlo no me doy cuenta de que estoy por estrellarme contra el armario y es en ese instante que bajo la guardia que veo por la perilla del ojo la silueta enorme, oscura y grotesca del insecto lanzarse contra mí.
Al tener su cuerpo pulsante sobre mí, enseguida tomo el palo roto con una mano y lo estrello contra su ojo izquierdo. La criatura grita y se retuerce detrás suyo mientras su cara chorrea un líquido igual de negro que su ojo perforado. Con una de sus patas se golpea la cabeza hasta arrancarse el palo, al igual que una ardilla rascando su nariz pero con dolor. El insecto no tarda en volver hacia mí y me patea las rodillas. Con la fuerza no puedo evitar caer al suelo y de ahí siento cómo las mandíbulas me sostienen el cuello, así como los numerosos dientes me raspan la nuca.
Unas cuantas gotas de sangre comienzan a recorrer mi pecho desde el cuello. Se siente como sudar muy caliente y espeso. Me asusta llegar a dar un movimiento en falso por miedo a que me arranque la cabeza o esas mandíbulas aprieten lo suficiente para matarme. Todavía sosteniéndome me tira para aplastar mi cabeza contra el suelo. De nuevo sus patas buscan mis tobillos y manos para sostenerme. Lucho con toda mi energía para intentar soltarme pero con el puro peso podría romperme los huesos fácilmente.
Su aguijón vuelve a insertarse bajo mi muslo, en el mismo punto donde me había picado la primera vez. Pero el veneno avanza más lento esta vez. Ya no hago esfuerzo en moverme, el monstruo se da cuenta y me voltea boca arriba para mirarme de frente. Su abdomen palpitante me pasa por encima y me recorre todo el torso hasta resbalarse entre mis piernas.
Cómo quisiera que quedara inconsciente más rápido y librarme de esta incómoda y repugnante sensación. Sus patas traseras y delanteras me sostienen los brazos y las piernas, mientras que el par segundo pasa sus garras por mi vientre. Ya no siento nada por debajo de mi cadera, pero sé que su abdomen se está moviendo entre mis piernas, lo puedo ver aún con la cabeza acostada. Frente a mí está su rostro alargado, su ojo herido y hundido sigue húmedo por la lesión que le causé. Los labios se abren y cierran en un hiperventilado siseo.
Algo está mal. Algo dentro de mí se está moviendo. El estómago está dándome vueltas y puedo ver y sentir la piel de mi vientre retorcerse desde el interior hacia fuera. Duele, mis manos se ponen tensas y quiero gritar, llorar y gritar. Pero no tiene caso ya que sólo ese espantoso monstruo me va a oír. Comienzo a preguntarme si es mejor que me mate a que haga lo que sea conmigo. Apenas puedo sentir el pecho, o la cara. Sólo sé que mi vientre se sigue moviendo mucho y que mi vista se está cansando. Ese rostro salvaje se va envolviendo en completa negrura.
Despierto en la madera del suelo, justo a lado del agujero por donde entró el insecto anoche. Las piernas las siento horrendamente pesadas y apenas con fuerza. Mi estómago arde y la piel de mi pecho y vientre está roja con ampollas. Estoy cubierta de algo espeso y que me da una comezón terrible. Me paso las manos por los hombros para rascarme y me doy cuenta que mi piel comienza a quebrarse y caer. Me detengo y tomo uno de los trozos levantados de mi cuerpo, lo estiro con cuidado y termino sacando miembros enteros de mi cuerpo en piel muerta. Mis uñas están más afiladas de lo normal y tienen una coloración oscura. De mis codos brotan pelos muy duros que terminan en una curva punzante, como espinas de una planta, o de un insecto...
Los muebles que bloqueaban la puerta estaban hechos trizas. Donde estaba el marco ahora había un hoyo. Debo seguir buscando a mi hermano, pero tengo muy poca energía. Me dirijo a la sala para comer un poco de la nuez que papá pasó tanto tiempo guardando. Tomo un trozo grande y empiezo a darle mordidas con prisa. Unas migajas caen al suelo y una en particular rueda hasta un charco que se extiende hacia otros muebles en el comedor. Lo voy siguiendo hasta dar con otro agujero más grande bajo la mesa, donde me esperaba la perfecta silueta de mi papá vacía en el suelo como otro saco de piel. No me cabe duda de que tanto él como mi hermano estarían abajo, quizá a merced de esa criatura.
Asomo mi cabeza por la orilla y me abro paso a gatas por el conducto de tierra húmeda y terriblemente fría. Por lo mojada que está la tierra mis rodillas y manos se van hundiendo, cada paso que doy el olor pasa de ser dulce a más amargo y viceversa. El rocío que posa en las paredes y el techo del túnel refleja la luz de un espacio más amplio que espera más adelante. Una vez ahí, volteo arriba para ver la fuente de luz: un enorme trozo de vidrio incrustado en la tierra, donde reposa la misma niebla que se mueve en espiral contra mi ventana.
En medio de la caverna excavada está una crisálida abierta por la parte superior. Se parece bastante a un hongo largo, de esos que tienen una cubierta redonda y gorda, era en esa punta donde se rompió y salió lo que fuera que creció dentro. Me acerco a revisar el interior, está totalmente hueco pero me doy cuenta de que en las paredes amarillentas y membranosa estaba impregnada como una sombra el rostro, la silueta de los dedos y pecho de Isaac. El insecto nunca lo devoró, de mi hermano salió ese monstruo.
Detrás de la crisálida la tierra se extendía en un par de túneles, uno de ellos seguía el mismo rastro viscoso que encontré en la sala. Vuelvo a caminar a gatas dentro del agujero hasta que topo con una pared; el túnel continúa hacia arriba. Me esfuerzo para levantar mis piernas y empezar a trepar en esa dirección. El cuerpo me arde cuando se raspa o acaricia tan siquiera con la tierra y las espinas se hunden como agujas contra mis huesos . Escucho un murmuro extraño venir del otro lado. Estiro mis brazos para sostenerme de la madera y subir.
Mi cuarto. Este era el mismo túnel que usó el insecto para dar conmigo anoche. Los ruidos se vuelven más claros: alguien o algo estaba masticando lento pero fuerte. Giro la cabeza, aún con medio cuerpo metido en la tierra y veo algo largo y cilíndrico que respiraba debajo de todos los vestidos tirados. Frente a mí estaban las prendas rotas que vestía papá. Quizá el monstruo decidió comérselo. Me levanto con cuidado para no llamar su atención, pero una de las tablas del suelo rechina bastante fuerte.
Aquella cosa se levanta dejando caer las faldas que la cubrían; No era la misma criatura. Era una oruga gorda, pero no era como ninguna que había visto; tenía un solo par de patas y en vez de ventosas tenía unas manos con tres dedos gruesos, la piel no era verde ni lisa sino del mismo color que la mía y grasosa. La piel de su cabeza era transparente, podía verse a través de ella a un cráneo con ojos huecos flotar en medio de una baba gris. En vez de colmillos o mandíbulas tenía por boca dos hileras de dientes perfectamente idénticas a las de un hada común, con las que masticaba la mitad de la piel mudada de mi cuerpo. La figura vacía de mi torso con el vientre inflado, mi pecho, brazos y cara de ojos huecos queda colgando de su boca. Justo debajo de una línea de espinas negras que vibran sobre los dientes, dando la apariencia de un mostacho monstruoso.
Esas espinas peculiares, la ropa rota de papá, el rastro viscoso que seguí desde el almacén...
Papá.
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