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Capítulo 6

Rod toca mi puerta dañada con insistencia, escucho los golpeteos fuertes y sé que es él. Es una de las personas más intensas que conozco.

—¡Gabriel! No tengo toda la noche —grita detrás de la madera de la entrada.

Me acerco al picaporte, lo tomo para dejarlo entrar. Siento su forma de empujarme con vigor. Sus pasos adelantados, el entrecejo fruncido y la rapidez de sus movimientos me indican lo ansioso que parece.

Me contagia con inmediatez su estado de alerta, ese modo de supervivencia que tienen los policías cuando presienten que algo va a sucederles o alguien que conocen.

—¿Qué pasó? Dijiste que vendrías a ayudarme —comento por lo bajo, buscando una explicación a su lenguaje no verbal.

El hombre remueve el maletín que trae de su espalda y lo vacía en el suelo. Seguido, se agacha y se revuelca hasta encontrar un folder con unas páginas. Se levanta, relame sus labios de forma nerviosa. Luce inquieto, hiperactivo.

¿Habrá ingerido...? No, no, es policía.

—Tengo algo que mostrarte. —Mira a ambos lados de la habitación antes de pronunciar algo—: LéeloLeelo. ¡LéeloLeelo!

En las hojas blancas viene un registro con el rostro de Fernanda.

«ACTA DE RECEPCIÓN DE DETENIDO POR ARRESTO

Dependencia policíal: 4593, Corredores.

Fecha: 23/08/2013 Hora: 7:30

DATOS DEL ARRESTADO (S)

Apellido paterno: Ramírez Apellido materno: Cáceres

Nombre (s): Lucía María

Documento de identidad: Cédula_X_ Extranjero ______ Pasaporte ____

Sexo: M___ F__X__ Otro ___

Lugar de Nacimiento: País: Costa Rica Provincia: Guanacaste

Distrito: Liberia

Dirección domiciliaria: 100 mts del Antiguo Salón Ferro, casa portón azul.

Ocupación: Secretaria ejecutiva. Estado Civil: Soltera.

Nombre del padre: Humberto Ramírez Goya Nombre de la madre: Rhea Cáceres Torrez

Teléfono de contacto: 27890900 Correo electrónico: luracá

DATOS DEL ARRESTO

Fecha: 22/08/2013 Hora: 15:45 Lugar: Oficentro Ripley

Motivo y circunstancias del arresto: Consulte el reporte del oficial Mata».

—¿Qué es esto, Rod? —pregunto, apretando el papel en mi puño—. ¿De dónde lo conseguiste? Sé que se parece a ella, pero no puede ser.

—Trabajo en la estación de policía, ¿lo olvidas? —bufa y desvíadesvia los ojos hacia el techo—. Tu chica está en el registro, condenada por asesinato a su ex pareja.

—No puede ser verdad...

—Lo es. El informe lo deja claro, mas no fui capaz de sacarle una copia. ¿No estás enfadado con ella? —interroga con un rostro de indignación—. Si no está presa, algo huele mal. ¿No te parece extraño que haya cambiado su nombre?

Doy un par de pasos, nervioso, formando un círculo de preocupación y desesperación. Mi cabeza no se siente bien, los pensamientos se entremezclan. Es absurdo.

Rod quiere ihacernos parecer culpables de los crímenes. ¡Sí! ¿Sería capaz de falsificar los documentos? ¡Él los habría manipulado! Desde la estación, sería muy sencillo cambiar una foto para hacerme sospechar de Fernanda.

—¡No! —exclamo con el ceñoseño fruncido y los brazos cruzados—. Quiero que te vayas. No permitiré que me llenes la mente de ideas locas en contra de mi pareja.

—Estás ciego. No intento hacerte daño, solo he tratado de ayudarte cuando todos te creen un demente. —Rod me da la espalda y suelta un largo suspiro—. Comprendo si deseas tanto aislarte, te voy a dejar. Yo me ocuparé de Katherine.

Pongo mi mano sobre su hombro y le digo:

—Voy a resolver esto yendo a la policía —Cierro mis párpados y respiro hondo.

—Como quieras —declara con neutralidad en su voz.

Rod remueve mi tacto de su cuerpo y se marcha azotando la puerta.

Él no puede protegerla solo, lo matarán. No quiero ir a pedirles ayuda a esos uniformados, aunque en ocasiones es lo que se debe hacer. ¿Cómo he acabado en esto con Rod? Tal vez llegué a sentir que me apoyaba, que se había convertido en mi amigo...

Antes de hacer algo, debo hablar con Fernanda.

Salgo de la casa y subo a mi auto. El trayecto es oscuro, por los grandes árboles que cubren la ciudad. La madera achica el camino, crea un túnel en mi visión que me impide ir más allá. Y detrás, viene un carro color negro que levanta sospechas. Sostengo el volante con fuerza, apretando con mis pulgares el interior de la rueda y suspirando.

¿Jhon?

Parpadeo un par de veces y ha desaparecido. La carretera está limpia, pulcra y vacía hasta que doy la vuelta en la calle María Manca y lo veo de nuevo. Se ve muy real, sus ruedas tienen el reflejo del sol, la pintura está dañada y las ventanas brillantes. No puedo estarlo imaginando. Es imposible ojear al conductor, no entiendo la razón. Va detrás de mí de nuevo, así que acelero con disimulo, pero resulta ser inútil.

Siento cómo la parte delantera de su auto se acerca a la trasera del mío. Siento el sudor bajar por mi frente y me estremezco.

No de nuevo, no es posible que me estén persiguiendo. No otra vez, Sara.

Quito una de las manos del volante para proporcionarme una cachetada con fuerza, lo que resulta en que pierda el control. Ni siquiera medí la velocidad a la que iba y el cuero es incontrolable. Produzco movimientos bruscos que me llevan a colisionar con un árbol y perder el conocimiento.

Horas después, lo sé porque contemplo el reloj justo delante, despierto en un hospital.

La cabeza me palpita, apenas si puedo abrir los ojos y el cuerpo es insoportable de cargar. No sé cuanto habré estado dormido y tampoco tengo tanta claridad mental. Realizo movimientos leves, intentando no desgastarme o lastimarme. Estoy en una camilla blanca, que se siente metálica, junto a mí hay una mujer de cabello platinado corto, con lentes y un palillo de dientes en la boca. Al notar que me encuentro con los iris entreabiertos se aproxima hacia mí.

—¿Gabriel? —interroga Cici con lentitud—. ¿Cómo te sientes? ¿Puedes hablar? El doctor dijo que podrías tardar un poco.

Trago con vigor y me esfuerzo por vocalizar. Es como si me hubiera quedado atorado por los golpes. Con mi mano alcanzo un poco de agua de un vaso que se ubica a mi derecha y lo tomo.

—Me he sentido peor. —Suspiro y la miro fijamente—. ¿No has escuchado? Todos los escritores estamos destinados a ser torturados por la vida. Parte de mi castigo es no escucharte gritando ahora mismo.

Carcajea un poco, aliviando la tensión.

Sostengo el vaso con agarre, esperando no tirarlo.

Un hombre de bata blanca aparece con un cuaderno en la mano derecha y un lapicero en la mano izquierda. Observo sus cejas colocarse en posición de preocupación. Contempla a Cici unos segundos y luego me fija en sus pupilas para dedicarme unas palabras.

—Me alegra que despertara. —Sonríe en un segundo y retoma la seriedad—. Sr. Atenas, la enfermera vendrá a revisarlo muy pronto. Sin embargo, en lo personal quería tratar un tema delicado con usted.

Cici sujeta sus pertenencias y deja el lugar.

—Dígame, no sé si sea el mejor momento, aunque usted es el especialista. —Suelto en forma de reclamo, me siento mejor sobre la cama.

—En su expediente, su psiquiatra ha logrado dejar cada página con notas sobre su esquizofrenia paranoide e indica que siempre se le debe realizar un examen de sangre, en caso de que sea ingresado. En este caso, dicho procedimiento es mandatorio para analizar sus lesiones. —Realiza una pausa y continúa leyendo—: Lo llamamos para corroborar los resultados y nos comentó que era extraño que no hubiera rastros de medicina en su sangre. ¿Usted se encuentra en tratamiento?

Soy un estúpido.

En ese instante, recordé sus palabras: te lo dejo al borde de la locura. El cuento del pato estaba en mi botiquín porque Jhon estuvo allí.

¿Cómo no pude revisar mis pastillas un millón de veces? ¡Un error de principiante!

Aquí, en mi encrucijada de película de terror, me doy cuenta de que el aumento en mis confusiones, solo era producto de la falta de la medicación.

—Pensé que todo estaba bien, pero tendré que llevar a revisar mi medicación. —Bajo la mirada con decepción—. Tal vez no la he tomado por un par de días.

—Debería llamar a su encargado del área de salud mental, aunque podría asegurarle que en compuestos tan fuertes, un par de días usualmente no causarían mayor conmoción. Fuera de esa situación, es mejor que se quede el día de hoy para asegurarnos que no hay ningún problema. —El hombre castaño sonríe y se marcha.

Exmino mi situación con detenimiento. He tenido suficiente sufrimiento por mi padecimiento, ha afectado mi vida en cada uno de los aspectos que se tiene.

Estiro mi brazo para dejar el vaso cristalino al lado contrario y me encuentro con el libro maldito: el diario de tapa dura. Parece que me persigue a donde quiera que voy y que aparece cuando no tengo a quien mostrarselo.

Me acecha, como una presa en la noche, carcomiendo mis pensamientos como un gusano, devorando mi cordura en pequeños trozos de materia gris.

Sin embargo, estas páginas son las únicas que me liberarán.

Decido descansar de esa horrible situación en la que me coloca Jhon por al menos una noche y me volteo, cerrando mis ojos para caer en un sueño profundo.

Sin medir el tiempo, alguien toca mi hombro.

Es de la forma que nadie parece poder dejarme un solo segundo.

—Amor —susurra en mi oído, mientras sitúa su mano sobre mí.

Fernanda, no quiero traerlo a colación de inmediato.

Prefiero guardarme algunas cosas hasta que sea el momento de comentarlo.

Abro mis párpados con delicadeza y dirijo mi cuerpo en torno al suyo. Se nota tan alegre que es inevitable abrazarla de vuelta. Sentirla otra vez me produce alivio, sujetarla contra mí me da una sensación de realidad inigualable. Sé que está aquí, puedo palpar sus huesos y su carne.

—¿Estás bien? ¿Qué te dijo el doctor? ¿Por qué chocaste? ¿Le reclamo a alguien? ¿Ya te revisaron? —Con sus dedos toca todas las partes que componen la cama en la que me encuentro y sus preguntas me atropellan.

Existe una ternura en la manera que lo escupió, con genuino interés y preocupación por mi estado. Sus pupilas revolotean, aparentan buscar errores o algo fuera de lo común. Su bolso se balancea en su hombro de un lado a otro y sus argollas chocan con su cabello, por lo que lo coloca detrás de su oreja derecha.

Es tan detallada y tan valiosa. ¿Cómo pensar en que pudo haber empuñado un arma? ¿Cómo razonar en la frialdad de su corazón para asesinar?

—Tranquila, me ordenaron quedarme toda la noche, mañana me darán el alta a primera hora. —Relajo mi expresión para transmitirselo.

—Me asustaste. —Sus lagrimales se llenan—. Gabriel, yo no he querido presionarte, lo siento si has sentido que me he distanciado de ti. Entiendo que tienes temporadas complicadas, solo quería que tuvieras el espacio que ocuparas.

—He sido el responsable de nuestro distanciamiento, mi vida se ha puesto al revés y no he honrado nuestro pacto de no mantener secretos —confieso tranquilo.

—¿Por qué no insistí? —Solloza con fuerza, sus gotas caen en las sábanas—. Si hubiera estado contigo...

Es imposible que mate si quiera una mosca.

—No te culpes, he sido el que no atiende el teléfono —aclaro con calma y el tono por lo bajo—. El choque no fue por nada de eso. Pensé que me estaba persiguiendo un auto negro, al final, perdí el control y me estrellé.

Su semblante está implantado de duda, una que baila por la curva de sus cejas y termina en los labios apretados que se posan bajo su perfilada nariz.

—¿Crees que pudo haber sido una alucinación? —inquiere con el brillo sobre sus iris cafés.

Me tomo mi tiempo para responder, pero las palabras nunca salen de mis labios.

No estoy seguro.

—No lo sé. Nada de esto debería estar pasando —replico con furia leve—. Necesito que vayas por mi carro, lo tendrán en tránsito. Quizá eso nos dé, por fin, una pista de la veracidad de mis recuerdos. 

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