Capítulo 3
—¿Cómo en las películas? —preguntó Rod riendo a carcajadas.
Doy unos pasos hacia mi computadora portátil y la tomo, llevándola a la mesa principal. La enciendo y busco alguna página web que ayude a descifrar el misterio. Christian, uno de mis amigos escritores, me recomendó un sitio en caso de que me atreviera a redactar una novela de misterio o similar. Aunque nunca lo hice.
—Sí, debemos encontrarla lo más pronto posible. —Tecleo con fuerza, digitando las tres palabras que rondan mi cabeza sin cesar—. Mira, estas son todas las combinaciones que podrían formar algo coherente con la pista que nos dio. ¿Te parecen conocidas?
Mis ojos bajan poco a poco por las uniones de letras que continúan de forma infinita. No tienen sentido, las frases que han sido elaboradas son ambiguas o no se relacionan. Rod las ve con el ceño fruncido y mostrando la hilera superior de su dentadura.
Uno de los vocablos llama mi atención: Fontana. He escuchado sobre eso, pero no lo recuerdo. Intento navegar en mis conocimientos averiguando respuestas. Rod tampoco parece saber nada. Juraría que lo he oído en la boca de alguien o en la tinta de un lapicero.
¿Sería un lugar, un evento o estaré perdido?
Ese asesino lo hace para divertirse y me mantiene con los vellos de punta en todos los sentidos. No puedo pensar en nada más, ni siquiera en el libro que estoy trabajando. Así que, luego de golpear la mesa de la frustración, introduzco Fontana en internet y me aparecen distintas locaciones de Estados Unidos, pues, al parecer, se ubica allá.
¿Por qué me enviaría Jhon una pista que se encuentra tan lejana de mí?
No suena lógico. También aparece una farmacia, un bufete de abogados con ese nombre. Ninguno es lo que estoy buscando.
—Estás loco, Gabriel. —Rod me da la espalda—. ¿Y si nada de esto te lleva a un hombre misterioso? ¿No lo has pensado?
—Es real, ¡¿qué más te tengo que decir para que me creas?! —grito con el corazón acelerado y me levanto del asiento, dejando el portátil en la mesa—. ¡Tienes las pruebas frente a ti!
El hombre hace una pausa que acrecienta la tensión y dice con un tono débil:
—¿Has tomado tu medicamento?
La pronunciación de esa oración fue todo para mí; el punto culminante. Estoy consciente de que mis crisis han afectado a quienes están a mi alrededor y he temido heredarle a Katie mi padecimiento desde que la tuve en mis brazos por primera vez. Aun así, es abrumador tener que justificar cada pequeño acto, ya que siempre se presume que he recaído.
Mi rostro desciende a tres metros del suelo o más allá si es posible. No puedo mirar a Rod, pero escucho su respiración suave y quieta, añadiendo incomodidad a la atmósfera.
—Te pedí ayuda para que colaboraras en salvar una vida, no para que vengas a cuestionarme. Si no vas a cooperar, te puedes marchar —aclaré con firmeza, estableciendo mi poca autoridad en la situación. Si trabajaremos juntos, debería tenerme algo de respeto, uno que nunca ha tenido—. ¡Adelante! Revisa los antipsicóticos y verás que todos ellos han sido tomados como debe ser. ¿Crees que lo disfruto? Porque es tan divertido molestar a Amanda en la madrugada para saber si está en casa o se dirige a la mía para matarme.
»No te preocupes, yo no inventé este libro para crear una falsa idea de que me persiguen de nuevo.
—¿Y me culpas por dudar? Mira, lamento si fui grosero. Pero acordamos ser amigos por el bien de Katherine. —Sus hombros caídos revelan la carga tensional y suspira con vigor antes de continuar—: El año pasado, me llamaste porque creías que tu vecino planeaba robarte. Incluso llegaste a declarar en la comisaría que todas las noches te esperaba detrás de los arbustos o que hablaba de ti con la vecina de enfrente para atacarte. ¿No tengo derecho a dudar? —Suelta un suspiro de decepción—. Gabriel, no eres un santo.
Rod se encuentra afectado, su frente gotea con el sudor salado que recorre su rostro, mientras su respiración se vuelve cada vez más rápida y superficial. La agitación y la furia se reflejan en sus gestos. También me siento abrumado por la situación, mis orejas arden y mi garganta está seca como el desierto.
Un ceño fruncido se apodera de mi rostro, tanto que llega a doler.
A pesar de ello, reconozco que Rod tiene razón.
—Guárdate el sermón. Mi salud mental está en su mejor punto, deberías preocuparte por tus asuntos. —Finalizo con ello el tema—. Vete ahora o quédate a investigar; sin tocar el asunto.
»¿Fontana no te suena? Siento que lo he escuchado en alguna parte, solo que no lo recuerdo. —Cierro los ojos tratando de visualizarlo, es imposible.
—Creo que sé qué puede ser, déjame y llamo a Amanda —pronuncia y se marcha a la habitación contigua.
Necesito tomar aire, la conversación ha sido calurosa y tensa. Mi cuerpo entero se encuentra encogido, como si tratara de protegerse. Mi cabello está por completo húmedo. Así que me acerco a la ventana que hay en el comedor y abro las celosías jalando de la palanca. Pero, al correr, la cortina vislumbro una silueta de alguien alto con capucha.
No se mueve, no se inmuta, nada más se queda mirando tras lo anónimo que permanece. Refresco las pupilas; sin embargo allí continúa con su fija presencia que me atormenta. ¿Es real? ¿Se arriesgaría tanto? ¿Desea con tanta fuerza verme sufriendo que viene hasta acá? No, no puede ser.
—¡Rod! —exclamo con pavor.
Mi voz tiembla y mi cuerpo es incapaz de moverse.
Escucho sus pisadas, aunque soy una estatua. Toca mi hombro llamando mi nombre. Y por fin lo puedo contemplar.
—¿Qué pasó? —pregunta zarandeándome; su rostro permanece neutro.
¿Lo habrá visto?
—¿Lo viste? —Observo al frente y ha desaparecido.
—¿Ver qué, Gabriel? —Baja las cejas arqueándolas y produce una media sonrisa.
—Se acerca, ¡puedo sentirlo! Tenemos que encontrar a esa persona ahora mismo —Abro mis ojos, remuevo sus manos de mis hombros y lo empujo.
—Escucha, tienes que tranquilizarte. Tengo algo que puede ayudarnos. —Toma asiento en mi mesa y cruza los brazos—. Amanda heredó un terreno de su abuela el año pasado. El lugar es un lote baldío donde solo hay hierba que no ha sido cortada en meses.
—¿Y eso qué tiene que ver con el anagrama? —pregunto desesperado, con las palabras saliendo escupidas.
—Está en la Calle Quintana Sur. Al referirte a Fontana, en realidad te equivocaste, aun así, fue útil. —Encorva la ceja derecha y fruncie los labios con duda.
—Rearmaré el anagrama para probar si coincide.
«ANCLAR ESQUELÉTICO VOLUNTARISTA»
«CALLE QUINTANA SUR LOTE VACÍO TRES»
¡Eso es! Todas las letras se acomodan, ¡qué estúpido he sido!
—¡Debemos ir ahora mismo! —ordena Rod con un tono alentador, existen pistas de emoción.
Ambos nos levantamos y nos dirigimos a su auto. El sitio se encuentra muy cerca, no tardaremos mucho en llegar. Es penosa la espera que se carcome el vehículo, corroe las puertas de la cabina.
Al subir, está mucho más sucio que lo recuerdo. En mis pies quedan restos de comida o papeles que se limitan a la parte delantera. El espejo de la visera está roto y el parabrisas está borroso. Solo hay una gran mancha de claridad en frente del asiento del conductor.
—¿Por qué crees que me eligió? —cuestiono con la cabeza baja—. Apenas me leen las personas, no sirvo para esto y menos crearé su obra maestra.
Rod me observa un segundo con el rabillo del ojo y declara:
—No eres malo, he leído tu material. Solo que está vacío, no parece ser de nadie. —Eleva los labios con lo que parece vergüenza. Su posición corporal lo delata—. Es como si tus libros de romances idílicos fuesen hechos por el aire.
—Lo sé. —Asiento—. Jhon no me ha pedido que redacte una palabra. Supongo que eso significa que no estoy listo para ser digno de su historia. Tal vez este lugar nos revele algo.
A lo largo de una entrada solitaria se ubica lote baldío.
La noche ilumina el enorme pasto sin cortar, las telarañas y la tierra recién mojada por la lluvia.
¿Qué quiere el asesino con este lugar? No es lógico. ¡Piensa!
—¿Crees que encontremos alguna pista o...? —Rod deja la frase a medias.
¿A la persona muerta?
Lo consideré, no puedo negarlo. Aunque no sería coherente decirme que busque y luego matarla.
—Debe ser algo que no estamos viendo —afirmo sin tener idea de que pueda ser.
—Está enlodado, si el loco dejó algo por aquí, se lo tragó la tierra. —Expresa con pesar, hunde su comisura derecha y levanta su ceja izquierda con decepción.
Desciendo del auto e introduzco los zapatos hasta el fondo, la tierra está pesada. Con cada paso que doy mi cabeza se revuelve. Con las manos indago los minerales; mi mente está en absoluto caos.
¿Sara? Escucho su voz ¡¿Sara?¡ Yo te salvaré, te sacaré del auto.
Comienzo a correr con desesperación por todo el terreno, tocando objetos enterrados y sosteniendo el barro entre mis manos. Se siente pegajoso, sucio e irreal.
Te oigo, Sara, ¡deja de gritar! Te podré encontrar, lo prometo. ¡Busca! Tengo cinco minutos a lo máximo o morirá ahogada.
El barro inunda mis ojos y nubla mi vista. Llueve a torrentes, los zapatos se hundieron por completo y comienzo a cavar sin control.
—Sara, no te puedo ver —expreso al aire con tristeza, al borde de las lágrimas.
Rod me toma de la espalda con fuerza e intenta sacarme de allí. Lo golpeo con los codos un par de veces, lo empujo y no me detengo de moverme. Me saca arrastrado del lote y me proporciona una cachetada.
—¡Gabriel! ¿Qué te pasa? —cuestiona con enojo en los ojos.
Todo es muy confuso, los parpadeos, no ver, Sara gritando. Fue como si reviviera todo.
—Te juro que sentí que Sara me llamaba, yo pod...
—¿Quién es Sara? —inquiere con el ceño fruncido.
—Mi hermana —respondo con seriedad, plantando mis luceros en los suyos.
—¿Ella es la víctima?
—No, está muerta. Hace unos años viajamos a la playa de paseo. Yo manejaba, estaba un poco ebrio, no había tomado mis pastillas en un tiempo. —Exhalé con fuerza y culpa—. Pensé que el camión que venía atrás nos chocaría, que los contrataron para matarnos. Imaginé que Sara y sus amigos, en el asiento trasero, hablaban mal de mí.
Con la mano toco mi frente, las palabras arañan en su camino afuera. Rompiendo todo a su paso.
»Perdí el control y caímos a un estero lodoso. Murieron Sara y otros tres chicos. Creí que la salvaría, pero no pude. No fui capaz. ¡Soy un cobarde! ¡La abandoné en ese sitio! Todavía oigo sus quejidos en las noches o cuando hay lluvia. Por eso no puedo dejar que muera, no soy capaz de sostener una segunda cruz.
Pierdo la batalla contra la voluntad y suelto lágrimas incontenibles. No he hallado nada y solo he logrado restablecer recuerdos dolorosos en mi memoria inmediata. Rod me da un par de palmadas en la espalda y me dirige a su auto.
Sara no me dejará nunca.
—Es mejor que volvamos a tu casa. —Me suelta, sube, y camina al asiento del conductor—. Descansar te aclarará la mente.
Conduce un par de minutos en los que pierdo la atención de lo que me rodea. No percibo nada, el tiempo va más lento y las palabras no escapan mis labios. Al llegar, Rod me auxilia en mi trayecto al pórtico, abro la puerta de mi casa y hay una nota en el suelo.
«¿Fue divertido? Saluda a Sara de mi parte»
«Vuelve mañana y te entusiasmarás con las huellas blancas»
¡Maldito! ¡No había nada en ese lugar! ¿Cómo sabe lo de Sara?
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