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Capitulo 2


Estar quieto no ha resuelto mis dudas, en todo caso, solo acrecienta más mi paranoia. Siento que la persona que escribió ese libro me persigue. Incluso si estuviera manejando, todos parecerían observarme y seguir mis movimientos.

Cualquiera podría ser él.

¿Por qué yo? Un escritor con apenas éxito y una familia dividida. Mis libros ni siquiera son de misterio, más bien romances combinados con situaciones reales. Es injusto. 

He tratado de hacer todo por el bienestar de mi hija y así me paga la vida. He dejado el trabajo, me he mudado para estar cerca y he rechazado un puesto importante. 

¡Maldita sea!

Doy varios pasos hasta las ventanas y me asomo por las hendiduras que se crean entre las cortinas. Reviso las calles, algún sospechoso o un auto inusual; no hay nada. Tal vez el misterioso criminal quiere atormentarme de otra forma, sin tocarme, o ya lo habría hecho de así desearlo. 

Me siento en la silla del comedor, junto a la mesa cuadrada oscura y a los otros espacios que nunca se ocupan. Allí lo he puesto, sobre la fría madera, esperando a que resuelva su enigma. Lo miro por unos minutos, ilusionándome con que me revele lo que esconde. Lo tomo entre las manos y acaricio la maldad que lo rodea.

Lo abro en la tercera hoja.

«¡Felicidades! Si estás leyendo esto se debe a que decidiste continuar. Me alegro por ti, querido amigo. Te contaré un poco sobre mí, antes de empezar, este será un proceso tedioso. ¡Más vale que seamos cercanos! Bueno, mi nombre es algo que está lejos de lo permitido, aunque puedes llamarme Jhon.

Soy psiquiatra de profesión, me titulé en una universidad que está fuera del país y nunca convalidé mis estudios cuando me mudé. Quise comenzar de cero, con otra vida que me llenara de verdad. Estuve muchos años cambiando de oficio o estudiando materias que no me dirigían a donde quería ir, hasta que me di cuenta de que mi mayor anhelo es ser objeto de devoción y tú me ayudarás con eso, Gabriel. Por eso debemos rearmar las letras para encontrarle sentido a la vida».

«ANCLAR ESQUELETICO VOLUNTARISTA»

¿Qué quieren decir esas tres palabras?

La vida de una persona cuelga en mis manos, su corazón se sostiene entre mis dedos. No sé qué debo hacer o cómo comenzar. Sostengo una libreta que se sitúa frente a la encimera de la sala y agarro un lapicero junto a ella para escribir algunas cosas. Empiezo a garabatear palabras, ideas de qué sería posible a fin de no estar tan afectado por la situación.

¿Y si lo correcto es ir a la policía?

Aunque me esté arriesgando a ser responsable indirecto de una muerte, lo más probable es que con su ayuda logre encontrar a la siguiente víctima. Debe haber un patrón entre todos sus atacados, como en las películas de misterio. No ansío ser el personaje principal que corre hacia las autoridades y termina en el más allá.

Debo proteger a mi hija sobre cualquier cosa.

Katie se aproxima hacia mí en ese momento. Observo en su rostro la inocencia, la ingenuidad y el calor que le ofrece la niñez.

—Papá, ¿por qué estás triste? —suelta casi en un suspiro con dulzura, alza las cejas y levanta los labios—. Teddy te quiere dar un abrazo para que te sientas mejor.

Arrima el osito color turquesa hacia mí y rodea sus brazos en mi torso. El gesto me saca una pequeña sonrisa de ternura y devuelvo el acto. Las delgadas fibras del peluche quedan atascadas en mi abrigo.

—Gracias. —Sonrío de vuelta—. ¿Qué dices si vemos una película?

—¡Sí! —exclama de emoción a la vez que da un brinco.

—Déjame hacer una llamada y ya te alcanzo en la sala —digo con un tono cariñoso.

La miro dar cortos saltos hacia el sofá verde, sostiene a Teddy en lo alto de su cabeza. Verla tan radiante, solo hace que piense lo mucho que cambió mi pensamiento en el pasado, cuando no me hubiera imaginado disfrutando de la paternidad como ahora. Incluso, arriesgando todo lo que poseo por ver su sonrisa.

Nunca quise tener hijos hasta que conocí a Amanda. Conforme pasaba el tiempo y me iba enamorando, tuve un cambio drástico de opinión. Siempre lo atribuyo a que es una mujer cálida y familiar, cada vez que tocábamos el tema, sus ojos desprendían un hermoso brillo. Al año de estar casados, decidimos tratar de tener un bebé.

Camino cerca de la ventana y extraigo el celular de mi bolsa. El tono suena varias veces, impacientándome.

Vamos. Atiende el teléfono, no es tan difícil.

—¿Qué quieres, Gabriel? —interroga Amanda con hostilidad entre suspiros impacientes.

—Necesito hablar con Rod, es urgente. ¿Podrías pasármelo? —Mi voz tiembla, intento controlarlo, aunque es inútil.

Hay un silencio incómodo por varios segundos.

—¿Sucede algo? Te he dicho que no puedes llamarme cuando se te antoja para mortificarme —pregunta mi exesposa con aparente preocupación e ira, pues deja escapar un par de respiraciones cortas.

—¿Está Rod en casa o no? —contesto bajando el volumen para que no notara mi agitación.

Me matará si sabe que Katie puede estar en grave peligro. No me dejará verla. de nuevo

Estoy con la zozobra de su respuesta durante un tiempo breve, Amanda no me dice nada, solo me mantiene aguardando.

—Buenas, ¿Gabriel? —saluda con duda, respirando más rápido tras cada palabra.

—Rod, tú eres policía, creo que podrás ayudarme con algo importante. Pero necesito que no le digas a Amanda o a nadie, será entre tú y yo. ¿Entendido? —ordeno con autoridad, colocando firmeza en lo que le indico.

Detesto pedirle un favor, aunque sea necesario.

—Sabes que va en contra de la ley. ¿Qué puede ser tan grave? Si me cuentas, hablaré con ella y todo se va a solucionar. —Realiza una pausa—. Si le pasó algo a Katherine...

—¡No! Eso no es. No entiendes nada —interrumpo, aparto el teléfono de mi oreja y bufó con ira. Al paso de unos segundos, retomo la palabra—. Ayer fui a recogerla en la tarde, como todos los martes. Solo que esta vez me tropecé con un libro de tapa dura que tiene mi nombre grabado.

—Tal vez se te olvidó o algo parecido, déjanos en paz —replicó con ligera molestia.

—¡Imposible! Cuando lo abrí decía que era de un asesino y que yo debía descubrir a su próxima víctima. —La desesperación se escucha en todo lo que le digo, comienzo a sudar frío.

—Si eso es verdad, estoy obligado a reportarlo. ¿No tienes algún amigo que quiera hacerte una broma? Tienes que entender que es un asunto muy serio lo que me dices. —Puedo oír sus movimientos de un lado a otro, inquietos.

—Hazme el favor, hay una advertencia por si involucro a la policía, dice que matará a la víctima más rápido. Yo no podría vivir con esa culpa. —Levanto la mano izquierda y mordisqueo una de mis uñas con fuerza hasta que percibo el sabor metálico a sangre en la boca.

—Algo le inventaré a Amanda, déjame traer a Katherine. Estará más segura con su madre. Puedo ayudarte un poco antes de entrar a trabajar, pero si es una broma Gabriel, lo lamentarás —sentencia, escucho sus dientes crujir a través del teléfono.

Esas tres palabras dan vuelta sin cesar, de un lado a otro. 

¿Por qué yo? Un hombre divorciado de mediana edad que ni siquiera tiene amistades y recurre al nuevo esposo de...

Camino hacia Katie en la habitación contigua. Se encuentra sentada en la alfombra marrón, con su cabello atado en una coleta, mientras le habla al pequeño peluche que sostiene entre sus finos dedos. Al notarme, se emociona y me siento a su lado. Enciendo la televisión para proyectar una película que teníamos pendiente. La escucho cantar, bailar y observarme con sus pupilas amplias, esperando que yo también sepa la letra. Muevo mis manos en forma de maracas y ella ríe de manera incontrolable.

El tiempo pasa en cámara lenta y cuando estamos juntos, no quiero perderla. Recuerdo a mi hermana menor, Sara, ella se parecía mucho a Katie, hasta en sus grandes dientes frontales. No la volví a ver jamás. 

Es mi misión evitar que ocurra otra vez.

De pronto tocan la puerta y me levanto a indagar. Debe ser Rod, no tardó nada. Al ojear por la abertura de la cortina, allí se ubica, de pie junto a la madera. Su pierna tiembla, zapateando.

—Rod —llamo a secas, neutral.

—¿Dónde la tienes? Le dije a Amanda que necesitabas que la cuidara por hoy, porque estás enfermo. No estoy seguro de que comprara la excusa, pero nos dará tiempo. ¡Tráela! —Se exalta de pronto y me empuja.

Corro donde mi hija y mientras caminamos le intento explicar que esta semana no podrá quedarse junto a mí. Finjo una tos incómoda y dolor de estómago para que al menos tenga una razón para creerme. Llora con desconsuelo a la vez que da pasos cortos hacia su padrastro. Ambos la subimos al auto, le abrochamos el cinturón y se la lleva con él.

Vuelvo a casa con la mente revuelta, estoy seguro de que, fue la mejor decisión. 

Me dirijo al comedor y golpeo el libro con fuerza, causando una molestia en los nudillos. Grito obscenidades con la esperanza de que todos los misterios sean resueltos.

A ver, a ver. Piensa. Si el asesino dejó el diario y la pista, debe haber más. Quiere que lo descubra.

Comienzo a pasar las páginas con velocidad, en la espera de hallar la llave divina a la verdad. Examino de nuevo el mensaje que plasmó, releyendo cada frase de forma minuciosa. Acomodando.

No conozco a ninguna voluntarista, dudo que la tenga atada a un ancla, pues son pesadas y ¿esquelética? Se puede referir a que es muy delgada. ¡Eso es! Son descripciones de la mujer que está por secuestrar. ¿O es demasiado obvio?

Recuerdo leer La Paciente Silenciosa de Alex Michaelides, lo más evidente era que la protagonista, Alicia, había asesinado a su esposo disparándole en la cabeza cinco veces; y que, al no hablar, era responsable. No era de esa forma, la respuesta obvia erraba. El asesino quiere que lo inmortalice a través de mi escritura, aun así, no buscó un periodista, sino un escritor, alguien que dominara las palabras a su antojo para crear el retorcido mundo que anhela. Hay algo más.

Rod toca la puerta de nuevo, con impaciencia, al entrar coloco el seguro.

—Enséñame el dichoso libro. —Se dirige frente de mí y espera.

Lo guio hasta el comedor donde lee las páginas malditas.

—No tengo mucho tiempo y sigo estancado en la primera pista. Mira esas palabras, ¿te recuerdan algo? Pienso que no son lo que vemos. —Me rasco mi cabeza con fervor y suelto un suspiro. Mi tono es de decepción sobre mis capacidades.

—«Por eso debemos rearmar las letras para encontrarle sentido a la vida». ¿Quién se cree? —Rod ríe y simula decir la oración con una voz burlona—. Shakespeare te está jugando una broma.

—¡Esto es en serio! Hay una vida en juego —amenazo con un tono alto y fuerte—. Ayúdame, por favor.

«Por eso debemos rearmar las letras para encontrarle sentido a la vida»

Al mirarla en el libro, noto que está escrita de forma distinta, con tipografía más recta y calculada.

¿Qué debo reacomodar? ¿Las letras? ¿En qué orden?

—Encontraste algo, ¿no? —pregunta con una media risa.

—¡Es un anagrama! —exclamo con emoción. 

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