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Mich era la clase de persona capaz de sonreírte en una mirada, achicando unos ojos que resplandecían apenas encontrar los tuyos y te permitían saber que se alegraban de verte. En cuanto te atrapaba en ese gesto no hacía falta que su boca o el resto de su rostro hiciese nada más. Yo, aunque en un principio lo deseé, no me vi capaz de corresponder a su gesto con la misma autenticidad que él irradiaba; muy por el contrario, si hubiera tenido la oportunidad de darme un vistazo desde su posición, con toda seguridad me habría encontrado luciendo como un venado deslumbrado en medio del camino a la mitad de la noche: paralizado, solo capaz de contemplar aquellos lagos platinados.

Lo primero que pensé fue que seguro estaba delirando, pues no me parecía probable que nos fuésemos a encontrar en aquel sitio en particular, de tantos otros. Aunque pronto el metal frío del carro de compras y la vieja canción ochentera de los parlantes del supermercado me confirmaron que, de hecho, el hombre plantado frente a mí era tan real como mi pasmo. No estaba seguro de si me brindó su risa por el choque, mis disculpas apresuradas o la palidez de mis mejillas ante el susto.

Me esforcé en formular no una, sino varias cosas que poder decirle; pero todas se me agolparon en el paladar de tal modo que lo único que pude expresar fue un balbuceo incoherente. No cabía duda, si existía un ser humano bueno sobre la tierra tenía que ser él, pues no lo vi titubear cuando se ofreció a rescatarme del apuro, mostrándome el esplendor de su benevolencia al no dejar que continuase haciendo el ridículo.

—¿Estás bien? —Me echó un vistazo rápido, como para asegurarse de que no me había dado con las ruedas en la espinilla o algo. Si lo hizo, no lo sentí o la vergüenza fue mucho más fuerte. Me apresuré a asentir—. Trata de caminar con la mirada al frente, podrías caerte o lastimarte, espero que no lo hagas cuando vas por la calle.

Por un instante ni siquiera me preocupó que me creyese tan estúpido como para atravesar carreteras sin mirar a ambos lados, era un detalle muy insignificante comparado con el subidón inicial que me provocó aquella pequeña muestra de preocupación por mi bienestar.

—No, para nada. Solo estaba distraído... —respondí, incapaz de sostenerle la mirada aunque de igual modo negándome a dejarlo ver que era porque sus ojos me intimidaban demasiado con su solemnidad metálica. Rogué al cielo no pasar de la palidez al sonrojo en dos segundos, ya que no lo habría podido ocultar—. Discúlpame por chocarte.

—No te preocupes, no es mío —bromeó, al tiempo que tamborileaba los dedos sobre el manubrio de la cesta. Quise reírme o al menos demostrar que lo que dijo me pareció divertido, pero estaba tan apabullado que la gracia y amabilidad no pudieron salir de mis entrañas. No dejó pasar mucho tiempo antes de volver a hablar—. ¿Cómo has estado, Illy?

Me gustaba la manera en que pronunciaba mi nombre, sobre todo pensar en el camino que tenía que recorrer su lengua para articular la "L" con esa gracia. Traté de imitarlo en silencio, deslizando la punta sobre mi propio paladar y presionando los labios ante el cosquilleo que eso me provocó.

—Muy bien. —La respuesta vino de manera automática, pues deseaba alejar rápido la conversación de mi persona—. ¿Y tú? Ya no...

Dejé que las palabras flotaran en el aire, consciente de pronto de que estaba por decirle que no lo volví a ver en nuestro lugar de la biblioteca. Recordé aquella tarde en la que me dirigí a ese sitio con la esperanza tintineante de encontrarnos solo para darme con la realidad de que no estaba ahí. Quise retroceder unos segundos y no decirlo, ya que me pareció que era suficiente humillante el solo hecho de saberlo yo; no tenía que darse cuenta también él, pues habría sido mil veces peor que una confesión acerca de los sueños de su rostro por la noche y las fantasías constantes de encontrarlo en algún lugar al azar, como en ese momento.

—Me alegro bastante por ti. También he estado bien, aunque con mucho trabajo, estoy prácticamente muerto. —Presionando sus labios formuló algo muy cercano a una nueva sonrisa, misma que fue precedida por un suspiro. Esa era la forma que tenían los adultos de decir algo sin hacerlo de manera textual cuando hablaban con otros adultos, yo la identificaba bien. Como si esperaran que su interlocutor pudiese entenderlo todo con ese suspiro, devolverlo, y así zanjar una conversación trivial en la que no deseaban ahondar—. ¿Qué estás haciendo por aquí? Está algo lejos de la veintitrés y nunca te había visto, supuse que tú comprarías en el mercado de allá.

Tuve la impresión de que ni él ni yo íbamos a tocar ese tema punzocortante que se movía entre ambos con cada mirada, la certeza de que hacía un mes que no nos veíamos las caras y ahora compartíamos una conversación de lo más cordial como si hubiésemos salido a la cafetería ayer apenas. No estuve muy seguro de la manera en que eso me hacía sentir, ya que al menos esperaba que Mich lo mencionara para así creerme en la libertad de imitarlo. ¿Él también volvió? ¿Estuvo tan impaciente e inquieto como yo, o en algún instante pensó siquiera en mí? Me devoraban las ganas de saberlo, lo necesitaba, pero no podía preguntarlo. Y aunque luchaba por convencerme de que no era así, su negativa me hubiese destrozado.

A pesar de esa incertidumbre y el malestar de no saber, me costaba mucho contener el impulso de sonreírle que me hacía cosquillas en los labios. ¿Sería demasiado atrevido de mi parte decirle que me alegraba mucho de volver a verlo?

A grandes rasgos y sin desviarme con los detalles, le hice saber que tuve una visita rápida a la preparatoria y ese era el motivo por el que me encontraba tan lejos de casa y de la misma manera también retirado del sitio que compartíamos en común. Igual, y bajo la sensación de que quizá tal vez no le importaba demasiado y trataba solo de ser tan amable como de costumbre, le hice saber que igual ya me iba.

Antes de que terminara siquiera de hablar o tuviera la oportunidad de despedirme a las prisas para emprender huida, me interrumpió.

—Si gustas puedo llevarte a tu casa, andando queda un poco lejos y el sol hoy está que tira a matar. —Pasé el peso de mi cuerpo de una pierna a otra en un intento de disipar mis ganas de hacer algo sin saber bien el qué. Decidí que no tenía idea de cómo trabajaba su mente y por qué se comportaba de aquel modo.

—No te preocupes, no quiero molestarte, seguro tienes otras cosas que hacer.

—No es ninguna molestia, de hecho, de aquí solo iba a ir a mi casa. Nada más aguarda a que consiga algunas cosas más, pago y nos vamos, ¿de acuerdo? —Sin esperar por mi respuesta se dio la vuelta y echó a andar por el pasillo, demorándose lo suficiente como para hacerme saber que estaba esperando a que lo siguiera.

Pasar saliva se tornó en una acción un poco más complicada gracias a los nervios, aunque de cualquier forma troté para alcanzarlo. Aún llevaba las frambuesas entre las manos y no tenía idea de dónde estaba Joanne. Joanne. Me adelanté un par de pasos y me di la vuelta para comenzar a andar hacia atrás, esperando poder mirarlo a la cara mientras lo hacía.

—Es que se me olvidó decirte que también vengo con mi hermana.

Creí que jamás le dije de la existencia de Jo, lo cual tampoco era muy extraño considerando que no hablamos demasiado. De alguna manera, gracias a todo el tiempo que ocupaba mi mente yo ya tenía bien procesada la idea errónea de que lo conocía de mucho más atrás.

—Ah, de ser así, entonces no puedo llevarte. La dejas aquí y que ella se vaya caminando. —Mi rostro debió mutar a una sinfonía de confusión, pues ni siquiera fue capaz de guardar el serio semblante dos segundos antes de soltar una risa a la par que entornaba la mirada en mi dirección, casi preguntándose qué diablos sucedía conmigo. "Chico raro"—. Pues claro que puede venir, Illya, si no te voy a cobrar ni tengo que pagar más alta la gasolina por otro pasajero. ¿Dónde está?

Quedaba más que claro que yo no tenía idea de muchas cosas, una de ellas su extraño sentido del humor, aunque no podía mentir, sí que me hubiese encantado descubrir más de él. Me dijo que fuera a buscarla y nos viéramos en la salida en unos minutos. Ni siquiera se me pasó por la cabeza volver a negarme.

La única verdad que tenía clara era que no dejé de pensar en él durante esas semanas y, aunque de vez en cuando era de una forma positiva, no en todas las ocasiones. A veces me sentía furioso en su contra por no volver, por dar infinitas vueltas sin hacerse responsable de eso que, queriendo o no, provocó en mí.

De tanto en tanto, sobre todo de madrugada, fantaseaba alrededor de situaciones en las que nos encontrábamos y tenía la fuerza de voluntad suficiente como para pasar su presencia por alto. O mejor, no mostrar una sola emoción en su dirección que no fuese la más profunda indiferencia. A veces en mis delirios fingía no acordarme de su nombre o de su rostro, solo para poder toquetear la idea de su reacción. Me regodeaba en lo que podría ver empañando aquellos hermosos ojos grises, me preguntaba si estaría confundido, triste o decepcionado; igual cómo me sentiría yo con aquello. Estaba bastante seguro de que me hubiese satisfecho que resultara de esa manera, matarlo de pena para así tener la certeza de que Mich también sentía algo.

Pero claro, yo era un millón de veces más atrevido y valiente cuando se trataba de construir un escenario ficticio tras otro, pues apenas le tuve en frente y de vuelta, solo podía rogar porque me sonriera. Que fuera amable, me invitara a salir una vez más y sí, que me acompañara a casa. Y lo hizo. Quizá era esa la razón por la cual yo no terminaba de discernir si lo que se retorcía en mi abdomen era esperanza o la pérdida total de la dignidad, si es que algo de eso me quedaba.

Avancé a pasos agigantados entre todos los pasillos destinados a la comida hasta que vislumbré la cabellera cobriza de Joanne. En las manos cargaba más que una pasta, y cuando me vio acercarme me mostró los ojos de un pequeño cachorro a sabiendas de que no me podría resistir a comprarle lo que se le antojaba.

—Qué cambiados están los macarrones, no los recordaba así —dije en tono de acusación, enarcando una ceja con la mirada bien clavada en su caja de chocolates amargos.

—¡Por favor! Te los pago después, pero cómpralos.

Fingí pensar mi respuesta por más de dos segundos para no darle pistas de lo sencillo que era hacerme ceder si así lo deseaba. "Oh, de acuerdo, pero solo esta vez", murmuré antes de decirle que teníamos que apresurarnos. No le conté en ese preciso momento acerca de Mich, quién era él y por qué iba a llevarnos a casa esa tarde; tampoco habría sabido del todo cómo hacerlo si hubiera querido. Yo esperaba que no me bombardeara con muchas preguntas al respecto y, por supuesto, que no fuese a contarle ni a Diane ni a James. Mientras los dejara fuera de la conversación, yo ya hallaría después qué inventarle.

Cuando hicimos nuestro camino a la salida del supermercado, no tardé en encontrar a Mich con la mirada. Me encaminé hacia él, más decidido de lo que me sentía, obviando por completo la inspección inquisidora que me lanzaba Jo a mi lado, sin saber por qué avanzaba a un extraño, pero que aún en su inmensa confusión, no dudó en seguirme el paso.

—¿Todo listo? —cuestionó Mich, levantando la mirada una vez nos escuchó llegar. Le hizo un gesto de saludo a mi hermana, quien respondió por inercia sin siquiera pensárselo. Meras cortesías bien aprendidas.

—Me parece que sí. —Levanté la bolsa de plástico en señal de que a mí no me faltaba nada; él tomó las suyas y, tal como lo hizo minutos antes al interior del establecimiento, empezó a caminar.

Fue por delante de nosotros, guiándonos hasta su auto asegurándose de no dejarnos atrás en ningún momento. Esos pocos segundos fueron suficiente para que Jo clavara su codo en mis costillas y me formulara doscientas preguntas en solo una expresión, mismas que yo era incapaz de explicarle en ese momento. Comenzó con un "¿quién es?" para terminar en un "¿y si nos secuestra?". Como pude, articulé en silencio un "cállate, lo conozco, está bien" que no la dejó muy tranquila, pues continuó la espalda de ese hombre con inocultable recelo.

Nuestro conductor guardó sus compras en la cajuela de su auto, mientras que yo le pasé las de nosotros a mi hermana para que las resguardara con ella en el lugar trasero al tiempo que yo me montaba en el del copiloto.

Los asientos eran de una imitación de piel clara y todo el vehículo olía justo a él; al menos a lo que yo identificaba como él. Papel, tinta, cuero y un poco de colonia. Todo estaba muy pulcro, a excepción de una carpeta llena de documentos en el tablero y un vaso de café vacío. No pude evitar preguntarme qué clase de persona sería Mich, de los que en la guantera guardaban solo los papeles del auto, si llevaba lentes de sol; o si, por el contrario, era de la clase que ahí echaba de todo. Los cajones y guanteras de la gente podía decir mucho sobre ellos, cómo qué cosas les importaban más, si eran aprehensivos, ordenados; a veces les protegían hasta los secretos. Mis cajones siempre estaban desordenados, atiborrados de un montón de cosas que no me veía capaz de botar incluso cuando bien podrían ser considerados basura. Tickets, notas, cables, baterías, fotos... esas últimas las escondía debajo de un falso fondo, junto con el dinero de mis ahorros.

En cuanto entró, resolvió mis dudas.

—Disculpa... —comentó antes de estirarse sobre mí para alcanzar la guantera. Tenerlo a esa distancia me secó la boca, tuve que poner todo de mí para no actuar como el raro del pueblo e inhalar tratando de sentir su aroma.

Dentro resguardaba algunos CD's, su cartera, el envoltorio de un caramelo y una diminuta caja de piel, como en esas donde se protege la joyería. Tomó su cartera, guardó una tarjeta y después volvió a dejarla en su sitio. Yo me removí un poco, fingiendo estar demasiado entretenido en ajustarme el cinturón de seguridad.

Por el retrovisor, Jo continuaba haciendo preguntas silenciosas.

El camino se me hizo eterno.

Casi todo fue reserva entre nosotros, lo cual, pese a lo tenso que aquello pudiera llegar a ser, agradecí por completo. Claro que deseaba con todo mi ser conversar con él, aunque no estaba seguro de querer hacerlo frente a mi hermana, ya que no me veía en ánimos de comprometerme de más. ¿Por qué nunca se me ocurrió ir ahí por mi cuenta? Tal vez de ser así igual me lo hubiese encontrado y no estaríamos en la misma posición rara de ese momento.

Además, también estaba muy nervioso.

La ventana se hallaba abierta y el viento me desordenaba el cabello; por las decenas de calles procuré concentrarme en mantener la atención fija en los autos que pasábamos, en los edificios que dejábamos atrás y también en los pequeños puestos del centro. A pesar de eso, no pude evitar percatarme de las miradas que recibía por parte de Mich cada cierto tiempo; me las dedicaba de reojo, procurando no ser demasiado obvio y yo no estaba seguro de si lo hacía por mí o por Jo. Quizá él también se percataba de las veces en que yo me embelesaba con su perfil, pretendiendo deslizar el dedo por el puente de su nariz, creyendo que no sería atrapado.

Cuando en una de esas miradas casi clandestinas el filo de la mía se enredó con la suya, intercambiamos nuestras conciencias una vez más; tal vez la alerta de eso fue el escalofrío que me recorrió el cuerpo. Mi otro yo volvió a mí en ese preciso instante, se estiró como si llevara mucho tiempo aletargado entre las paredes de un cráneo ajeno y comenzó a pintar para mí una de sus tantas escenas irreales. "Solo nos está llevando a casa", le dije, pero hizo caso omiso o se hizo el sordo, pues pronto traté de imaginar cómo sería el camino si tuviéramos un momento de intimidad. Si esa tarde en la cafetería no hubiésemos huido por rutas distintas, si me hubiera compartido su número y las cosas se extendiesen más allá.

De ser la situación un poco diferente, quizá me atrevería a averiguar lo que era tomarle de la mano; deslizar las yemas por sus palmas para entrelazar nuestros dedos y poder sentir qué tan suave era su piel. Pero no pasó.

"Qué patético", susurré al otro yo con desdén. De hecho, a pesar de que las probabilidades gritaban que él igual podría en algún momento llegarse a haberse sentido atraído por mí, ni siquiera tenía cien porciento seguro que le gustaran los hombres. Yo estaba más que claro respecto al hecho de que en un pueblo tan pequeño no todos miraban bien eso, tenía bastantes marcas que me lo recordaban. Y de cualquier manera, a pesar del peligro y los malos recuerdos, ahí estaba yo pensando mis disparates.

Sin ser consiente de la gran cantidad de tiempo que pasé contemplando dedos largos en la palanca de cambios, se detuvo al comienzo de la avenida para preguntarme cuál de todos los edificios era el nuestro. Levanté la mirada muy apresurado y lo señalé a través del cristal.

Tan pronto como nos detuvimos frente al edificio de apartamentos, observé sobre mi hombro para encontrarme con Jo. Le dije que fuera subiendo y en unos minutos la alcanzaba; claro que dudó por un instante, pero después asintió y descendió del auto al son de un dulce "gracias" y "nos vemos luego". No estaba tan seguro de por qué hice eso, tal vez se trató de mi impulsiva necesidad de estar a solas con él.

Aguardé hasta que la vi perderse detrás de la puerta para mirarlo a la cara; así era mucho más sencillo que en compañía—: Gracias. En serio nos ahorraste bastante caminata.

—Cuando quieras... —sonrió en medio de sus palabras y, por un instante, no dijo nada más. A pesar de ese silencio, tampoco lo sentí como un "bueno, pues bájate ya", debido a que continuó devolviéndome la mirada tal que si no existiera en el mundo algo más interesante. Recordé aquella vez que le toqué la mano y él me invitó a seguir haciéndolo, con una sonrisa cómplice que me llenó el pecho de aguas termales.

Necesitaba decirle algo, aunque no estaba seguro de qué. Cuando creí que no tenía sentido e hice ademán de bajar del vehículo, su voz me detuvo una vez más. Siempre que me llamaba, era incapaz de hacer otra cosa que no fuese detenerme y escuchar.

—Oye, Illy... lamento mucho si en algún momento te hice sentir incómodo. Ya sabes, por lo de la última vez en la cafetería y eso. —Parecía apenado, lo que me destrozó el corazón. Tuve la certeza de que un hombre como él no debería tener sentimientos vergonzosos.

—¿De qué estás hablando? —tanteé cauteloso, renegando a sacar conjeturas apresuradas.

—No regresaste a la biblioteca. Y si te ofendí de alguna manera, yo solo...

—No me ofendiste —aseguré interrumpiéndolo, sin preocuparme en ocultar que lo último que deseaba que pensase era eso—. Yo... no sé, creo que me asusté un poco, ¡aunque no por ti! Y después regresé, pero tú tampoco estabas y creí que ya no querías que habláramos o algo.

—¿Volviste? ¿Cuándo?

—Hace como dos semanas.

—Ya. —Asintió con una sonrisa mientras agachaba la mirada—. No he podido ir las últimas semanas, como te dije tengo un montón de trabajo y encontrar tiempo libre es muy difícil. Pero sí quería volver a verte. —Al cabo de un segundo, pareció percatarse de lo primero que le dije—. Espera, ¿qué te asustó, si no fui yo?

"Sí deseaba verme de nuevo", sus palabras hicieron eco en mi mente. Era todo lo que yo quería escuchar y ahora no estaba seguro de qué responder. Tuve la impresión de que hacía mucho, mucho tiempo, nada me llenaba de tanta dicha.

—Qué eras muy amable... —admití, empero, me sentí como un imbécil al instante—. O sea, no que fueras amable, sino, ugh, no importa. No sé hablar.

—Creo que sabes hablar, pero filtras demasiado lo que dices —apuntó, mostrándome la más increíble de sus sonrisas. Estaba seguro de que sabía lo que hacía, tenía que ser así. Un hombre no le sonreía así a otro si era de amigos nada más—. ¿Entonces te asusta que sea amable?

—No, me parece lindo. No sé cómo explicártelo. —Quise darme un golpe en la cabeza al emplear la palabra "lindo", tal vez eso resultaba demasiado para él. Levanté la mirada, pero no vi rastro de rechazo en su expresión—. No regresé porque soy tonto y ya.

Le arranqué una risa y aunque no era lo que esperaba, me gustó escucharlo. Me perturbó que ese sonido provocara esa sensación en mi estómago. Tuve que desviar la mirada, pues viendo a sus ojos que tanto me gustaban era todo diez veces más fuerte.

De pronto, y de manera completamente inesperada, se alzó entre los dos un momento muy bonito; uno en que el silencio pareció menguar su pesadez inicial y darle espacio a otra cosa, que me dio la sensación de querer meterme en sus ojos a nadar en él un rato. De desear tomar su mano, colocarla sobre su mejilla; o que él lo hiciera, me daba igual. Notaba con lujo de detalle la profundidad de su mirada, pero contrario a muchas veces, no me dio ganas de rascarme hasta arrancarme una capa tras otra de piel o salir corriendo; en ese instante deseé que continuara mirándome. Que me obsequiara su atención a mí y a nadie más. Que fuese consciente de cada una de mis respiraciones, que le diera toda la importancia que yo le daba a sus parpadeos.

Tuve ganas de besarlo.

—¿Te puedo confesar algo? —Su voz me arrancó el impulso que comenzaba a crecer dentro de mí, así que para no verle la boca me perdí en sus manos. Las recorrí con toda la calma del universo mientras me deleitaba en las curvas de sus nudillos y la extensión de sus falanges. ¿Confesar? Aquella palabra era muy grande para usarla a la ligera. Inhalé llenando a tope mis pulmones antes de asentir con la cabeza, resistiendo las ganas de frotar nuestras manos—. Creo que el día que me acerqué, solo buscaba una excusa.

Sonreí, halagado tanto como extasiado de imaginarlo. Me asombró pensarlo de ese modo, sobre todo al meditar que una excusa suya fue un pretexto ideal para continuar con mi vida. No tenía que explicarme una justificación para qué, yo lo sabía y él estaba seguro de que era así.

—Algo sospeché. —Tuve la impresión de que ahora entre nosotros se había levantado un puente de veracidad donde la vergüenza no tenía lugar, y cómo se respondía a una confesión sino con otra—. ¿Te digo algo? —asintió, interesado—. Con eso hiciste más de lo que podrías imaginarte.

Vi sus iris chispear curiosos, aunque hasta él supo que una pregunta en falso hubiera resquebrajado nuestro momento. No estaba preparado para saber de lo que le hablaba, ni yo para decirlo en voz alta por más que no dejase de pensar en que si alguien tenía que saberlo algún día, quería que fuera él.

—Si tú también quieres, me gustaría continuar viéndonos.

Eso fue mucho mejor de lo que pudo haber sido cualquier pregunta.

Seguro estaba borracho y delirando de hipotermia en algún callejón, pues la situación me resultaba irreal. ¿Qué podía ser eso, sino una declaración? ¿Podía en serio creer que yo no querría seguir viéndolo? ¿Por qué continuaba preguntándome tantas cosas acerca de lo que yo quería o no? Que él tomase la decisión y solo me la hiciera saber, habría hecho lo que él quisiera una y otra vez sin chistar siquiera. Una avecilla me revoloteó en el pecho al tiempo que le daba su respuesta.

—Claro que quiero.

—Pero esta vez, sí me encantaría que hablemos bien —se apresuró a agregar—, así que, ¿qué te parece si vamos a un sitio que te guste a ti? Así estás cómodo.

Tuve claro el lugar al que deseaba llevarlo, no nada más para estar tranquilo, sino para poder tenerlo por completo. No quería preocuparme de las miradas, del tiempo, del ruido del pueblo; únicamente anhelaba unas horas o lo que quisiese darme, para abstraerme en él y esas cosas de su persona que me hacían temblar las rodillas de solo acordarme mientras andaba por la calle.

Continuaba teniendo miedo, de hecho, estaba incluso más aterrado que antes. Sus ojos grises que debían ser fríos, pero parecían arder cada que algo que le interesaba le cruzaba por la cabeza, me paralizaban hasta la raíz. Su presencia era tan absorbente que ahí, en su auto, lo notaba por todos sitios; lo escuchaba respirar, incluso alcanzaba a percibir el sonido de la yema de su dedo índice deslizándose por el volante. Le veía humedecerse los labios, tan ansioso como yo por una respuesta. Su aroma me inundaba las fosas nasales. Interrumpí mis pensamientos, previniendo que pronto mi paladar quisiera unirse al festival de sentidos que tenía lugar por todo mi cuerpo.

Me aterraba experimentar tantos impulsos y pensar que en algún momento no tendría el poder de reprimirlos; si continuaba así, acabaría por cruzar el asiento que nos mantenía tan alejados el uno del otro.

Pero me daba más miedo volver a perderlo.

—Creo que conozco un sitio que vas a adorar.

¡Hola, hola! Por fin recuperamos los capítulos constantes, cómo les quedó el ojo. Espero que les haya gustado mucho, me tomo la libertad de recordarles que sus comentarios me hacen muy feliz, los leo toditos y amo que podamos fangirlear todos juntos over this babys.

Preguntas <3, ¿qué les parece el regreso de Mich? Yo sé que técnicamente lo hizo el cap pasado, pero aquí ya lo tenemos de lleno con nosotros una vez más. También, ¿a dónde creen que lleve Illy a Mich y qué creen que suceda? 

Una última, estoy terminando de armar la lista de reproducción de este bebé, ¿por dónde les gustaría más que la subiera, por spotify, youtube o ambas? Leo sugerencias de canciones también. <3

Todo el amor del mundo, nos leemos la siguiente semanita. 

Xx, Anna. 

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