8
Después de aquel día continué saliendo con Dylan y Susie. Fue muy sencillo acoplarme a ellos, pues a pesar de que ahora los tres éramos adultos —o procurábamos serlo—, no cambiaron tantas cosas desde la preparatoria.
Susie continuaba siendo aquella chica repostera que gritaba que lo era a cuadras de distancia, y mi amigo, pese a no ser más el deportista estrella, continuaba poseyendo el carisma de uno. Claro, no hablábamos mucho de los viejos tiempos en particular por Dy, quien pese a asegurar que estaba satisfecho con su vida actual, siempre parecía ensombrecer su semblante sonriente al toquetear las posibilidades de una realidad perdida tiempo atrás.
Fue fichado para una buena universidad en donde era la promesa del baloncesto, la estrella de su equipo universitario. Hubiese terminado jugando en las ligas profesionales, de no ser por aquella fractura que le destrozó la rodilla izquierda. Tras dos operaciones e infinitos meses de terapia, consiguió volver a caminar sin cojear, sin embargo, no fue suficiente para regresar a la cancha. De vez en cuando, si pasábamos demasiado tiempo sentados, le veía estirar la pierna y masajear su rodilla; no cojeaba, pero el dolor era un recordatorio permanente de lo que pudo ser y no fue.
En cambio, parecían siempre muy interesados en hablar de mí. Los comentarios acerca de mi improbable transformación a un tipo más callado de lo que recordaban eran constantes, lo que me incomodaba mucho más de lo que me sentía capaz de hacerles saber. Por supuesto que no les di ninguna explicación, me limitaba a encoger los hombros y hacer una mueca de "pues no sé", aunque yo sospechaba que ellos se imaginaban lo que sucedía. Habíamos sido amigos durante demasiados años para que no lo hicieran, en especial luego de estar presentes en aquellas épocas de mediados de la adolescencia en las que se volvieron comunes las marcas por todo el cuerpo. Nunca lo preguntaron de frente y yo lo agradecí, pues podía lidiar con la incomodidad de sus miradas, más no con la vergüenza que me hubiese producido que lo dijeran con palabras.
Mientras ellos no señalaran lo obvio, todos podríamos seguir fingiendo que no sucedía y con esto yo estaba perfecto.
Mis momentos favoritos tenían lugar cuando no necesitábamos ir al pasado para hacernos con un tema de conversación, sino que podíamos gastar horas con pláticas de sobremesa intercambiando opiniones sobre tal o cual cosa. A veces nos juntamos con algún otro amigo de la preparatoria que yo olvidé después de tantos años, pero que parecía aún tener una buena relación con ellos dos. Veíamos partidos, tomábamos algunas cervezas.
Me sentía como si de nuevo estuviese en aquellas épocas de escuela en las que, al menos si estaba en su compañía, podía olvidarme de lo demás. Mientras escuchaba las anécdotas de Dylan o ayudaba a Susie con la preparación de los snacks, no recordaba que todas las noches antes de acostarme rumiaba alrededor de un hombre que vi dos veces en mi vida y era incapaz de sacarme de la cabeza. Que evocar a Mich me producía casi lo mismo que causaba en Dylan fantasear acerca de su carrera como basquetbolista. También me olvidaba de las discusiones constantes que levantaba en casa mi nueva vida de salidas continuas y llegadas a buenas horas de la madrugada.
Me ocupé hasta el cuello para no dar vueltas jamás alrededor de mí mismo, en mis dudas, en mis miedos. Si lo ignoraba era capaz de acallar aquellas voces hasta desaparecer casi por completo, dejando solo el regusto del sonido blanco pitando en mis tímpanos.
Los turnos en Alloro's eran interminables y pesados, aunque yo dejaba todo mi cuerpo ahí para que no quedara espacio algo más. Mis tiempos libres casi siempre los pasaba con mis amigos, y cuando no era posible, hablaba con Sarah para pedirle que me asignase turnos dobles; ella se mostró reacia en un inicio, pero al cabo de unas semanas dejó de preguntarme muchas cosas.
Cuando volvía a casa estaba tan exhausto que apenas podía conseguir que mis pasos fueran uno detrás de otro hasta la cama, donde me echaba y casi al instante caía dormido. La mayoría de veces ni siquiera llegaba a deshacerme de la ropa para cambiarla por una pijama, si acaso era un milagro que me quitara los zapatos.
Pese a ello, y aunque dormía un poco más que en aquellas épocas antes de Dylan y Susie en las que el insomnio me comía vivo, no descansaba mucho. Nada, en realidad.
Comencé a soñar. Perdí esa capacidad años atrás cuando mi cerebro pareció darse cuenta de que no existía manera alguna de escapar y ahora los sueños venían a mí cada noche sin falta. Me resultaban eternos, demasiado reales y angustiantes en extremo. Pesadillas constantes sin monstruos, sin asesinos o fantasmas; nada más unas en las que me asfixiaba. Sueños en los que era perseguido sin saber por qué o quién exactamente, a veces solo corriendo de nada en particular. Jamás se repitió uno solo, pero la situación siempre era la misma.
Cuando el despertador sonaba por la mañana, no estaba seguro de qué me sentía agradecido de ser levantado o frustrado por el regusto de haber cerrado los ojos por dos segundos nada más. Podía dormir horas, pero las ojeras permanecieron, delatando los terrores nocturnos.
Joanne pareció percatarse de mi cansancio aquel día en que, con la vergüenza marcando los timbres de su voz, me detuvo por la mañana antes de que saliera de la casa. Estaba sentada en el sofá, con el cabello enredado y unas ojeras iguales que las mías bajo sus ojos. A esa hora James ya se había marchado y Diane continuaba dormida.
—¿Crees que puedas ir a mi escuela?
Me detuve en seco, con la mano sobre el picaporte y me giré para echarle un vistazo, decidiendo si me hablaba en serio o no. Debió ver la confusión en mi rostro, más no dijo nada, se limitó a agachar un poco la cabeza.
—¿Por? ¿Pasó algo?
—La señorita Jones necesita hablar con mis papás, pero... —Jugueteó con sus dedos, más nerviosa de lo que era capaz de disimular—, quiero saber si puedes ir tú, mejor.
Hablaba por lo bajo, claro, no deseaba que nuestra madre se enterase de lo que me decía. No tenía idea de qué podía haber pasado para que la mandaran llamar, siendo que era una chica dentro de todo bastante tranquila. Me extrañó lo suficiente, por lo que pronto me olvidé de mi turno en el restaurante.
—¿Hiciste algo malo? —indagué, procurando que mi tono no sonase a acusación, lo que menos deseaba era que se asustase y tampoco quisiera decírmelo a mí. Negó con la cabeza a las prisas, al tiempo que pronunciaba juramentos sobre estar teniendo un buen comportamiento—. ¿Entonces?
—Solo me dijo que quería hablar con mis papás, pero entiendo si no puedes...
Mordí el interior de mi mejilla, dudoso de lo que me decía.
—¿Y a qué hora?
—Por la tarde, luego de mi última clase.
Suspiré, sabiendo que pese a lo importante que era Alloro's para mí, no podía dejarla a un lado. Cuando iba en preparatoria, llegaron a citar a Diane muchas veces; nunca me gustaron las acaloradas discusiones que eso provocaba entre nosotros. Accedí, sin querer que Jo pasase por ese mal trago, aunque sin saber si mi presencia serviría de algo.
Sarah aceptó que trabajase medio turno, considerando todos los extras que estuve haciendo. Aquel día estuve más disperso de lo normal, como no podía ser de otra forma. Mi cabeza pasó formulando ideas de lo que podría haber estado sucediendo con Jo. De alguna manera, aunque la posibilidad no me agradaba, prefería que fuese un bajo rendimiento académico o que la hubiesen pillado fumando detrás de los edificios; no sería la mejor noticia, pero era preferible a que se saltara clases o estuviera en problemas mayores.
La primera vez que llamaron a Diane de la preparatoria, fue después de todo el asunto que sucedió con Evan y también luego de que me volviera parte de purple. Se trató de una pelea en el comedor, en la que lejos de darme nada más detención, optaron por suspenderme dos semanas. Ni siquiera recordaba por qué comenzó, solo que aquel chico dijo algo que no me gustó, una cosa llevó a otra y yo terminé detenido con la directora y él en la enfermería luego de que tratase de ahorcarlo en medio de un enfrentamiento que se nos salió de las manos. Esperaba que lo suyo fuese más digerible, sabía lo que era lidiar con padres amenazando con demandar por supuesto intento de asesinato.
El sol del mediodía siguió mis pasos muy de cerca todo el camino hasta la preparatoria. Me resultó extrañísimo volver a recorrer aquellos pasillos, ver los casilleros que ya eran de un color distinto, y andar entre el alumnado que tras el timbre se precipitaba a la salida como alguna vez lo hicimos mis amigos y yo. Mientras avanzaba contra la marea de adolescentes, me pregunté cuántos de ellos tendrían grandes sueños y qué porcentaje de todos llegaría a cumplirlos, en realidad. Esperaba que les resultase mejor a ellos que a los de mi generación.
No tardé en hallar el número del aula que me había dado Joanne por la mañana, fuera de este se encontraba mi hermana sentada en el suelo, garabateando dibujitos en una libreta sobre sus piernas. Jalé un mechón de su cabello al pasar a su lado; levantó la cabeza muy rápido, sobresaltada hasta que me reconoció; entonces me dedicó una sonrisa. Ella no entró conmigo a la oficina de la profesora, que ya aguardaba ahí en cuanto atravesé el umbral y cerré detrás de mí.
La señorita Jones era una mujer mayor que, aunque no me dio clases cuando asistí a aquella escuela, yo recordaba verla entre los pasillos. Los años no la trataron con demasiada amabilidad, sin embargo, sus trajes continuaban siendo muy coloridos y a juego con su lápiz labial. No me recordaba, pero me saludó con la cortesía que solo una profesora como ella podía otorgar.
—Usted no parece el padre de Joanne —señaló, con una sonrisa estirando las comisuras arrugadas de su boca. Sonreí apenado en respuesta.
—Lo lamento mucho, mi mamá trabaja en el centro el turno completo y le fue imposible venir; nuestro padrastro es jefe en la comisaría, ya sabrá que es superdemandante. —Ella asintió con la cabeza para luego hacer un ademán con una de las manos, restando importancia al asunto—. Pero soy su hermano mayor, si gusta puedo enseñarle mi identificación; créame que cualquier cosa que tenga que ver con Jo me interesa tanto como a nuestros padres.
Me mostré mucho más cálido de lo que solía ser, e incluso suavicé mi tono a la hora de hablar sobre Diane y James. Aquel era un hábito que se desarrolló en nosotros a una edad muy temprana: pretender que eran los más dedicados y trabajadores de los progenitores, y que estábamos tan encantados con ellos que solo éramos capaces de excusar sus ausencias. Nació bajo la certeza de que si no montábamos el teatro correcto para las personas específicas, tarde o temprano terminaríamos recibiendo noticias de las autoridades. Y no es que no quisiéramos meterlos en problemas a ellos, pero temíamos que existiese la posibilidad de que se abriera una investigación y terminaran separándonos a mi hermana y a mí. Eso no podíamos permitirlo.
—Pues realmente no hay ningún apuro con Jo, es una muy buena chica, no da problema en clases ni nada por el estilo. —Suspiré aliviado, desechando mis peores posibilidades—. Pero últimamente, y ya me lo han comentado también otros de sus profesores, la hemos notado mucho más decaída. Le cuesta prestar atención, se distrae muy fácil; además se ha vuelto más callada y no habla tanto con sus compañeros como solía hacerlo. Le hemos ofrecido que visite a la psicóloga escolar, pero no quiere, y queríamos saber si sucede algo en casa que pueda estar... afectando, de algún modo.
Me quedé en blanco por un instante.
No era ninguna sorpresa que si a mí me amedrentaba la situación de nuestra familia, a ella también, siendo que pasaba el doble de tiempo que yo ahí. Tenía que soportar no solo los comentarios desatinados de Diane, sino también las constantes discusiones con James. Claro, eso no podía decírselo a la señorita Jones. Como pude, me saqué de la manga otra excusa. No me costó trabajo mentir, siendo un arte afinado durante décadas.
Bajé la cabeza, apenado, y sonreí como si me estuviera resistiendo a contarle algo, pero al cabo de unos segundos exhalé el aire de mis pulmones.
—La verdad que sí, ya he hablado con ella al respecto. Lo que pasa es que tenía un novio, usted sabe, y terminaron hace nada. Desde entonces está un poquito triste... —me encogí de hombros, casi lastimero—, la verdad que ya llevaban varios meses, pero ya que él se va a mudar, pues tuvieron que terminar.
Problemas de parejas era lo que los adultos siempre creían que sucedía, y tal como sospeché, la mujer asintió con la cabeza.
—Sí me lo imaginaba... —Tuve que reprimir una sonrisa que se moría por escurrirse de entre mis labios—, supongo que es este chico Dan. El otro día le decomisamos una libreta por estar dibujando en clase y su nombre estaba por todos lados.
Fruncí un poco el ceño, confundido. A pesar de ello asentí, como si fuera eso de lo que estaba hablando y no me estuviera tomado por sorpresa que hubiese un chico llamado Dan. Platicaría con ella luego al respecto.
La conversación no se extendió mucho después de eso, de hecho, al asegurar que le comentaría a mis padres al respecto y hablaría también yo con ello, me dejó marchar sin hacerme más cuestionamientos. Apenas puse un pie fuera, Jo se levantó como alma que llevaba el diablo y me preguntó sobre lo conversado con la profesora, y bajo el canto de que ya le contaría al respecto después, le pedí que me acompañara.
Andando nos dirigimos al supermercado, pues con las pagas extra de mis turnos podíamos darnos uno que otro lujo de vez en cuando. Tan pronto entró, le di la instrucción de que se fuera a buscar alguna caja para preparar macarrones con queso, a sabiendas de que pese al sabor pastoso ella los adoraba. No tardó en echarse a correr, mientras yo me dirigía a la sección de verduras.
La verdad era que las frutas eran caras, sin embargo, podía acceder a gastar un poco cada tanto. Aunque fueran unas manzanas sería suficiente para levantar el espíritu en el departamento.
Luego de escoger algunas cuantas, continué andando por los refrigeradores en busca de algo más; echándole un vistazo a las moras y frambuesas que se lucían en cajitas plásticas. Recordaba que cuando era un niño y acompañaba a Diane a hacer las compras de la semana, no podía evitar babear por aquellas frutitas moradas, aunque ella jamás tenía para que las llevásemos. "Solo lo indispensable", decía, y así aprendí a ignorarlas. Ese día, con mi propio dinero, tal vez podía darme la oportunidad.
Tomé una de las cajas y me eché a andar de nueva cuenta sin levantar la cabeza, mientras leía la etiqueta que las decoraba. No sabía muy bien en qué las diferenciaba que fueran cosechas especiales u orgánicas, pero me parecía correcto. En eso se me iban los pensamientos cuando me di de frente contra el carrito metálico de alguien, consiguiendo un alboroto de botellas de vidrio chocando entre sí al tiempo que me sostenía del borde para no irme de boca al suelo.
—Ay, perdón... —comencé a disculparme, retrocediendo un paso y extendiendo mis manos en su dirección, como si así pudiese detener el escándalo antes de levantar la cabeza, dispuesto a hacer un gesto apenado y salir disparado al otro lado de la tienda.
Mich se rio.
¡Hola! Espero que estén teniendo una linda mañana. ¿Están de vacaciones esperando el año nuevo, o siguen haciendo cositas? Yo sigo trabajando, aunque he adelantado unos capitulitos así que de momento hay constancia jajaja.
Espero que les guste, gracias a las personas que comentan sin falta, realmente lo aprecio mucho y me motiva a continuar por aquí. Los quiero mucho. <3
Nos estamos leyendo pronto.
Xx, Anna.
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