7
La luna me siguió los pasos de vuelta a casa durante la madrugada.
Al entrar todo estaba en silencio y en la penumbra absoluta. Solo la luz de las farolas se colaba por la ventana de la sala, dibujando muy apenas las formas de los muebles para que no me tropezara en mi camino hacia la habitación. Me tambaleé cerca de la barra, una cerveza con Dylan y Susie se había transformado en varias más; ni siquiera recordaba cómo conseguí llegar a casa. Tuve que caminar desde el otro lado del pueblo bajo la llovizna; pude haber sido atropellado por alguien tan inconsciente como yo, o caer en medio de alguna callejuela, quedarme dormido por la borrachera y morir a causa de una hipotermia, pero no fue así.
Me acosté en la cama aún con la ropa húmeda, temblando de frío; me hice un ovillo y luego eché las sábanas sobre mi cuerpo, buscando un calor que si llegó, yo no sentí. El universo me daba vueltas y aunque cerré los ojos, no conseguí dormir.
Tal vez era el alcohol.
Quizá, la noche.
Por primera vez en casi tres semanas, no fue Mich en quien pensé mientras contemplaba las manchas abstractas de humedad en el techo.
Dylan y yo nos hicimos amigos cuando íbamos en quinto grado; pese a que él era mayor que yo por un año, nos conocimos en las clases extracurriculares de música. Nos caímos bien al instante, pues aunque los dos éramos terribles para coordinar nuestras manos e incapaces de aprender a leer las partituras, nos gustaba ver las mismas caricaturas. Ambos renunciamos a las pocas bajas probabilidades de convertirnos en músicos exitosos, sin embargo, seguimos viéndonos para comer juntos en los recesos. Con el tiempo nos volvimos buenos amigos, y cuando estábamos en séptimo su familia ya me conocía muy bien. Casi todas las tardes, saliendo de la escuela, nos marchábamos a su casa para jugar videojuegos o ir al parque a andar en patineta. Por supuesto que sus amigos se volvieron míos con una rapidez extraordinaria, y además de llevarnos bien, me gustaba mucho el estatus que me daba ante los chicos de mi clase que personas de grados mayores me llamasen amigo. Me hacía sentir más grande e importante, de algún modo.
Él y los chicos se ganaron buena popularidad a finales de la secundaria e inicios de la preparatoria, ya que tenían talento para el básquet. Yo nunca conseguí coordinar muy bien con eso de las manos y los pies, por supuesto perdía toda oportunidad cuando a eso se le agregaba un balón, pero era su amigo, por lo que me alcanzó cierta popularidad y el endiosamiento con el que les trataban por los pasillos. En ese entonces, al menos cuando me encontraba en clases, la vida era mejor. Por las horas en las que estábamos ahí atrapados podía fingir que las cosas que sucedían en casa no poseían relevancia, ser alguien más. Convertirme en una persona extrovertida, graciosa, que al igual que sus amigos no tenía ningún problema que no fuese el investigar dónde sería la próxima salida.
Entonces Evan llegó a mi vida.
Se mudó junto con sus padres y su hermano cuando estaba por iniciar undécimo y levantó furor por toda la preparatoria al instante, ya que no siempre se veían caras nuevas en aquella esquina del mundo que se llamaba a sí misma ciudad, cuando todos sabíamos que seguía siendo un pueblo. Supe de su existencia antes incluso de tener la oportunidad de verlo, pues su nombre me llegó directo de mi círculo cercano.
A Dy no le agradaba Evan, o, mejor dicho, detestaba la atención que se le daba solo por ser el chico nuevo. Mi amigo era carismático, bien parecido, el líder del equipo de básquetbol y un gran anfitrión de fiestas; pero también necesitaba toda la atención que aquellas características le otorgaban. Saberse opacado no le sentó bien. Le cayó mal incluso antes de que tuvieran la oportunidad de conocerse.
Él decía que no entendía qué le veían, que era un tipo muy normal como para andar alzando conversación. Yo no tenía idea, así que nada más podía tratar de tranquilizarlo diciéndole que antes de que nos diéramos cuenta a la gente se le habría pasado la emoción y él podría volver a ocupar su puesto del amo y señor de los Junior.
Lo conocí algunos días después.
Su cabello era castaño regular, igual que el mío o el de la mitad de la preparatoria, pero tenía unos ojos tan azules como el agua del lago en primavera. Me gustó al instante el contraste de esos detalles con su piel blanquecina e impoluta, al igual que la punta roja de su nariz. Las palmas de su mano, de la misma forma que los timbres almibarados de su voz, eran suaves y cálidas. No fui capaz de ignorar las pestañas espesas, la nariz recta y sus labios delgados, rojos por culpa del cruel invierno y el colorante de su bebida.
Me pareció que antes de verlo, jamás tuve en frente unos pómulos tan afilados.
Era tan guapo que resultó aterrador.
—¡Creo que ya sé de qué sitio me suena tu cara! —Desde que se acercó, yo me quedé demasiado pasmado para responder a su pregunta de dónde nos conocíamos—. Te he visto en la escuela, me parece, ¿cómo te llamas?
Casi se me había olvidado mi nombre, así que cuando me lo preguntó tuve que hacer un gran esfuerzo para volver a la realidad y poner los pies sobre la tierra.
—Illya —sonreí—, también puedes decirme Illy, si quieres.
—Illy, qué raro. ¿Eres extranjero o algo así?
—No, era el nombre del papá de la mamá de mi papá. Era persa o hebreo, no recuerdo. —Si no lo confundí, fue un milagro. Antes de seguir enrollándome con mis palabras, tuve que preguntarle aquello que me moría por saber—. ¿Y tú cómo te llamas?
—Evan, Evan Danvers, por si te sirve de algo.
Fue hasta entonces que le di rostro a aquel del cual Dylan llevaba quejándose por más de dos semanas. Claro que no lo diría en voz alta jamás, pero comprendí por qué todos dejaban de lado a mi amigo para adorarlo a él. De pronto quise adelantar un año entero y así poder estar con él a diario.
No fue esa la primera vez que vi a un hombre que me resultara bellísimo, digno de voltear la cabeza al verlos pasar para mirarlos dos veces; sin embargo, nunca como otra cosa que no fuese eso: material de admiración, alguien a quien quizá se debía aspirar a ser. Con Evan fue distinto desde el instante en que lo escuché hablar, porque supe que me gustaba y no como lo hacía una película o una pintura; un lindo paisaje o una reluciente piedra.
Del modo en que deseaba recorrer con el índice el contorno de su hueso maxilar, ese que estaba cubierto por una piel que también me moría de ganas por tocar. De la forma en que deseaba saber qué sabor dejaba en su paladar la soda de la que bebía tan despreocupado, o conocer cómo refulgían esos iris suyos al tener su rostro a dos centímetros del mío.
"Esto es malo", supe al instante, contrariado por los deseos que me bullían en el estómago junto con la idea que causó en mí. "No, no te gusta, solo es guapo. Eso es todo". Me lo repetí mil veces, pero la verdad no cambió después de tanto suplicio. Yo seguí notando mis labios arder, cuestionando a mis adentros cómo sería besarlo.
Me preguntó si estaba bien, llevando su mano a mi hombro y arrancándome de mi ensueño momentáneo. Sentí que su tacto repercutió por todo mi cuerpo. Me dijo que me veía pálido y yo quise reírme, ¿cómo no iba a estarlo, si me aterraban las certezas dando vueltas en mi cabeza? A toda prisa respondí que estaba muy bien, aunque mi expresión y mi cuerpo gritaron algo muy distinto.
—Es que me olvidé de que tengo que llegar a mi casa temprano hoy, debo irme.
Supe, mientras consideraba dirigirme a la salida de aquella tienda de autoservicio donde habíamos ido a toparnos, que lo correcto era alejarme y tomar distancia. Dar la vuelta y cortar de raíz aquel sentimiento antes de que me causara un problema. Olvidarme de ello y pretender que nunca le vi, que fue un sueño o un extraño por la calle; evitar su edificio en la escuela y, por supuesto, también aquel local donde Evan trabajaba de dependiente. Me despedí a prisas y me di la vuelta, apresurado para huir de ahí.
"Eso, aléjate, corre".
Debí hacer caso a la voz dentro de mi cabeza, tan insistente y sobresaltada; mi otro yo también estaba muerto de miedo, me invitaba a atravesar la puerta y perderme en el invierno, pero antes de hacerlo, me giré. Evan estaba sonriendo y lo olvidé todo. ¿Qué era alejarse? ¿Qué era correr? ¿A dónde iba? Su sonrisa era tan dulce como la cereza del caramelo que me obsequió en mi compra de unas papas fritas.
"Tal vez tiene el mismo sabor", susurró el otro yo.
—Eh, Danvers —lo llamé—. Hay una fiesta en casa de Dylan West el sábado, ¿vienes?
Mirando en retrospectiva, ese fue el momento exacto en que la jodí por completo.
Evan fue a la fiesta, y pese a la resistencia inicial a dejarlo pasar que mostró Dylan, pronto se dio cuenta de que, de hecho, era un tipo bastante relajado y amigable. Le tomó más aceptar que le caía muy bien de lo que le costó odiarlo sin motivos, en un principio. Además, y como excusa al hecho de que todo el mundo adoraba a Evan, aseguró que le convenía más tenerlo cerca que lejos, así las miradas permanecerían en la misma dirección.
Comenzó a pasar los almuerzos con nosotros, a salir en grupo cuando había alguna fiesta y también a asistir a los partidos del equipo de la escuela. Se volvió uno más de nosotros y yo, claro, estaba encantado. Me complacía poder verlo todos los días, estar tirados en la alfombra de Dylan y escucharlo contar historias de su vida en su anterior ciudad. Él, a diferencia de mi mejor amigo y yo, sí sabía tocar la guitarra. A veces agarraba esa que por años solo pasó tomando polvo en una esquina de la recámara y nos mostraba sus habilidades.
Era sencillo adorarlo, aunque no tanto como lo fue enamorarme de él.
Al comienzo traté de vivir en paz con su existencia rondándome casi a toda hora, pero al cabo de unos meses, o tal vez unas semanas, me resultó imposible seguir resistiendo. A dónde sea que íbamos, en cualquier parte que estuviésemos, notaba todos mis sentidos dirigiéndose hacia él. Cada vez que no estaba dentro de mi campo de visión, mis ojos lo buscaban desesperados porque, ¿dónde se había metido, y por qué no me hallaba yo a su lado? Aprendí a reconocer su aroma con los ojos cerrados. Ni siquiera el de su colonia, el suyo. Jamás habría sabido cómo explicar la forma en que lo hice, solo sucedió. Distinguía a la perfección el sonido que hacía al caminar; no podía sorprenderme porque yo escuchaba sus pasos a metros y yo sabía que se trataba de él; ya ni qué decir de su risa. Era capaz de seguirla a kilómetros, como un sabueso.
Pensé que podría superarlo si tan siquiera lo dejaba pasar, pero Evan no me permitió hacerlo. Siempre me daba una sonrisa, una mirada, un toque que yo no estaba seguro de cómo interpretar. ¿Veía así al resto de nuestros amigos? ¿Les sonreía con esa dulzura? No tenía idea, creerlo me aterraba. ¿Existía la posibilidad de que él sintiera lo mismo? ¿Qué compartiéramos los pensamientos que llegaban de noche? Esos que me invitaban a llevar a cabo cosas que me hacían retorcerme de culpa apenas terminaba y me impedían verlo a los ojos los primeros minutos de la mañana. ¿Era que a él no le asustaba? Yo no era tan atrevido para decirle las cosas entre coqueteos disimulados, y si lo hice, nunca me di cuenta.
En aquella época era pura confusión, deseaba tanto que fuera real eso que yo creía ver y al mismo tiempo me paralizaba porque, ¿qué haríamos con eso?
Entonces, uno de los últimos días de diciembre, nos quedamos solos.
—¿En serio tenemos que entrar ahora?
Su voz me hizo darme la vuelta, enarcando una ceja y preguntándome si menos nueve grados no le parecía el frío suficiente como para desear refugiarse cuanto antes. Aquella tarde Evan nos había invitado a estar en su casa, como casi todos los días del comienzo del invierno. Pasábamos horas ahí, y cuando no era de ese modo, lo hacíamos en el lugar de Dylan. Nos entreteníamos bebiendo lo que fuera que podíamos conseguir en las licorerías dispuestas a vendernos alcohol por un poco de dinero extra.
—Los pulmones se me van a hacer hielo y se me van a partir, pero si tú tienes ganas de cualquier otra cosa... —respondí, sonriendo un poco. La verdad era que me estaba muriendo por el efecto congelador del exterior, pero no podía mentirme; si Evan me invitaba a quedarnos afuera hasta que anocheciera, no le habría refutado.
—Tienes las mejillas rojas, Illy.
—Pues lo normal, están congeladas.
Su siguiente movimiento me tomó por sorpresa. Acercó las manos, cubiertas por unos gruesos guantes, hasta su boca; exhaló y después las frotó entre sí para generar un poco de calor. Solo entonces las colocó a cada lado de mi cara, sosteniendo mi rostro con un cuidado muy particular que me revolucionó el corazón en un segundo. Supe entonces que me hallaría el doble de ruborizado y nada tendría que ver con el invierno.
Debimos estar así, quietos, por varios segundos. Vi en sus ojos azules aquella mirada que gritaba el sentimiento innegable entre nosotros, esa que ninguno de los dos se atrevió a mencionar antes de ese momento.
—T-tus labios se ven azules, Ev —tartamudeé, pretendiendo que se trataba por el frío. Él, frente a mí, fingió creerme.
—Sí, están helados.
Durante semanas estuve pensando que lo que hacía era confundir señales, sin embargo, ¿cómo podía malinterpretar aquello? Supe lo que seguía a continuación, pero mi corazón latía frenético y el pánico me calentaba las manos. ¿Valía la pena dar el movimiento definitivo? ¿No era eso lo que deseé desde la primera vez que lo vi? Con las chicas nunca me costó trabajo, ¿por qué era tan complicado sentir correcto desear avanzar con él?
Tragué saliva y, en un intento de callar todas las preguntas que se me amontonaban dentro de la cabeza, corté el poco espacio entre ambos para besarlo. Torpe, delicado, casi temeroso. Si yo no era el mejor besador del mundo, quería que él me enseñase a serlo.
Siempre deseé que la felicidad nos hubiese durado más tiempo.
¡Buenas madrugadas! Adivinen quién volvió a las andadas de publicar a horas indecentes, así es, su servidor. <3 Debido a las pocas actualizaciones, creo que es justo y necesario que comience a apurar un poquito. Espero que les guste, realmente muchas gracias por su apoyo. <3
Esta vez no es tal cual preguntas, pero con este capítulo oficialmente ya se han introducido todos los personajes que tendrán relevancia en esta historia y hay que agarrarse porque empieza lo bueno. <3
Espero que se estén pasando estos días muy bonito y estén muy bien.
Todo el amor.
Xx, Anna.
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