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6

A cinco centímetros de la barra era fácil ver las diminutas gotitas de agua salpicada y las migajas de pan, pero no era sencillo prestarles mucha atención cuando el pecho dolía ante la idea de romperse la nariz contra esa reluciente piedra negra. Creí que por el peso mi cabeza se habría deslizado, sin embargo, me percaté de aquellos delgados dedos alrededor de la muñeca. Primero, mi mirada recayó sobre las uñas decoradas con esmalte verde pino, a juego con el delantal. Seguí la fina mano, recorrí el camino del brazo y subí hasta encontrarme con el rostro de Sarah.

―Te voy a empezar a descontar los minutos que te duermas en medio de tu turno ―sentenció, una de las comisuras de su boca estaba tensada en un gesto desaprobatorio. Traté de encontrar las palabras para responderle, no obstante, aún quedaban los restos de un sueño nublando mi conciencia. Antes de poder decir algo, ella lo hizo―. ¿Estás bien?

―Sí, sí... ―Aquella respuesta ni siquiera tuve que pensarla, mis labios la formularon en automático―, ¿por qué?

―Te ves algo pálido. ―A pasos agigantados vi el disgusto en sus facciones menguar a otra cosa, misma que no supe interpretar muy bien.

Ni siquiera llegué a considerar el negarlo, pues en seguida me hizo un gesto para que la siguiera hacia la cocina. Tras esquivar al ejército de cocineros que iban de aquí allá tan apresurados como los meseros, me hizo gesto que invitaba a sentarme en una de las cajas frente a las puertas de los refrigeradores. En esos mismos fue donde la vi desaparecer unos segundos antes de regresar con una pequeña caja plástica, que dentro tenía una rebanada de pastel.

En cuanto vi su intención de dejar el postre sobre mis manos comencé a rechazar su oferta, aunque no me sirvió de mucho, pues de cualquier forma lo dejó sobre mis manos.

―Va por mi cuenta, come ―dijo, intuyendo con rapidez el motivo que tenía para rechazar aquella oferta. ¿Qué me quedaba decirle? Volvió a desaparecer un par de segundos en la cocina y al regresar, lo hizo con un tenedor en las manos. Acepté para, luego de darle las gracias, comenzar a comer aún bajo su mirada. Sarah no me dejó solo, sino que se sentó frente a mí en silencio hasta que la mitad desapareció.

―¿Y esto por qué ―cuestioné, cubriendo mi boca luego de pasar un pedazo? Me sentía sospechoso de su actitud, pues no solía regalar nada de la casa porque sí, menos a las personas a las que les tenía un ojo encima, como a mí. Tal vez iba a despedirme, no podía ser de otro modo.

―¿Qué tal estás descansando? ―Aquella pregunta me descolocó por completo.

―¿Durmiendo? ―inquirí, ladeando la cabeza antes de negar―. Bien. No entiendo.

―Estás más paliducho y ojeroso, además de que te la pasas cabeceando. ―Desvié la mirada hacia el pastel de vainilla, fingiendo estar muy entretenido con las decoraciones de chocolate blanco―. Puedes ser disperso y distraído, pero de eso a dormirte... ¿Está todo bien? ¿Pasa algo de lo que quieras hablar?

Levanté la cabeza para encontrarme de nueva cuenta con sus ojos redondos y grandes, como los de un búho. No estuve muy seguro de por qué, pero la sola pregunta pareció extender sus dedos hacia mí para hacer un nudo de mi esófago; su "¿está todo bien?" me provocó un escozor anormal detrás de los párpados y tuve que bajar la cabeza de nueva cuenta, pues estuve seguro de que de otra manera hubiera visto cómo se formaba frente a mis iris una capa de vidrio lista para estallar en llanto. Ni siquiera supe de dónde apareció tal reacción, o cómo fue que una pregunta de su parte fue capaz de empujarme ahí con tal velocidad.

Tragué en un intento infructífero por deshacerme de todas las piedras atascadas en mi garganta, cada una de ellas representando esas cosas que sí pasaban, ¿cómo podía decírselas a ella, de cualquier manera?

Todo me resultó muy confuso, extraño. Sarah nunca pareció demasiado amable conmigo, incluso cuando no estaba molesta se limitaba siempre a ser formal, claro, era mi jefa, no mi amiga; sin embargo, aquella muestra de preocupación me removió cosas que no estaba seguro de querer toquetear demasiado. Inhalé y exhalé, así un par de veces hasta que tuve claro no solo de que ahuyenté el llanto, sino que la voz no se me quebraría en mil pedazos cuando reuniera el valor de decir la primera palabra.

―No en realidad. ―Me encogí de hombros antes de meter un nuevo bocado en mi garganta, esperando que con él se fuera el dolor que me quedó ahí donde se escondían las confesiones―. Todo está bien.

―¿Estás seguro? ―No parecía convencida, lo que fue una segunda bofetada.

Llevaba trabajando en el restaurante durante un muy buen tiempo en ese punto, tenía sentido que supiese reconocer los cambios más evidentes de mi actitud, empero, no redujo la rareza. Solía creer que si no me odiaba, al menos le caía muy mal, ¿por qué parecía preocupada al respecto? Al no encontrar mentiras saliendo a flote en su mirada verduzca, asentí con la cabeza. Tener que mentir con la voz hubiese sido mucho más complicado.

―Okay... ―La vi echarme un vistazo de arriba abajo antes de suspirar y levantarse―. Acaba y si quieres te puedes ir, total te quedan como cuarenta minutos. Ve a descansar o algo, no debes seguir durmiendo frente a los comensales.

―Gracias ―balbuceé, a lo que ella respondió con un simple gesto antes de marcharse.

Aunque en un primer momento pensé que no lo haría, acabé por tomar su palabra. Luego de que terminé aquel trozo de pastel que de buenos ánimos interpreté como una tregua, me cambié el uniforme y salí de Alloro's. El silbido del otoño me besó el rostro y revolvió mi cabello antes de continuar su correteo por la avenida principal; pese a ser temprano por la tarde, las nubes espesas estaban ahí en el cielo, bloqueando los rayos de luz y derramando sobre el pueblo su invariable postal en escala de grises.

Durante los primeros días después del encuentro con Mich, me obligué a apartar de mi cabeza cualquier pensamiento que quisiese atreverse siquiera a danzar cerca de él. Dejé de ir a la biblioteca, a plena conciencia de que la posibilidad de que nos encontrásemos en ese sitio eran altas y, de suceder, yo no habría sabido cómo reaccionar en consecuencia. ¿Me parecía peor ir y que me estuviese esperando en mi sitio? ¿O tal vez ir y verlo sentado de vuelta en su lugar? A un lado de los estantes, con la mirada perdida entre sus libros de regreso a su realidad, que estaba a años luz de la mía. La primera opción terminaría por carcomer cada ramificación de mi sistema nervioso; la segunda... ni siquiera deseaba pensarlo. Si ahora estábamos lejos de nuevo, no tenía por qué verlo. Saberlo era una cosa, enfrentarlo ya era otra.

Aunque, por supuesto, eso fue solo durante los primeros días.

Estaban por cumplirse las dos semanas cuando todas esas columnas que construí a la carrera bajo los endebles cimientos de mi autocontrol, cedieron al peso y desplomaron levantando una nube de humo que me cegó de toda coherencia. Fue muy audaz de mi parte insinuar que podía con ello, que los pensamientos cíclicos que comenzaban y terminaban con Mich no me sacarían la factura tarde o temprano; que podría resistir el levantarme una mañana tras otra y salir de vuelta a la vida pretendiendo que no me acechaba incluso en mis sueños.

Todos mis esfuerzos por ignorarlo se reducían a cenizas cuando su imagen aparecía entre llamas apenas cerraba los ojos. Los mechones de su cabello negro y su sonrisa permanecían grabadas a fuego detrás de mis párpados; ya ni qué decir de sus iris grises atrapados entre los pliegues de mi cerebro. Su propio 'otro yo' agazapado, acurrucado en algún valle acuoso y cálido de mi lóbulo frontal. Desde nuestra despedida mi otro yo se fue en su bolsillo, pues no volvió a responder ninguna de mis muchas preguntas, quien sí lo hizo fue el de él. Me arrullaba con la intención de llevarme a dormir y entonces poder hacer de las suyas; brincaba de un lado a otro entre las paredes de mi cráneo, revolvía aquí y allá, se introducía sin mi permiso en mis recuerdos de infancia, de instituto, como si hubiese estado ahí toda la vida. Aquel mini-Mich era mucho más desastroso que mi mini-Illya.

Incluso, estoy casi seguro que fue él y no yo quien decidió aquel día conducir mis pies por el camino contrario al que me llevaba a casa. Me distrajo comentando sobre las copas de los árboles, cuyas hojas oxidadas no tardarían en apilarse en el asfalto. Señaló las parvadas de aves moviéndose en el cielo, bajo las nubes, con los mismos patrones que las olas sobre la piel del mar. Terminé a la entrada de la biblioteca una vez más.

No puedo echarle toda la culpa, pues yo ya estaba consciente de mí cuando decidí atravesar el arco de la entrada con el paso firme y una urgencia tácita en los veloces movimientos de mi mirada. Ahí dentro, el aroma de la tierra mojada desapareció bajo el del papel y la tinta. No me preocupó el eco acusatorio de la suela de mis zapatos al andar sobre las losetas relucientes, fundidas con la luz blancuzca que se colaba desde el ventanal.

Desearía que aquel sol hubiese derretido los bordes de su figura a contraluz, platinando su cabello negro y cortando las líneas de su mandíbula. Pero sus dedos largos no sostenían los bordes de un libro forrado en tela, sus pulgares no se frotaban sobre el lomo y su sonrisa emergió para humillar a la luminosidad a su alrededor, pues no estaba ahí. Tragué saliva, procurando que el pesar que se alojó en mi garganta no supurase por mi expresión.

De pronto me sentí pequeño, casi como un niño, ahí de pie en medio del lugar con cara de estar perdido. Me mordí el labio esperando que no me delatara y entrelacé mis manos, procurando que no fueran a temblar mientras que, en medio de una profunda respiración que pretendí me cargara de valor, me giré para observar su sitio. Tampoco se hallaba ahí.

Estaba seguro de que no lo encontraría, y, de cualquier modo, subí las escaleras a la segunda planta y caminé cada uno de los pasillos, husmeando entre los altos estantes lloriqueando por encontrarme su fantasma recorriendo títulos. No fue así.

Me maldije al darme cuenta, pues era esa la razón de mi desidia a volver a aquella biblioteca por tantos días. En mi cabeza, era más soportable pintar la imagen de Mich aguardando en mi sitio, contemplando la entrada, golpeteando sus libros a la espera de mi llegada que nunca sucedía, para luego bajar decepcionado el rostro. La culpa se removía inquieta en mi pecho, y, aun así, la podía tragar con más facilidad que con la que traté, sin éxito, de pasar mi desilusión. Porque fui yo, no él, quien aguardó en su sitio; rogando con la mirada que entrase ajetreado por donde yo lo hice no mucho antes, golpeteando la mesa para luego cabecear abatido. ¿Qué me esperaba? Incluso el otro Mich guardó silencio, tal vez demasiado apenado para decir algo. Quizá solo incómodo. Yo tampoco sabía muy bien cómo actuar cuando la tristeza de alguien más se me presentaba en frente.

Me fui pues no tenía nada más que hacer ahí, y porque ahora mi lugar seguro estaba manchado por él y mi necesidad de su presencia.

De pronto, el cielo ya no me parecía tan agradable; las parvadas perdieron su magia y el otoño, más que cálido y vibrante, resultaba muerto. ¿Quién me había creído yo para querer resignificar las cosas que siempre fueron así? Consideré que era esa mi lección, así aprendería a no dejarme encandilar tan fácil de nuevo.

A pesar de la desazón, no deseaba regresar pronto a casa.

Deambulé por todo el camino hasta la secundaria que años atrás fue la mía. No quería nada en particular, mas que tomar la vereda más larga de todas los que conducían a la veintitrés, una vuelta innecesaria para respirar y pretender que lo único que importaba era el sonido de las gotitas rebotando sobre el asfalto, en su habitual llovizna de media tarde.

―¿Illya? ―Escuché la voz a mis espaldas, llamándome a los gritos. La reconocí mucho antes de girarme para encontrarme con su rostro. Se acercó trotando, con una chica siguiéndole los pasos de cerca; pronto la reconocí a ella también. Antes de poder devolverle el saludo, Dylan me envolvió en un breve abrazo y después retrocedió, dando lugar a que Susie hiciese lo mismo―. Hermano, no te hemos visto desde... ¿Cuándo?

―Años ―terminó la chica menudita y de cabello como hongo, que durante la preparatoria había sido una de mis mejores amigas. Igual que él―. Te perdiste. ¿Qué tal estás?

―Bien, muy bien ―respondí sin dudar un segundo, incluso formulando una sonrisa en su dirección. Los vahos blancuzcos de todos flotaron entre nosotros, mientras bañábamos nuestro reencuentro de una cordialidad improbable. Recordaba la forma en que habíamos dejado de hablarnos durante el último año de la escuela; ellos, al parecer, ya no―. ¿Y ustedes? ¿Cómo están?

Con palabras atropelladas me dijeron que igual se encontraban muy bien, mientras se apretujaban el uno contra el otro y así protegerse del frío y la lluvia. No tuvieron que decirlo para que yo supiera que ahora eran pareja, lo que me asombró, pero no tanto. Durante la secundaria, Susie llegó a nuestro grupo por ser la novia de otro chico, aunque Dylan estuvo enamorado de ella desde el primer año; desistió a la idea cuando los códigos de amistad de los muchachos se interpusieron entre él y su atracción por ella. Ahora, esas reglas infantiles estaban muy disueltos para todos.

Me invitaron a cenar y beber algo con ellos, a lo que pude negarme en un principio, aunque después me dejé convencer con una facilidad extraordinaria. A fin de cuentas y pese a cortar hace mucho tiempo el contacto con los dos, compartir un rato con ellos no me parecía tan malo y desastroso como el hecho de tener que estar en casa.

Dylan y Susie vivían juntos en un pequeño departamento a no demasiadas cuadras, y, pese a que él consiguió graduarse no hace mucho de la universidad, ambos trabajaban en el negocio familiar de ella. Desde la secundaria sabíamos que sus padres ―y antes de ellos, sus abuelos― poseían las tres reposterías más grandes del pueblo; eran una familia de pasteleros de la que, luego de casarse hacía poco más de un año, ahora Dy también formaba parte.

Me contaron su vida con cerveza en mano, casi como si no hubieran pasado varios años desde la última vez que hicimos aquello. Me resultó complicado no ensimismarme con los detalles de su relato, siendo que no podía dejar de pensar en la extrañeza de la situación. ¿Qué se sentiría compartir la vida con alguien? Yo estaba seguro de que mi existencia iba siempre a destiempo, adelantando etapas o, por el contrario, yendo muy por detrás de ellas como para permanecer a la par de la gente de mi edad. Nunca, ni una sola vez en mi existencia, sentí que estuviera en el punto que dictaba la sociedad para mí, pero en ese momento me golpeó más fuerte que nunca.

Yo supuse que la mayoría de mis compañeros de clase, si estos seguían en la universidad, probablemente tenían días de dormitorios y fiestas. De tareas y desvelos. Que los que ya habían concluido con esa etapa volvieron a sus respectivos hogares, con sus padres, mientras pasaban sus tardes buscando un empleo. Que incluso lo tenían. Sin embargo, esas eran metas estudiantiles, laborales; pese a la vergüenza que me provocaba no conseguir ir jamás a su par, asumí que esa no sería mi realidad cuando me gradué de la preparatoria. El pasmo me lo suponía el ver que crecían en todo lo demás.

Me contaron de otros compañeros de la escuela que cómo ellos, también estaban comprometidos, casados o esperando a sus primeros hijos. Me sentí muy fuera de lugar. Siempre supuse que era ahí donde comenzaba la vida adulta, el inicio del resto de la existencia, el momento en que se cimentaban las bases de lo que en algunos sería nuestro futuro. Yo continuaba en Alloro's, mientras que la mayoría de mis compañeros habían sido meseros cuando estábamos en nuestros quince o dieciséis. Seguía en el diminuto apartamento de la veintitrés, sin esperanzas de salir pronto de ahí, ellos ya poseían su hogar propio.

Dylan y Susie se tenían entre sí, yo no tenía a nadie.

Si el destino pretendía disimular su saña, no lo hacía muy bien. Tan pronto como aquel pensamiento cruzó mi cabeza, ella me trajo de vuelta a tierra con un nombre.

―El otro día vimos a Evan.

Si deseaba hacerme miserable, lo logró.

¡Hola, hola! Ha pasado un tiempo. Me gustaría darles una explicación, pero no la hay. El trabajo y mis crisis existenciales me consumen vivo, sin embargo, siento que poco a poco voy saliendo de un lugar bastante malo. Si siguen aquí: les quiero mucho. Puedo tardar, pero jamás desaparecer; les voy a dar lo mejor que tengo.

Preguntas <3, ¿quién creen que es Evan? ¿Recuerdan que ya se mencionó antes? ¿Por qué creen que Mich desapareció así? 

Nos vemos pronto, aprovecho para desearles felices fiestas. <3

Xx, Anna. 

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