5
A pesar de todo, nuestra conversación se alargó durante un buen rato. Fue él quien más habló, como no podía ser de otra manera. Me contó que venía de un pueblo costero a unas cuantas horas de distancia, uno donde abundaba la vida campestre y era, en principio, el destino vacacional de muchas familias. La suya, me dijo, se mantenía de la renta de cabañas cercanas al mar que no cabían de huéspedes durante las heladas del invierno; no les iba mal, todo lo contrario. Con ello había conseguido entrar a la universidad sin ninguna clase de preocupaciones a estudiar ―y no me resultó una sorpresa― literatura.
Me asombró la soltura que poseía para hablar de él, de su historia familiar y su desidia a la hora de elegir una carrera universitaria. De aquel año sabático que se tomó para viajar por Europa patrocinado por su padre, a quien le pareció muy bien que su hijo viera mundo antes de establecerse y centrar la cabeza donde debía.
Me contó tantas cosas y, a su vez, no me dijo nada.
Al menos algo de todo lo que yo deseaba conocer.
Supe del viaje, pero no por qué eligió tal continente. No enumeró las ciudades, los países, las callejuelas que sus pies recorrieron; no me dijo qué le asombró o lo decepcionó y por qué. No hubo relatos de alguna amante perdida en Francia, un recuerdo de su niñez, cuál era esa memoria que le volvía líquida la tristeza en los ojos. Me relató parte de su vida, más no lo que le hacía él.
Tampoco me creí apto de culparlo por eso, al yo encontrarme incluso más lejos que él de confesarme.
Así que cuando salimos, ya con las estrellas sobre nuestras cabezas, me dijo que le alegraba haber pasado tiempo conmigo. "Nos vemos, Illy", fue lo último que pronunció en mi dirección antes de dar la media vuelta y comenzar a andar. Me quedé embobado por el mote, pues habían pasado años desde que alguien me llamó de ese modo por última vez; tan ensimismado me dejó, que no fue hasta muy tarde que me percaté que no hubo cita alguna para vernos después, no tenía el número de su casa guardado en la bolsa y él tampoco el mío. Ni siquiera conocía su apellido, por lo que buscarlo sería imposible. Eso fue justo lo que quise desde un inicio, estaba claro, fue por ello que no entendí la razón por la cual su ausencia me dejó un vacío irrellenable en el pecho. Tal que si algo extrañara entre mis dedos, como si me faltaran las manos; los brazos, el cuerpo. O tal vez lo que había huido junto con él era el otro yo, mi conciencia, mi cordura y ahora solo quedaba el cascarón de lo que yo era.
¿Tenía sentido? Debí esperar ese vacío, pues preparé a mi mente para ello y aun así me golpeó de una forma que no hubiera imaginado posible. "Debiste haber sido más egoísta y quedarte con él", murmuré a mis adentros, pero el otro yo no respondió. Me quedó claro: Mich lo había secuestrado.
Volví a casa con la nube de la derrota sobre mi cabeza, mucho más tarde de lo usual. Tanto así que cuando acerqué la oreja hacia la puerta, pude escuchar del otro lado las voces de Diane y James; debían pasar de las nueve y media, por lo cual ya estarían cenando. Recuerdo recargar la cabeza sobre la superficie ahogando un suspiro. Detestaba de sobremanera llegar a casa después de ellos, pues significaba que tenía que atravesar toda la sala de estar y el comedor bajo el escrutinio de sus miradas. Si yo ya estaba en casa al ellos volver del trabajo, podía permanecer en mi habitación, silencioso, fingiendo dormir si por alguna razón les daba por entrar.
Aquel día, claro, eso no fue así.
Al adentrarme en ese sitio, lo primero que vi fue el sillón de Jo vacío, lo que quería decir que había discutido con ellos. Por lo general no le importaba mucho seguir haciendo sus cosas sentada frente a la mesita de la sala, ya fuese tarea o matar el objetivo de su videojuego de turno. Solo cuando se peleaban ella optaba por irse a su habitación, o la mandaban ahí; sea como fuese, era un mal presagio. Discutir con Jo siempre ponía muy irritable a mi madre, lo que, en consecuencia, significaba que James estaba más predispuesto a la pelea.
―Buenas noches. ―El tono sarcástico de Diane no me pasó por alto, me hizo tensar la mandíbula. Era su forma de expresar su disgusto frente a la falta de mi saludo―. ¿De dónde vienes? ¿Y por qué tan tarde?
Me detuve en seco, tomé una profunda respiración y procuré mantener la calma. Podía sentir el mal humor trepándome por las piernas a la misma velocidad con la que la irritación comenzaba a bullir al interior de mi pecho. Relajé el rostro tanto como me fue posible, bien a sabiendas de lo imposible que me resultaba ahuyentar los pensamientos de mi mirada. Me giré en su dirección y negué en un breve gesto.
―Buenas noches. ―Por poco se me atasca el saludo en la garganta―. Fui a tomar un café con... un amigo.
James fingió no escucharme, y yo, no ver la mueca microscópica en la comisura de su boca. Continuó comiendo su sopa, pretendiendo estar abstraído por completo de la conversación.
―¿Y por qué regresas tan tarde?
―Se me fue la hora, no estaba al pendiente.
―Mmm... ―Pasé el peso de un pie a otro, esperando que me dejase marchar de una buena vez. El cansancio trepaba por cada una de mis extremidades, lo único que deseaba mi cuerpo en ese momento era recostarse sobre la cama y apagar por completo la conciencia hasta el día siguiente. No me lo permitió, en su lugar, y levantándose de la mesa, agregó―. Siéntate, te voy a servir de cenar.
Mi mirada se deslizó de nuevo hasta su esposo, tuve que morderme la lengua para no decir lo primero que me salía de la cabeza. No siempre rechazaba sus ofertas, sin embargo, cuando James nos acompañaba yo prefería pasarlas por alto.
―No tengo hambre, en realidad. Cenen ustedes.
―No comiste. ―Diane colocó una de las manos sobre su cadera, frunciendo el ceño―. Además, no tocaste tu desayuno; ya me dijo Joanne que estás tirando lo que les dejo. No les hago de comer ni les doy dinero para que lo estés desperdiciando. Siéntate.
―No tengo hambre, almorcé allá ―mentí sin pensarlo siquiera―. Si me dan ganas vengo por algo al rato.
―No te estoy preguntando, Illya; tienes que cenar.
Abrí la boca para protestar por segunda ocasión, cuando la voz de James se hizo presente.
―Que te sientes.
Sus ojos oscuros se enmarcaron con un ceño fruncido; los clavó en mí y al instante se me encogió el estómago. La irritación pasó a ser rabia en el segundo en que mis pies volvieron a reaccionar solo para llevarme hasta la mesa, frente a la que tomé asiento en completa contra de mi voluntad. Lo odiaba con una furia cegadora, ¿quién se creía para mandarme de ese modo? No era mi padre, tampoco tenía ningún derecho, pero se pavoneaba por ahí como si ser el esposo de mi madre le otorgase alguna clase de privilegio sobre mi hermana o yo.
A los pocos segundos, tenía un plato de sopa humeante frente a mí.
El ambiente alrededor de la mesa se volvió tan tenso que incluso la tarea de respirar era difícil. Mi mirada se encontraba fija en los fideos que flotaban entre el caldo rojizo, sin embargo, estuve consciente en todo momento en que tenía esos dos pares de ojos sobre mí.
―¿Y quién es ese amigo con el que fuiste? ―Me encogí de hombros ante la pregunta de mi madre. Por supuesto no le iba a decir de Mich ni de dónde le conocía, habría sido explicar muchas cosas que no me apetecía ni en ese instante y era poco probable que fueran a hacerlo en un tiempo cercano.
―Es del trabajo. ―Las palabras me salieron a tropezones, sentía la garganta áspera―. No lo conoces.
―Espero que no sea otro amigo como el Evan este. ―Todo mi cuerpo se tensó al instante. Tendría que haberles dicho que fue con una chica, de ese modo no hubiera obtenido tal comentario.
―No, es un compañero del trabajo y traté de ser amable, nada más ―sentencié.
―Al menos con alguien eres cordial.
El resto de la cena transcurrió en un silencio absoluto, lo cual estuvo bien. A decir verdad, casi siempre que comíamos en compañía de los otros era de ese modo; no teníamos mucho que contarnos tampoco.
Durante un tiempo, más temprano en mi infancia e incluso luego de que mi padre se fuera de la casa, había sido diferente. Jo y yo éramos muy ruidosos al conversar; inclusive mi madre, cada cuánto, se reía de los comentarios estúpidos que nos lanzábamos el uno al otro. La recuerdo diciéndonos que bajáramos la voz pues con los gritos le provocábamos dolor de cabeza.
Dejó de ser así cuando James llegó a nuestras vidas y comenzó a pasar más tiempo en la casa. Al principio porque ni Jo ni yo le teníamos confianza, después ya que no nos caía bien; al final, cuando ya no hubo modo de hacer que se fuera y se mudó con nosotros, debido a que a él le gustaba cenar en silencio. Nunca más volvimos a hablar en la mesa.
De algún modo, siempre supe que había algo mal con él. Jamás me dio una buena espina y a Jo tampoco; con el tiempo nos enteramos de que fue igual para una gran parte de nuestra familia. Claro, una cosa era pensar bien de las personas y otra que fuéramos todos una bola de estúpidos.
El tipo era encantador hasta que nos percatamos de la obsesiva necesidad de estar siempre al pendiente de Diane. Cuando salía, él en todo momento estaba al tanto de dónde se encontraba, incluso si ella no se lo decía nunca pues, para esos ayeres, solo eran amigos. Escuché a mi madre discutir con él una infinidad de veces, decir que no volvería a verlo y olvidándose de su palabra dos días después. Entonces, de algún modo, James consiguió brincarse la amistad y volverse algo más para mi madre. Las discusiones por el control nunca cesaron, pero eso no le impidió entrar a nuestra casa y asentarse tal que si se tratase de la suya. Como si fuera bienvenido.
A decir verdad, siempre me pregunté la manera en que lo hizo. El tipo no era bien parecido ni guapo; no era adinerado, carismático o gracioso; de hecho, era bastante desagradable. Tenía presente aquella vez en la que mi madre lo encontró robando dinero de su bolsa. Lo perdonó, aunque nosotros no. Jo y yo comenzamos a llamarlo 'la Rata'. De hecho, era esa la razón por la que yo escondía bien mis ahorros, en los sitios más recónditos y nunca junto.
Era tan bueno olfateando el dinero como malo administrándolo.
En alguna ocasión, increpé a mi madre por su decisión de permanecer con él. Era tan hijo de puta que ni podía ocultarlo. Habiendo entrado, no tuvo que seguir fingiendo a ratos ser algo que no era, se destapó, mostró la verdadera cara. Ella aseguró que era proveedor, lo cual fue la razón más estúpida que yo pude haber escuchado jamás en mi vida. Me hubiese resultado más lógico que me dijera que le gustaba, o que no sabía, que lo quería; lo que fuera... No obstante, se le ocurrió decir que era proveedor, que iba a ver por nosotros.
Quise reírme en su cara y no lo hice; no por respeto, sino porque era tan absurdo que ni siquiera resultaba divertido. "Ver por nosotros", le bufé, "la rata no sabe ver un metro más allá de su nariz". Me cruzó una bofetada por el rostro, hecho que no me hubiera esperado de ella. Me descolocó de tal modo que tardé varios segundos en registrar lo sucedido; me llevó a sitios a los que no me hubiera gustado regresar. Ordenó que no volviera a llamar a James de esa manera; claro que lo hizo, le dolió oír la verdad de su rata.
En realidad, debido a su puesto en el departamento de policía, no tendría por qué resultar absurdo. Yo estaba seguro de que su salario, en otras manos, hubiera sido suficiente para mantener una familia de cuatro. Pero eso: bajo el control de alguien más. Un buen sueldo no significaba nada con un tipo como él, que sabía solo la fórmula para gastar cada centavo. Sus problemas con el alcohol los advertimos antes de que se mudase con nosotros, aunque James resultó ser un estuche de monerías de la calaña más baja. Al hacerse de un sitio en nuestro hogar, también trajo consigo sus deudas, su adicción a las apuestas, su asquerosa pereza... eso por mencionar lo más decente de su persona.
Con el tiempo se volvió irónico que Diane viera en él un proveedor, cuando en lugar de dividirse entre dos las responsabilidades de la casa, tres recayeron sobre sus hombros. Demasiado para el sueldo de una manicurista de la veintitrés.
Acabé la sopa tan rápido como pude, a una velocidad que apenas me permitía no atragantarme. Aunque tampoco me hubiera molestado por completo acabar de esa forma. La ingerí de tal manera que, mientras mi boca estaba atascada, sentí asco. Apenas contuve una arcada, pasarla fue complicado, aunque no tanto como lo hubiera sido permanecer más en compañía de aquellos dos.
Me levanté de la mesa, murmuré un "provecho" que me rescató de un enfrentamiento y fregué el plato en tiempo récord. Después, sin dirigir una última mirada en su dirección, les di las buenas noches y me marché a mi habitación.
Una vez dentro, no me molesté en encender la luz. Solo cerré la puerta tras de mí, le coloqué el seguro y avancé a tientas entre la oscuridad. Dentro flotaba un aroma extraño de humedad, debido a todas las horas que aquel cuarto pasaba a oscuras; no me molestaba, de hecho, con el tiempo había aprendido a ignorarlo por completo a tal punto que incluso ya lo reconocía como familiar. De alguna extraña manera, me reconfortaba.
Luego de deshacerme del pantalón y la sudadera, me metí en la cama. Cubrí mi cuerpo de pies a cabeza con las sábanas y me hice un ovillo sobre el colchón. Apenas levanté un poco las telas para poder contemplar a través de un pequeño hueco la hora en el despertador de la mesa de noche; ya pasaban de las diez.
Cerré los ojos y me permití pensar en aquel día; ese hueco de vacío continuaba en el pecho, inamovible. Suspiré apenas recordar el tacto de la mano de Mich bajo mis dedos, o el cosquilleo que aquel hombre, por algún motivo, había sido capaz de causar en la boca de mi estómago con solo una de sus sonrisas. Era patético.
Al instante me asaltó la idea de que resultaba una tontería continuar evocándolo luego de esa tarde; seguro de que no volveríamos a vernos. Y tal vez así estaba muy bien, si con dos días era capaz de estremecerme de un modo tan irreconocible, resultaba arriesgado permitirme pasar más en su compañía. Quién sabe las cosas que una persona era capaz de hacer sobre otra si se le concedía tal nivel de poder; a lo largo de mi vida tuve pequeñas probadas, suministradas por gente que jamás me provocó aquellas sonrisas. Si ellas fueron peligrosas, alguien como Mich hubiese sido letal.
Lejos estábamos bien, extrañar un par de días a un desconocido, nunca mató a nadie.
Con aquella pobre excusa consolando mi mente, me dormí.
Aunque no largo y tendido, nunca era así.
Cuando abrí los ojos de nuevo, el silencio de la madrugada gobernaba ya cada rincón del departamento; la noche tenía un sonido bien característico cuando esta ya mostraba sus horas más profundas. Hubiera deseado encontrar eso.
Me giré en el colchón y observé hacia la puerta; bajo la rendija, todo lo que se colaba era una oscuridad profunda. Y cuando creí que podía volver a dormir de nuevo, lo escuché. Cerré los ojos al instante, dejé caer la cabeza y llevé las manos a la almohada, levantando los bordes a cada lado para cubrir mis orejas en un intento burdo e inútil de que esta bloqueara el ruido de la noche. Pero no lo hizo, yo sabía que nunca lo haría.
Escuché el golpe contra la pared; otro y otro.
Y otro.
Y otro.
No se detuvieron, aunque a veces eso era mejor.
Pronto se sumaron los gemidos. Esos eran lo que más detestaba, lo que me llenaba de asco e intranquilidad. Los que no podía obviar, olvidar o pretender que se trataba de algo más. Golpe, gemido. Así una y otra vez. Escuchar a Diane tener sexo con mi padre siempre fue desagradable, no obstante, aquello se volvió aún peor cuando sucedió con James. Él era más descarado, a él no le importaba que el sonido de su cabecera hiciera temblar cada pared del departamento.
Y quizá lo que me revolvía el estómago con más violencia de todo aquello, ni siquiera lo que sucedía en ese instante. Sino que me recordaba la razón por la que comencé a repudiarlo. Lo que rasgó la delgada tela entre el desagrado y el odio asesino, que no pude reparar.
Aquella noche donde Diane y James pelearon por primera vez como solía hacerlo con Adrien, cuando fue a buscarnos a casa de esa amiga de mi madre cuyo nombre no recuerdo, pues nunca la volvimos a ver. No fue solo, sino con algunos de sus hermanos, e hicieron un desastre en esa casa.
Aquel recuerdo también era borroso, aunque no tanto como los otros.
Recuerdo la forma en que nos arrastraron a Diane, Joanne y a mí hasta una camioneta, no la de James, sino la de su hermano. Él se había tomado unas pastillas, o al menos eso dijo, así que Carl se ofreció a llevarnos hasta nuestra casa "por si acaso". Hubo muchos gritos. Y en algún punto de vuelta, mientras el hermano trataba de, bajo sus palabras, hacer entrar en razón a mi madre para que dejara de gritar, de llorar y de maldecir, ella dijo:
―¿Sabes lo que él hace? ―Jo estaba dormida, yo pretendía lo mismo. Pero mis ojos permanecían bien abiertos, observaba el piso de la camioneta, mi estómago dolía del miedo de matarnos en un accidente, pues Carl manejaba muy rápido y todo apestaba a alcohol. Diane no obtuvo respuesta, aunque aun así continuó―. Trae a sus amigos y hace que me cojan, mientras ve.
A la semana, James le trajo rosas y regresó a la casa.
Sin embargo, yo no pude volver a dormir.
¡Hola, hola! Una disculpa la hora, y el día, y la tardanza DKFJG. La vida de adulto me consume, entre el trabajo y el ajustar todo para otra de mis novelas, se me fue el tiempo PERO AQUÍ ESTÁ EL NUEVO CAPÍTULO DE ILLY. Espero que les haya gustado.
La verdad me da un poco de pendiente que la cosa se pueda poner demasiado densa, o que resulte DEMASIADO desagradable todos los temas que se tocan. Realmente espero que no haga sentir incómodo de más a nadie, aunque bueno, tampoco pretendo que los deje indiferentes.
Si hay alguien por ahí, todo el amor.
Xx, Anna
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