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4

―Entonces háblame de ti.

Me tomó un par de segundos entender por completo su pregunta, pues me encontraba muy abstraído en el aroma del café recién hecho que flotaba por todo el establecimiento. No era para menos, pues el mismo me provocaba ganas de vomitar. Me recordaba demasiado al que preparaba James todas las mañanas antes de irse a trabajar. Era una rutina verlo empinar su taza roja y contemplar, por encima de la cerámica, a mi madre o a Joanne mientras bebía. Entonces, al dejarla sobre la mesa, chasqueaba de manera repugnante su lengua al humedecer sus labios. «No hay nada como un buen café», murmuraba en seguida, sin obtener respuesta alguna.

Aquello siempre me hacía pensar que la bebida favorita de alguien hablaba mucho de ellos. La de James: café negro, soluble, sin azúcar. Nada más acertado para ese hombre amargo, simple y rancio.

Mich pidió un té de frutos rojos endulzado con miel.

―¿Qué quieres que te cuente? ―respondí no mucho después, contemplando embelesado la manera casi ritualista con la que comenzó a beber. Primero envolvió las manos alrededor de su tasa; se calentó las palmas y lo vi enderezarse en un segundo ante el satisfactorio escalofrío que aquello debió haberle provocado. Tuve que reprimir el mío y contener la asfixiante necesidad de saber si su cuerpo reaccionaría de la misma manera cuando le pasaban los dedos muy despacio por la espalda.

No volvió a hablar sino hasta que le dio un buen sorbo a su bebida. Me vi en la necesidad de apartar la mirada, observar por encima de su hombro a la ventana a sus espaldas y centrarme en el asfalto húmedo. No, obligación, porque, ¿con qué cara iba él, cerraba los ojos y suspiraba así nada más por un té? Si en él no tenía lugar la vergüenza, era necesario que lo hiciera en mí. El pensamiento me cosquilleó en las comisuras de la boca; fue difícil contener la sonrisa.

―Pues lo que quieras. ―Debió ver en mi expresión conflictuada que no era algo que nos fuese a llevar a ningún sitio, así que agregó―. Cómo, no sé, ¿qué carrera estudias o estudiaste?

Me sentí apenado de pronto. Mis ojos le dieron toda su atención a la mesa bajo nuestras manos, recorrí con la mirada las líneas de la madera hasta que noté pasar el calor en la cima de mis mejillas. Aquella pregunta me llevó de inmediato a nuestro primer encuentro, cuando utilizó la palabra ‘alumnos’, lo que a todas luces indicaba que él debía ser algún tipo de profesor.

Por lo general no me preocupaba de más responderle a mis compañeros en el trabajo o a cualquiera que por una u otra razón llegase a interesarse por eso, pero con Mich me sentí cohibido de una manera inusual en todos los aspectos. Destapé la botella de agua delante de mí y bebí un poco de la misma en mi desesperado intento por ganar tiempo. Solo esos segundos me bastaron para darme cuenta de que lo que noté revolviéndose en mi estómago fue, en realidad, miedo. Por supuesto no de él, sino a decepcionarlo y que me viera… diferente.

―No hice ninguna carrera. ―Me encogí de hombros, esperando que no se percatara de mi falsa indiferencia respecto al tema.

A pesar de mi creciente terror, me obligué a levantar la mirada en un intento de interpretar lo que sea que me fuese a encontrar en sus pupilas. Para mi sorpresa no hallé ni ahí ni en su expresión indicación alguna de decepción o algo parecido, sino confusión. Curiosidad.

―Perdón, creo que no te he preguntado esto, pero, ¿qué edad tienes?

Ni siquiera sé qué es lo que esperaba escuchar en respuesta, aunque sí que no era eso.

―Veintidós. ―Mi voz salió más dudosa de lo que yo hubiera deseado. Me percaté de la manera en que sus cejas se arquearon al tiempo que su boca modulaba un insonoro ‘oh’―. ¿Hay algo malo con eso?

―No, nada de eso. ―Al instante, una sonrisa volvió a iluminarle el rostro. Me pareció que el hecho de que su cara no estuviese siempre pintada con la misma debía ser añadido, cuanto antes, a la lista oficial de los pecados capitales―. Solo pensé que eras un poco mayor.

Me cuestioné de dónde pudo haber sacado esa idea, aunque tampoco me molestó. A falta de mucho más que decir, le pregunté a qué se refería con mayor; sin enrollarse de más me hizo saber que llevaba un tiempo pensando que rondaba los veinticinco o veintiséis. Tuve el impulso de mirar abajo y observar mi ropa de aquel día, después traté de recordar cómo estaba mi cabello antes de salir de casa o, aún mejor, cuál sería su estado después de la lluvia y la humedad.

¿En verdad había algo en mí que le pudiera insinuar más años de los que llevaba sobre los hombros? Recordé la ocasión en que pedí el trabajo en Alloro’s, cuando mi jefa casi me rechazó apenas verme, todo al son de un «creí que eras menor de edad», que no cambió sino hasta que se aseguró de que mi identificación no fuera falsa. ¿Tal vez lo dijo por mi rostro cada vez un poquito más demacrado? A veces las ojeras y la palidez le daban a las personas un poco más de edad. Bien estaba ahí la posibilidad de que Cindy hubiera dicho eso al contratarme en un intento de librarse de mí. Tal vez ella intuyó desde el principio la extraña dinámica gato-ratón que terminamos desarrollando.

―¿Tú qué edad tienes? ―Me sorprendió vislumbrar en él la misma renuencia a responder que yo mostré en un inicio.

―Treinta y dos. ―Noté al instante un cambio de posiciones. Ahora no era yo quien lo contemplaba en busca de una reacción, sino al revés.

Al cabo de unos cuantos segundos, añadí―: Bueno, pensé que eras bastante más mayor.

Lo cual no era cierto, desde la primera vez intuí que estaba entre los treinta y pocos, pero lo hice reír y no tardé en unirme a él con una sonrisa. Me gustó que captase mi broma al instante.

―¿Gracias? ―Ladeó la cabeza con la diversión aún fraguada en sus labios―. ¿Qué significa eso? ¿Qué es bastante más mayor?

Aún tomándole el pelo, me encogí de hombros y traté de responder con la expresión más solemne―: No sé, unos cuarenta y tantos. Tienes canas.

Golpeé mi mentón con el dedo índice, señalando a lo que me refería. En realidad, no portaba más que una o dos en la barba, pero fue suficiente para que arrojase en mi dirección una mirada de incredulidad completa.

―Eres un grosero, tú también y no te he dicho nada.

Me sorprendió que en tan poco tiempo hubiese sido capaz de arrebatarme dos risas. Esta segunda no tan alta como la primera, bien podría confundirla con un resoplido, pero mi mirada no debió dejarle ninguna duda. 

Claro, el gesto no duró lo suficiente, pues antes de que la sonrisa me acalambrase los pómulos, retomó el tema que nos llevó hasta ese instante. Me preguntó que si no estudiaba, entonces a qué me dedicaba; aquello era una respuesta más sencilla. Le hablé, economizando al máximo cada una de mis sílabas, sobre mi trabajo de turno completo en el restaurante; él lo reconoció al momento.

―Es muy bueno, la pasta es exquisita. De la mejor que he probado ―aseguró.

Lo único que comí alguna vez en Alloro’s era un trozo de pastel de chocolate, Cindy me lo obsequió luego de hacerme trabajar un par de horas extras para cubrir a un compañero. Hubiera preferido algunos dólares, a decir verdad, pero el postre tampoco estuvo mal. No supe qué responderle, supuse que sí, la comida seguro era buena, después de todo por algo casi cada noche teníamos casa llena y lista de espera en la entrada.

―¿Y qué haces en tu tiempo libre?

Siempre que yo parecía abstraerme, sin saber cómo seguirle la conversación, Mich se aventuraba a comentar algo con el propósito de rescatarlos de un muy denso silencio incómodo. Me sentí muy agradecido por ello, incluso cuando aún me resultaba un misterio la razón detrás de su amable comportamiento. Quizá, pensé, es que eso de ser nuevo en la ciudad le pasó factura y ahora buscaba amigar con cualquiera que se le pusiera enfrente, lo que, por pura suerte, a mí me vino de perlas.

Desvié la mirada para pensarlo durante un segundo; no existía mucho que contarle. No tenía demasiado tiempo libre y, cuando sí, mi rutina se centraba en ir a sentarme un rato en la biblioteca, de lo que él ya era consciente; o pasar las horas columpiando los pies en la cornisa del edificio mientras observaba a los pájaros ir y venir de sus nidos en las copas de los árboles más cercanos. Cuando podía, me echaba a dormir.

―Pues… no mucho. La mayoría tú lo sabes bien. ―Me encogí, un tanto apenado.

―¿No tienes algún hobby? ―Se inclinó sobre la mesa, recargándose en los codos y ladeando la cabeza; me erizó la piel sentir que poseía toda su atención. Necesitaba que dejara de mirarme con tal fijeza y, a la vez, que no se detuviera―. Quiero decir, ya sé que por lo visto no te gusta leer. Pero, ¿dibujar? ¿Salir a caminar? ¿Correr? Qué sé yo, ¿jugar ajedrez? ¿Ir al cine? ¿Cuándo estabas en la preparatoria eras parte de algún club?

Pensé en mi época estudiantil. No, jamás fui miembro de uno de esos; de hecho, en mi último año, luego de que James dejase muy claro que no iba a ser él quien pagase mi universidad, por lo que no había manera en que yo aspirase a entrar en una sin que las deudas fuesen a comerme vivo, dejó de interesarme hasta la escuela. Mis calificaciones se fueron al piso, de todas formas, pese a ser buenas jamás hubieran sido suficientes para acceder a una beca.
No fue ese mi año, aunque tampoco mejoró mucho con el tiempo. Comencé a saltarme las clases y me hice miembro recurrente del grupo de muchachos ―y no tanto― que se juntaban en los callejones detrás del mercado a beber y fumar.

Por montones contaba las cosas de las que me arrepentía de todo lo hecho en esos años, pero de ninguna tanto como el ‘purple’ tatuado en mi nuca bajo el nacimiento del cabello. De casi todo estaba en mis manos el pretender haberme olvidado, distraerme con cualquier cosa cuando notaba la necesidad creciente de volver a beber al estar más desesperado; fingir locura si alguien hablaba del efecto de esas drogas que a la fuerza, tras interminables noches de vómitos y fiebres mortales debido a la abstinencia, conseguí dejar atrás tanto como eso era posible. Pero el tatuaje ahí estaría por siempre y no me obligaba solo a recordar la necesidad que tuve en algún momento de una pandilla que sentir ‘familia’.

Me orillaba también a avanzar por la veintitrés con la mirada fija en el suelo y las manos dentro de los bolsillos, deseando no encontrarme con nadie en la calle cuando el reloj ya marcaba las horas más altas de la noche. Perdido siempre en el sonido chapucero de la suela sobre el asfalto, sin preocuparme siquiera en evitar los charcos a ambos lados de la acera que no eran otra cosa sino lluvia, jugo de basura y desechos rancios; ya muy acostumbrado al vomitivo aroma ácido de la sangre y el pescado que llegaba desde el mercado. A rogar, mientras dejaba atrás las luces fluorescentes y los carteles de neón para adentrarme en las calles aledañas, no tener que no-ver nada.

Como aquella noche en que me tragué mi miedo, respiré profundo y me sumergí en esa maraña de oscuros callejones; hasta que en la entrada de una calle me vi envuelto en un choque directo contra el cuerpo de un hombre al que no conocía, pero cuyo rostro era familiar en algún valle perdido de mis recuerdos. Él pareció reconocer lo mismo en mí, pues bajó el cuchillo que llevaba en la mano, de cuya navaja aún goteaba un líquido espeso. «Se resistió», me comentó sin pena, con una mueca burlona bailándole en las comisuras de la boca. No hubo saludo ni vergüenza, solo una excusa: se resistió. ¿De qué? Los billetes que guardó en su bolsa me dieron una idea.

No pude decirle nada, asentí como si lo entendiera, porque él portaba la misma palabra que yo pero en los dedos de sus manos. Ambos sabíamos que si aquel a quien asaltó moría, no faltaba mucho para que algún vecino se topara de frente con su cadáver y llamara a emergencias. Pero no hubo prisa, también éramos conscientes de que James portaba nuestro tatuaje. Y que era sargento en la policía.

Se despidió, yo seguí andando. Ayudar al moribundo, cuyos gemidos de dolor aún escapaban por las entrañas de la veintitrés, me habría supuesto más problemas. Era mejor así.

¿Qué decirle a Mich respecto a eso, si todo me apenaba?

―Soy muy aburrido ―sonreí a medias, ocultando el recuerdo de aquel bulto sangrante a mitad de la calle―. No tengo ningún hobby, siento decepcionarte, pero no hay detalles interesantes sobre mí.

Recordé muy pronto cuál era mi lugar, y lo lejos que estaba del suyo.

En ese instante, supe lo que haría a partir de ese momento: mostrarme a Mich como lo que era, pero sin profundizar demasiado en las fosas marianas para no mancharlo con esos abismos. Sin ninguna pretensión pues, solo de ese modo, se aburriría pronto de mí.

Sí, su sonrisa y su mirada me daban los veranos, la calma, las revoluciones; era apresurado decirlo, pero me hacía bien. Porque sin lugar a dudas era bienestar lo que me burbujeaba en el pecho de solo verlo, escucharlo, tocarlo. Aunque si ya contaba por decenas tantas razones para nombrarme una mala persona, me iba a asegurar de que una de ellas no fuese manchar a un ser tan luminoso como lo era él.

«Algún día y aunque me queme», pensé, «agradecerá mis esfuerzos por volvernos desconocidos una vez más».

―No me pareces aburrido ―aseguró, sonriendo―. Solo creo que aún no me tienes confianza.

No me vi en posición de negárselo ni de desmentirlo. Tenía razón, aunque no por los motivos adecuados. «Deseo ser franco contigo como con nadie más en el universo», quise decirle, «pero te juro que tú no quieres que sea así».

¡Hola! Espero que estén teniendo un lindo viernes. Hoy se adelantó un día el capítulo, espero que les guste. La verdad me hace muy feliz leer comentarios y ver sus opiniones respecto a esta historia. 🥺

Como siempre, preguntas. ¿Qué impresión tienen de Mich? ¿Qué impresión tienen de James? A este último no se le ha mencionado tanto, pero tiene un peso bastante considerable en la historia.

¡Nos leemos el próximo fin de semana!

Xx, Anna.

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