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33

Nos encontramos con Mich sobre la avenida, en el punto justo entre la torre de departamentos y la preparatoria. Llegar hasta ahí nos tomó varios largos minutos de un silencio perpetuo entre Jo y yo, que aún procesando lo que acababa de suceder, no teníamos palabras que darle al otro y nada más podíamos brindarnos además de un acompañamiento silencioso. Los pies nos dolían y nuestras espaldas estaban agotadas de llevar toda una historia de vida metida en pequeñas mochilas repletas de ropa y alguna fotografía. No mucho más. El resto, mejor valía dejarlo lejos donde un día no pudiéramos recordarlo. Era tarde, ya no pasaban autobuses; la noche comenzaba a enfriar.

Mich debió intuir que algo andaba mal desde el momento en que lo llamé, tan poco después de que me dejara en mi casa. Tartamudeando por los nervios que produjo en mí el subidón de adrenalina y las palabras rápidas que apenas podían ser comprendidas las unas de las otras. No obstante, quizá no imaginó la magnitud del asunto, sino hasta que se detuvo a nuestro lado y pudo ver la sangre, la palidez, el cansancio imposible de disimular en la cara. Ahora, con los músculos más relajados y el subidón evaporado, notaba cada golpe, la tensión en mi cuerpo; todo me dolía y la cabeza amenazó con asesinarme si me descuidaba un solo instante. Estaba tan exhausto que por un momento no pude decirle nada, y fue mi hermana quien tuvo que convencerlo de no regresar a la torre para enfrentar a James. No valía la pena y, más que eso, sería peligroso; estuvo reacio al inicio, luego comprendió la súplica en su voz y mi mirada. Ya habíamos terminado con eso, no queríamos, y no íbamos, a volver ahí.

En su lugar, condujo hasta su casa. En un principio insistió en llevarme al médico, pero tuve a bien negarme y, como pude, le dije que no era nada de cuidado; que se veía mucho más escandaloso de lo que era en realidad. Jo apoyó mi punto, alegando que ella, más que nadie, insistiría en llevarme a urgencias si supiera que lo necesitaba. Solo así, aunque dudando un poco, aceptó no hacer esa parada en la que habría más preguntas que no podíamos responder. Al menos no tan pronto.

Una vez protegidos del frío y el viento, Mich dejó que Jo se acomodará en el cuarto de invitados; le aseguró que tenía su propio baño y agua caliente por si deseaba darse una ducha. También que iba a preparar un poco de café y que, si quería otra cosa, con toda confianza podía ir a la alacena o la nevera a tomar lo que sea que se le antojase. Jo agradeció con un ánimo fantasmal y desapareció por las escaleras, mientras que Mich, con botiquín en mano, se dio a la tarea de limpiarme la cara y todas las pequeñas heridas que tenía repartidas por la cabeza. Lo hizo con la destreza delicada que ya le conocía, asegurándose de no causarme más dolor o ardor del necesario; y estuvimos ahí unos buenos minutos hasta que, me dio la impresión, resolvió de qué manera iba a empezar a hacer preguntas.

—¿Qué pasó, Illy?

Abrí la boca, aunque no fui capaz de emitir ni un sonido. Las palabras se me atoraron en la garganta ante la certeza de que, si no respiraba profundo y hablaba despacio, iban a terminar transformándose en un lamento. Cerré los ojos e inhalé hondo un par de veces, hasta que mi corazón, que de pronto comenzó a latir rápido otra vez, encontró un poco de paz.

—Hoy... —Tuve que luchar por hallar las palabras adecuadas—, hoy casi hago algo terrible.

Su espalda se tensó, pude adivinar la forma aún debajo del abrigo que no tuvo tiempo de quitarse para dejar en el perchero.

Me contempló como si supiera que si yo le daba ese peso a mis palabras era por una razón clara y justificable. Estaba en lo correcto, yo jamás podría hacer nada solo con la intención de alarmarlo si no tuviera las motivaciones adecuadas. A pesar de que él me contemplaba con fijeza, yo me vi en la necesidad de desviar la mirada para refugiarme de toda la vergüenza que sentía. Pero algo dentro de mí creyó que debía contárselo, porque era la razón principal por la que, aunque era de noche y mi mente estaba poco clara por la hora y los golpes, sí que sabía con seguridad una cosa: no podía quedarme.

Tartamudeé un instante y supe que no podría solo decirle lo que estaba a punto, de golpe; que así no lo entendería, así que tendría que retroceder lo suficiente; tanto como el día en que nos conocimos y, si me ponía específico, tal vez antes.

Relaté con una calma que no sentía en el pecho, la forma en que el día que nos vimos por primera vez en la biblioteca hizo mucho por mí, incluso cuando no sabía que lo estaba haciendo. Me confesé por completo y expuse para él hasta la carne y huesos, sin miedo a lo que pudiera pensar de mí, o de quien era entonces, y que discernía infinitamente del yo que ahora tenía enfrente. Hablé de cómo esa noche, en mi cabeza y mis planes, sería la última. Le conté del arma bajo la cama, esperando en silencio y quietud a que una mano en esa casa la tomara y la despertara de su letargo para alzar el caos; que si no era yo, un día sería otro, pero que estaba tan harto que ya no sentía poder dejar ese peso sobre otra persona.

Le hice saber también de la cornisa del edificio y lo seductora que se volvió ante mis ojos cuando el dolor empezó a tornarse insoportable. Fui lejos con los detalles sobre cómo pretendía saltar, y conocerlo fue lo que me detuvo. Su nombre fue la única red de seguridad a la que mis dedos pudieron aferrarse.

—Hoy tomé el revólver.

Lo vi mojarse los labios e imaginé la sensación de su paladar seco. Sus ojos se perdieron en la nada por un instante, pues todas sus preguntas no las podía formular con la boca; necesitó de un tiempo a solas con su cabeza para llegar a asentar las confesiones que acababa de hacerle; cada una peor que la anterior.

Mientras esperaba en la incertidumbre de su respuesta, jugué a tratar de adivinar cuál sería su percepción de mí teniendo toda esta nueva información. ¿Me vería débil? ¿O como alguien peligroso? Existía gente que era ambas y quizá yo entraba en ese saco. Tan frágil que era de vidrio; todos sabían que los trozos de cristal podían cortar profundo.

—¿Hiciste algo, Illy?

"Hiciste algo". Su elección de palabras me pareció curiosa y, aún con eso, muy acorde a quien Mich era y lo que representaba dentro de mi vida. Supe que no podría verme como un asesino, y si sí, al menos de primeras intentaría justificarme. "Hiciste algo", su manera de evitar preguntarme si le disparé, si lo maté, si tendría que enfrentarse una batalla moral consigo mismo sobre si entregarme o no a las autoridades por un posible crimen. Sonreí sin ganas, aún inseguro de si había tomado o no la decisión correcta, y negué muy despacito.

—No. No lo hice. —La respiración profunda se me trastabilló un poco, y tartamudeé apenas al continuar hablando—. Solo la usé mientras Jo metía las cosas en la mochila, y tomaba el dinero. Y luego les pedí que nos permitieran marchar y ellos aceptaron, porque no les quedaba de otra. Les dejé el arma, no la necesitaba, no me sentí bien con ella en la mano. Todo... se vuelve muy borroso cuando tienes al alcance de un dedo una decisión tan importante.

—Me imagino que sí... —Percibí el alivio en su voz y, un segundo después, sus manos a los costados de mi rostro—. Hiciste lo correcto, Illy. Tú eres mucho mejor que eso.

No estaba seguro de ninguna de las dos cosas, aunque se sintió bien escucharlo de su voz.

Tan cerca como lo tenía, fue inevitable echarme hacia adelante, muy a pesar del dolor en el abdomen y los costados, para buscarle la boca. Me advirtió que tuviera cuidado con no lastimarme más, sin embargo, no se negó a mi beso. Me recibió de la manera que me tenía tan acostumbrado: con calidez y cariño, de una forma reconfortante que me ayudaba a olvidarme por completo del sufrimiento.

—Me voy a ir... —murmuré contra sus labios, con los ojos cerrados, porque no me vi capaz de decirlo viéndolo a la cara. Su suspiro me acarició el mentón y casi pude imaginar la consternación en su mirada.

—¿Cómo?

—No podemos quedarnos aquí. Jo y yo.

—Pueden estar en casa todo el tiempo que quieran y necesiten, Illy. Y después podemos buscarles algún departamento si así lo ves necesario; pero no tienen por qué. Yo no tengo ningún problema con recibirlos aquí.

Lo besé de nuevo para que dejara de hablar, y porque quería sentir sus labios siendo consciente de cómo se movían y acoplaban a los míos; del gusto a café añejo que tenía en la boca y de su barba cortísima al arañarme la barbilla. Al principio me correspondió con el mismo ímpetu que yo le estaba dando, aunque pronto la incertidumbre le ganó y terminó apartándose.

—Lo digo en serio, Illy. No tienen que irse.

—No me estás entendiendo, Mich.

Me contempló de una forma muy clara, que murmuraba un muy suave "explícame, entonces".

—No podemos quedarnos en la ciudad... —Noté la acidez detrás de los párpados, y aunque me negué a llorar, controlar la voz se volvió un tema más complicado—. Estamos marcados, Mich. Casi maté a mi padrastro, es policía; si deciden buscar a Jo nos jodimos porque todavía es menor. Aún ni le he podido preguntar qué pasó con sus pruebas y ella no me ha dicho nada, si sí está embarazada aquí se la van a comer viva. Y... ya estoy harto de este lugar. A excepción de ti, este sitio y su gente solo nos han hecho daño una y otra vez y yo ya me cansé.

—No puede ser tan malo, Illy... —Lo miré de un modo que, quizá, le contó que para mí sí lo era; así que rectificó muy pronto—. Quiero decir, es terrible las cosas que han tenido que pasar, eso no lo niego. Pero tú eres resiliente; sé que tienes la capacidad de sobreponerte a tu familia, y a este pueblo, y a la gente. Sé que puedes evitar que te definan.

Lo pensé un momento y sí, quizá tenía razón. Tal vez podría, después de un tiempo, aprender a seguir mi vida sin irme de la ciudad. Y quizá llegaría el día en que no me afectaría más; las décadas atravesadas harían que las memorias grabadas en paredes, calles y edificios se desvanecieran hasta de mis propios recuerdos; sin embargo...

—Ya no quiero tener que ser resiliente. —La opresión en el pecho hizo que respirar fuera doloroso—. No quiero tener que pelear y esforzarme para despertar, Mich. Solo necesito estar en paz, descansar y sentirme en un lugar en el que no tenga que preocuparme por adaptarme o soportar. —Hizo una mueca pequeñita y su mirada se cubrió con un velo triste que quise arrebatarle de encima, pero no supe cómo—. Aunque tú creas que no, no puedo evitar que me defina. Me han quitado tanto de mí, me han cortado todas las esperanzas de ser en algún momento más de lo que soy ahora... es como si la mitad de mi vida estuviera en blanco; y yo, incompleto. Si me quedo aquí, voy a terminar ahogado.

Lo vi acomodarse en su sitio y su mente viajar muy lejos, donde pudiera decodificar mis palabras y llegar a comprenderlas. Pensé que no le era imposible, que era capaz de hacerlo, aunque no quería. Porque al final, él también huyó de su ciudad cuando sintió que la vida lo aplastaba y fue por eso que llegó a donde nuestros caminos se encontraron. Mich, más que nadie, debía saber lo que era huir para liberarse.

—Mira, Illy... —Se levantó y tomó asiento a mi lado, me pidió que me acercara; me contuvo entre sus brazos y aunque no fui capaz de verlo a la cara con la espalda contra su pecho, sí sentí las vibraciones de su voz—. Sé que lo ideal sería que todos pudiéramos completar a la perfección nuestras historias y que las cosas terribles no tuvieran que suceder. Que no existieran partes perdidas, dañadas, rotas; espacios vacíos. Lo entiendo. Pero eso es imposible; a veces solo nos queda ser, o tratar de ser, felices con lo que nos toca; con las incertidumbres y los "qué hubiera pasado sí...".

»No podemos obtener todas las respuestas. Y hay cosas que tenemos que cargar; así como recuerdos que están destinados a no llegar a serlo y aunque puede sonar raro, quizá así está bien. Odio decir que las cosas pasan por algo, pero tal vez sí. Nos vamos de lugares, permanecemos donde no deberíamos, nos dejan, y solo nos queda seguir adelante rellenando los espacios con lo que podamos. A veces hasta con pedacitos de otras cosas que ya se rompieron.

Me quedé en silencio, y por un instante nuestros corazones fueron a la par de desbocados. Sin voltearme, traté de recrear su rostro solo con mi memoria y me pregunté si en el brillo de su mirada, o en las sonrisas de cabeza gacha, alguna vez vislumbre a un Mich que podía hablar de eso porque lo conocía muy bien. Un hombre, que una vez fue un chico, que iba por ahí tratando de rellenar con lo que fuera los huequitos que iban quedando por ahí; un humano que se echaba a la espalda el vacío, como quien se carga una maleta antes de mudarse sin mirar atrás.

No supe qué decir, tal vez ni siquiera existían palabras adecuadas, me limité a esconderme entre su abrazo y olisquear su abrigo, que olía más a él que a su perfume.

—¿Alguna vez se hace más fácil? Vivir medio vacío, quiero decir. Me gustaría saber si tengo una esperanza o durará por siempre.

—No sé si se hace más sencillo; supongo que para algunos sí. Pero sé que la vida está cimentada en las pérdidas, sobre todo de nosotros mismos. Y duelen muchísimo; sin embargo, no podemos permitir que nos coman. También hay algo de magia, de misterio y de posibilidades en las páginas que dejamos en blanco. La tinta no la puedes borrar, aunque en esos espacios siempre existe la oportunidad de escribir algo diferente.

Sentí su mentón en mi cabeza y sus manos acariciar las mías, paseando sus pulgares sobre mis nudillos amoratados en un intento exitoso de llenarme de consuelo y un poco de paz. Me arrulló de tal modo que empecé a quedarme dormido ahí, cerquita de su aliento y los latidos en su pecho, cuando su voz me llegó como en suelos.

—Quiero que escribas la historia que sientas correcta para ti, Illya... —Y el beso entre las hebras ensangrentadas de mi cabello se sintió como una caricia todavía más profunda—. Solo prométeme que vas a pensarlo, y no tomarás ninguna decisión apresurada.

Fue difícil, y el miedo me revolvió el estómago, pero asentí de todos modos.

—Lo prometo.

¡Hola, hola! 

Espero que estén teniendo un lindo domingo, y espero alegrarlo más que arruinarlo, pero hoy estamos de manteles largos. ¡Se viene maratón! Los últimos capítulos serán subidos hoy, y por fin, vamos a ver a dónde vamos a parar.

Xx,

Anna.

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