30
Se escuchó el golpe de la puerta y, enseguida, mi suspiro. Observé el parabrisas por un momento, incapaz de girar la cabeza y enfrentarme a su mirada, aún cuando notaba por todo cuerpo que él sí me estaba contemplando a mí. La campana del auto se acompasó a los latidos de mi corazón, que retumbaban en mi garganta y hasta las costillas. Pasé la lengua por mis labios, de pronto secos, y dejé que me arrullara el silencio de la noche, que desde el auto solo se sentía un poco más distante que de costumbre. Entonces, al cabo de unos segundos, por fin conseguí voltear a verlo. Solo le iluminaban el rostro las lucecitas azules del tablero, el resplandor apenas cortaba la oscuridad lo suficiente para dibujar las formas más primarias de su rostro: la nariz, el mentón, los pómulos. Y sus ojos, que podrían habitar el abismo más profundo del planeta y seguir resplandeciendo; bajo aquella luz, parecían incluso más claros.
No me saludó, y tampoco lo llegué a hacer yo, pues lo primero que escuché salir de sus labios fue un "¿cómo estás?". Lo pensé un momento, y luego dos. No supe qué responderle. Ni siquiera si me hubiera puesto a ello por horas, habría encontrado las palabras exactas para describir cómo estaba, porque algo dentro de mí tenía el presentimiento de que ni siquiera podría identificar las emociones que me daban vueltas por el pecho y el estómago con imaginería abstracta. Todo a lo que atiné fue a soltar un suspiro y a encogerme de hombros, gesto que él reconoció en un instante. ¿Qué podría hacer sin él? Sin alguien que entendiera a la perfección las cosas que se me quedaban atoradas en la garganta, como si fuera fluido en la lengua desconocida de mis pensamientos.
—¿Quieres que vayamos a casa?
Me tallé las manos en el pantalón, para deshacerme de un sudor inexistente gracias al frío del invierno. ¿Quería? No en realidad. Me sentía atrapado, igual que una medusa en una pecera demasiado pequeña para mi propio cuerpo, en un mundo tan reducido como el departamento de Evan, el trabajo, mi casa, la suya. Y no era que fuese un mal sitio, de todos, su hogar era por mucho mi favorito. Pero tenía la impresión de que necesitaba un espacio abierto en el que el aire no se sintiera encerrado, o pudiese estirar las piernas y los brazos y por un segundo no sentirme tan cautivo. Amarrado. Pero era invierno y las alternativas no sobraban, así que una noche más tendría que aceptar la opción más vivible; le dije que sí y él me llevó a su casa.
No hablamos mucho en el camino, no sabía qué decirle y él tampoco me preguntó nada, por lo que el silencio apenas alterado por el ronroneo del motor y del viento que dejábamos atrás fue reconfortante. Ahí, viendo los manchones borrosos de los edificios pasar a nuestro lado, no era necesario pensar en nada que no fuera la noche, el frío aplacado por la calefacción y en lo agradable que resultaba la sensación del cristal congelado contra la frente.
Cuando llegamos a su casa dejamos nuestras cosas en la entrada y no existió necesidad de dar instrucciones, fue como si durante el trayecto hubiésemos comenzado a funcionar por inercia, intuyendo las acciones del otro. Lo seguí hasta el comedor y de ahí, a la cocina. Mientras Mich le sacaba el filtro a su cafetera y lo cambiaba por uno nuevo que llenar con café fresquito, yo moví los bancos de su isla para no ir a hacer chillar el suelo y me senté observando cada uno de sus movimientos de la misma manera que si se tratara más de un ritual místico y ancestral que una simple tarea hogareña como lo hacía cada noche de la semana. En cuanto todo estuvo hecho y escuché el chorro de agua golpear el fondo de vidrio, supe que no postergaríamos mucho más mis silencios. Me lo confirmó el segundo que permaneció de espaldas a mí, observando el electrodoméstico, antes de darse la vuelta para encararme y recargarse sobre la piedra negra de la superficie.
—Y bien... —Me miró con cautela, antes de continuar—. ¿Quieres decirme lo que sucede? —A pesar de que me moría por perderme en las vetas del mármol simulado, o en el aroma del café, que de a poco comenzaba a inundarlo todo mientras teñía el agua que lento, pero seguro, se acumulaba en el vaso de la cafetera, lo miré. Busqué sus ojos grises porque mi necesidad de escape no justificaba el no buscarlo cuando él me demandaba, sin palabras, que lo mirase con tanta solemnidad como él lo hacía conmigo. Mordí el interior de mi labio hasta que la sensación de ardor se me derramó por la boca y el sabor de la sangre me inundó el paladar—. Illy... Lo que más quiero es poder ayudarte, buscar una manera, la que sea, para cargarme uno de tus pesos y que no se te haga tan complicado llevarlo. Créeme, ninguna cosa me gustaría más. Pero no puedo hacer nada por ti si no me dejas.
A pesar de que se encontraba del otro lado de la mesada, estiró una de sus manos a buscar las mías. Entonces sí que bajé la mirada para verlas juntas: la suya más firme, decidida; la mía solo siendo llevada a donde él quisiera. Eran casi del mismo tamaño, y aun así la de Mich aparentaba ser más grande solo por lo segura que era en sus movimientos. Me gustaba muchísimo, más incluso de lo que me encantó la primera vez que la vi en la biblioteca y me moría por recordarle los lunares una vez tras otra con la punta de los dedos.
—Entiendo que lo que esté pasando debe ser difícil para ti, pero... necesitas con quién hablar y quiero ser yo. Sé muy poco sobre ti, nunca tengo idea de dónde estás cuando no estás en el trabajo o en tu casa, o qué quieres para tu vida, o... no sé, más cosas de tu pasado. Tú conoces de mí casi todo lo importante que puede saberse, y, en cambio, llegar a ti es complicado porque te cierras como un frasquito hermético y lo entiendo, créeme que sí, con esto no pienses que trato de presionarte. Todo lo que quiero decir es que si queremos que lo nuestro funcione, tenemos que aprender a confiar en el otro; puedes verme como un apoyo, un equipo, lo que tú quieras. Solo necesito saber que me tienes confianza.
Regresé a la conversación que tuve con Evan y que, de alguna forma, en este momento yo ocupaba su lugar y Mich el mío. Lo comprendí, incluso cuando me sacó por completo de mi órbita natural.
Ni siquiera me había pasado por la cabeza que Mich hubiese interpretado mis múltiples silencios como una falta de confianza hacia él, ¿en qué momento? Era él, de todos los seres humanos que conocía, al único al que correría por ayuda si la situación lo ameritaba. Quizá tuve que haberlo demostrado mejor, él no tenía por qué saberlo de antemano.
—Confío en ti —aseguré, aventurándome a ser yo quien esta vez tomara su mano—. Es solo que... a veces no sé cómo hacerlo. No porque seas tú, sino porque nunca lo he hecho con nadie y es nuevo para mí.
Vi conciliación brillar en sus pupilas, y creí reconocer las palabras que estaba a punto de decirme antes siquiera de que pudiera pronunciarlas.
—No tienes que encontrar las mejores maneras, sabré entender.
Tomé una respiración profunda, y aún a pesar del terror que me provocaba saber que existía la posibilidad de echarme a llorar en cualquier momento por lo expuesto que me hacía sentir abrirme así a alguien; pero si tenía que ser con una persona, qué mejor que con él. Ordené todo aquello que en ese momento se advertía como un desorden particular en el usual caos que ya de por sí era mi vida, y comencé por lo primero que se me vino a la mente. O tal vez lo más suave.
—Bien... James, mi padrastro, volvió a la casa.
Lo vi tensarse en un momento; su espalda se enderezó y aquella mirada que se sentía como un arrullo se cargó con algo muy distinto. Sus facciones se endurecieron y las comisuras de sus labios se apretaron con la antelación de las malas noticias.
—¿Por?
—Mi madre lo dejó volver, él pidió perdón y ella lo aceptó.
—Perdón... —Su risa ácida no congenió muy bien con el desdén en su mirada—. ¿Lo que hizo se soluciona con una disculpa?
—No... yo sé que no. —Me encogí apenas de hombros—, pero no hay muchas cosas que se puedan hacer para que ella lo entienda. No lo hizo antes, no lo hará ahora.
—Entonces, ¿ha pasado más veces? —Mi respuesta, o mejor dicho la falta de esta, le confirmó sus peores sospechas. Negó con apuro, con la prisa mordiéndole la nuca—. Tienes que salir de ahí, no puedes quedarte. Ven aquí, yo no tengo problema en que vivas conmigo.
—No puedo hacer eso, Mich...
—Claro que puedes, hay espacio, yo estaría encantado.
—El trabajo me quedaría lejísimos, además...
—Yo te llevo, ¿qué importa? —Presioné sus manos, pidiéndole en un solo gesto que me permitiera hablar, terminar. Muy en contra de sus propias ganas, me dejó hacerlo.
—Además... no puedo irme. No ahora.
—¿Por qué?
Tal vez mi mirada le advirtió sobre la seriedad de lo siguiente que estaba por decirle, pues aguardó callado a que yo dijese más. Me contempló y casi lo hizo rogando que lo que fuesen a escuchar sus oídos, no se tratara de algo tan terrible como lo auguraba mi expresión. Al cabo de un instante que pretendía no torturarlo más tiempo del necesario, dejándolo perderse en sus conjeturas de lo que podría estar a punto de soltar, le hablé de Jo. De la situación que, en ese momento y hasta tener cualquier respuesta clara sobre su posible embarazo, nos amarraba a aquella casa de formas que no podía hacer otra cosa. La sangre era mucho más espesa que el agua.
—Entiendo que es delicado... —aseguró—, pero no es tu responsabilidad, y no tienes que cargarla sobre tus hombros cuando estás en peligro en ese sitio.
—Es que... lo es. La seguridad de Jo es de toda mi incumbencia. Y si para mí es un riesgo, ¿qué le espera a ella? —En cada una de las cosas con las que estaba dispuesto a dar mi brazo a torcer, esa era una de mis no negociables. Mich era la luz del universo, aquello que mantenía el orden natural de las cosas en su sitio. E incluso antes que él, antes que nada, estaba ella. Deseaba como ninguna otra cosa que lo entendiera—. No puedo, y no voy, a dejarla.
Y el otro yo me dijo que cerrara la boca, que me detuviera. Que agachase un poquito la cabeza y, aunque fuera ante él, considerara la idea de doblarme. Doblarse, ceder, no tenía por qué ser igual a quiebre. Lo entendí, pero no dejé que se saliera con la suya; sin embargo, eso no significó que no sintiera miedo. Pánico al hecho de que manteniendo aquello tan inamovible y tan lejos de negociación o discusiones, Mich fuera a enfadarse conmigo y eso significara la posibilidad de perderlo. No me eran ajenos los malos modos en los que las personas podían tomarse un "no" por respuesta. Los segundos que tardó en responder fueron una agonía, pero su contestación permitió que la mano invisible que tomaba mi corazón en un puño abriese sus dedos y lo dejara latir una vez más.
—Entiendo... perdón, tienes razón. Nunca he estado en esa situación, no podría entender lo que es preocuparse por un hermano.
Dejé caer los hombros, mismo que ni siquiera me había dado cuenta de que estaban tan tensos. Más que agradecido por su comprensión, quise darle un atisbo de esperanza. El mismo que me mantenía a mí lo suficientemente funcional.
—Dentro de poco cumple dieciocho, entonces pretendo llevármela lejos. Solo es cuestión de esperar tantito, pero te juro que el plan sí es salir de ahí.
La cafetera dejó de echar agua y poco después emitió un pitido, anunciando que había terminado con su labor. Mich me soltó las manos y fue a servir dos tazas humeantes, una para cada uno, y luego de dejar frente a mí la mía, me acercó una cucharita junto con el azúcar.
—Yo tengo una amiga doctora. —Lo vi envolver con sus manos una de las tazas, como para calentarlas del frío que pese a la calefacción, lograba colarse dentro—. En caso de que puedan necesitarlo, cualquiera de los dos. ¿De acuerdo? Sé que si se lo pido ella estará encantada de ayudar, y de ser el caso que Jo sí esté... bueno, eso, sería prudente que lleve su asunto con una doctora de confianza.
—Te lo agradezco mucho, Mich. De verdad que sí.
Le puse dos cucharadas de azúcar en mi café y mientras lo revolvía, me concentré en el remolino que se formó en medio de la taza. Pensar en la textura del polvo no disuelto en el fondo de cerámica era más sencillo que darle vueltas al hecho de que aún no terminaba de contarle todas las cosas que me preocupaban en la vida. Todavía quedaba un tema.
Le di un sorbo al café haciendo un poco más de tiempo, y resolví muy pronto que no hallaría, por más que lo intentara, las palabras adecuadas para decir el resto de las cosas que necesitaba expulsar de mi boca. Así que, mientras dejaba la taza, solo lo hice.
—Pero hay otro asunto... —Me contempló como si nada de lo que le dijera pudiese ser peor que lo que ya le había confesado—. También he estado viendo a Evan.
—¿Evan? —Recordé de pronto que, al contarle la historia, tuve mucho cuidado de no mencionar su nombre.
—¿Recuerdas ese día en el lago? Cuando te dije sobre el chico con el que salí un tiempo y luego nos separamos por ciertos temas.
Se enderezó en su sitio, y cubrió su rostro con una velada inexpresión que, sin embargo, no consiguió trasladar al resto de su cuerpo. Tenso. Alerta. Vi su intención de no apresurarse con las conclusiones, también su incapacidad para hacerlo.
—Déjame ver si lo entiendo bien, ¿has estado viendo a tu ex? —Por primera vez vi en su mirada brillar algo distinto: recelo. Se me apretujó el estómago y quise sacarle la idea de la cabeza cuanto antes.
—No es como suena, ni de cerca.
—Entonces explícame, por favor.
Le dije que lo mejor sería que se sentara y él, con su eterna disposición, lo hizo.
Le conté todo, no me guardé nada. Desde la realidad de lo que pasó cuando Evan desapareció de adolescentes, hasta el reencuentro y el motivo por el que nos habíamos visto en la necesidad de frecuentarnos aún si ninguno de los dos lo quiso así en primer momento. No era nada que ver con el romance, ni siquiera con la amistad, sino con el deber. ¿Deber de qué? Me preguntó, y hubiese querido tener una máquina del tiempo que me permitiera conocer si lo que estaba a punto de decirle lo tomaría para bien o mal.
Le hice saber también sobre Purple, del tiempo que yo llevaba lejos, pero que lejos no significaba fuera o absuelto de las promesas de lealtad hechas. Que ellos tenían muchísimo sin molestarme, pero que negarme a cumplir con un pedido de rescate si Evan me delataba significaba, también, meterme en problemas una vez más. Lo único sobre lo que no le hablé fue acerca de la droga, siempre me referí a nuestra relación como algo meramente enfocado en el dinero. No hacía falta mezclar cosas que, al final, ya no importaban. Eran solo detalles de sobra.
—No necesitas que te pague... —murmuró una vez que terminé con aquella parte del relato, y negó con la cabeza luego de meditarlo por un momento—. No es tanto dinero, te vas a ahorrar de problemas si solo dejas que se quede con él, sé que lo puedes recuperar rápido trabajando como lo has hecho hasta ahora.
—Yo ya no espero que me lo devuelva —admití—. Al principio sí, pero hace unos días fui a buscarlo a un departamento donde Dylan me dijo que estaba y....
—¿Y?
—Lo lastimaron, Mich.
Me contempló un instante, como si estuviera tratando de desmenuzar esas pocas palabras para inferir la gravedad de lo que le estaba diciendo. Supe que no se lo imaginaría, incluso si sospechaba que yo no podía decir algo así a la ligera, así que opté por seguir hablando.
—Lo apuñalaron, no sé quién, no importa. Pero está muy mal, la herida se infectó y él tiene fiebre, y solo come lo que le llevo y... si te soy honesto, tengo mucho miedo de que se muera.
Supe que, de yo haber estado en su lugar, hubiese preferido no enterarme de ello. Pero ahora lo sabía e ignorarlo no estaba dentro de las opciones disponibles. No quería involucrarlo, y era imposible no hacerlo; supe que esa había sido desde el inicio una de mis motivaciones para el silencio. No solo que pudiera asustarse, o mancharse, de mi mundo; sino que no fuera capaz de desteñir ese óxido que dejaba detrás.
—Illya, tiene que estar en un hospital, no... no digo que no puedas hacer algo por él, pero si no quieres que se muera, dudo que tenerlo donde sea que esté sea la mejor opción. Podemos llevarlo a un hospital, tengo el auto, vamos por él.
—Lo intenté, créeme que sí. Pero no quiere saber nada de hospitales, y lo entiendo. Hospitales, la policía, todo eso está fuera de juego; en un mundo como el nuestro no son opciones, no funciona. Va a acabar en la cárcel o peor, muerto si los de Purple se enteran que hizo algo. Además, ¿quién va a pagar las facturas del hospital?
Por un rato los dos nos quedamos callados. Entendía que él viniera de un lugar diferente, uno donde se podía confiar en las personas que se suponía estaban para cuidarlo, comenzando por sus padres y terminando por las autoridades. Que en su mundo, las cosas que pasábamos o Evan o yo, o cualquier que viniera de los mismos sitios, podía solucionarse de forma sencilla solo con quererlo y un poco de fuerza de voluntad. Era normal, pues el creció así. Ahora era su turno de comprender el otro lado de la moneda, donde las oportunidades no siempre estaban al alcance de la mano. Y si quería ayudarme, debía comprender cómo se hacían las cosas de mi lado. No podía retenerlo si no, también entendía que no era algo sencillo.
—¿Sabes? Siento como que me estoy ahogando. —Admití, por fin derrumbándose sobre la silla, y tomé la taza entre las manos, sin importarme la sensación de ardor que me provocó en las palmas por la temperatura. Aquel dolor fue lo único capaz de mantenerme atado a tierra—. No le veo una salida a esto, y sé que no va a ser sencillo lidiar con tantas cosas. Te aseguro que puedes olvidarte de todo, no tienes por qué cargar conmigo y mis asuntos. —Dudé antes de pronunciar las últimas palabras, pero supe que era necesario que las dijera. Sin importar cuánto trató el otro yo de que las contuviera, o del miedo que me encendió en el pecho—. Puedes llevarme a casa si quieres. No te voy a buscar y te prometo que no voy a involucrarte en nada, no tendrás por qué volver a saber algo de esto.
Los instantes que precedieron ese momento fueron insoportables. Ni siquiera fui capaz de prepararme a su respuesta, mi cerebro no estaba listo para pensar en nada. Sin embargo, cuando la dilación de su contestación me auguró una decisión negativa, dejó su taza y rodeó la isla para ir hasta mí. No tuve tiempo de preguntar nada, pero me abrazó y tampoco hubo necesidad de hacerlo. Sus brazos me apretaron con fuerza y recargó su barbilla sobre mi cabeza, como si pudiera así resguardarme de todo en el mundo.
—Por supuesto que no haré eso, cómo se te ocurre. —El sonido de su voz llegó amortiguado por mi cabello—. Vamos a solucionarlo, veremos la manera. ¿De acuerdo? No creas que cualquier cosa que tengas que decirme podría cambiar eso. E Illy... —Me aparté lo suficiente para poder levantar la mirada y verlo a la cara—. Gracias por contarme esto.
¡Hola, hola! Espero que hayan tenido un lindo fin, un domingo tranquilo. Aquí un nuevo capítulo, esta vez a tiempo.
Este día no hay muchas preguntas, solo darle las gracias por todos los comentarios que dejan capítulo tras capítulo. De verdad han sido una motivación enorme para todo este proceso, definitivamente de no ser por todo el apoyo que le han dado a este bebé, no sé si hubiésemos pasado de los primeros capítulos. Muchas gracias por tanto amor, por todas sus palabras, por las teorías, por el bond que han hecho con los personajes. Significa mucho para mí.
Los tqm, nos leemos la próxima semana.
Xx, Anna. <3
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