28
El barrio me resultaba conocido. Si bien en pocas ocasiones me vi recorriendo esa zona de pasada, esta era una mítica y reconocible, aunque no por las razones correctas Para bien o para mal, se parecía muchísimo al mío Cada pocos días era el estelar de la primera página del periódico, de vez en cuando también en las noticias que resonaban más allá del estado; era muchas cosas, pero no la clase de lugar en el que las personas se metían por voluntad propia o teniendo en sus manos cualquier otra opción.
Solo para poder llegar, Dylan y yo tuvimos que subir a dos autobuses distintos y después caminar un muy buen trecho de calles desoladas pese al mal clima que azotaba la ciudad aquel día, dejando como único consuelo que al menos esa tarde no nevaba y quizá no lo hiciera tampoco por la noche. Mientras más nos internamos en ese laberinto de calles y avenidas, el aspecto de todas ellas fue mutando para convertirse en unas todavía más olvidadas por Dios. El paisaje se coloreó de bolsas de basura negras apiladas fuera de los contenedores a reventar, las pintas de las micro pandillas que dominaban ahí se encimaban las unas sobre las otras. No escaseaban tampoco las miradas indiscretas de los locales, que no tenían idea de quiénes éramos y por ende qué asuntos nos atañían ahí . A ni uno solo le sostuve la mirada y advertí a Dylan para que tampoco fuese a cometer ese error; los habitantes de esos lugares, lo sabía de buena tinta, eran recelosos de sus calles y no tenían problemas en ponerse violentos con los intrusos. Nunca se quería a un mirón rondando por el hogar.
A los árboles no les quedaban hojas; algunas de ellas,ya podridas y húmedas de nieve, se apilaban junto a la acera expidiendo un olor rancio que pese a no ser agradable, sí era mucho mejor que el de la basura. Las ramas desnudas, secas y retorcidas en todas direcciones dotaban el paseo obligado de un aire más tétrico del que tendría durante la primavera o el verano, y no ayudaba ver los miles de trocitos de cristal desparramados por la calle igual que el granizo luego de una tormenta, como el recordatorio añejo de un choque o de una pelea a botellazos.
Mientras que yo procuraba mantenerme cauteloso, Dylan volteaba a todas direcciones casi orinándose de miedo; estaba fuera de su zona y si no lo hacía más evidente, solo era porque no podía. Por su culpa y si no resolvía cómo comportarse, en el mejor de los casos iban a terminar asaltándonos . Solo atiné a pensar en lo bien que había hecho una hora atrás al meter parte del dinero que llevaba conmigo dentro de mis botas.
Al fin , luego de un buen rato andando en línea recta por la avenida, hubo un cambio. Dylan dobló en una de las esquinas y la imagen que se abrió frente a nosotros no fue mucho mejor; sin embargo, al menos nos estábamos acercando. Pasamos un taller de reparación de camiones, una farmacia, una tienda de autoservicio que no parecía mucho mejor por dentro de lo que se veía desde fuera y entoncesse detuvo frente unas torres de departamentos que eran las primeras en el lugar, de resto todas eran casas cayéndose a pedazos y bodegas.
El complejo se dividía en tres edificios principales; uno a la izquierda, por el que se podía acceder por una pequeña puerta de metal que estaba cerrada en ese momento; el segundo, a un par de metros de ese, era igual con la única diferencia de que en ese la puerta estaba abierta y más que como bienvenida, me dio la impresión de que se trataba de una boca lista y ansiosa de engullir a cualquiera que fuera tan estúpido para meterse en ella. El tercero estaba por detrás de los dos primeros, y se llegaba ahí por medio de unas escaleras que se abrían paso entre los otros. Por fortuna, y luego de todas mis plegarias porque no se fuera a la puertecilla, Dylan echó a andar en dirección a las escaleras.
Subimos por los peldaños semi escondidos en un callejón cerrado conseguido por la forma de la misma construcción; las tres torres tenían ocho pisos cada una y nosotros llegamos hasta el cuarto. La primera puerta saliendo de las escaleras estaba pintada de verde botella y tuvo alguna vez un C12 adornándola, tuvo, pues ya solo le quedaba el 2 y la silueta de las dos piezas restantes , apenas menos deslavada que el resto de la superficie que, incluso, comenzaba a astillarse
—¿Aquí? —indagué a la par que miraba sobre mi hombro para echarle un vistazo a Dylan, quien tomó una respiración profunda antes de asentir con la cabeza Di tres golpes suaves con los nudillos a falta de cualquier amago de timbre, y del otro lado todo lo que escuché fue el eco de mi llamado. Dejé pasar un par de segundos antes de repetirlo una vez más—. ¿Evan?
Al no obtener respuesta por segunda ocasión, opté en su lugar por mirar a través de la única ventana que daba al pasillo: diminuta, percudida y tan polvorienta como rallada. Tiempo atrás lució stickers sobre el cristal, los residuos de pegamento opacaron cualquier claridad que pudiera haber tenido Entre eso y la cortina amarillenta y vaporosa que la cubría del otro lado no pude vislumbrar nada que me dijese si había, o no, alguien en casa. Solo un piso de baldosas grises y más allá del comedor vacío, un piso de alfombra. Nada más.
—¿Evan? —Pregunté de nuevo, esta vez alzando más la voz, antes de tocar de nuevo, ahora sobre el cristal.
—A lo mejor no está...
—Si yo le debiera dinero a alguien y me estuviera buscando, tampoco abriría la puerta —escupí con obviedad, hastiado de que no se le pasara la posibilidad por la cabeza Volví a la puerta y tomé la perilla con la esperanza de que, al girarla, cediera. No lo hizo. Tenía echado los seguros, por supuesto. En un lugar así, si se dejaba abierto era más una invitación para que cualquiera entrase a robar que cualquier cosa—. Quédate aquí, voy a ver por afuera.
A Dylan no le hizo siquiera un poco de gracia el tener que quedarse ahí y menos solo, no obstante, me fui antes de que tuviera tiempo siquiera de replicar. No disimulé mi prisa al echarme a andar de regreso a las escaleras, trotando hasta el primer piso y de ahí, otra vez a la calle . Observé a mi alrededor por un minuto: las dos primeras torres tenían las escaleras de incendio en la parte frontal de la fachada, ¿y la tercera? A uno de los costados había una casa, por lo que descarté la idea en un instante y eché a andar al otro lado. Al terminar el edificio estaba un parque, aunque esa era una palabra muy grande para llamarlo por lo que en realidad era ; solo una escueta plancha de concreto bordeada por altas paredes de malla ciclónica, con una casita de juegos hecha de plástico en el medio, unida a un tobogán y dos columpios. Se encontraba abierto, incluso cuando no parecía que hubiera algún niño para usarlo en tiempos recientes; yo lo aproveché para poder apreciar mejor el costado Entre la tercera torre y la que daba a la calle siguiente se abría paso un callejón diminuto al que se accesaba por medio de una puertecita , también de reja, y sabiendo que no iba a ir por ahí preguntándole a la gente quién era tan amable de abrirme, hice lo primero que se me vino a la mente y aferrándome a los huecos, la salté en dos segundos. Ahí, el olor a muerto se condensó hasta volverse casi insoportable; ojalá fuera solo una rata. Ojalá.
A ambos lados del callejón se lucían dos escaleras de incendio y no tardé en descifrar cuál era la que daba al departamento donde, se suponía, podía estar Evan. La alcancé al cabo de unos cuantos saltos y conseguí hacer que se deslizara hasta mi alcance, no sin un golpe seco del metal al llegar al final de su carril, que me hizo encogerme de hombros por el ruido No tenía tiempo de quedarme a ver si alguien lo escuchó y quería averiguar, por lo que comencé a escalar aguantándome el asco que me provocó la sensación del óxido en las palmas. Una vez llegué al primer balcón, el resto del recorrido me resultó familiar.
Al llegar a su piso, jalé la manga de mi abrigo y la pasé por el cristal de la ventana, removiendo la suciedad con la esperanza de que así pudiera ver un poco mejor al otro lado. No había cortina, por lo que tan pronto me acerqué deseé no haberlo hecho, pero ya era demasiado tarde para retractarme, regresar sobre mis pasos y salir corriendo no solo fuera del callejón, sino del barrio y si mis piernas soportaban lo suficiente, también de la ciudad.
Mi corazón dejó de latir y toda la sangre se me hizo hielo dentro de las venas; el pánico, que recorrió mi cuerpo en forma de una electricidad mal contenida, desembocó y se atoró entre las paredes de mi garganta a la par que mis manos, y para pronto el resto de mi cuerpo, actuaron por mero impulso sin detenerse a conversar con el cerebro. El otro yo, por una vez, no dijo nada. Metí los dedos entre el marco y el quicio de la ventana y la eché hacia arriba, tragándome las arcadas que surgieron al encontrarme con un nido de telarañas; solo fui capaz de agradecer al cielo que no estuviera, al igual que la puerta, trabada. Metí un pie y después el otro, recibido por el eco de mi caída entre las paredes desnudas y los gemidos de Evan, quien no parecía verme más que a medias.
Al cuarto lo inundaba un aroma ácido y metálico. Húmedad y sudor. Sangre.
Quieto, con la respiración bien medida, traté de averiguar si estaba en un sueño: conté las baldosas del suelo, contemplé las manchas de moho en el techo, toqué todas las puntas de mis dedos con los respectivos pulgares de cada mano y, como medida final, le busqué la mirada. Sus ojos parecían hundidos, más oscuros; su piel siempre blanca se encontraba tan pálida que parecía gris. Y sus labios, morados donde no estaban rotos, no supieron decirme cuánto llevaba sin beber una gota de agua. Era invierno, solo lo cubría una manta mullida y, de cualquier manera, los mechones de cabello negro se le adherían a la frente perlada de sudor.
—¿Qué carajos, Evan? —Exhalé el aire contenido y me arrastré por fin hacia él, olvidándome en un segundo del dinero o de las deudas. La preocupación me vibraba sobre la piel con una potencia hasta entonces desconocida. Tomé una esquina de la sábana y la eché a un lado con la intención de verlo mejor: llevaba una camiseta de tirantes gris que no se molestó en disimular la mancha en ese punto casi marrón que se extendía a la altura de su estómago. Quiso resistirse, pero sus manos no consiguieron luchar cuando la tomé por el borde, la levanté y pude ver su piel—. ¿Qué...?
Me temblaron los dedos y también la voz. La herida que le cruzaba el estómago era, a todas luces, una puñalada infligida sabía Dios por qué y en ese punto no importaba otra cosa sino su estado supurante. Se veía profunda, oscura, húmeda en ciertos sitios, pero ya no sangraba... o no como debió hacerlo cuando manchó su ropa, el colchón y el suelo que conducía hasta la puerta. Sin embargo, los bordes hinchados no aparentaban estar bien con esos límites púrpuras, manchados aquí y allá de un amarillo infecto. Lo toqué, primero en la herida y luego en la cabeza, no supe cuál ardía más en fiebre. Se removió apenas y se quejó, tan adolorido como débil.
—Espérame aquí... —No tuve que decirle que no se moviera, ni siquiera queriendo lo hubiese conseguido.
Me levanté y me dirigí a la entrada de la casa, quité los seguros de la puerta y abrí para encontrarme con Dylan, quien pareció primero asombrado de verme y después preocupado. Debió verlo en mi cara, la palidez fantasmal de las malas noticias. No tuve que decirle una sola palabra antes de que me siguiera de vuelta a la diminuta recámara, donde se encontró con lo mismo que yo hace solo unos instantes atrás: Evan recostado en un colchón dispuesto en el suelo, con un aspecto tan acabado como él mismo.
—Tenemos que llevarlo al hospital. —Fue lo primero que se me ocurrió y también lo más sensato, pero bastó para alertar a Evan, que se aferró a las pocas energías que le quedaban en el cuerpo y desde esa posición, se negó a moverse de ahí.
—No...
—Te vas a morir aquí si no te llevamos al hospital.
—Voy a estar bien.
—¡Por el amor de Dios, Evan! ¡Está infectada!
Decidí que sin importar lo que dijese, no iba a escucharlo porque no estaba pensando con sensatez y, con toda seguridad, era culpa de la fiebre. Volteé de vuelta hacia Dylan para que me ayudara pasándose uno de los brazos de Evan por los hombros y que de esa manera pudiéramos sacarlo de ahí cuanto antes. Pero él no se movió, se quedó quieto, con los ojos perdidos en algún lugar entre el presente y donde las cosas como esas no sucedían.
—¿Y hasta dónde lo vamos a llevar caminando?
—¡Entonces llama a una puta ambulancia!
—¡Que no, Illya! —Gritó Evan, o hizo lo más parecido a eso que le permitió su garganta Entonces me tomó por la muñeca y cuando fui al encuentro de sus ojos augurando ira, solo hallé súplica—. Por favor, no... no quiero ir.
—Si no vas...
—Sé qué va a pasar. —Pronunció las palabras con indisimulable miedo aunque con la cadencia de quien ha aceptado su destino. Pensé en su abuelo, ¿habría dicho él lo mismo al verse a sí mismo en el campo de batalla, con sus extremidades arrebatadas?—. No voy a poder pagarlo... y me van a preguntar cosas. —Perdía el aliento cada pocas sílabas, misma cantidad de tiempo que le tomaba a su rostro descomponerse por el dolor—. Me voy a poner bien, solo quiero quedarme aquí.
Dylan me cuestionó con la mirada, preguntándose qué estaba pasando y qué teníamos que hacer. Sintiéndome entre la espada y la pared, lo arrastré fuera con la intención de pensar con claridad, sin que los ojos a medio morir de Evan continuaran paralizándome por completo. Me llevé las manos al cabello y luego de meditarlo por un segundo, saqué de mi bolsillo un billete, le ordené que fuera a la farmacia y comprara alcohol, agua oxigenada, vendas, gasas y cualquier cosa que pudiera servirnos. También agua potable y latas de comida. Lo apresuré y no vi en sus ojos siquiera la intención de no seguir mis indicaciones.
Cuando me disponía a regresar, escuché mi teléfono. Era Mich. Colgué y escribí un mensaje muy rápido: Pasó algo, después te llamo y te explico todo.
Al entrar de nuevo en la recámara, la cabeza de Evan colgaba casi sin fuerza. Lo empujé por la frente de vuelta hacia atrás y le di un par de palmadas en las mejillas con la intención de traerlo a la lucidez una vez más, antes de añadir—: Eh, eh. No te duermas, no te duermas. No sé cuánto llevas aquí pero si aguantaste eso, aguantas esta. No te me vas a morir en frente, ¿me escuchas? Así que no te duermas.
—Más fácil para ti si me muero...
—Y sí, pero no te voy a dejar irte así tan fácil.
—¿Por qué?
Me lo pensé un segundo.
—Aún tienes que pagarme. —Eso le arrancó una risa que terminó en otro gemido de dolor, al menos así podía distraerlo un poco.
—Tu dinero está por allá... —señaló un pantalón al otro lado del lugar —. Tómalo y vete, no soy tu problema.
Contemplé la prenda durante un instante y luego negué con la cabeza. Lo destapé por completo antes de quitarle la camiseta. Lo último que necesitaba era que esa tela sucia continuara en contacto con su herida—. Igual no voy a dejar que te mueras.
Hice una bola con la prenda y salí de la habitación a la cocina; abrí el grifo y la enjuagué hasta que el agua dejó de salir entre rosa y gris para empezar a fluir clara. El otro yo, que tan calladito se mantuvo en un inicio, ahora no dejaba de susurrar cosas sobre mi oído. El peligro de estar ahí, el miedo a que alguien fuese a buscar a Evan, el terror a que se muriera. Lo único en lo que estábamos de acuerdo era en que no queríamos que eso pasara. Podríamos no querer verlo más, pero eso era una cosa distinta.
Regresé a él con la camiseta húmeda y comencé a limpiar los alrededores de la herida, tendría que traer ropa, nuevas sábanas; dudaba que el edificio tuviera calefacción. Tenía toda la pinta de ser, haber sido o estar el proceso de convertirse en un picadero como los muchos que abundaban en la zona. Se removió ante mis intentos de despegar toda la sangre seca, aunque no se quejó más y trató, tanto como pudo, de mantenerse firme y no flaquear o echarse a llorar; sin embargo, sus ojos vidriosos decían todo lo que por orgullo no le salía de la garganta. Era imposible disimular el desaliento.
—¿Ahora me vas a decir qué pasó? —pregunté al terminar y doblé la camiseta para que la suciedad quedara por dentro y yo poder colocarla sobre su frente, con la esperanza de controlar la fiebre. Lo vi dudar, aunque solo por un instante.
—El cobro por mis pagos atrasados...
—Te dije que no era un juego.
Antes de que pudiera decirle tres cosas más acerca de lo idiota que fue involucrarse con Purple cuando tenía todo para mantenerse fuera de las pandillas, escuché el golpeteo de la puerta de nuevo. Le hice una seña y volví a salir del cuarto a encontrarme con Dylan, que me extendió una bolsa de plástico en cuanto me vio. La inspeccioné corroborando que no se hubiera olvidado del cambio y solo entonces le recibí el cambio, cuando le hice un gesto de que me siguiera y me ayudara, él no se movió de su lugar.
Lo contemplé por un solo segundo: el nerviosismo en los pies y las manos, la palidez que no lo abandonaba. Apretó los dientes por un instante y supe que estaba juntando todo el valor que le quedaba dentro del pecho; antes de que comenzara a hablar, yo ya lo sabía.
—Ya no quiero tener problemas.
Al buscarle los ojos, me evadió la mirada. Cobarde.
—¿No que era tu amigo?
—Sí, pero... —dudó un instante, mirando detrás de él, con todas las ganas de salir corriendo de ahí—. Si me quedo, vamos a terminar los dos igual, y yo paso.
—No te lo pareció cuando se metieron en esto, ¿no? —Ni siquiera me dio una respuesta, solo empezó a caminar hacia atrás mientras la culpa se le arremolinaba en la mirada. Al llegar a las escaleras, salió corriendo y supe que no iba a regresar ni iba a volver a saber nada de él.
Suspiré con la bolsa en las manos, notando la impotencia treparme de a poquito por las piernas. La piel de mis nudillos empalideció ante las ganas de encontrarlo y, a él sí, destrozarlo a puñetazos. Debí suponer que si nunca fue una persona en la cual confiar, eso no podría haber cambiado ni por las circunstancias ni por los años. Cerré la puerta en un azote, tratando de liberar así un poco de la rabia que me escocía la garganta antes de regresar con Evan.
—Se fue —anuncié en cuanto entré de vuelta a la habitación. Vi su expresión atravesar por diversas fases, desde la confusión, el enojo, la resignación y finalmente la tristeza.
—No puedo creer... —Se detuvo a tomar aire, hablar no le resultaba fácil y yo casi prefería que no lo hiciera. Me arrodillé a un lado y saqué el alcohol, así como un pedacito de algodón—. Hasta él me dejó solo. Hijo de puta.
No existían palabras de consuelo en situaciones como aquella, por lo que me mantuve callado. Con cuidado, procurando no hacerle incluso más daño, empecé a limpiar la herida primero por los bordes, dejando ver por debajo la carne abierta, maltratada. El aroma a cobre comenzaba a marearme.
—Para tu buena o mala suerte, yo aún no —murmuré en cuanto siseó por el ardor, y lo retuve con una mano al su cuerpo, por impulso, tratar de huir de la sensación. Su respiración agitada por el dolor apenas me dejaba pensar, algo dentro de mí seguía deseando que fuera una pesadilla.
—Harías esto por cualquiera...
Cuando lo escuché, mis movimientos se detuvieron por un instante nada más. ¿Habría hecho eso por quien fuera? Agaché la cabeza para que el cabello me cubriera el rostro antes de seguir con lo mío. La respuesta fue solo una palabra.
—No.
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¡Hola, hola! Espero que estén teniendo un lindo sábado y que su fin de semana los esté tratando bien. Esta vez hubo actualización temprana, y ojalá que el capítulo les guste mucho. Llevaba un rato tratando de subirles el capítulo pero no cargaba el banner, ya ni modo, luego lo edito dlkfj.
Ya me conocen, las preguntas de siempre: ¿Qué les pareció? ¿Qué creen que vaya a pasar con Illy, o con Evan? ¿Pensamientos sobre Dylan? ¿Teorías de cómo va a terminar todo? Yo leo todo.
¡Nos vemos la próxima semana!
Xx, Anna.
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