Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

27

El único comensal de Alloro's bebía un americano tras otro mientras escudriñaba el periódico y, cada cuánto, subrayaba alguna que otra cosa con un resaltador verde que aún tenía pegada una etiqueta con el precio. Habíamos pasado ya varias decenas de minutos de nuestra hora de comida, pero incluso Sarah estaba sentada detrás del mostrador con un librito de sopas de letras a medio resolver. Era un día de esos particulares en el restaurante, de los que solo se daban en ciertos días de inviernos muy fríos o veranos en extremo calurosos, en los que ni un alma se paraba por ahí ni a pesar de los descuentos en chocolate caliente, café y la calefacción.

Me removí en mi asiento, un banco de madera que por la posición empezaba a entumirme las piernas y le di una mordida más al sándwich entre mis manos, cortesía para todos los meseros de parte de John, el cocinero, que estaba tan aburrido como nosotros y si no se ponía a hacer algo iba a asesinar a alguien con su juego de cuchillos.

—¿Y cuánto tiempo llevas trabajando aquí?

Retiré mi atención de las moronitas apiladas en el borde del plato para levantar la cabeza y contemplar a Dani, que me observaba al otro lado de la barra con curiosidad a la par que con una cucharita se dedicaba a darle vueltas a su café. Llevaba trabajando como una semana en Alloro's y solo eso bastó para que me diera cuenta de que la chica era muy parlanchina. Tenía unos diecisiete y estaba por terminar la preparatoria, no sabía lidiar con el tedio y el aburrimiento de los días tranquilos, igual que el resto.

Suspiré, más a modo de despejar la mente que por hastío, antes de responderle.

—Unos... muchos meses, quizá ya pasa del año, la verdad no me acuerdo. —Me encogí de hombros—. Soy malísimo con las fechas y esas cosas, nunca sé en qué día vivo.

—¡Ay, te entiendo tanto! —chilló con una sonrisa de entendimiento y le dio un traguito a su café antes de continuar—. El otro día la profesora de matemáticas nos hizo un exámen y yo juraba que era para la otra semana, no estudié nada, y...

Sin dejar a un lado mi comida, reposé mi mentón en la palma de mi mano y me dediqué a escuchar toda su historia sobre su problema con los exámenes, que realmente no me interesaba, pero estaba bien para matar el silencio. Cualquier oportunidad que se ofreciera de salirme un rato de mi cabeza, yo iba a tomarla sin dudar.

No supe cuántos minutos llevábamos así cuando noté el zumbido del teléfono cosquilleando en mi muslo, a través de la bolsa del pantalón. Le pedí que me diera un segundo con un gesto y metí la mano en el bolsillo para buscarlo y leer con qué nombre se iluminaba la pantalla. Busqué a Sarah con la mirada y levanté el teléfono, en la pregunta silenciosa de si podía contestar o no; viendo las circunstancias, me dijo que como quisiera antes de volver a garabatear sobre su libro.

—¿Qué pasó, Dylan? Estoy en el trabajo.

Presioné los labios como una segunda disculpa por interrumpir a Dani, ella solo sonrió y negó con la cabeza. Al otro lado, pude adivinar que Dylan estaba fuera de casa por el sonido de los autos y la ciudad que me llegaban gracias a su micrófono.

—Es rápido... —aseguró, guardando silencio un segundo en lo que me imaginé era su tiempo para cruzar la calle—. Estuve pensando y creo que sé dónde podría estar Evan, o bueno, Susie se acordó de un lugar cuando le platiqué que no me contestaba el teléfono y no estaba en su casa.

—¿Le contaste a Susie?

—¡Claro que no! Solo le dije que no lo localizaba, Evan es mi amigo, me preocupa.

En realidad no supe por qué pregunté, cuando no me interesaban los detalles.

—Bueno, ¿y dónde? —Me levanté de la barra para caminar a la otra esquina del restaurante, con una necesidad creciente de no quedarme quieto.

—Evan tiene otro amigo, no recuerdo cómo se llamaba, pero una vez me invitó a una fiesta en su casa. A veces se quedaba ahí sí se le hacía tarde para regresar a casa, pudiera ser.

Por fin algo que tenía un poco de sentido. Me devolvió la esperanza respecto a encontrarlo y lo primero que hice fue mirar en dirección al reloj que colgaba frente a la puerta de entrada, aún me faltaban tres horas y media para salir, pero no era tanto en realidad.

—Vamos entonces, salgo a las seis.

—Hoy no puedo. —Seguro me escuchó bufar, pues antes de que pudiera emitir una sola queja, agregó—: Tengo una cena con los papás de Susie, ya lo teníamos planeado y no voy a cancelarles para ir a ver si acaso se metió allá. Vamos mañana más temprano, sirve que no se nos hace de noche.

Apreté los dientes por la frustración que me producía tener que ajustarme a sus tiempos, a los de todos los demás. Siempre cuando el resto podía, o quería. Negué con la cabeza.

—O dame la dirección y yo voy —sugerí, con la poca paciencia que me quedaba.

—No sé la dirección, sé cómo llegar, pero, pues no me voy a poner a aprenderme el nombre de las calles, ¿sabes?

Cerré los ojos y me concentré en respirar un segundo, luego dos.

—Bien, mañana.

—Te mando un mensaje para decirte dónde nos vemos.

Después de una afirmación corta, terminé la llamada y me llevé los dedos a los ojos para masajearlos por encima de los párpados en un intento infructífero de disipar el estrés. Solo después de eso me quedé contemplando el teléfono por un momento, e hice lo primero que pude pensar para sentirme un poco mejor.

Le mandé un mensaje a Mich diciéndole si acaso nos podríamos ver ese día más tarde, no demoró mucho en responderme preguntándome si me encontraba bien. Lo tranquilicé y luego de asegurarle que todo estaba en orden, le dije que solo eran esas ganas de querer verlo. La siguiente respuesta tardó un poco más en llegar, pero al final lo hizo. Con un par de palabras, me dijo que no creía poder debido al trabajo, que tenía mucho y necesitaba empezar a entregar antes de que sus alumnos salieran de vacaciones. Que podíamos vernos al día siguiente, o el día después de ese. "Pero cualquier cosa que necesites, llámame. Por favor". No me quedó más que decirle que sí y pedirle al otro yo que no fuese a empezar a un berrinche, que ya él hacía mucho respondiendo y dedicándonos tanto tiempo.

Una parte de mí se sentía culpable de que se viera en la necesidad de estar alerta de que algo pudiera llegar a suceder. De preocuparlo así. Pensé, luego de volver a guardar el teléfono, que eso era parte de lo que me había temido en un principio cuando lo conocí, ir a manchar su mundo con el mío. Y él me contagió mucho de su tranquilidad, no sin el costo de tomar para sí mismo aunque fuese un poco de mi estrés.

El otro yo susurró que Mich me estaba ofreciendo mucho, y yo no tenía casi nada que valiera la pena darle de vuelta. Estuve de acuerdo con él y de todos modos lo mandé a callar antes de regresar con Dani, para que fuese una voz ajena a la mía la que continuara ocupando los espacios de sombra entre las paredes de mi cráneo.



Me recibió el sonido del aceite hirviendo y el de las cucharas de metal chocando contra la superficie de la sartén. El aroma de la pasta con carne de Diane inundaba toda la sala y me golpeó en la cara tan pronto di un paso adentro. Aspiré profundo, no recordaba la última vez que ella cocinó aquella receta que yo reconocí en un solo segundo; en los tiempos recientes, la comida fue simple: carne asada, sopa instantánea. Ahora volvía a cocinar y eso no fue lo más extraño de todo, sino el hecho de que lo hacía con un buen gesto en el rostro, una sonrisa, una mirada de concentración, uno de los mechones del cabello castaño liberado del moño y cayendo a un costado de su cara.

Se percató de mi presencia, o en todo caso del sonido de la puerta al abrir y cerrarse, tan rápido como yo de ella; me echó un vistazo, me saludó y me dijo que casi terminaba con la cena. Mientras, aún siguiéndola con la mirada, me quité los zapatos húmedos de nieve a un lado de la entrada, donde también dejé la mochila y el abrigo, que con la calefacción ahí dentro ya no me servía de mucho.

—Voy a bañarme —comenté, mientras pasaba frente a la cocina para irme en dirección al baño. Su voz me detuvo en un segundo.

—Mejor cena primero, ya dos minutos y sirvo. —Se pasó las manos húmedas por los jeans y me hizo una seña en dirección al pasillo—. Ve por tu hermana, seguro está dormida.

Me lo pensé durante un instante.

En serio deseaba ducharme, y no solo por el hecho de que sintiera siempre adherido a la piel el humo de la ciudad y de los autos, o del viento con tierrecilla y nieve sucia. Es que mi cuerpo aún dolía, y aunque los moretones empezaban a desteñirse para dar paso a manchas amarillentas más que esos llamativos cardenales purpúreos de los primeros días, seguían haciéndose notar a cada segundo. El agua tibia parecía relajarlos a ellos y de paso al resto de mis nervios, de mis músculos; los adormecía incluso, y así resultaba muchísimo más sencillo existir.

A pesar de ello, no quería discutir con Diane y mucho menos sabiendo que ese día se encontraba de un buen humor. Al final también tenía hambre, y posponer algo así no iba a cambiar mis planes de dormir temprano. Asentí y en lugar de dirigirme al cuarto de baño, caminé hasta el final del pasillo a la habitación de Jo. Toqué un par de veces y la llamé por su nombre, sin ninguna respuesta, por lo que después de la tercera abrí la puerta para mirar al interior de su habitación.

Su recámara, contrario a la mía, no tenía una ventana que diera a una calle con alumbrado público, y el edificio de al lado, más alto que el nuestro, solía tapar bastante el sol. Así, su habitación estaba sumida en la penumbra por completo y apenas pude vislumbrarla tendida sobre la cama, aún con los jeans y la camiseta que se había llevado a la escuela; sin zapatos. Si yo tenía el sueño ligerísimo, ella dormía como un tronco. La envidiaba muchísimo al respecto.

Me adentré en el cuarto y la sacudí despacio, solo eso fue capaz de despertarla para preguntarme qué pasaba. Le dije que viniera a cenar, que Diane había hecho pasta, y hasta yo fui capaz de escuchar el gruñido que emitieron sus tripas en cuanto el olorcito le llegó desde la puerta. Dijo que ya venía y yo salí, dejándola espabilar con toda tranquilidad.

Regresé a la cocina justo a tiempo para que Diane me pidiera que pusiese la mesa. ¿Cuánto llevaba sin hacer eso? Era extraño en sí mismo que comiera con ellos, no pasaba muy a menudo, pero recordaba bien el ritual: manteles, platos extendidos, cubiertos, vasos, la jarra con agua, el salero, servilletas. Cuando terminé, ella iba apagando las hornillas de la estufa y se servía de dos trapos húmedos para tomar la sartén y llevarlo hasta la mesa.

—¿Y cómo te fue en el trabajo? —La miré por un segundo, preguntándome si iba en serio, y al entender que sí, no supe qué decirle.

—Bien... —Formulé la respuesta genérica—, aburrido. Casi no hubo clientes, no hicimos nada, el turno se me pasó lento. ¿Y tú?

Procedió a hablarme de su tarde en el salón. Al parecer, no fue muy distinta a la mía; el invierno hacía que las personas se escondieran en sus hogares y salieran más bien poco. Para ella, tuvo que ser incluso peor. La gente, al final, debía seguir alimentándose; no siempre consideraban canasta básica arreglarse las uñas.

La escuché como si no fuera extraño recuperar tradiciones igual de viejas que el televisor en la sala, que en su pantalla lucía ya algún par de rayas a los costados que distorsionaban la imagen en extrañas líneas magentas. Esos momentos se sentían como la línea rosa de mi vida: nada mal, pero sí extraño. Incómodo, inclusive.

Una vez que terminó de contarme me pidió que probara que al agua no le faltara azúcar y no, no le faltaba; antes de que Diane tuviese que empezar a gritarle a Jo para que se apareciera en la mesa, ella hizo acto de presencia arrastrando los pies por el pasillo. Su cabello se levantaba del lado izquierdo, sobre el que había estado acostada, y tenía el rostro apenas un poco hinchado por el sueño.

La conversación durante la cena, aunque escasa, no halló inconvenientes en ningún instante. Se basó, casi en todo momento, en un constante ping-pong entre mi madre y mi hermana, preguntándose sobre el trabajo, la escuela, los conocidos, el clima, los chismes de salón. Yo devoré una primera porción y luego la segunda más bien rápido; Alloro's podía ser un buen restaurante, y quizá yo no fuese a admitirlo a Diane, pero su pasta era mucho mejor que la que servíamos en el trabajo. Tenía una buena sazón y no lo pensaba porque fuese ella y necesitara cumplir con el contrato silencioso que tienen las madres y los hijos. Ella, creí, siempre tuvo la oportunidad de ser una gran cocinera de profesión y le hubiera ido muy bien; mejor incluso que en la estética.

Fui testigo de cómo la luz del atardecer se apagaba de a poco a través de la ventana para darle todo el protagonismo a los focos del salón, que con su luz cálida hacían ver las paredes blancas, amarillas. A mí me gustaba más la iluminación fría, pero mi madre siempre dijo que le recordaba a los hospitales, no le terminaba de encantar.

Justo cuando di las gracias por la cena y estuve por levantarme para lavar mi plato y por fin poder ir a darme esa ducha que mi cuerpo estaba ansiando desde medio día, Diane nos pidió que no nos fuéramos todavía. Jo y yo nos volteamos a ver, preguntándonos en silencio si acaso el otro tenía idea de lo que sucedía.

—Tengo algo que hablar con ustedes... —comenzó, mirándonos primero a uno y después al otro, empujando un poco su plato vacío para poder cruzar los dedos de la mano sobre la superficie de la mesa. Me acomodé en mi sitio, me erguí, no estaba acostumbrado a las conversaciones anunciadas—, y sé que quizá no será sencillo de escuchar, pero con esto voy a necesitar todo su apoyo y que estemos juntos, ¿de acuerdo?

Observé las marcas de la madera sobre la mesa; esas vetas oscuras de los árboles que se talaron para que nosotros pudiéramos compartir una cena cómoda. Fue imposible no observar la manera obsesiva con la que sus dedos se tocaban, se movían, se entrelazaban una vez tras otra; en mí, la ansiedad tenía formas distintas de manifestarse. En las piernas. Mi talón rebotaba incesante contra el suelo.

Pensé en que, después de tanto tiempo, por fin estaba decidida a denunciar a James. Las cosas pocas veces salían en mi vida de la manera más sencilla; los astros, el universo, jamás me daba ese gusto.

—James y yo hablamos, y después de considerarlo mucho, decidimos que regrese a la casa.

No aparté la mirada de la superficie; de hacerlo, habría visto en mis ojos una furia asesina capaz de helarle la sangre. La primera en replicar fue Jo, aunque yo no escuché nada de lo que dijo; me sentía como si mi cabeza estuviese bajo el agua, y me imaginé por un instante que cuando emergiera a la superficie las cosas serían distintas. Pero transcurrieron los segundos, y los minutos y ni salí, ni nada cambió.

—No ha pasado ni una semana —murmuré, incapaz de creerlo.

—¿Qué dices?

—No ha pasado ni una semana —repetí, antes de por fin levantar la cabeza para verla a los ojos—. Mírame, Diane. Mírame bien: no ha pasado ni una semana, mira mi cara. —Me incliné hacia adelante y me quité el cabello de la frente, ladeé el rostro a un lado y luego al otro para que pudiera apreciar, bajo la luz, las heridas que aún estaban ahí, que no podía ignorar—. Aún no se me cae la costra de la cabeza, no puedo ni moverme sin que me duela, y tú ya vas a meterlo aquí otra vez.

Ella desvió la mirada para no verme, pero necesitaba que lo hiciera. Que repasara cada uno de los estragos de esa noche y aun así se atreviera a decirme que sí, que lo traía de vuelta.

—James se disculpó por eso, dijo que se le fue la mano y que no va a volver a pasar.

Me reí sin ganas.

—Va a volver a pasar, tú lo sabes. Siempre pasa otra vez, y siempre se disculpa y siempre le crees y siempre lo dejas volver. Nada cambia, en particular el hecho de que yo, y Jo, te importamos una mierda.

—No me hables así, Illya, soy tu madre.

—No lo parece, si fueras mi madre te preocuparías. Pero no. Y ya me cansé. —Me levanté de la mesa, haciendo las patas de la silla chirriar por el movimiento repentino—. Estoy harto de que siempre es lo mismo, y si tú quieres quedarte aquí a hundirte en la mierda con ese tipo hasta que se mate de una congestión, o un pasón, o te haga algo a ti o a nosotros, muy tu asunto. Ya no me importa. Me largo.

Emprendí mi marcha a la salida y comencé a ponerme los zapatos, más que listo para ignorar cualquier otra cosa que tuviera que decir. Me iría, me daba igual no tener a dónde ir. No volvería a molestar a Mich cuando estaba ocupado solo porque a ella se le daba la gana, ya vería qué hacer. Me quedaría en un motel a pasar la noche, quizá. Y después buscaría algún albergue donde pudiera estar hasta resolver qué podía hacer con mi vida. Hice oídos sordos a cada una de sus exigencias, peticiones y ruegos de que me detuviera y hablara bien las cosas, que esta vez podía ser distinto. Ya no más, me sentía asqueado de siempre esperar un cambio en el patrón y en ese punto, cuando lo primero que pensé fue en la azotea, supe que se me habían acabado las oportunidades. Era huir o quedarme ahí el resto de mi vida, que no sería mucha.

Antes de darme cuenta ya me había puesto igual el abrigo; por la madrugada, cuando estuvieran dormidas, subiría por la escalera de incendio hasta mi habitación para empacar un poco de ropa, más cosas y, sobre todo, el dinero.

Salí del departamento sin voltear una sola vez hacia atrás, con la mochila echada al hombro y bajando los escalones de dos en dos, con una prisa asfixiante de que me golpeara el aire frío. Justo antes de llegar al tercer piso, una mano se aferró a mi brazo y al voltearme para gritar que me dejase en paz, me encontré con Jo, que tenía los ojos bien abiertos y el pánico pintado por todo el rostro.

—No te vayas.

Tuve que respirar varias veces antes de poder responderle.

—No puedo quedarme, Jo, ya no.

—No puedes dejarme aquí.

—Regresaré por ti, ya casi tienes dieciocho. En cuanto los cumplas voy a volver y nos vamos a largar, ¿sí?

Vi sus ojos cristalizarse a la velocidad de la luz, y su manera inútil de luchar contra el puchero que se formó en su labio inferior en su intento de contener las lágrimas. Me atravesó el pecho darme cuenta de que ahí, ella y yo, siempre estábamos haciendo eso y ya: contener el llanto, la tristeza.

—Me van a hacer la vida imposible... —agregó en un suspiro, como si le faltara el aire.

—No creo, Jo, solo pórtate bien, haz lo que te digan y de resto ignóralos. No se meterán contigo, ni ella, ni el estúpido ese.

—No, Illy, pienso que esta vez va a ser diferente.

Guardó silencio, pude ver en sus ojos inquietos que estaba tratando de decirme algo y que las palabras se le atoraban en la garganta. Por un instante, la urgencia se disipó para concentrarse solo en ella.

—¿Qué pasa, Joanne?

—Vas a matarme...

—Nunca haría algo así, dime qué sucede.

Tragó saliva y, evadiendo mi mirada, lo dijo.

—No estoy segura, pero creo que estoy embarazada.

¡Buenas, buenas! Espero que estén teniendo un lindo domingo. A que pensaron que se me había pasado, pues no, yo ya dejé atrás eso de quedarles mal. Y tarde, pero seguro.

¿Qué les pareció el capítulo? A medida que nos acercamos al final, que sí, nos estamos acercando, ¿qué creen que vaya a pasar con todos los involucrados en esta historia? Los escucho. O bueno, leo. 

¡Hasta el próximo fin de semana!

Xx, Anna. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro