25
No hubiese sabido decir si el Ángel era hombre o mujer; tal vez no era ninguno, o era ambos. Quizás esa era la idea. Tal vez los seres divinos habitaban un nivel muy lejano al margen de las cosas que los humanos requeríamos en función de descubrir nuestra identidad; a lo mejor las criaturas celestiales ni siquiera necesitaban de una para cumplir un propósito, si es que contaban con uno. A ese, el del Jardín de las Estatuas, le cincelaron el cabello rizado y apenas del largo suficiente para resultar sospechoso; y aunque la piedra tallada como tela se ceñía a la forma del cuerpo, no era sencillo distinguir en él, o ella, una cadera o un pecho prominente que diese pista alguna de su sexo. Y ni siquiera me preocupaba por analizar la cara, todas en el lugar fueron esculpidas por el mismo molde. Una perfección inhumana. Eso sí, fuera lo que fuese, me resultaba extraño, frío e inquietantemente atractivo.
No poseía en mi cabeza un saber muy vasto respecto a la religión, tenía claro que mi abuelo era un hombre devoto a la iglesia y, aunque yo no lo conocí y Diane nunca me habló sobre los detalles porque primero mi edad era una cuestión muy limitante y después estábamos tan distanciados que no me interesó, fue sencillo intuir que algo sucedió en relación con la magnitud suficiente para que mi madre se deslindara por completo de sus creencias familiares. En mi casa no entraba una cruz o una biblia. No se oraba por los alimentos ni se encomendaba a nadie a la protección de ningún ser. Aun así, yo aprendí a rezar. O mejor dicho, me vi en la necesidad dé.
Comencé a mantener más contacto con ese mundo ya cuando era adolescente y la fe que pudo haber tenido mi otro yo de niño quedó sepultada al seguir esperando y esperando y, tal como le dije que sucedería, nadie vino a salvarnos. Fue gracias a Evan. A él lo arrastraba su padre todos los domingos, sin falta, a la iglesia del pueblo, una de las tres que teníamos, y en la única en la que se congregaban los pocos veteranos que todavía no se largaban a otro lugar a vivir en unas vacaciones perpetuas de sol y playa que hicieran más sencillo olvidarse de los traumas de la guerra.
Su padre, me lo dijo sin tapujos, era un fanático y Evan estaba harto de él y sus reglas, que con cada año solo alcanzaban un nuevo nivel de absurdidad. Al parecer era algo que se remontaba a generaciones atrás, y llegó a su pico después de que su padre y su tío hubiesen regresado de Vietnam en 1975, diez años antes de que su madre lo diera a luz. Luego de que su tío se inscribiera en el seminario con la esperanza de calmar los estragos del servicio en su cabeza. Cuando él nació, su tío ya era sacerdote y toda la familia, creyente hasta los huesos. Solo Dios explicaba el milagro de dos hijos volviendo vivos de la guerra y con todos sus miembros; una suerte muy distinta a la de su abuelo, que había perdido un ojo y un brazo en Iwo Jima, en la Segunda Guerra Mundial.
El padre de Evan deseaba —más bien exigía— que fuera soldado o un hombre de fe. Y él, cerca de cumplir dieciocho, no se molestaba en fingir entusiasmo al contarme sobre cualquiera de las dos opciones; pero era el 2003 y no era necesario ser un genio para tener claro que la guerra contra Irak iba a ser un infierno más pronto que tarde. Eligió la fe. Aseguró que iba a unirse al seminario en cuanto cumpliera la mayoría de edad, todo esto mientras por las tardes luego de la escuela me rogaba que se la chupara frente a la estatua que ahora se alzaba a unos metros de mí, como una suerte de mezclar el placer con su sed de rebeldía y encontrar un poco de control en todas las decisiones que su padre tomaba por él. Luego pasó lo que pasó, y no hubo seminario ni ejército, pero el destino no se dobló ni se volvió mucho más gentil.
Los ángeles, las cruces, las iglesias y toda la imaginería sacra me llevaba de forma inevitable hasta él; lo que casi nunca era un problema, pues no me los encontraba en mis rutas habituales, más bien abandonadas por Dios. Pero aquel lugar lo tenía plasmado por todos sitios, me sentía vibrar ante la expectación de por fin de cortar los pocos lazos que nos unían y no tener que volver a verlo nunca.
Observé mis manos, más pálidas que de costumbre, cuarteadas con mil venas moradas dibujadas sobre el dorso. Las metí en los bolsillos en un intento fallido de protegerlas del frío. En esa época, los guantes siempre eran una ayuda monumental; dentro de Alloro's la calefacción era un alivio tremendo, sin embargo, era salir dos minutos y aceptar que por las siguientes horas iba a tener los dedos engarrotados. ¿Cuándo perdí mi último par? El invierno pasado, si no era el anterior a ese. Y por una razón u otra, nunca me interesó comprarme otros; supongo que siempre llegaban gastos más pertinentes que ese... en ese momento, no me sentí alineado con las decisiones de mi yo más joven. El clima era cruel, las mejillas se me encendían por el beso del aire frío. Esa tarde, en el parque, cayó la primera nevada de la temporada; y aunque la nieve era suavecita al dejar sus copos sobre la punta de mi nariz, uno nunca se acostumbraba a que se le congelara hasta la raíz.
Miré el teléfono por milésima vez desde mi llegada: llevaba ya esperando cerca de una hora y media, un tiempo muy largo para mi paciencia en declive, que en ese momento, por fin terminó por agotarse. Noté una presión dolorosa creciendo de dentro de las paredes de mi garganta y poco tenía que ver con aquellos generosos 2º centígrados traídos por el invierno, sino con el nudo de palabras y maldiciones cociéndose encima de mis cuerdas vocales a causa de la furia, sílabas que no hallaban su camino a ser pronunciadas por mis labios, pues no llegarían a los oídos de nadie. Era un imbécil de manual. Evan por mentiroso y yo por confiar en él, sabiendo que no era una persona con la que era pertinente bajar la guardia.
Ahora jugaba a las escondidas solo por no pagar ese dinero que aún era su obligación regresarme, y claro, como ya tenía toda su droga y los billetes, le resultaba muy sencillo solo no contestarme más, o reunirse conmigo.
Mire a mi alrededor, al parque desierto, porque cualquiera con dos dedos de frente ya se hubiera refugiado en casa, lejos de la helada. Aunque, por supuesto, estaba a años luz de que el criterio figurara en mi corta lista de cualidades. Marqué su número una vez más, procurando mantenerme positivo, pero en cuanto me mandó a buzón sin siquiera darme tono, supe que estaba terminando del todo con las cordialidades. No iba a esconderse por siempre. No de purple, que si aún no entregaba el dinero ya lo estaría buscando; y tampoco de mí, tan negado a dejar que una vez más las cosas se hicieran bajo el tempo que Evan marcaba
Presentarme en su hogar no era una opción, por razones claras; al primer paso que diera en el jardín de su padre, en el mejor de los casos, me recibiría un escopetazo en medio del pecho. Y quizá con ello el señor me haría un favor, pero no iba a dejar que se deshicieran de mí así y ya. Tan fácil. Como si fuera solo una piedrita incómoda en su zapato. La solución, cuando las dudas se esclarecieron en mi cabeza, no se prestó a poder humano o sobrenatural que pudiera enfrentarla. Encaminé mis pasos fuera del parque y, de ahí, a la avenida.
En veinte minutos apenas me protegía el portal del departamento, con los hombros húmedos por la nieve derretida, tocando la puerta con una calma más medida de la que poseía en realidad, que se reducía a nada. Quien me abrió fue Susie, que apenas verme enarcó las cejas y se me echó encima, envolviéndome en un abrazo cálido, efusivo.
—¡Illya! —chilló ella, con una enorme sonrisa resaltando sus mejillas sonrojadas por el frío—. ¿Dónde has estado? Te desapareciste otra vez.
Sus palabras provocaron una punzada de dolor en mi pecho, y esperé con todo mi corazón que ella no pudiera adivinar el desasosiego en mi mirada. Pensé en lo bien que me caía, lo linda que aparentemente era. Se trataba de una de esas personas que nunca jamás se comportaron mal conmigo, ni siquiera en los tiempos que toda la situación se prestó para que se dejara arrastrar por ese odio fácil de sentir en comunidad. En otra vida, otras circunstancias, creí que podríamos haber llegado a ser amigos aún mejores de lo que estábamos destinados a ser en esa. Y lo más doloroso fue que no se trató de incompatibilidades irresolubles entre nosotros dos, sino de Dylan y su incapacidad de ser un ser humano de fiar. Tal vez Susie hubiese sido buena compañía de Dylan y Evan no salir con sus cosas, o al menos de mantenerme al margen de asuntos que, desde un principio, no tendrían que haber formado parte de mis problemas. Ahora, no estaba seguro de continuar gozando de la capacidad de confiar. en que mantenerme cerca no sería, a la larga, contraproducente.
—Ya sabes... trabajo. —Formulé mi mejor amago de sonrisa, tratando de no comenzar a escupir veneno, echar culpas, señalar personas—. De hecho vengo solo de paso, Susie. ¿Está Dylan? Necesito ver si me puede hacer un favor.
—¡Claro, adelante! —Abrió la puerta dándome la bienvenida que solo se le da a los amigos, y con la mano me hizo una seña dirigida al comedor al final del pasillo. Está por allá poniéndole unas etiquetas a los postres que vamos a repartir mañana.
—Gracias.
Me sacudí los pies antes de entrar, para no mojarle todo el piso, y me encaminé a paso firme al comedor. Fueron solo un par de metros antes de verlo sentado frente a la mesa, despegando stickers y colocándolos sobre tuppers de plástico transparente, uno a uno, con una concentración envidiable. Cuando Dylan levantó la mirada, preguntando a Susie quién era, las palabras se le quedaron enredadas en la lengua y palideció en un tiempo récord; las mejillas perdieron todo su color y las ojeras parecieron acentuarse por mi presencia. Me veía, seguramente, más como aparición que como un humano.
—Hola, amigo —saludé con un tono animoso, cordial, que no encontró manera de reflejarse en mi mirada.
—Hola, Illy... ¿Qué haces por aquí? —No necesitaba ser muy inteligente para lo que pensaba durante lo que duró su silencio, que me presentara en su casa le cayó en el hígado y se estaba cagando por la posibilidad de que fuera a delatarlo. Qué suerte la suya de que yo no fuese igual que ellos. No aún. No si cooperaba.
—Tengo un problemita y necesito, ya sabes, hablar a solas contigo. —Me giré hacia Susie, que venía detrás de mí con una sonrisa y el chongo del cabello deshaciéndose a su espalda—. Cosas de chicos.
—Por mí ni se preocupen —aseguró ella, elevando las manos mientras se dirigía a la mesa con la intención de tomar su bolso y sacar del mismo unos cuantos billetes—, de hecho, tengo que ir rápido a la tienda a comprar algo y empezar a preparar la cena. Ustedes hablen sus cosas.
Le agradecí con la mirada, aguardé a que se pusiera el abrigo y recorriera todo el camino hasta la salida. Al oír el estruendo de la puerta al cerrarse, calculé el tiempo que le tomaría alejarse lo suficiente para no escuchar nada de lo que estuviera a punto de decir.
—¿Qué haces aquí, Illya?
—Creí que como somos amigos te alegraría verme... —me reí sin muchas ganas, antes de negar con la cabeza—. Evan no me responde el teléfono y tiene una deuda conmigo, tú debes tener una idea de dónde está metido. Solo quiero eso, saber dónde está y que me pague de una buena vez.
—No sé dónde andará —Le advertí, con un vistazo, que a esas alturas ya no estaba de humor para esa clase de jueguitos—. ¡En serio que no! Mira, he estado tratando de hablar con él y tampoco me responde, no lo he visto hace días, no sé dónde se metió.
Y a sabiendas de que ahora su relación y buena parte de su destino estaba en mis manos, buscó su teléfono en los bolsillos de su pantalón para respaldar sus palabras y me enseñó el registro de llamadas. Pude ver el nombre de Evan repetidas veces, todas ellas sobre la leyenda "no respondido". Suspiré con un cansancio que me hacía doler los hombros, la espalda; de mí lo entendía, ¿pero por qué de él?
—Créeme que también me interesa averiguar dónde está, aún tiene parte de mi dinero igual, no me metí en tantos problemas para que se quede con todo. —Dylan se pasó las manos por el cabello, en un gesto de exasperación que pude comprender a la perfección.
—¿Y no tienes ni tantita idea de dónde puede estar? Algo vamos a hacer, si tú lo piensas dejar así, yo no.
—Y yo tampoco, pero no he tenido mucho tiempo con el tema de los postres y Susie... ha sido complicado. —Ambos guardamos silencio por un instante, y él fue el primero en volver a hablar—. Mira, veme mañana en la calle setenta y cinco a eso de las cuatro. Voy a ir a buscarlo a su casa, a ver si me lo encuentro ahí, ¿de acuerdo?
Lo contemplé durante un instante, confiar en él no era una opción y, sin embargo, era de momento mi única salida. Solté un suspiro antes de asentir.
—De acuerdo.
Acerqué la oreja a la puerta, el edificio estaba hecho un congelador y la superficie gélida contra mi piel tibia provocó un escalofrío que comenzó en la columna y acabó en mis muñecas. Esperé unos segundos y contuve la respiración con la intención de registrar mejor lo que sucedía dentro: a mí solo llegó el murmullo de la televisión muy bajito, lo que significo que Jo debía estar despierta viendo algún programa o jugando uno de sus videojuegos. Y si estaba en la sala, quería decir que se encontraba sola, por lo que abrí la puerta con total confianza para por fin poder entrar a casa y echarme a dormir hasta el día siguiente. Aquella tarde mis pies habían visto mucho camino, mi cuerpo se sentía derrotado.
La sorpresa fue que mientras colocaba la mochila sobre el perchero y saludaba por lo bajo a mi hermana, fue la voz de James quien me respondió. En mi sitio, me paralicé igual que las estatuas del parque, aunque con menos gracia; ni uno solo de mis músculos consideró hacer caso a mis deseos desesperados, en aumento, de salir corriendo en dirección a la recámara o, si no, devuelta a las escaleras. Cualquier lugar lejos a mí me habría parecido bien, pero no se movió ni uno solo de mis cabellos.
El repiqueteo agudo del vidrio tallando el suelo, cuando las botellas vacías se tambalearon, fue la interpretación más cercana a las campanas de un infierno diseñado solo para mí. Al beber, James era mucho peor. Y claro que era lo que le quitaba el tiempo en el momento que entré como si fuera a salirme con la mía en esa absurda búsqueda de descanso; no era él de esos que sabían hacer una cosa de provecho, ya fuese dentro o fuera de casa. Solo plaga.
—¿Dónde estabas? —Odiaba la agresiva indiferencia de su voz al dirigirse a mí; puro reclamo disfrazado con pobreza de desinterés. Como si creyera, y seguro que era así, que era mi obligación someterme, igual que un cachorro asustado cuando él decidía dejar caer su atención sobre mí. Su forma de adjudicarse un papel que ni le tocaba ni estaba dispuesto a darle: el de mi padre.
Pensar en ello fue el chispazo que surgió tan cerca de mi mecha que no hubo manera de detener la consecuente explosión. Me giré sobre mis pies de mala gana para verlo a la cara. La sola imagen de aquel hombre a oscuras, iluminado por los bordes de aquella luz fría que provenía del televisor, me revolvió las tripas y me llevó a apretar los puños hasta que se me encajaron las uñas en las palmas. El mal presentimiento me erizó la piel. James era, a mis ojos, la encarnación de la maldad palpable en el silencio tenso en las películas de terror, y él, por mucho, era peor que cualquier fantasma. Y tal vez, capturado por la escena frente a mí, pasé más tiempo del debido en silencio. Más del que le duraba la paciencia. Qué pena que ese día también se hubieran acabado la mía.
—¿Eres sordo o retrasado? Te pregunté algo.
—James... —El hambre me rugió en el estómago, el frío me recordó el ardor en el rostro. El dinero perdido, el tiempo gastado en ir de aquí allá; los pies adoloridos por tanto andar bajo la nieve. No fui yo quien respondió, sino todas las cosas que llevaba cargando sobre los hombros—. No te importa una mierda dónde estaba.
Por primera vez en mucho tiempo, quizá desde su aparición en mi vida, me reconoció. Y lo hizo tomándose la molestia de girar la cabeza, dejar a un lado su estúpido programa de concursos, para verme a los ojos. Estábamos muy lejos, pero aun así creí reconocer en medio de las sombras sus iris oscurecidos por el alcohol, provocándome una incomodidad que me dio ganas de rasguñarme la piel de los pies a la cabeza; ni siquiera eso le fue suficiente para hacerme agachar la mirada. En su lugar alcé la barbilla con un orgullo salido de quién sabía dónde, mientras era testigo de la transformación paulatina de su rostro, de la apatía a la furia, pintándose entre los surcos marcados en su piel por los años de adicciones y ceños fruncidos.
—¿Qué te crees para hablarme a mí así?
—¿Quién te crees tú para pedirme explicaciones? No eres mi padre, que ya te quede claro de una buena vez. No eres nadie aquí.
James se tomó su tiempo para levantarse del asiento, y me dio la impresión de ser una estatua hecha de piedra que, por alguna clase de maldición, de pronto volvía a la vida. Y aunque su parsimonia desentonando con una expresión fúrica me desencajó y me hizo replantearme si valía la pena, me mantuve firme. No titubeé un solo instante. En silencio, a toda prisa, con la necesidad de supervivencia agudizando cada uno de mis sentidos, hice un repaso mental de los muebles que me encontraría en una posible carrera en medio de la oscuridad; hacer una lista de las cosas que podía tomar en caso de ser necesario para defenderme, a dónde correr, en qué sitio esconderme. ¿De qué manera podría cubrirme si él decidía lanzarme una de las botellas? Cada paso dado en mi dirección se sintió como un presagio, una cuenta atrás mientras cuadraba sus hombros y tomaba todas las herramientas a su alcance para hacerse más grande frente a mí, mucho más de lo que era; lo que él no tuvo en cuenta al recurrir a los viejos trucos que siempre le funcionaron tan bien, fue que a veces cuando gastas tanto una carta, no tiene el mismo efecto. Todos los magos, tarde o temprano, necesitaban inventar nuevas ilusiones. Yo ahora estaba más desesperado que nunca, la irritación lamía mi nuca y me pedía a gritos que respondiera, me daba un valor tan nuevo como inconsciente, murmuraba en mi oído que no existía cosa en el mundo que pudiera volver a intimidarme, que estaba más que listo para perderlo todo si esta vez era lo necesario.
—Lo que creo que tú no estás entendiendo, Illya, es que en mi casa tienes que respetarme por las buenas o por las malas. Claramente no eres mi hijo, yo sí te hubiera educado-
La risa que emergió de mi garganta fue auténtica, no obstante, ácida y mordaz.
—¿Tuya? Esta casa es de mi madre, y tú, vago hijo de puta, no haces nada por ella, así que no me digas estupideces.
Así, de pronto, todas esas cosas que llevaba guardando quién sabía cuánto tiempo bajo mi garganta, finalmente abandonaron mi cabeza para materializarse en forma de ira y un nuevo cúmulo de problemas.
No estuve seguro de cuál fue el instante en que su palma abierta, bien pesada y áspera, encontró el camino hasta mi rostro y me atravesó una bofetada como las que no me habían dado en años, lo único que sentí fue el calor corriendo a toda velocidad por mi mejilla izquierda dejando tras de sí un ardor que podía ser originado por el golpe, o por la ira. Fue solo un instante, un parpadeo, y pronto yo ya no era yo; ni siquiera el otro yo. Era algo más, un ser feral, casi un animal movido y motivado solo por los años acumulados de soportar sin descanso siempre las mismas cosas. Me le fui encima con aquella voz de la cabeza sugiriendo que, de asesinarlo, sería pura defensa propia; levanté el puño y el otro yo me ayudó a impulsar el brazo para golpearlo sin darme tiempo a calcular dónde o cuánto; nada más consciente del impacto que se resintió en el dorso de la mano, la muñeca, y me pintó los nudillos de violeta. Cedió su rostro, también lo hicieron sus costillas, pero los segundos de ventaja se terminaron y entonces me alcanzó de vuelta. .
Ensordecido por la rabia, ni siquiera escuché el instante en que tanto Jo como Diane abandonaron sus habitaciones atraídas por el alboroto, el esfuerzo, el movimiento. Era muy sencillo darse cuenta, pese a no escuchar palabras o ver golpes, cuando dos personas tenían un problema; yo sabía solo por intuir el tono al hablar, aun sin entender una sílaba. Comenzaron a gritar que nos detuviéramos, pero ninguno de los dos la escuchó y ellas no intervinieron, sino hasta que un empujón por parte de James me hizo tropezar hacia atrás, cayendo y azotando la cabeza en un golpe sordo, seco, contra el suelo. Una sensación gélida me recorrió la columna con un chasquido latigueando desde el cuello hasta los pies. Me quedé en el suelo tirado, sordo y aturdido, sin resolver la manera de decirle a mis manos que cubrieran mi rostro para que James no pudiera seguir golpeándome esta vez sin resistencia de mi parte; ese debió ser el momento en que ellas se metieron para sacármelo de encima. Si fueron segundos o minutos no lo supe, no obstante, un buen rato debí tomarme antes de que al menos dos de mis neuronas tuvieran la sinapsis suficientes de hacerme llevar los dedos a la nuca para evaluar el recuento de los daños; solo me encontré con un océano húmedo y caliente que apestaba a plomo y me susurraba que estaría muy bien dormir un rato. Al ver con mis propios ojos mi piel tintada por el color de las cerezas en su etapa más madura, todo apestaba a sudor y sangre.
Diane fue la primera que se acercó... O que lo intentó, pues en cuanto sus manos envolvieron mis brazos con la intención de ayudarme a poner en pie, me sacudí para que me soltara. No quería uno solo de sus dedos encima, incluso si en algún momento de mi mínima pérdida de lucidez se las había arreglado para echar a James de la casa. Le ladré que no me pusiera una mano encima y, con la visión aún borrosa, la vi observarme desde su sitio con la confusión marcándole el rostro; confundida, pálida, casi tan aturdida como yo mismo. ,y si bien esa imagen ablandó algo dentro de mí, aún me bullía la furia en la boca del estómago solo de saber que una intervención no borraba así tan fácil todos los años de negligencia y de voltear a un lado. Si ella, para empezar, jamás hubiese dejado entrar a James a nuestra casa, nunca habríamos llegado a esas instancias. O de mantener cerrada la puerta sin opción a perdón. Pero siempre permitió que sucediera una y otra vez, sin más razones que un miedo patológico, generacional, a la soledad.
Me levanté sin tener idea de cómo conseguí no irme de nuevo contra el suelo, ni tampoco cómo mis pies resolvieron acercarse a la pared para buscar en esta equilibrio, dejando en el departamento la imagen de una escena del crimen con un trazo rojo marcando el camino inequívoco hasta mi habitación. La sangre chorreaba por mi espalda. Cuando entré en la recámara, lo que hice fue buscar la primera prenda que se me puso enfrente, la doblé en una bola y la presioné con fuerza sobre la herida para sofocar la pérdida, siseando de dolor al contacto. Estaba seguro de que no era tan peligroso como se sentía, otras veces estuve en esa situación y la sangre siempre era más escandalosa que otra cosa; lo único que no entendí fue entonces, ¿por qué no podía dejar de llorar? Hasta que no sentí la sal en la boca, no me di cuenta de que me estaba desbordando por los ojos también, y que apenas hallaba la capacidad de respirar entre los sollozos inevitables. Ojalá el problema fuese la cabeza, pero me dolía todo lo que no me sangraba.
—Illy... —Jo entró en mi habitación detrás de mí, cargando entre sus manos el pequeño set de primeros auxilios que casi nunca salía de su lugar en el baño. No quería que me viera así, el orgullo me pesaba más que el cuerpo.
—Déjame solo.
Pero no lo hizo. Y agradecí que no lo hiciera. Quizá, me hubiera tirado por la ventana.
En su lugar, me sentó en la cama y sin escuchar mis quejas, pero dejándome oír su respiración entrecortada por sus propias lágrimas, me curó la herida y permaneció a mi lado no solo hasta que detuvo el sangrado. También hasta que me quedé dormido.
¡Hola, hola! Espero que estén teniendo un lindo miércoles, apoco no creyeron que realmente iba a volverme a tardar? Pero les estoy cumpliendo! No sé si se habrán dado cuenta, pero los días de actualización están siendo en fin de semana, pero este capítulo era tan largo que editarlo me estaba tomando más tiempo. En un principio iba a salir el lunes, pero no conseguí link para comprar boletos para Taylor Swift, me deprimí y hasta ahora volví a ser tantito funcional ldkjf.
Espero que el capítulo les haya gustado, ¿qué creen que haya sucedido con Evan? ¿Qué piensan que podría suceder ahora con toda la situación familiar de Illy? Los leo.
Tengan un resto de semana muy lindo, los tqm.
Xx, Anna.
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