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20

El zumbido fue desconcertante, reventó de un momento a otro la burbuja de enfoque en la que me metía cuando lo único que podía ocupar mi mente eran las pastas, bebidas, y qué correspondía a según qué mesas en el frente del restaurante. No obstante, las palabras en el teléfono le dieron el primer empujoncito a la pieza de dominó que desembocó en una sonrisa anunciando la nueva luminosidad de mi día: "¿Quieres que nos veamos hoy?". Qué manera la suya de alegrarme la existencia con tan pocas palabras; felicidad condensada al alcance de un texto.

Antes de pensarlo siquiera ya había encontrado la forma de escabullirme a la cocina y de ahí a la bodega a poder marcarle; en mi cabeza, una llamada sería más rápida que algunos cuantos mensajes para ponernos de acuerdo. Excusas, como de costumbre. En realidad, todo lo que quería era escuchar su voz. Él también estaba en la escuela, hablaba bajito desde el salón de profesores en la preparatoria; no tenía idea de cuándo nos habíamos convertido en esas personas que le robaban unos minutos a su día para llamarse, incluso si eran segundos nada más, pero no podía decir que no me tuviera contentísimo.

Por supuesto, al contestarme no hubo saludos, solo la aseveración cruda y honesta de que yo siempre, sin importar cuándo me lo preguntara, querría que nos viéramos. Mich sugirió que podríamos vernos al terminar mi turno e ir a tomar un café y pasear por ahí antes de ir a su casa, porque después de estar todo el día encerrado entre los muros grises, los casilleros y los pizarrones, quería estirar las piernas y que le diera un poco el viento. Su plan me pareció magnífico. Había pasado más de una semana desde la salida al bar, lo que significaba también demasiados días de la vez que dormimos juntos; era la primera vez que nos veríamos. No podía tener el nervio de decirle al otro yo que no estaba permitido emocionarse ante la idea, o ponerse a contar los minutos antes de poder verlo a la cara.

Desde aquella noche, no había pasado un solo día en el que no fueran sus ojos grises y enardecidos los que se infiltraran con descaro hacia mis sueños. Aunque, más que soñar, recordar hubiese sido una definición años luz más apropiada a lo que en serio sucedía cuando, hecho un ovillo bajo las cobijas, ponía la cabeza sobre la almohada y me quedaba dormido. En realidad, lo recordaba. Y no siempre tenía que ser de una manera exacta o real, pues mi cerebro estaba particularmente encantado de darle formas abstractas a la remembranza de su aroma, masculino y gentil, si eso tenía alguna clase de sentido; o al rastro, incandescente en mi cabeza, que dejaron las huellas de sus dedos, frías al comenzar su camino, sobre mi cadera más bien caliente.

Hacía años que no me detenía un instante solo para saborear el placer indiscutible y claro de sentir mi espíritu y mi carne tan en armonía. Tan revolucionado. Con esas hormonas desbordándose por montón a través de cada diminuto poro de la piel. Al menos desde que era un adolescente y seguía en preparatoria, eso como mínimo. El tiempo se había estirado por esa época comprendida entre Mich maravillándome hasta el tuétano de cada uno de mis huesos y la última ocasión antes de él que me sentí tan vivo, que me reconocí ante el espejo humano de la única forma en que vale la pena percibirse así. Mortal.

Sin querer, pero tampoco arrepentido al respecto, me embobé en esa ensoñación vespertina, dejé me abrazara un segundo el escalofrío de la espalda y regado a través de cada terminación nerviosa que suponía recordar la calidez húmeda de un aliento erizándome el cuello. Fue solo entonces que me sobresaltó la forma deliberadamente repentina en la que Sara abrió la puerta de la bodega, dándome una de esas miradas con las que no le resultaba necesario abrir la boca para recriminarme que los clientes se la estaban comiendo viva.

—No sé qué opines, pero hasta donde yo sé, no te pagan por encerrarte en el almacén, Illya. —No tuve ni tiempo de maquinar una respuesta decente a su recriminación, pues antes abrió de par en par la puerta y se quedó ahí, de pie, haciéndome un gesto con la cabeza para que dejara de jugar y saliera de una buena vez—. Atiende la mesa doce, van llegando. También vas a tomar la tres, la seis y la siete. Francisco se siente mal y se va a ir a casa, así que necesito que le des atención a sus mesas, ya te dejó las notas de cada uno en el mostrador, pídeselas a Kelly.

Dadas las condiciones en las que fui hallado infraganti en mi descanso no autorizado, no me sentí en el derecho de reclamar que fuera puesta sobre mí así de repente la carga de trabajo completa de otro compañero; de hecho, al final y meditándolo mientras dejaba que la rutina de Alloro's me absorbiera de regreso a ella, no me molestaba por completo. Así, pensé, quizá el tiempo se me pasaría mucho más de prisa y sin darle vueltas a la cabeza. Además, tendría una cantidad más alta de propinas por un trabajo que, de hecho, ya estaba a medio camino. Con un asentimiento tan breve como silencioso ajusté las tiras del delantal a mi espalda, para ahora sí salir al ruedo.

Por lo general, los turnos de la tarde y de la noche eran los peores, no era raro oír las quejas y suspiros de aquellos a los que, en la repartición de horarios de la quincena, escuchaban su nombre. Esto se debía a que era cuando Alloro's estaba más lleno, pero como lo malo viene con su balance que te hace considerarlo, también era ese turno en el que mejor se podía ganar durante el día. Aunque eso sí, traté en diversas ocasiones averiguar si los pros compensaban los contras; por la tarde eran grupos mucho más grandes de personas, lo que si bien significaba tickets más caros y, por lo tanto, propinas mayores, asimismo venía consigo la probabilidad de no complacer del todo a los comensales. Incrementaba así mismo la posibilidad de darse de frente con un cliente difícil.

Por fortuna el tiempo se me pasó volando.

Cuando por fin me estaba cambiando la camiseta verde del uniforme para regresar a mi ropa de civil, apenas me sentía capaz de soportar el dolor en los pies. No siempre acababa así, ni siquiera cuando debía caminar de vuelta todo el trayecto hasta mi casa. Además, en algún punto entre la llamada y la salida, me di un buen quemón en las manos luego de sostener un plato que, sin querer, el cocinero dejó un poco más cerca de la plancha de lo que hubiera sido recomendable. Me lavé las manos con agua fría durante algunos minutos, y aunque previne cualquier clase de ampolla, la piel continuó enrojecida. De ser un día como otro, era muy seguro que hubiese acabado el turno con la sensación asfixiante de que estaba a una mala mirada de desbordarse por completo. El único que fue capaz de templar mi carácter hasta el final, fue Mich.

Fue él, con su cabello negro y su sonrisa que mucho se prestaba para ser llenada de besos, lo primero que vislumbré al salir del callejón. Me recibió con una expresión alegre y los brazos extendidos para atraparme en un abrazo que me reconfortó del cansancio y la frustración. Incluso cuando el contacto fue tan breve que vino tan pronto como se fue. No fue sino hasta que me invitó a subir a su auto y nos encontramos en la intimidad del mismo que me sentí con la confianza necesaria de inclinarme sobre su asiento para buscarle la boca y saludarlo, reencontrarlo, como quería. Él me correspondió al instante, con esa dulzura familiar que aparentaba poder provenir nada más de su persona.

—¿Cómo te fue? —Sus ojos parecían refulgir con un tono ambarino bajo la luz cálida, el olor a piel de los asientos se sentía más a casa de lo que lo hacía mi cama. Suspiré con un cansancio inocultable y recosté el rostro en la palma de su mano, como si con ello pudiera hacerle saber cualquier cosa sobre mi día. Le conté a grandes rasgos lo más relevante, terminando con mis manos adoloridas, que tomó entre las suyas para verificar su estado, recorriendo con sus dedos las palmas y preguntando si me ardía la piel. Me incendiaba más su contacto, pero eso no se lo dije; en su lugar, negué con la cabeza—. Ya, ya. Podemos comprar algo que te ayude en la farmacia.

—No es necesario. Mejor dime cómo te fue a ti —murmuré bajito, de costumbre más ansioso por saber de él que por hablar de mí mismo—. Mejor que aquí, espero.

Soltó un suspiro y elevó la mirada por un segundo, en una expresión breve, pero exagerada, que me hizo reír.

—Pues depende de por dónde lo veas. —Me soltó las manos para volver a acariciarme la mejilla con el pulgar, lo hizo solo una vez antes de dejar caer el brazo sobre el asiento. Quise decirle que por favor no se fuera, que se quedara ahí, pero en su lugar guardé silencio y observé la manera en la que se recargaba sobre su sitio y negaba con la cabeza—. Terminé pronto, eso sí, pero no siempre soporto a los adolescentes. A veces me sacan de quicio.

—¿No? ¿Y eso por qué?

—Me interesa y me preocupa que aprendan, de verdad quiero ayudarles y, si es posible, contagiarles un poquito de mi gusto por la literatura, pero a veces me exasperan. Ahorita tengo un grupo en particular que está en esa etapa incomodísima en la que todo el tiempo quieren jugar a ser los abogados del diablo, llevar la contra solo porque sí, te lo juro, no saben ni por qué. —Se cubrió el rostro con las manos y exhaló un suspiro todavía más pesado que el anterior, solo antes de llevarse los tres dedos medios de cada una para frotarse los párpados con insistencia—. No me pagan lo suficiente.

Volví a reírme, fue inevitable. Yo lo veía tan en su centro, tan pacífico, que me resultaba extraño y antinatural que en el mundo existiera algo capaz de ponerlo así. De llevar al borde de la exasperación al hombre más amable del universo. Lo medité por un segundo antes de decir cualquier cosa.

—¿Sabes? Creo que yo también tuve esa etapa. A veces es... un poco inevitable, ¿tú nunca estuviste ahí?

—Mi grupo sí, yo jamás. —Negó con la cabeza, y lo pensó un instante como para repasar sus recuerdos y verificar que, en efecto, no podía encontrar nada—. En general, lo que menos quería era estar molestando a mis profesores; me llevaba bien con ellos, así que es posible no ser insoportable. ¿Por qué dices que es inevitable?

Más que una recriminación por la absurdidad de mis palabras, hubo auténtica curiosidad en su voz. Se giró para contemplarme de vuelta, me pareció que era injusto que tuviera la capacidad de solo darme una mirada de esas y así de fácil desconectar por completo la sinapsis entre mis neuronas. Un gesto suyo y ya estaba hechizado, luchando por recuperar un ápice de civilidad que me permitiera formular dos oraciones coherentes.

—A veces estás enojado, más que eso, furioso. Necesitas rebelarte contra algo, sentir que tienes el control en lo que sea, aunque sea para joder las cosas. —Guardé silencio un segundo, antes de poder explicarme mejor—. Digo, no siempre sabes que lo estás mandando todo a la mierda, a veces sí; en cualquier caso, es por sentir que puedes tener la decisión.

Su mirada se perdió en algún punto del parabrisas, casi pude ver su cerebro acomodando mis palabras una vez tras otra para comprenderlas.

—Tener el control... —masticó la idea por un instante—, ¿pero cómo tienes el control así? Es lo que no entiendo, ¿por qué siendo molesto?

—En mi experiencia, a veces basta con tener a quién responder. No digo que esté bien, en lo absoluto, pelearía con todos esos adolescentes solo por salvarte del estrés, pero es el impulso. Sentir, saber, que hay alguien a quien puedas desafiar.

—¿Dices que me desafían a mí por no bravear a otro?

—Digo que es posible. Fue mi caso, fue el de muchos de mis amigos en preparatoria también, no me parece raro del todo.

—Pero no... o bueno, no sé, no he visto, que en mi grupo haya chicos que acosen.

—No siempre es desafiar a otros tipos de tu edad, de hecho, en lo absoluto. En ese caso solo te callas, guardas silencio, te haces pequeñito y tratas de pasar desapercibido. Si te metes con otros, es para desafiar a alguien más... alguien a quien no le puedes partir la cara, como si a otro compañero.

Se rio de mi comentario, aunque no lo hizo con plena libertad. Su gesto me supo sí, a diversión, contenida por la preocupación. No lo sabía todo de mí, pero era un hombre inteligente, con lo poco que sí, estaba seguro de que podía inferir mucho del resto. Al cabo de un momento, se encogió de hombros.

—Me gustaría que supieran que estoy de su lado, que me vieran más como una ayuda que como el enemigo. —Ahora, fui yo el que con todo descaro le llevó una mano a la cara para acariciarlo, deleitándome con la aspereza de su barba.

—Creo que lo harán, eventualmente.

Con un beso y una mirada muy prolongada me dio las gracias, y aunque no supe por qué, no perdí la oportunidad de responder con otro piquito en sus labios. Por fin me preguntó a dónde quería ir, le dije que me sorprendiera.

Con el atardecer a las espaldas nos perdimos por la ciudad y, después de detenernos a comprar café y algo de comer, me llevó hasta una deportiva cercana a la preparatoria. No supe muy bien qué hacíamos ahí, pero no objeté en lo absoluto cuando me tomó de la mano y me guió desde el estacionamiento por los lugares donde no había estado hacía años. Mientras andábamos al fondo del lugar, entró otra llamada a mi teléfono. Me congelé ante el presagio de quién era.

Dejé el aparato sonar una vez, dos, a la tercera, Mich me dijo que no tenía problema si contestaba, que parecía importante. Detuve el andar y respondí el teléfono, apartándome solo un par de pasos antes de reconocer al otro lado de la línea la voz de Evan.

—¿Dónde estás? —En ese punto, ya no me esperaba saludos de su parte y mejor que fuera así, tampoco era que los quisiera.

—¿Cómo que dónde estoy? —Procuré maquillar en lo posible el enfado.

—Estoy afuera del restaurante y no sales, venía a dejarte la primera parte del dinero.

A unos metros de distancia, Mich me contemplaba con una curiosidad inocultable, con un café en la mano y la bolsa de la comida en la otra.

—Ya salí, no estoy allá.

—Dime dónde, para ir a dejártelo.

Me hirvió la rabia en el pecho de que pensara que estaba disponible a como a él se le acomodaran los horarios, sin embargo, resolví templarme para mantener una buena cara y no levantar en Mich una preocupación innecesaria.

—Estoy ocupado ahora, mejor nos vemos mañana en el jardín antes de mi turno.

—Mañana no tengo tiempo.

—Pues pasado mañana, yo qué sé. O déjaselo a Dylan y yo voy a su casa por el dinero.

Hubo un instante de silencio al otro lado del teléfono.

—Preferiría no. Mejor pasado mañana en el jardín, necesito que me lleves la última bolsa de la mercancía también. —Suspiré antes de aceptar, después de eso, me colgó.

Quizá Mich pudo inferir el cansancio en mi mirada, pues se acercó tan pronto me vio bajar el teléfono, para preguntarme si todo se encontraba bien. Deseé decirle que no, que me sentía cansado, quise contarle sobre Evan y cómo me tenía harto. En su lugar, asentí con la cabeza, aún cuando no quería mentirle en lo absoluto, sabía que lo mejor era no involucrarlo en nada de eso.

Temía que pudiera cambiar la forma en la que me veía. Le dije que era mi madre, que quería que de regreso a casa pasara a comprar un galón de leche en la tienda.

Al final, aceptando mis razones, volvió a tomarme de la mano y me condujo hasta el campo de baseball, que no ocupaba ningún equipo desde que yo era un niño cuando abrieron un estadio mejor al otro lado del pueblo. Nos recostamos sobre las gradas sin desentrelazar los dedos.

Nos quedamos ahí tirados hombro a hombro hasta que salieron todas las estrellas.

Pues resulta que me estaban plagiando. AH SE DESAPARECÍA MESES Y EMPEZABA FUERTÍSMO SU NOTA, pero sí, me estaban plagiando. Y dirás tú, bueno un personaje, una trama, unas frases, alguna escena. Pero no. Don chingón plagió todo palabra a palabra, con el mismo título, mismos  nombres E INCLUSO tuvo el nervio de plagiarme incluso la portada, usando esta, quitando mi nombre y poniendo el suyo. Así mismo, estaba lidiando con cuestiones tercermundistas, ya saben, comer, sobrevivir, familias disfuncionales y esas cosas, pero ya volvimos :D! 

Ahora sí en serio, me alegra poder traerles un capítulo más de esta novela. Espero que quede gente viva por aquí, y a todos esos que dijeron que querían capítulos nuevos, aquí los tienen, a ver si siguen pensando lo mismo cuando vean las cosas que se vienen. /Risa malvada/.

En fin, los TQM a todos. Ya saben que me ayudan mucho votando, comentando, compartiendo, además lo aprecio con el corazón. Nos estamos leyendo. <3

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