18
Desperté desnudo, solo y recordando muy apenas las cosas que habíamos hecho la noche anterior sobre la misma cama que ahora me cobijaba. Supe que no se encontraba a mi lado incluso antes de abrir los ojos, pues los colchones compartidos nunca eran tan fríos. La habitación bajo la luz de la mañana era muy distinta; igual de pulcra, pero ya no tenía ese aspecto de intimidad mágica que la había desbordado por la madrugada cuando entramos en ella entre tropezones y suspiros.
Me di un segundo antes de levantarme, enterré el rostro en su almohada e inhalé a profundidad solo para confirmar que aquello no fue una ilusión prefabricada por mi cabeza, por el otro yo. Pero no, ahí estaba su perfume, el aroma de su cabello, de su piel. Abracé la tela y el algodón como si se tratara de su torso, me permití perderme unos minutos más en las huellas de sus dedos que parecían todavía recorrerme la piel de la espalda con una lucidez inaudita.
Cuando me levanté, lo hice a regañadientes. A sabiendas de que no solo me deleitaba en su aroma, sino que postergaba el momento en que saliera en su búsqueda y tuviera que enfrentarme a verlo a los ojos, pues recordaba con una exactitud casi vergonzosa todas las cosas que dije, hice y pedí la noche anterior cuando aún estaba entre sus brazos, y guardaba la sospecha de que si yo lo tenía presente, Mich también. De cualquier forma resolví mi camino fuera de la cama, encontré mi ropa tirada en el suelo junto con la suya; y aunque una parte de mí hubiese deseado indagar en su armario para tomar su ropa y así, con suerte, rodearme de él por todo el tiempo que me resultase posible, terminé por ponerme la mía.
Seguí el sonido del aceite y el metal fuera de la habitación y de ahí por las escaleras hasta la cocina, donde me lo encontré con ropa deportiva y el cabello húmedo goteando sobre los hombros. Iba descalzo, por lo que el único sonido posible era el tenue andar de mis plantas desnudas en el suelo de madera, y a pesar de ello, en cuanto estuvimos en la misma habitación, Mich se giró para observarme, dedicándome una de esas sonrisas tan suyas que ya eran un común en mis días y no por eso me alegraban menos que al inicio.
—Despertaste. —Fue él el primero en hablar. Mientras me observaba, no soltó el mango del sartén con el que cocinaba un par de huevos—. Buenos días, tienes el sueño un poco pesado. Me metí a bañar, se me cayó un frasco de perfume, abrí el clóset, bajé a hacer el desayuno y tú seguías en tu quinto sueño.
Me encogí de hombros con un recién adquirido aire de timidez y una sola respuesta posible—: Estaba muy cansado.
Su contestación fue muy sencilla, de hecho llegó de su rostro mucho antes que de su voz, en forma de una sonrisa y mirada cómplices, que murmuraban muy bajito un "te entiendo" o "no hace falta que digas más".
A mi piel seguía adherida esa sensación de vulnerabilidad, que cosquilleaba cada vez que tenía su mirada sobre mí y me daba la impresión de que podía ver a través de la ropa, de la carne, de mí. Recrear no solo las formas de mi cuerpo con los recuerdos de la noche anterior, sino que era capaz de indagar en algo más profundo, algo que habitaba al interior de mi pecho y no estaba seguro de que quisiera dejarle ver. Ni a él ni a nadie. Y al mismo tiempo, no me sentía tan cohibido como creí que lo haría. O como me imaginé. De alguna manera le brindó una clase de poder sobre mí, pero no conté con que igualmente me llenaría de derechos. O con la creencia de tenerlos ahora que compartimos algo que pudo ser cualquier cosa, pero yo estaba seguro de que no lo era. Que significó más que un acostón casual, vaya. Y Mich lo reafirmó al prepararme el desayuno sin que yo lo pidiera, que no lo hubiera pedido, pero ese era un tema aparte. Así que me senté con toda la libertad del universo en la isla de su cocina, dejé que me sirviera un plato frente al suyo y un vaso repleto de jugo de naranja.
Desayunamos bajo la agradable calidez del sol de media mañana en un silencio tranquilo, apacible; lo agradecí, lo de la noche anterior lo había disfrutado mucho, pero no me sentía preparado aún para entrar en detalles al respecto. Por el momento, la cotidianeidad doméstica era más de lo que yo hubiese sabido cómo tomar de él.
Luego del desayuno pasamos algunas horas más en compañía del otro, y cuando cayó la tarde me marché bajo la excusa de tener que regresar temprano. Él tampoco me insistió mucho en que me quedase, aunque sí en llevarme hasta mi casa; para mi suerte, no me resultó particularmente complicado convencerlo de que estaba bien si caminaba.
En otras circunstancias no habría puesto "pero" a pasar con él un poco más de tiempo, pues no importaba si dormí con él y gasté a su lado toda la mañana, nunca era suficiente. No obstante, desde la conversación con Jo, existía un tema que no dejaba de darme vueltas por la cabeza y ese era el día ideal para empezar a acomodarlas una a una y saber qué era lo que tenía que hacer. Aprovecharía las horas libres, de las usualmente no contaba durante la semana, para darme una vuelta por el centro; en particular, por la tienda de cómics. Necesitaba averiguar quién era Dan, verlo con mis propios ojos.
Mich y yo nos despedimos en su puerta de entrada con un beso y una caricia de su mano sobre mi mejilla, y la pregunta de si estaba seguro de querer irme. Con un abrazo traté de convencernos a ambos y emprendí mi camino por la acera de su calle: volteé en diversas ocasiones y siempre lo encontré ahí, en la puerta, vigilando mi andar, hasta que doblé en la esquina y me perdí ahí donde sus ojos ya no llegaban.
Llevaba demasiado tiempo sin moverme en bus, pero aquel día tuve que recordar mis viejas andanzas si no quería que me cayera la noche antes de acercarme a mi destino. Por fortuna y guía divina no me perdí, sino que tomé la ruta correcta y alrededor de una hora después ya caminaba por la acera repleta de hojas muertas en dirección a un local que había visto una infinidad de veces al pasar al frente, pero en el que nunca reparé hasta aquel día.
Al entrar me recibió el sonido de una campanilla y la bofetada del aire acondicionado del interior, en una elección completamente irracional. Sí, fuera hacía sol, pero era sol de otoño; no sabía combatir contra el frío que anunciaba la pronta llegada del invierno; lo más esperable hubiese sido ser envuelto con la calefacción.
El interior de la tienda olía a plástico, papel y alfombra polvosa; los estantes estaban acomodados uno detrás de otro y todo el sitio se me figuraba bastante a una versión de Blockbuster con revistas en lugar de cajas de películas. El local no era desagradable en lo absoluto, de algún parlante provenía una canción que yo jamás escuché antes en mi vida y por las paredes se exhibían diferentes ¿juguetes?, o al menos eso pensé que eran. Espadas, máscaras, guantes.
No me entretuve tanto como lo hubiera hecho en otra ocasión, pues no estaba ahí por la curiosidad de los cómics, sino por una persona en particular. Mis ojos se dirigieron hacia el mostrador, donde un muchacho atendía a un grupo de tres adolescentes; nunca fui particularmente bueno con las edades, pero la ausencia de barba y arrugas me daban un indicio de que, con toda seguridad, no era el tipo que estaba buscando.
Me di un paseo por los pasillos en busca de la cosa más barata que pudiera conseguir, una excusa para acercarme al mostrador y poder ver de cerca el gafete que llevaba colgado de la camiseta. Lo encontré al cabo de varios minutos: un llavero con el rostro de un personaje que no conocía de nada, pero que valía menos de un dólar. Para mi fortuna, los adolescentes ya habían salido de la tienda cuando llegó mi momento de acercarme, y solo quedamos el chico y yo. Si no era el Dan de mi hermana, al menos podría preguntar por él, saber qué días estaba de turno; no iba a rendirme tan fácilmente con el tema.
—Buenas tardes, ¿encontró lo que buscaba? —La voz del chico era monótona; su discurso, aprendido. Sus ojos estaban cansados y aunque no fue descortés, no se molestó en disimular que no le hacía nada de gracia estar ahí.
—Claro... —Dejé el llavero en el mostrador y el chico me observó solo durante un instante antes de escribir con rapidez sobre el teclado que tenía en frente, para después decirme el precio. Mientras sacaba de mi billetera el billete de dólar, decidí hacer la pregunta como si estuviera a punto de indagar el paradero de un viejo conocido—. Oye... —y busqué con la mirada el nombre escrito con plumón permanente en un sticker en su camisa polo—, Tyler, una pregunta, ¿hoy no está de turno Dan?
El nombre pareció llamar la atención del chico, que levantó la mirada un poco más despierto que hasta hacía unos cuántos segundos.
—¿Dan? ¿Para? —Su ceño se frunció muy apenas, dándole un aspecto más duro a las cejas pobladas mientras sus ojos oscuros me recorrían como si fuera alguna clase de policía.
A las prisas me inventé lo primero que se me ocurrió, que le dejé un dinero para apartar una figura y quería saber si ya había sido pedida, que cuándo llegaba. Al darse cuenta de que era relacionado al negocio que en ese momento estaba bajo su cuidado, el chico pareció relajarse y me dejó saber lo que quería.
—Papá tuvo un compromiso hoy, pero por lo general siempre está en el turno de la tarde; seguro si vienes mañana, lo encuentras. O si quieres decirme qué apartaste puedo revisar en la computadora para ver si ya lleg-
—No te preocupes, puedo venir mañana.
No le dejé terminar, no por temer no saber qué decirle para seguir con la mentira, sino porque repentinamente estaba matando dos pájaros de un tiro. No sabía nada más dónde y cuándo iba a encontrar a Dan, sino que ahora tenía también presente el rostro de su hijo, conocía su nombre. Tyler. Tyler, el que había estado metiéndose con mi hermana porque su padre era un cerdo, pero a él no podía enfrentarlo. Acepté el ticket y el cambio sin importarme su mirada de extrañeza, porque como permaneciera en ese lugar iba a saltarme el mostrador y a partirle la cara por haber decidido molestar a la persona equivocada. Sin embargo, era preciso pensar en frío; no podía meterme de buenas a primeras con el chico, no, primero tenía que encontrarme al padre y después vería cómo resolver el resto. No podía arriesgarme a hacer un escándalo antes de tener al primero frente a frente.
Salí de la tienda a la frescura del otoño nuevamente, con un fastidio renovado muy parecido al que sentí la tarde en la que Jo me confesó lo que estaba pasando con el tipo de la tienda de cómics y con su hijo. Estuve incluso a punto de subir el puente que cruzaba la calle para tomar el bus que me dejase más cerca de mi casa, pero cambié de parecer a último segundo.
No podía esperar al día siguiente, no quería. Necesitaba hacer más en ese momento.
Me senté en una de las bancas en el parque frente a la calle del local de cómics, esperaría a que cerrara. Averiguaría dónde vivía.
¡Buenas, buenas! /Desempolva el lugar/ ¿Cómo están? Ha pasado un montón de tiempo, ahora sí me la volé. ¿Podría darles explicaciones? Por supuesto, pero la versión corta y para no aburrirlos, es que mi estabilidad mental estaba en momentos peligrosos, así que estos meses que no ha habido actualización me desaparecí de todas las redes para encontrar un poquito de paz y reacomodas (más o menos) mi vida. Ahora me siento mucho mejor, así que he decidido volver con lo que más amo: escribir. Que ya saben que yo desaparezco pero nunca para siempre. ¿Cómo están ustedes? Espero que bien, espero que todavía quede aunque sea un alma viva por aquí.
Espero que el capítulo les guste y nos vemos pronto.
Todo el amor, Anna.
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