12
Me levanté en medio de una respiración agitada con espalda cubierta de sudor; el pitido del teléfono distorsionaba los retazos de un sueño que distaba mucho de ser una pesadilla, sino que se desarrollaba entre un océano de piel, hombros y caderas, en medio de una laguna de mercurio. Notaba aún el fantasma de sus manos en mi nuca, me acechaba cada noche sin falta desde el día del lago. Si lo hubiera llevado hasta el final no me perseguiría hasta en mis sueños o a mitad de cada idea por desarrollar, pero él se detuvo.
—Se hace tarde... —jadeó contra mi boca, sus manos en mi cadera fueron algo muy distinto a cualquier otra cosa que yo hubiese experimentado. No me importaba un bledo la noche, la hora, si debíamos volver a casa, si la temperatura ya descendía o el camino era largo. Lo besé de nuevo, me regaló el milagro de su risa sobre mis labios—. Debemos irnos, Illy.
¿Debíamos? Sí, notaba el vientecillo colarse entre nuestros cuerpos con su susurro otoñal, avisando que poco faltaba para el invierno, pero, ¿y qué? Estaba seguro de que podíamos guardar el calor, solo tenía que permanecer cerca de mí, muy cerca, tanto como hasta ese momento. Si desabotonaba su camisa y él me quitaba la chaqueta tendríamos incluso menos frío. Tal vez intuyó mis pensamientos, pues volvió a reír antes de apartarse para ponerse en pie con un solo movimiento; después me extendió la mano y me ayudó a levantarme. El sol se había ido casi por completo, pero aún quedaba luz suficiente para ver su rostro sonrosado y sus labios hinchados.
Todo el camino de regreso la música era alta, las ventanas estaban abajo.
El viento enredó mi cabello; escucharlo cantar, mis pensamientos.
Nunca me sentí tan libre.
Ya estaba bien entrada la noche cuando me llevó a casa sin que yo se lo pidiera, porque de haberme preguntado yo le habría implorado que nunca me permitiera regresar ahí. ¿Era que no podía quedarme con él todo el tiempo? Pese a ello, cuando apagó el vehículo yo continuaba sonriendo como si mi vida dependiera de dicho gesto. Ni siquiera me preocupó el poder llegar a verme ridículo, más feliz de lo que dictaba la norma después de lo que ya me tomaba la libertad de llamar "cita" en mi mente. Mich igual parecía muy contento, sus ojos continuaban igual de resplandecientes en medio de la oscuridad.
Me pidió mi teléfono, quería llamarme. Yo no tenía uno, pero me apresuré a darle el número de aquel pequeño aparatito que mi madre le regalò a Jo dos años atrás por su cumpleaños, el mismo que ella dejó arrumbado debido a que no le encontró sentido y, por sus palabras, le resultaba aburrido. A mí tampoco me atraía con particularidad aquel celular, pero habría encontrado la manera de entrenar a una paloma mensajera o memorizar los códigos de las señales de humo si me lo pidiera así. Por suerte fue solo un número.
La despedida me puso más nervioso de lo que hubiera esperado, ¿qué se suponía que iba a hacer? Las opciones de darle un apretón de manos o murmurar un simple 'nos vemos' estaban sobre la mesa, no obstante, si él no tomaba la iniciativa, quizá cruzaría el espacio entre ambos asientos y lo atraparía en un abrazo del cual no se libraría en varios segundos, no hasta que yo pudiera inhalar para llenar mis pulmones con su aroma y sobrevivir así los siguientes días viéndome obligado a depender de nueva cuenta del oxígeno.
Mich resolvió el problema. Atravesó el asiento y colocó una de sus manos en mi mejilla; ¿habría notado la forma en que me apoyé contra su palma, en mi manera personal de decirle que estaba en sus manos si él me aceptaba? No llegué a saberlo, pues antes de desarrollar la idea se acercó para dejar un beso no en mis labios, sino cerca de ellos. No fue como esos saludos o despedidas en las que las personas nada más colocan su rostro contra el tuyo. No. Sus labios acariciaron mi mejilla y permaneció ahí el tiempo suficiente como para revolucionar algo que no llegué a entender muy bien. Ni siquiera deseé que me besara en la boca, ahí no me hubiese provocado lo mismo.
Se quedó hasta que entré en el edificio, solo entonces se marchó. Yo subí las escaleras con una cadencia nunca antes vista, tomándome mi tiempo en cada peldaño, bien a sabiendas de que mis mejillas estaban rojas, los labios hinchados, el corazón latiendo a cien mil kilómetros por hora; la felicidad me exudaba de cada poro. "Template", me dije, pero mi sonrisa permanecía a su máximo esplendor cuando llegué a mi piso. Estaba tan atontado que ni siquiera me preocupó escuchar movimiento al otro lado de la puerta cuando coloqué la oreja contra la madera; entré ahí como si me pudiera comer al mundo y no al revés.
Todos estaban sentados a la mesa, cenando. No pasé por alto las miradas de extrañeza de Diane y Jo, quienes fueron las únicas que se dignaron a voltear a verme, mientras accedía a comer con ellos tras la primera petición. Mi apetito estaba abierto y, además, no deseaba que una discusión usual con ellos arruinara un gran día; razón por la cual comí en silencio hasta que devoré cada bocado en el plato. No permití ni siquiera que sus "¿de dónde tan contento?" me empujaran al borde de la irritabilidad; cuando me preguntaron dónde estuve bastó con decirles que hice turnos extra en Alloro's. No supe si mi madre y James me creyeron, pero mi hermana por seguro que no; me observó por encima del filo de su vaso de agua, escudriñando mi persona en un silencioso: "ya en serio, ¿dónde estabas?" al que no respondí.
Llegué después que todos y me fui también mucho antes. En cuanto terminé la cena me perdí en mi habitación y busqué por todos sitios aquel teléfono suyo; no tardé en encontrarlo, el problema vino a la hora de hallar su cargador. Luego de varios largos minutos, resolví el sitio donde podrían haber estado y no me equivoqué. Tuve que volcar todos los objetos que se acumulaban en el cajón de mi mesa de noche antes de encontrar lo que buscaba, aunque también terminé encontrándome con cosas que me hubiese gustado no ver.
Hacía ya un buen tiempo encontré la manera de hacer un fondo falso; durante un tiempo guardé en ese sitio los ahorros que iba consiguiendo semana tras semana en el restaurante, mismos que terminé cambiando al bolsillo de un viejo abrigo al fondo de mi clóset. Nunca permanecían mucho en el mismo sitio, debido a que mi cabeza siempre estaba pensando que si lo hacían alguien terminaría por encontrarlos y yo me quedaría privado del plan de huida comenzado hacía ya muchos años. Solo tomaba de ahí lo que era una necesidad básica, cuando Jo me pedía dinero para sus tareas o cuando deseaba salir de casa. Yo, por mi parte, me entrené a no gastar en lo que no fuese absolutamente necesario.
Aprendí que la ropa en las tiendas de segunda mano era mucho más barata que la que se obtenía en centros comerciales; así que cuando ya era obligatorio tirar una prenda, iba ahí y conseguía a la que iba a sustituirla. No gastaba en autobuses, me hice el hábito de salir horas antes de casa para poder llegar a tiempo a todos sitios solo usando mis pies como transporte. No había ido a cortarme el cabello en años, siendo que Diane misma trabajaba en una estética. Durante un tiempo, cuando me uní a Purple, fue sencillo: comencé a rapar mi cabeza cada semana sin ninguna clase de estilo en particular. Luego, cuando decidí que realmente no me gustaba tanto, aprendí a mantener mi cabello con cierta forma nada más que con unas tijeras escolares y mucha paciencia.
Ahora, aquel escondite secreto quedaba relegado a guardar mis recuerdos.
Lo que estaba ahí eran unas fotografías de mi época escolar, eran casi todo imágenes grupales y algunas que otras instantáneas del que en algún momento reconocí como mi grupo de amigos. Muchas de ellas, en la altura de los rostros, poseían violentos rayones naranjas en ellos, desfigurando por completo al poseedor del rostro bajo mi rabia. En algún punto fueron fotos en buen estado, dejó de ser así en uno de mis arranques de furia luego de todo lo sucedido con Evan. Las rasgué, llevándome sus caras y quedando solo con el eterno recordatorio de todas las formas en las que me afectó la forma en que se apartaron de mí.
Las ignoré del mismo modo en que hacía siempre; sin orden alguno metí todo de nuevo en su sitio y cargué el teléfono. No me despegué de él los siguientes días ni siquiera para ir al baño, siempre esperando un mensaje, una llamada. Yo mismo escribí muchos, aunque nunca mandé nada debido a mi miedo profundo a importunar.
Aquella madrugada, el teléfono sonó.
En medio de aquella niebla que dejaba la semi-consciencia, por un segundo estuve molesto de que aquel aparato hubiese interrumpido un sueño tan bueno que dejaba sus estragos innegables en mi cuerpo. Suspiré de frustración, con el cuerpo ardiendo, antes de darme la vuelta para tomarlo de la mesa de noche.
La poquísima luz que irradiaba de la pantalla me hizo entrecerrar los ojos no solo para que no me ardieran, sino para poder leer lo que mostraba el diminuto cuadrito. El sueño, la noche y el mal humor se me bajó en cuanto vi aquellas poquísimas palabras:
"Hoy tengo la tarde libre, ¿quieres salir? :)"
Ni siquiera había terminado de procesar lo que estaba leyendo, cuando llegó uno más.
"Perdón por la hora, acabo de despertar y no pude aguantarme. -M"
Una enorme sonrisa me cruzó el rostro al tiempo que me dejaba caer sobre el colchón y le dedicaba toda la alegría de mi rostro a las manchas de humedad en el techo. Presioné el aparato contra mi cuerpo y me pregunté: ¿no sabría él que podía llamarme cuando quisiera, a la hora que deseara, sin importar si yo estaba durmiendo, comiendo, trabajando o corriendo por mi vida? ¿No sabría que yo siempre estaría esperando por él? Mordí mi labio inferior y tras muchos intentos, debido a la poca práctica escribiendo con aquel artefacto, conseguí decirle que me encantaría. Acordamos vernos fuera de la biblioteca cuando terminase mi turno.
Con un agradable cosquilleo en la boca del estómago volví a echarme sobre el colchón, acurrucandome entre las cobijas. Cerré los ojos dispuesto a conciliar el sueño una vez más, aunque la sonrisa entre mis labios no desapareció de ahí. Me abracé a la almohada y por un segundo no fue eso, sino a Mich a quien me aferraba en medio de una mañana aún oscura. Si apretaba con fuerza los párpados podía sentir su olor, escuchar su corazón contra mi oído; fue aquel latido imaginario el que terminó por arrullarme de nuevo a la calma.
Sé que a la mayoría del resto de personas les desesperaba, pero a mí me gustaba el sonido agudo y cantarín que provocaban los platos, vasos y cubiertos al golpearse los unos contra otros cuando iban sobre las bandejas que llevábamos nosotros, los meseros. Aunque todavía los disfrutaba más cuando estos volvían vacíos a la cocina con los lavaplatos. Nunca estuve muy seguro de qué era, con exactitud, lo que me cautivaba tanto de aquella sinfonía de 'clinks'; aunque llegué a hacer diversas conjeturas mientras me dedicaba a perder esos pocos segundos para respirar entre una órden y otra.
Asumo que me gustaba el orden dentro de todo el caos; mientras ese ruido estaba presente en mis oídos, significaba que estábamos trabajando y todo funcionaba tal cual debía ser. Los gritos en cocina, las instrucciones de la capitana de meseros, las charlas triviales de los comensales y la música suave por los parlantes distribuidos a lo largo de todo el sitio. Apenas atravesar la puerta lo asociaba inmediatamente con el trabajo.
Claro, solía estresarme un universo entero, sobre todo en aquellos días donde mi sueño había sido regular y mi humor no particularmente bueno, aunque incluso esos eran ganancia. Cuando estaba bajo la camiseta de Alloro's, con la única tarea de llevar comida, traer platos y recibir personas hambrientas, no me quedaba un solo segundo para nada más. Ni siquiera para pensar en esas cosas que muchas veces hacían más ruido que las señoras de familia molestas porque el agua no tenía tanto hielo como ellas deseaban.
El caos del exterior era mi paz mental; mientras pensara en ellos no debía pensar en mí.
O en Mich.
No es como que me disgustara pensar en él, de hecho, descubrí muy pronto que entre todo, era mi tema favorito al que darle vueltas una y otra vez. Sin embargo, el saber que faltaban varias horas para encontrarme con él por primera vez desde nuestra cita me ponía demasiado nervioso como para existir con tranquilidad.
El desastre era un buen distractor a toda esa emoción que se me acumulaba en el cuerpo.
Mi turno terminó antes de que me diera cuenta, me precipité a los vestidores del personal y me cambié a la velocidad de la luz. Aquel día decidí llevar como cambio alguna de mi ropa más nueva y decente, además de un poco de perfume para complementar el típico desodorante neutro que guardaba en el casillero que lucía mi nombre.
La botella era de un blanco opaco y el aroma era muy cítrico, no demasiado dulce para ser un aroma femenino, pero tampoco tan amaderado para envolverme en un aura de masculinidad que, siendo honestos, tampoco me pertenecía demasiado. Era neutro, como todo yo. Quizá fue por eso que me lo regalaron en alguno de mis cumpleaños cuando era más chico. Mi cabello llevaba un corte regular, no era extravagante ni demasiado formal, el punto exacto para pasar desapercibido. Mi ropa siempre consistía en jeans, playeras sin diseños demasiado llamativos o colores muy chillantes, zapatillas deportivas blancas o negras. La cosa es que no lo usaba demasiado, solo en ocasiones especiales, lo que significaba que hacía más de un año no lo tocaba en lo absoluto.
Mientras me colocaba un poco en las muñecas y detrás de la nuca, una vocecilla bastante parecida a la del otro yo me susurró al oído.
"Todo está muy bien, ¿no te parece?".
No tenía idea de a dónde iba con ello.
"Tan bien que es raro".
Tragué saliva y contemplé mi figura en el pequeño espejo al interior de la puertecilla de metal, ¿por qué siempre tenía que importunarme con sus desatinados comentarios? Fruncí el ceño en respuesta antes de ordenarle que guardara silencio, lo hizo porque su tarea ya estaba hecha y yo nervioso. Otro pensamiento fue formulado en los ecos de mi mente: cuando ya no esté bien, va a doler como la puta madre.
Negué con la cabeza, obligando esas ideas a callarse antes de cerrar con llave mi espacio para marcharme de ahí. Sí, era evidente que en algún momento las cosas tendrían que volver a la normalidad y me iba a doler como si me amputaran un brazo, pero podía disfrutarlo mientras tanto. Era mi derecho.
Era uno de los días nublados y de mucho viento en los que el sol parecía haberse olvidado casi por completo de nuestro pequeño pueblo al fin del mundo; todo era incluso más oscuro en el estrecho pasillo al lateral del restaurante que conducía directo a la avenida principal. Conociendo el camino de memoria ya ni siquiera me molestaba en mirar al frente todo el tiempo, así que le di mi atención al cierre de una chaqueta de mezclilla y lana que me protegía bastante bien cuando el clima era más cruel. Estaba atascado, siempre pasaba lo mismo, esperaba que el día en que finalmente cediera a mis malos modos de jalarlo no llegara pronto.
Me quedé tan absorto que casi salto del susto cuando una mano se aferró a mi antebrazo y me detuvo en mi camino por aquel apestoso pasillo, impidiendome llegar hasta la calle.
—Illya, espera. —Suspiré de alivio al levantar la mirada y encontrarme con Dylan, aunque el dolor en el pecho no desapareció tan pronto como la tensión en mi puño listo para darle un puñetazo a quien-quiera que me hubiese detenido. Lo saludé al son de un 'carajo, di hola o algo, casi me da un infarto', pero no parecía uno de esos días en los que las cosas marchaban bien. Sus ojos estaban enmarcados por un halo de preocupación extraño que hacía juego con el resto de su rostro—. Necesito que me ayudes con algo.
Obviando por completo la extrañeza de que él pudiese necesitar algo de mí, al instante estaba listo para ayudarlo tanto como estuviera en mis manos. No importaba que hubiésemos retomado nuestra amistad hace tan poco tiempo.
—¿Está todo bien? —Me preocupaba de sobremanera ver aquella expresión en él, que siempre parecía tan contento y relajado.
—Conmigo sí, bueno, más o menos. —Volteaba demasiado a la boca del callejón, mientras colocaba una mano detrás de su cabeza y rascaba la misma con incomodidad—. Quería saber si puedes guardar algo unos días.
—¿Algo? —indagué—. ¿Qué o por qué?
—Es una historia algo larga, un amigo necesita guardar unas cosas, pero yo no puedo tenerlas en la casa porque si Susie las encuentra va a colgarme de las bolas al techo. —Fruncí el ceño, extrañado; no le veía del tipo que debía guardarle secretos a su pareja.
—¿Qué amigo? ¿Por qué no las puedes guardar tú?
Hizo un breve sonido con los labios, casi un silbido, sin despegar un momento la mirada de la calle por la que transitaban bastantes autos a esa hora. Estaba llamando a alguien, eso era claro, por lo que metí ambas manos en los bolsillos de la chamarra y pasé el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Un segundo después la figura de un sujeto dobló la esquina y se internó en el lugar con nosotros; andaba con la cabeza gacha y llegaba un gorro de lana gris, expedía aquella misma energía nerviosa de mi amigo.
Cuando se acercó lo suficiente como para que le adivinara el rostro, estaba más que listo para marcharme de ahí evadiendo cualquiera que fuese su problema o el de Dylan, aunque este último se interpuso entre mi cuerpo y la salida al son de un 'es importante, por favor'. La urgencia de correr lejos de ahí comenzaba a comerme desde dentro, pero a pesar de ello le busqué la mirada, que no tardó en conectar con la mía.
Estaba muy cambiado desde la última vez que le vi la cara, que fue en la graduación de su último año de colegio. "Cinco años", susurró el otro yo. Era lo más lógico que los años le hubiesen pasado por encima al igual que al resto de nosotros, pero, por algún motivo, yo jamás lo pensé. Había ganado un poco de peso, crecido algunos centímetros más, una corta barba le hacía sombra en el rostro; sus ojos continuaban azules, su piel tan pálida como la recordaba y las ojeras que llevaba bajo los ojos eran considerablemente más marcadas que cuando tenía diecisiete. Solo era un año mayor que yo, no obstante, si no lo conociera le hubiese calculado unos veintiocho o veintinueve. ¿El tiempo me habría sacado las mismas facturas y por eso Mich pensó, la primera vez que nos vimos, que yo era mayor? Esperaba que no, al menos no así. Aunque seguro sí. No necesitaba haber seguido pendiente de su vida para estar bastante seguro de que gateamos, caminamos y corrimos muchos de los mismos caminos viciosos.
No me sorprendió ver que la viveza de su mirada jamás volvió, que dejó el brillo en alguna habitación de ese campamento. Lo contemplé durante más de un segundo, que es lo máximo que me hubiese gustado dedicarle, pero la curiosidad era más grande que cualquier otra cosa. Deseaba saber qué me encontraba al ver directo a sus pupilas, si acaso en ellas era capaz de descifrar lo que pensaba sobre mí después de tanto tiempo.
El odio ya no estaba, aunque eso cualquiera lo habría notado.
Mich dijo que no fue solo una la persona que se dio cuenta que estaba enamorado solo por un brillo en sus lagunas argentinas. Sin embargo, si las miradas de amor gritaban, las de odio te daban una bofetada. No me odiaba, pero el resentimiento aún llevaba mi nombre fraguado en las motas más celestes en sus iris.
Si él era el amigo, el favor era para él.
Lo entendí muy rápido: "no quiere necesitar nada de mí".
Esperé que mientras yo resolvía su mirada, Evan hiciera lo propio con la mía: "A ti yo no te voy a ayudar en nada".
—Tengo un compromiso y debo irme —comenté, apartando la mirada de Evan para dirigirme de nuevo hacia mi amigo. Más que implícito quedaba que no íbamos a saludarnos siquiera, lo que estaba bien. La última vez que compartimos un intercambio de palabras sucedió luego de que tratara de asesinarme, así que era un poco extraño volver como si nada.
—Solo dame cinco minutos para que te explique —suplicó, y yo ya notaba la impaciencia comenzar a treparme por las extremidades. ¿Deseaba darles a ellos dos cinco minutos que bien podría pasarme mucho mejor al lado de Mich? La verdad que no, pero era muy malo dando negativas. No dije nada, me quedé quieto dándole a entender que sus minutos corrían a partir de ese momento—. Evan y yo estamos metidos en algunos problemas, Paul, sé que lo conoces, nos anda buscando porque le debemos unas cosas y está... ya sabes, un poco molesto.
Paul, el nombre era muy familiar; lo que me extrañó fue que lo pronunciara él. Me removí más incómodo que nunca, aunque estaba tan consternado que ahora deseaba saber más. Saber ni siquiera era mi movimiento más inteligente, pues por los mundos en los que Paul se movía, incluso saber era peligroso.
—Primero: ¿ustedes de dónde conocen a Paul? —Y en esa ocasión sí que alterné la mirada entre ambos, pues un-ex deportista estrella que trabajaba de repostero con su novia y el hijo ex-homosexual reformado de un soldado no parecían la clase de personas que se metían con los dealers de los dealers del barrio bajo—. Segundo: ¿por qué piensas que soy tan idiota como para dejar que nos vean juntos ahora que sé que tienes problemas con ese tipo?
—Es una historia más larga todavía. —Se apresuró a responder Dylan, y qué bueno, pues la verdad no me interesaba saber. Ahora que tenía una idea de qué era lo que se traían entre manos más deseaba irme cuanto antes. Paul tenía buitres por todos sitios, ojos en cada esquina, cada edificio, cada local; hacía meses que no me molestaban, no deseaba que eso cambiase pronto—. Necesitamos tu ayuda, por favor, ¿no es lo que hacen los amigos? Solo necesitamos que nos guardes un poco de mercancía, nada más, eso en lo que conseguimos el dinero para pagarle a Paul.
Estuve a punto de reírme y no porque la situación me resultara cómica, era risa de histeria.
—¿Y por qué no le devuelven su puta droga y se dejan de idioteces? —Era claro que estaban trabajando como camellos de quién sabe quién, o como revendedores, pero igual era muy evidente que ninguno de los dos se había criado en la calle y no tenían ni la más remota idea de lo que estaban haciendo—. Esto no es un juego en el que, ¡ay, ups! Escondo esto y me desaparezco un rato en lo que consigo el dinero y ya está, no. Lo que tienen que hacer es agarrarse las bolas que tuvieron para meterse a hacer tratos con él, pararse en su sitio, regresar cada gramo de lo que sea que tengan y rezar para que esté de buenas. Así, con suerte, solo los va a tener de sus esclavos por un rato antes de que se aburra.
—No podemos hacer eso —respondió Evan. Procuré que no notase el impacto que me provocó su voz y enarqué una ceja, fastidiado—. Tenemos ya cerrado un trato con esa mercancía.
—Pues la entregan, ellos les dan el dinero, van con Paul y sin que se los pida le pagan con intereses, por la molestia.
—¿Crees que somos idiotas? Si eso se pudiera lo haríamos, pero ellos quieren pagarnos hasta después de vender lo que les vamos a dar, estamos haciendo un poco de tiempo mientras conseguimos que nos den al menos una parte para pagarle a Paul y ya después nos arreglamos con ellos.
Ahí si no pude contenerme, solté una carcajada.
—Pues un poco idiotas sí que son, porque son los camellos más imbéciles que he visto en mi vida. —No me preocupó ser ofensivo—. Esto no es igual que vender pastelitos, Dylan, no funciona así, no dan créditos. ¿Y saben qué? Si yo estuviera en ese problema, justo porque eres mi amigo, no te pediría la mierda que me estás pidiendo.
Pude ver la desesperación en sus ojos castaños, pero no permití que estos me conmovieran. Si me hubiera pedido cualquier otra cosa habría aceptado, sin embargo, no era lo mismo. Meterse con esa gente significaba no solo ponerme en peligro a mí, que para fin de cuentas me tenía sin cuidado, sino también exponer a Joanne y ahí sí que yo no entraba. Sentí el teléfono vibrar en mi pantalón, era un nuevo mensaje de Mich.
"Ya estoy aquí".
—No. Perdón, amigo... y Evan, pero en esto no cuenten conmigo. Consigan a otro suicida loco que se les quiera unir, esta vez yo paso.
Y, decidido como pocas veces, esquivé a Dylan y marché decidido hacia la salida del callejón. ¿Por qué tenían que joderme de esa manera? Los detestaba, acababan de manchar lo que esperaba fuese un día espectacular, ahora pasaría el resto de la semana, si no era que el mes, preocupado al respecto. Tal vez, si conseguía que Mich me besara otra vez, eso aplacaría mi mal humor.
Antes de que pusiera un solo pie ahí donde la poca luz de sol sí llegaba, escuché de nuevo la voz de Evan a mis espaldas.
—Tienes que ayudarnos te guste o no.
Pude seguir caminando, irme como si no hubiese escuchado nada, pero el orgullo me pinchó y me obligó a detenerme y darme la vuelta para responderle—: ¿Según quién?
—Me debes un favor, tienes que cumplirlo. Estás obligado a hacerlo.
¿Un favor? Indagué entre mis recuerdos, pero no fui capaz de hallar la cosa a la que se estaba refiriendo. Estuve a punto de hacerle un comentario mordaz, que iba muy relacionado con su estado de salud mental tocado desde su salida de aquel campamento, pero me contuve.
—¿De qué estás hablando? —ladré de mala forma.
Evan no respondió con palabras. Levantó la manga de su sudadera y me mostró el antebrazo; ahí, justo en la unión de la muñeca, pude ver una sola palabra. ¿Cómo podría no reconocerla? Yo mismo la tenía grabada en la nuca.
Purple y su puto juramento del rescate.
¡Holi! Ya sé que rompí la racha, les ruego perdón :c hice lo que estuvo en mis manos pero mis días están más atareados que nunca. Procuraré seguir puntual.
PREGUNTAS <3 ¿Qué opinan sobre lo que han pedido Dylan y Evan? ¿Qué impresión les da Evan? ¿Qué creen que pueda suceder con todo esto?
¡Nos leemos muy pronto!
All the love,
Anna.
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