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-Cuando terminé la preparatoria no estaba muy seguro de qué diablos quería hacer con mi vida. Fue una época muy extraña en todos los aspectos, me sentía... no lo sé, ahora que lo veo con más distancia, pienso que me encontraba un poco deprimido, ¿sabes? -comenzó, mientras volvía a recargarse hacia atrás sobre sus brazos y contemplaba el lago frente a nosotros-. No estaba seguro de cuál era el siguiente paso; quiero decir, entendía que era hora de escoger mi camino, elegir una carrera y ponerme a ello cuanto antes, pero no tenía idea de qué era lo que me gustaba, a qué deseaba dedicarme. Recuerdo que a veces me preguntaban cuáles eran mis metas a largo plazo, en diez, quince o veinte años, y yo me sentía abrumado porque ni siquiera era capaz de visualizarme una semana en el futuro.

Verlo de ese modo me recordó una de las primeras impresiones que tuve de él, que se trataba de un hombre que no tenía ninguna clase de filtro en su rostro, pues podía asegurar, por su mirada nada más, que su cabeza se estaba esforzando en ordenar las piezas del rompecabezas que muchas veces podía representar el pasado. Dándole sentido, dejando atrás esas formas abstractas que tienen significado ante nosotros mismos, pero no sirven de nada a la hora de presentarlo a otras personas. Me gustaba la manera en la que hablaba, la cadencia que empleaba al pronunciar cada una de sus sílabas, como si te contara una historia ajena más que una anécdota personal. Su ceño se frunció con ligereza, su mirada no se perdió, sino que se mantuvo bien fija en algún punto que era incapaz de reconocer. Guardé silencio absoluto, en ese instante para mí solo existían sus palabras y el sonido de las hojas siendo mecidas por el viento.

-Mi padre es abogado, quería que siguiera su mismo camino y con el tiempo tomara su lugar en su bufete, aunque a mí nunca me llamó la atención todo eso, me daba una pereza terrible. Además, recordaba cuando en uno de sus casos el estrés fue tanto que terminó dándole un derrame; gracias al cielo se recuperó bien, pero yo supe en el instante en que estábamos en la sala de emergencias que podía no saber lo que quería, aunque sí lo que no. -Negó con la cabeza, y yo pude visualizar una pequeña sonrisa asomándose entre sus labios-. Por otro lado, mi madre era escultora y profesora de historia del arte; me llamaba mucho la atención lo que ella hacía, pero me frenaba bastante el sentir que no había heredado ni una octava parte de su talento. Entonces ahí estaba yo, con dieciocho años y una crisis terrible de identidad, de vida, de todo; estuve a punto de ceder a los planes de mi padre respecto a estudiar leyes.

Traté de imaginarlo en un tribunal, todo enfundado en un impecable traje negro, el cabello corto y un maletín lleno de documentos; de alguna manera no notaba que la seriedad que exhalaban esa clase de lugares pegara mucho con la energía que sentía provenir de él.

-¿Y qué pasó? -cuestioné intrigado. Hacía unos minutos había vuelto a colocar los calcetines y zapatos en mis pies para combatir el frío y ahora se sentaba con las piernas cruzadas, inclinado hacia adelante hambriento por más. Podía imaginarme un Mich más joven que yo en esa situación, desesperado y confundido; no me gustaba para nada, su aflicción incluso con el tiempo parecía afligirme a mí también.

-En ese entonces yo tenía una novia: Michelle. -Me dedicó una mirada de refilón adornada con una sonrisa de "sí, ya lo sé, no lo digas", pero yo no pude contener la carcajada que se escapó desde el fondo de mis entrañas y él no tardó en hacer lo mismo mientras negaba con la cabeza-. ¡Ya sé! Michael y Michelle, era obvio que eso no iba a funcionar, si ni siquiera podíamos ponernos de acuerdo en quién volteaba cuando alguien decía nuestro nombre.

»La cosa es que mientras todo esto sucedía, Mich, bueno, ella quedó embarazada. Me asusté mucho, pero lo hablé con mis padres y ellos me dijeron que si ya había metido la pata tenía que responderle; entonces tuvimos una reunión con sus papás para hablar al respecto y fue cuando ella dijo que no quería tener al bebé. Es entendible, acababa de comenzar su carrera en física, estábamos por cumplir apenas diecinueve, yo tampoco quería ser papá aún; nuestros padres también consideraron que era lo correcto y ese tema quedó ahí. Un par de semanas después de que Mich interrumpiera el embarazo, mi padre habló conmigo. Me dijo: "la vida a veces decide por ti y no puedes luchar con eso, debes aprender a nadar junto a la corriente que te arrastra o ahogarte intentando ir en su contra; no siempre da segundas oportunidades, pero a ti te las dio. Ve y resuelve tu vida mientras tienes tiempo, porque no tendrás una tercera".

Traté de imaginar lo que sería tener un padre así.

Lo que recordaba del mío no era demasiado, tal vez cuando eres un niño no hay muchas cosas que hayas vivido como para que puedan darte una lección de vida de cualquier tipo, pero pensé en lo mucho que me habría resuelto tener una figura que se sentara conmigo cuando el mundo se caía a pedazos, que me diera una palmada en la espalda y me dijera: va a estar bien, solo tienes que salir, pararte derecho y averiguar cómo resolverlo.

Por algún motivo que no llegué a reconocer del todo, ese pensamiento me provocó un nudo en la garganta y estuvo cerca de llenarme los ojos de llanto; lo controlé apenas prestando atención a sus facciones; desde mi sitio, una nube parecía reposar sobre el puente de su nariz. El sol comenzaba a bajar y pronto el atardecer entintaría todo de naranja; me moría por verlo bañado en oro. Cuando guardó un segundo de silencio y se giró para mirarme, supe que él era el hombre más afortunado del mundo. ¿Lo sabría?

-¿Fue ahí cuando te fuiste a Europa? -indagué no nada más por animarlo a continuar con su historia, sino para hacerle saber que cada segundo que habíamos estado en compañía del otro le le di toda gota de mi atención, por no decir devoción. Si me lo preguntara, podría relatarle palabra por palabra de nuestro encuentro el primer día.

Asintió, con la tranquilidad resaltando su belleza.

-Sí. Ni siquiera me lo preguntó, él ya había comprado un pasaje de ida que salía la siguiente semana y me dijo: "cuando estés listo para volver te conseguirémos otro boleto, pero ve y encuéntrate". Creo que eso fue parte idea de mi madre, ella siempre estaba por ahí diciendo que las lecciones las encontrabas en el viejo mundo, en tierras de sabios.

Yo nunca había salido del pueblo salvo en una ocasión, cuando tenía alrededor de diez años. Fuimos todos a la playa durante el verano; pasamos ahí algunos días y los recordaba como unos de los más felices en mi infancia. A mi edad, la idea de tener que emprender un paseo al pueblo vecino me incomodaba muchísimo, no podía imaginarme viajando al otro lado del océano por mi cuenta sin tener un ataque de pánico.

-¿No te dio miedo? -cuestioné, tratando de averiguar si en realidad era humano.

-Claro que sí, me aterró. Ya habíamos viajado antes en familia, aunque, ¿solo? No tenía idea de cómo iba a sobrevivir, en qué me iba a mover, qué iba a hacer. Pero al mismo tiempo no existía nada que perder, así que decidí ir de cualquier modo. -Con una mano se echó el cabello hacia atrás, desacomodando los mechones antes de continuar con su historia-. Llegué a Londres, a un hotel bonito en el que sabía que no me quedaría mucho tiempo. Seguí la recomendación de mi madre sobre curiosear en el periódico personas que estuvieran buscando voluntarios para trabajar en lo que sea. A los tres días ya estaba fuera de la ciudad en un pueblecito como con mil habitantes, me quedé en una granja que se encargaba de distribuir leche; me enseñaron a levantarme bien temprano por la mañana antes de que saliera el sol; a disfrutar de los huevos puestos por tus propias gallinas, escuchar cuando los coyotes andaban cerca asustando el ganado, a cuidar a las vacas, tenerlas cómodas y tratarlas bien para ordeñarlas.

-¿Vacas? -cuestioné, arrugando la nariz.

-Vacas -asintió con la sonrisa más brillante del mundo-. Fue un shock, a mí no me acostumbraron a hacer ninguna clase de trabajo y llegar a la casa de unos desconocidos que te ponen a entrar al establo a limpiar estiércol el primer día es una experiencia bastante formativa, si le puedo llamar de algún modo. Pero yo tenía claro por qué me encontraba ahí. Mis padres no me enviaron de vacaciones, me dijeron "encuéntrate" y andaba dispuesto a levantar cada piedra hasta hallar mi identidad. ¿Sabes? Cuando has vivido tu vida en la ciudad y sales por primera vez no a una casa de campo, sino al campo de verdad, te das cuenta de que ellos viven con un sonido que tú no: el del silencio. Durante los primeros días estuve con un pitido en los oídos por la ausencia de ruido, cuando se fue y quedó solo el silencio encontré una paz que no te puedo explicar. Eso te ayuda a pensar en lo que quieres de la vida.

»Estuve ahí un par de semanas y después me fui. Para no aburrirte, el caso es que comencé a moverme por el país y luego por el resto de Europa realizando voluntariados; hice toda clase de cosas. Estuve con personas que cosechan uvas para hacer vino, con un anciano pintor que me enseñó bastante de carpintería, fui instructor de inglés de la hija de una pareja en Francia, aprendí a que no se secaran las plantas en el invernadero más bonito del mundo. Ni siquiera creo poder acordarme de todas, pero después de algunos meses terminé en Holanda. Ahí no hacía mucho, a decir verdad, la familia con la que viví quería un poco de intercambio cultural, que les mostrara mi idioma, ellos me enseñaron el suyo; les preparé la comida que hacíamos en casa, les hablé de Estados Unidos y todo fue una convivencia muy... familiar.

Nunca había conocido a alguien que hubiese hecho algo similar; por el contrario, la idea de viajar por un continente desconocido de ese modo llevaba cierta aura terrorífica. Pensé que debía ser peligroso, pues nunca estabas del todo seguro de en la casa de qué loco podrías estarte metiendo, las películas de asesinos seriales siempre comenzaban de ese modo. O incluso si tenías suerte y las personas no eran peligrosas, ¿qué sucedía si al final no te llevabas muy bien con los anfitriones del lugar? ¿Si hacían algo que no te agradaba? ¿Era posible sentirte cómodo en una situación así? Creí que ni siquiera podrías poseer la libertad de salir en pijama, estar despeinado hasta el mediodía, existir a tus anchas.

No obstante, yo jamás lo experimenté; quien lo hizo fue Mich y, por cómo hablaba, distaba mucho de ser la experiencia de miedo que yo me montaba en la cabeza. Era claro que entre nosotros debía haber un océano de diferencias y seguro que esa era una de ellas, su capacidad de confiar así de fácil en personas desconocidas, de salir al mundo a tomarlo de frente sin detenerse a sobrepensar todas las malas posibilidades, de ser tan auténtico que era imposible no ser bien recibido allá a donde le placía ir. Yo jamás hubiera podido.

-¿Y te gustó estar ahí? -Para ese punto, mi rostro reposaba en una de mis manos y mis ojos lo escudriñaban como nunca hice con otra cosa, deseaba darle coba para que se soltara y me contara todo lo que le pasaba por la cabeza-. ¿O te aburriste? Digo, si dices que no hacías mucho.

-Me encantó. -Ni siquiera pensó su respuesta, se veía animoso por poder hablar al respecto-. No solo por Brinkerhoff, que fue la familia con la que me quedé y te aseguro que eran espectaculares; me trataron al igual que a un hijo o un hermano, cada comida del día la hacía con ellos, salíamos de día de campo; se volvieron una segunda familia, aún les llamo de vez en cuándo para ver cómo están, o me mandan algún correo, una postal. Pero lo segundo más valioso que tuve ahí, fue lo que hice con mi tiempo libre.

»El pueblo se llamaba... Utrecht, seguro lo pronuncio mal. Saliendo de la casa de los Brinkerhoff había un paseo precioso de pinos altísimos, estuve ahí en verano y cuando el sol estaba en su punto más alto era bellísimo. La gente en ese sitio es la más amable del mundo entero. Por las tardes me gustaba ir a pasear por el canal, cruza toda la ciudad y es tan bonito, tan bonito, deberías verlo; la gente se sienta ahí en las bancas, con sus bicis y hacen su vida alrededor.

Sus ojos sonreían al hablar de Utrecht, casi brillaban ante el recuerdo. No era una garantía, pero si el lago era mi lugar seguro, aquel canal debía ser el suyo. Quise que me contara del clima, el nombre de las personas que conoció, los sitios que frecuentaba, si a él también le gustaba sentarse a observar el agua mientras caía la tarde y nada más, conocer si lo hacía solo, acompañado, qué pensaba en esos momentos. Deseaba ir incluso más allá. No sabía dónde estaba el pueblo ese, tampoco era muy capaz de ubicar los Países Bajos en un mapa, pero algo dentro de mí se retorcía ante la necesidad imperiosa de tomar mis ahorros, comprar un boleto de avión e ir a descubrir qué diablos se escondía en ese sitio para maravillar hasta a las maravillas, como lo era él.

-Suena lindo... -comenté, más por animarlo a continuar que por otra cosa.

-Lo es, el más bello del mundo, te encantaría -aseguró, volteando a verme con una sonrisa. Creí que aún no nos conocíamos lo suficiente para que él tuviera la certeza de que sería así, pero, contra todo pronóstico, no estaba equivocado. Yo igual tenía claro que amaría ese pueblo nada más por el hecho de que él lo amaba-. Había una pequeña librería independiente a unas calles del canal, no tenían los títulos más vendidos ni muchas traducciones, era más donde podías encontrar literatura escrita por personas del país o hasta por los mismos habitantes del pueblo. Yo nunca aprendí muy bien el idioma, era muy difícil, pero me quedé porque descubrí que ciertos días a la semana tenían círculos de lectura, talleres de creación literaria, recitales de poesía. Eso sí que me interesó.

»Todo eso estaba a cargo de Niels; no era suyo, pero él lo atendía. En realidad no le pagaban más por estos talleres y tampoco era lo que buscaba, lo hacía casi como un servicio social voluntario, por puro amor al arte. Descubrí que había otros talleres más cerca de la casa donde yo vivía, pero yo siempre iba al suyo a pesar de que debía andar bastante más para llegar a tiempo; no todo el mundo sabe llevar unas actividades así y que sea divertido, tenía un don. Gracias a él fue que yo me interesé de verdad en la literatura, Niels me habló sobre la carrera, el mundo literario, lo que le gustaba y lo que no. Nos hicimos buenos amigos muy rápido.

Agucé la mirada tratando de encontrar en su rostro algo que me dijese más sobre el tal Niels, pues hablaba de él casi como del pueblo y yo era incapaz de discernir qué era eso que me provocaba en el estómago al escucharlo.

-¿Estudiaste literatura por él? -Debía ser importante para influenciarlo de esa manera.

-Sí y no, descubrí que me gustaba gracias a él, así que en cierta parte. -Se encogió de hombros-. Fue un momento muy revelador, luego de estar varias semanas ahí yo supe que era hora de regresar a casa, que ya sabía lo que seguía. Claro que igual deseaba quedarme ahí, pero tampoco era posible.

-¿Querías quedarte por los Brinkerhoff? -Procuré no sonar receloso.

-También por Niels, era como si pudiera entender las cosas que estaban en mi cabeza sin que tuviera que decirlas, nunca había experimentado algo así. Cuando alguien te entiende de ese modo es un poco complicado no encariñarse.

Presioné entre mis dientes el interior de mi labio inferior, bien concentrado en deshacer el nudo extraño alojado en la boca de mi estómago. En serio deseaba resistir la pregunta, pues formularla solo me haría quedar en evidencia, pero no reuní la fuerza de voluntad necesaria.

-Parece que eran cercanos... -comenté poniendo todo de mí y así pretender que tampoco era que me quitara mucho el sueño. Incluso fingí estar distraído con la separación de las maderas antes de levantar la cabeza para mirarlo, esperando que mi actuación fuera convincente-. ¿Eran amigos o...?

Dejé la cuestión en el aire, encogiendo un hombro. Mich soltó una risotada antes de agachar la mirada y negar con la cabeza.

-Amigos y ya.

Guardó silencio por tanto tiempo que intuí que no me diría nada más, que el tema terminaba ahí. Tal vez incluso se lo pensó, pues tuve la impresión de vislumbrar en su mirada algo cercano a la duda y la inseguridad, sus ojos me evitaron mientras su cerebro debatía consigo mismo. ¿Sería yo igual de obvio cuando discutía para mis adentros si debía o no contarle algo? Esperaba que no, pero me gustaba ver aquello en él. Aun si estaba meditando el mentirme, tal autenticidad me provocó más afinidad, misma que terminó por desembocar en una oleada de ternura cuando volvió a hablar.

-Creo... -dudó de nuevo-, creo que sí hubo algo más, aunque siempre fue de mi parte. Me fascinó, me gustaba la manera en la que hablaba, el cariño que le ponía a sus libros, el alma que se dejaba en cada uno de sus talleres; me mentí por un largo tiempo diciendo que era admiración, pero él me descifró mucho antes que yo mismo.

»Un día estábamos tirados en el jardín de su casa, esa noche había una lluvia de estrellas; le gustaba mucho la astronomía, yo hoy en día sigo sin entender casi nada al respecto. Ni siquiera me di cuenta del momento en el que me le quedé viendo, solo recuerdo la forma en que me dijo: «Deja de verme así». No despegó la vista del espacio en ningún instante, es como si solo lo hubiera sentido. -Se detuvo un segundo, tal vez para recordar, quizá evocando mejor el momento. Yo lo hacía todo el tiempo-. Le pregunté a qué se refería y me respondió «tú sabes cómo». En ese mismo instante fue que me di cuenta de que durante esas semanas lo que yo creí que era la admiración corriente que se le da a cualquier persona que te parece interesante no era lo que yo sentía; pude decir algo para salvar un poco mi dignidad, replicar que no tenía idea de lo que hablaba o que estaba loco, pero no lo hice.

Era una verdad universal el hecho de que las miradas dicen tanto o más de lo que lo hacen en ocasiones las palabras. Puedes callarte muy bien la boca, pero las emociones en los ojos nada más las disimulas esperando no llegue a descifrarlas cualquier persona más observadora de lo usual. Las de Mich no era que no pudieran enmascararse, sino que gritaban directamente. A veces creía que las mías lo hacían también, aunque corría con la suerte de que por lo general no hubiera nadie ahí para escucharlas.

Me resultaba inaudito que alguien, cualquier persona, no desease tener de Mich esa clase de atención particular, incluso -o quizá, sobre todo- si esta no era amistosa. Yo no podía pensar siquiera en tres cosas que deseara más que eso, ¿cómo se sentiría que un hombre como él te mirara de modo que no hay más remedio que darte cuenta de que se ha enamorado de ti? Es la clase de certezas que no te dejan permanecer con los pies en la tierra.

No supe muy bien qué decirle, ¿insinuar que Niels se lo había perdido? Eso solo me expondría, si no es que ya estaba en la mira desde el primer segundo en que nos vimos.

-¿Y qué sucedió? -pregunté, viendo bien dónde pisar para no ir a meterme en una arena movediza-. ¿Nada más te dijo eso?

-Me dijo 'eres mi amigo, sigue siéndolo'. -De su boca salió un breve sonido parecido a una risa-. Fue el rechazo más político de la historia, y ni siquiera me le tuve que declarar para que lo hiciera. Estaba tan avergonzado, no te imaginas cuánto; si lo hubiera hecho de forma grosera quizá no me habría afectado como lo hizo, pero en todo segundo fue gentil, un caballero. Ni siquiera me sentí mal por no gustarle, me mató sentir que yo le falté a nuestra amistad y confianza por quererlo de ese modo. Una locura total. Esa misma noche llamé a mi padre, una semana después estaba de vuelta en América.

Me quedé sin palabras para decirle, no por el hecho de que pensara que sus acciones estuvieron manchadas por una intensidad que daba miedo, sino porque... lo entendía. Si él me rechazara no tendría cara para volver a asomar la nariz a la calle, dejar un país ni siquiera me resultaba lo más drástico.

-Y fue cuando decidiste estudiar literatura -inferí sin mucho problema, a lo que él me dio la razón antes de continuar.

-Así es. A mitad de la carrera le propuse matrimonio a Michelle, pues retomamos la relación en cuanto regresé de mi viaje. Al semestre siguiente nos casamos, fue una ceremonia algo pequeña con nuestras familias, algunos amigos de la universidad y la preparatoria. En general fue un buen momento, no te voy a mentir y decirte que no me hizo feliz. -Sus ojos se deslizaron hasta su mano y los míos hicieron lo mismo; su dedo anular no presumía alianza ninguna, lo que significaba, claro, que si estuvo casado ya no más. O tal vez eran de los que creían en anillos. Negué con la cabeza. «En lo absoluto», pensé, «es totalmente de los que creen en los anillos».

-¿Y si te hacía feliz, por qué...? -Me callé a medio camino, tal vez era mucha indiscreción preguntar a las personas sobre sus relaciones fallidas, pero su ceño no se frunció en mi contra.

-Algunos se divorcian porque no se llevan bien, nosotros sí lo hacíamos -suspiró-, estuvimos casados seis años. Nos mudamos juntos, terminamos nuestras carreras, yo antes que ella, y comenzamos a trabajar. Teníamos el plan clásico: la casa en los suburbios, la cena siempre a las nueve, dos perros, tres hijos, salida con amigos una vez al mes. Se suponía que iba a ser la vida perfecta, la misma de nuestros padres y sin ningún inconveniente.

Yo aún permanecía absorto en su mano, que ya por sí me encantaba de una forma inexplicable, pero en ese momento me esforzaba en visualizar el aro de oro adornándola. No me costó trabajo. Mich era la clase de hombre a la que sin dificultades se le podía plasmar en esa vida; tranquilo, apuesto, inteligente, amable, elocuente y con sentido del humor; el marido de ensueño para vivir el sueño americano. ¿Ella le habría pedido el divorcio? Lo dudaba. ¿Él? ¿Por qué?

-Al año siguiente de que termináramos nuestros estudios, cuando ambos teníamos ya un trabajo estable, estaba claro que deseábamos comenzar a buscar nuestro primer hijo. Al principio nos hacía mucha ilusión, era divertido, ella anotó en una pizarra en la cocina todos los nombres que se le iban ocurriendo y yo me escabullía para borrar los que no me gustaban. -El recuerdo lo hizo sonreír de una forma distinta, casi nostálgica o triste-. Pero con los meses nos dimos cuenta de que algo estaba mal; no pasaba... nada. Cada mes era lo mismo, esperar a que por fin lo hubiéramos conseguido y no. Nos empezamos a desesperar luego de un año y medio de tratar sin éxito, así que fuimos a una clínica de fertilidad; aparentemente no existía un problema real, pero empezamos llevar un tratamiento para aumentar las posibilidades. Tampoco funcionó.

»Y pasaron más y más meses; yo comencé a cuestionarme... ¿En serio deseo tener hijos? Quiero decir, estamos gastando hasta lo que no en esto, ¿pero en verdad los necesitamos tanto? No me tardé en darme cuenta de que yo perseguía un sueño muy lindo, sin embargo, no era mío. -Se mordió el labio inferior, adiviné que buscaba las palabras adecuadas para continuar-. Los últimos meses me di cuenta de que incluso me aliviaba un poco cada vez que las pruebas eran negativas. Y lo hablé con ella, le dije qué era lo que estaba pensando y se enojó muchísimo. En serio quería tener hijos. El tema continuó saliendo entre nosotros y tengo la impresión de que cada vez nos separaba un poco más. Por ese tiempo comencé a ir a nadar, me ayudaba mucho para desestresarme del trabajo y también de la situación en casa; ahí conocí a Hudson.

Me tensé un poco al escuchar el nuevo nombre, con cierta sospecha en los hombros que me esforcé en no exteriorizar; no deseaba que creyera que lo juzgaba de algún modo, pero la idea de las infidelidades nunca me dejaba un cuerpo tranquilo. Esperaba que no fuera algo que él hubiese hecho.

-Él iba a nadar a la misma hora que yo, así que lo veía siempre. Con el tiempo en esos lugares terminas haciéndote de algunos amigos, Hudson fue uno de los míos. No fue como la primera vez, él me gustó desde que lo vi, me parecía muy guapo; a pesar de eso, yo no tenía pensado hacer nada al respecto, era un tipo agradable y hasta ahí. Él fue quien me lo propuso a mí, o bueno, no me dijo que yo le gustaba tal cual, pero me hizo una insinuación.

Sus iris me buscaron, como asegurándose de que entendía lo que me estaba contando. Le hice un breve gesto, haciéndole saber que tampoco quedaban muchos sitios para interpretaciones. Si yo fuera un poco más audaz, igual le habría hecho una en algún momento.

-No acepté, por el contrario, dejé de ir a nadar ahí para no tener que encontrarlo de nuevo; poco tiempo después le pedí el divorcio a Michelle. No es que hiciera algo malo, ni tampoco me alejé de Hudson porque me hubiera ofendido; tuve que hacer todo eso debido a que realmente lo consideré. Estuve a nada de decirle que sí y entendí que estaba en un punto de no retorno en el que, si no aclaraba mis cartas, iba a terminar lastimando a gente que quería. -Se echó hacia atrás y se acostó sobre el muelle; la luz dorada ya estaba en su auge y hacía unas sombras preciosas en su rostro-. Nos divorciamos y traté de seguir con mi vida, pero era algo difícil. Nuestros amigos estaban molestos conmigo por haberla abandonado en un momento tan vulnerable, tampoco podía regresar a las piscinas, me sentía muy solo. El golpe decisivo que me hizo mudarme aquí, fue la muerte de mi madre. En su herencia, ella dejó para mí una casa que había sido de sus padres, que quedó a su nombre, sin embargo, nunca necesitó; es donde vivo ahora. Creí que la idea de comenzar de nuevo era buena, después de todo, y qué mejor que en un pueblo pequeño de esos que me gustaron tanto cuando era joven.

Aquella última parte de su relato me dejó frío. No sabía si debía lamentar su divorcio, la pérdida de sus amigos, la muerte de su madre o qué; mi historia al lado de la suya no parecía tan impactante. Sabiendo que nada de lo que pusiera dejar salir de mi boca no llenaría ni poco todo lo que era necesario, me limité a colocar una de mis manos en su brazo. Presioné su hombro entre mis dedos, como la seña universal de "carajo, lo siento, pero estoy contigo si necesitas"; al instante me sentí ridículo, ¿qué tanto confort podría hallar en alguien como yo?

Antes de que el pensamiento me perturbara al punto de apartarme, lo que parecía estar sucediendo muy deprisa, sentí su mano sobre la mía. Estuve seguro de que solo trabajó pesado seis meses en su vida, cuando fue de viaje, pues su palma era tan cálida y suave. Ni siquiera supe si disimulé muy bien el escalofrío que me recorrió la espalda, estaba demasiado concentrado en que no se me subiera el color al rostro. Pasé saliva. Yo seguía sentado, pero él continuaba echado en la madera con la gracia de un gato; ni siquiera necesitaba cubrirse para que el sol no le lastimara los ojos, sus pestañas hacían sombra sobre sus iris claros.

Me sonrió en cuanto las miradas se conectaron una vez más.

¿Era todo un gesto de "gracias por escucharme"? No estaba muy seguro ni de eso ni de por qué no decía nada más, necesitaba llenar el silencio y encontrar una forma de contener el cosquilleo en el estómago, las plantas de los pies, las manos, el rostro y todo el cuerpo de paso.

-Siento que haya sido así... -comenté más bajo de lo que pretendía, si hablaba un tono más elevado mi voz hubiese salido muy aguda. Movió la cabeza de izquierda a derecha muy despacio.

-No, así tenía que ser. -Ninguno de los dos apartaba las manos o la mirada-. Y está bien, me gusta aquí.

¿Se refería al pueblo o donde estábamos en ese momento?

Entendí por qué sus ojos eran plata: creí mal que el acero era frío, que por eso no le hacían justicia, pero estaba equivocado; en ese momento eran metal incandescente, líquido. ¿Por qué me observaba de esa manera?

¿Qué era, exactamente, el impulso que me destrozaba de adentro hacia afuera?

Nos sostuvimos la mirada durante el instante más largo del universo, me absorbió de tal manera que me olvidé del sonido del agua, del atardecer, de las hojas, el viento y el de los animalillos en el bosque. Ni siquiera me habría sorprendido si me dijese que pasé un año entero perdido en él, por el contrario, ojalá me hubiese extraviado ahí durante el resto de mi existencia.

En ningún instante me privó de su sonrisa, aguardaba a que yo hiciera lo propio, sin embargo, no pude; mi nivel de ensimismamiento me lo impidió. Su hechizo, porque eso tenía que ser, me mantenía cautivo. Me arrebató el aliento hasta que bloquee cuál pez fuera del agua; tuvo que leer entonces la necesidad imperiosa que manaba de cada uno de mis poros, pues me revolucionó el pulso cuando sus ojos se deslizaron de los míos hasta mi boca antes de que se incorporara.

No disimulé ni la emoción ni la sorpresa al verlo aproximarse.

El momento en que sus labios acariciaron los míos sentí que se me presentaba la vida por primera vez; que de alguna manera yo era un ser que pasó toda su existencia en un letargo infinito y entonces, por fin, era bienvenido a donde pertenecía. Su boca era tan cálida como sus ojos o sus manos, nos besamos durante unos minutos con una dulzura aturdidora; con la curiosidad y la inocencia de dos adolescentes, casi. Nos tomamos nuestro tiempo para confirmar las sospechas compartidas: encajábamos a la perfección con el otro.

No puedo decir que me incliné hacia él, pues lo que hice fue muy distinto. Centímetro a centímetro me derretí sobre su cuerpo, cediendo hasta que la mano que en un momento estuvo sobre la mía se deslizó por mi brazo, recorrió mi hombro y de quién sabe qué manera halló su camino hasta mi cuello. Ni siquiera supe cómo la tensión y la expectativa no me desgarraron la garganta en un lamento cuando su pulgar acarició mi manzana de Adán poco antes de que el resto de sus dedos se perdieran en mi nuca, acariciando el nacimiento del cabello y animándome a descubrir en su boca los secretos de su existencia.

De pronto necesitaba su lengua, su saliva; sentir su ser en el mío y averiguar qué sabor es el que adquiere la miel cuando es bebida de su paladar. Lo hice, en ese lugar no había espacio para la vergüenza: Me aferré a su camisa con ambos puños, ¿si no era eso un ruego porque no se alejara un milímetro, qué era? La danza entre nuestras bocas debía hacerle saber, como lo hizo conmigo, que no necesitábamos oxígeno, solo al otro, porque después de aquello yo tenía bien seguro que jamás podría seguir respirando de la misma forma que antes. Que ahora hasta la gravedad se sentía distinta, no me atraía a la tierra, sino a él.

Su mano libre presionó mi costado dejándome una sensación ardorosa por todo su camino que llevaba de mi cintura a mi espalda; sus dedos mimaron los huesos de mi columna y no supe si escuchó mi suspiro, aunque tampoco me importó. Solté su camisa para abrazarlo, recorrí por encima de la tela azul cada valle y curva de su musculatura; ¿cómo se sentiría su piel? Con el otro yo solo podíamos pensar en piel.

Cuando sin dejar de besarme me recostó en el muelle y pude sentir el peso de su cuerpo sobre mis costillas, tuve la certeza, como nunca antes, de que le hubiese dejado hacer conmigo lo que quisiera. Si lo deseaba ahí, que ahí fuera; que lo vieran el lago, los árboles y las estrellas que comenzaban a asomar ante la muerte de la tarde; con el frío de los tablones húmedos haciendo cosquillas en mi cuerpo y la presión de su cadera contra la mía.

No necesitaba nada más.

¡Hola! Espero que estén teniendo un bonito sábado, ¿cómo están? ¿Cómo ha ido su semana?

Espero que el capítulo les guste mucho, lo escribí con mucho amor, no mentiré, espero que se hallan emocionado dkfjg. ¿Qué opinan de Mich? Es el primer vistazo que tenemos de él no siendo todo a través de los ojos y conclusiones de Illya, ¿les agrada?

¡Nos vemos la próxima semana!

All the love,

xx, Anna.

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