
10
Me dio el número de teléfono de su casa y me aseguró que podía llamarlo cuando yo así lo deseara, y no miento al aseverar que quise hacerlo no solo un par de veces durante los siguientes días, sino que la idea me perseguía varias ocasiones por hora. En el trabajo, mientras estaba con mis amigos o incluso cuando pasaba las noches en casa contemplando el cielo por la ventana me moría por robar el teléfono del departamento, marcar aquellos números que terminé por memorizar para no correr el riesgo de guardarlo por ahí, y sentarme en el silencio rogando por escuchar su voz.
Quería forzarme a permanecer despierto hasta altas horas de la madrugada, dejar que el amanecer me respirara en la nuca y marcar entonces. Aquello era impulsado por un deseo más profundo que el de despertarle, sino el de escuchar su voz apenas volver a la vida de un sueño prolongado. Imaginar cómo sonaría con el letargo adormeciendo sus cuerdas vocales, con un timbre más grave, rasposo y profundo me removía algo dentro de las entrañas. No obstante, aún con todo eso, me resistí.
Acordamos vernos el fin de semana, cuando ya no tuviera responsabilidades en la escuela y yo saliera de mi turno en el restaurante; le pedí que me recogiera ahí, en Alloro's, sin dejarle saber que no podía arriesgarme a que los vecinos se percataran de su presencia por el vecindario y comenzaran a hacer comentarios al encontrarse con mi madre o su esposo. Mich era, y yo estaba muy consciente de eso, mi puerta de escape a otra realidad; una en la que por unos minutos al día podía permitirme fantasear sin culpas, huir sin sentir las cuerdas en mis tobillos que me mantenían atado a mi vida. No iba a consentir tan fácil que la podredumbre de la veintitrés lo manchara... no tan pronto, no cuando aún no había comenzado siquiera.
Aquel día que nos llevó hasta casa, Jo me preguntó quién era.
—Es profesor —le dije—, da clases en tu escuela, de hecho.
Aquello no le explicó de dónde lo conocía ni por qué su amabilidad. Me cuestionó si yo había sido su estudiante y yo lo negué tan pronto como la escuché, sin embargo, pensé para mis adentros que me hubiese encantado. Tener la oportunidad de verlo todos los días, observarlo con aquel saco que cuando nos encontrábamos ya nunca llevaba puesto, contemplar cómo se estiraba sobre la pizarra al escribir la lección del día; la idea de verlo sentarse en el escritorio para comenzar a hablar por una hora entera me hacía vibrar. Qué suerte tenían sus alumnos de poder estar en su presencia cada semana.
Joanne se percató pronto de que no le daría mucha información así que dejó de insistir, aunque estuve seguro de que cada vez que me pilló mirando el teléfono, ella supo que soñaba despierto con sus ojos grises y el momento en que nos fuésemos a ver de nuevo. Estaba muy seguro de que la idea la tensaba más de lo que ella hubiera podido decirme con palabras, quizá aún tenía muy frescos los sitios espantosos a los que nos arrastraron pasiones similares en el pasado, y aunque yo deseaba su tranquilidad no era capaz de soltarlo a él para dársela.
Los días se me escurrieron más lentos que nunca, a veces tenía incluso la sensación de que cuando miraba en varias ocasiones el reloj este no solo dejaba de avanzar, sino que retrocedía con el fin de burlarse de mí y acrecentar la inquietud que me carcomía de adentro hacia afuera. Ni todas las tareas, actividades o distracciones que me pusiera en frente conseguían acallar la vocecita del otro yo al fondo de mi cabeza, que susurraba lo mucho que faltaba para verle otra vez. Tampoco era una sorpresa que fuera así, después del tiempo que el mini-Illya pasó con Mich, era normal que lo extrañara tanto o más que yo.
Pese a todo —y ante mi enorme sorpresa— me las arreglé bien para sobrevivir sin comerme las uñas hasta la cutícula. No le dije a nadie sobre nuestros planes, no lo hubiese hecho ni aunque tuviera a quién decirle; Diane y James estaban descartados, a Joanne prefería dejarla fuera en caso de que cualquier cosa saliera mal, en mi trabajo mi relación con otros meseros no era lo suficiente estrecha como para contarles algo así. En momentos tuve el impulso de querer hablarlo con Dylan y Susie, pero una voz me decía que no era una buena idea del todo. Una voz. No podía evitar que me hiciera gracia cuando me encontraba excusando a mis amigos, fingiendo que no había razón de guardar recelo pese al tiempo y los perdones entre nosotros. De alguna manera consideraba que Dylan estando al tanto de mis asuntos de ese estilo era siempre un mal augurio.
Antes de que Evan se colase de más entre mis pensamientos, puse las manos bajo el chorro de agua fría donde lavaban los trastes solo unos segundos, esperando que el flujo helado me anclara a la tierra. Cuando lo hizo, volví a mi puesto.
El sábado a media tarde, Mich llegó quince minutos antes de la hora que habíamos acordado. Yo le dije que nos veríamos fuera del restaurante y, aun así, él consideró que era una buena idea entrar y tomarme por sorpresa. Una campanilla anunció la llegada de un nuevo comensal y por mera costumbre giré la cabeza, asegurándome de que alguien se acercaba ya a ofrecerle una mesa cuando lo vi.
El sol le daba a su cabello oscuro un tono casi castaño, su silueta resplandecía entre la luz. Si no llamaba la atención de cualquier persona en el lugar era un milagro, pues si yo lo hubiese visto sin conocerlo, también le habría dado más de dos segundos de mi tiempo. La bandeja que reposaba sobre mi mano derecha llevaba tres platos, cuatro bebidas y una canasta de pan; la levanté por encima de mi cabeza ante el reflejo de una de mis compañeras apurada con sus propias tareas y aproveché para admirarlo un segundo. No tardé en capturar su mirada, sonrió tan pronto reconocerme y solo la alejó de mí cuando Lilah, la hostess, le dio la bienvenida con una sonrisa.
Se sentó en el bar del restaurante y maldije la carga de trabajo, no me gustaba tener que alejarme y seguir con mis tareas con la certeza de que él estaba a unos metros; a cualquiera le resultaría imposible concentrarme.
Por fortuna el tiempo transcurrió a prisa, en el segundo que terminó mi turno me aseguré de dejar mis bandejas, libretas y bolígrafos, me deshice del delantal y fui a la parte trasera del restaurante, ahí donde guardábamos nuestras pertenencias. Me dirigí al pequeño casillero que tenía mi nombre pegado con cinta adhesiva, revolví dentro hasta encontrar una camiseta y mi chaqueta; ni siquiera me preocupé en quién estuviera ahí antes de quitarme el uniforme, que consistía en una camisa tipo polo de color verde con el escudo del restaurante.
—¿Por qué la prisa? —Jessica terminaba su turno al mismo tiempo que yo, igual estaba sacando las cosas de su casillero. Siempre la veía marcharse con el uniforme, yo lo hacía cuando necesitaba lavarlo. A veces me sacaba conversación. Aunque me resultó extraño en las primeras ocasiones, luego descubrí que era una chica muy amigable; era reconfortante tener a quién decirle "buenos días" o "nos vemos" al inicio y al final del día.
—Hoy tengo un compromiso —comenté, encogiendo un hombro antes de colocarme mi camiseta. Arreglé mi cabello como pude a ciegas, solo esperando no lucir igual que un espantapájaros a la hora de marcharme de ahí.
—¿Vas con tus amigos? —cuestionó, mientras yo buscaba dentro del casillero un pequeño desodorante y continuaba con mi rutina a una velocidad récord.
—No, es... —Lo pensé un segundo, girándome hacia ella mientras meditaba la respuesta—. Una cita, creo, no lo sé en realidad.
—¿No sabes? —Me dedicó una mirada incrédula seguida de una risa—. ¿Y quién es la afortunada?
—Pues acordamos salir, pero nadie dijo la palabra cita, así que no sé —contesté, entornando la mirada un instante antes de negar con la cabeza. No respondí a lo segundo y ella pareció entender que no iba a decirle nada.
—De acuerdo... pues suerte, en ese caso.
Le agradecí y le deseé un buen día antes de checar mi salida y caminar fuera de Alloro's por la puerta trasera. Ese callejón apestaba a humedad, basura y comida podrida; todo un contraste para el sitio, aunque ya estaba acostumbrado al aroma ácido que flotaba por ahí. Esquivando las bolsas negras hallé mi camino lejos de ese estrecho sitio a la avenida principal, donde me encontré con los ventanales que daban hacia el interior del restaurante. Permanecí ahí hasta que, al cabo de unos pocos minutos, Mich pareció percatarse de mi mirada y sonrió en mi dirección desde el interior. Se apresuró en pagar tanto como yo en vestirme y me encontró en la entrada.
Mi primer impulso fue el de acercarme a envolverlo en un abrazo, pero no estaba seguro de en qué término nos hallábamos, si éramos lo suficiente amigables para ello o, por el contrario, conocidos que apenas comenzaban a cruzar la barrera del apretón de manos. Me contuve y me limité a sonreírle.
—Me alegro de verte —dije, aunque tal vez fue una admisión. Solo cuatro palabras bien medidas a fin de no ir a soltar un "he estado pensando en ti los últimos días".
—Yo también me alegro, Illy. —Aseguró, sonriendo—. ¿Nos vamos?
Asentí, y eso pareció señal de que colocara su mano en mi espalda para darme la vuelta y conducirme por la calle hasta su auto. Esperaba que el grosor de la chaqueta disimulara lo tenso que estaba ante su toque, pues lo último que necesitaba era que se diera cuenta de mi nerviosismo incluso si este se me veía muy bien en la cara. Deseaba con toda el alma poder tener la seguridad de hacer esas pequeñas cosas que quizá para él no eran nada, aunque a mí me ponían a temblar. No las meditaba, ¿cómo hacía eso?
El clima era fresco, aunque no tan frío como el resto de los días que no había entregado el otoño. Tal vez el cálido era solo yo, pues en cuanto subimos a su auto él encendió la calefacción y frotó sus manos en propósito de generar un poco de calor. Me preguntó a dónde íbamos y le dije que era un sitio que seguro no había visto, sin embargo, no iba a decirle. "Conduce", lo animé, "yo te voy diciendo a dónde".
Le vi dudarlo un segundo, aunque entonces y mucho antes de que yo pudiera decir algo, sus ojos brillaron y asintió a mi plan.
Aquel recorrido no fue silencioso como el primero. Tenía uno de sus CD's puesto en el reproductor, era de una banda que yo no había escuchado jamás en la vida; le pregunté al respecto y pareció emocionado al contarme que se trataba de un grupo noventero. Cuando estaban en su auge yo era un niño, por eso no los reconocía, pero me explicó que a mi edad se obsesionó con ellos. Me contó haber ido a un concierto, poseer sus discos. Mich tenía una imagen tan impoluta y en su sitio que me resultaba extrañísimo tratar de imaginarlo en medio de un concierto de rock, yo hubiese pensado que escuchaba música clásica o algo por el estilo. Se lo hice saber y él se carcajeó ante mi comentario.
—Me encantaría verme desde tus ojos, creo que me ves como un tipo algo aburrido.
—¡Claro que no! En lo absoluto —me apresuré a refutar, ganándome un vistazo por su parte, precedido por una sonrisa ladina que me obligó a apartar la vista.
—¿Ah no? Entonces, ¿cómo?
Observé lejos de la ventana, al borrón verduzco de los árboles en la carretera que conducía fuera del pueblo. ¿Cómo lo veía? Se habría sorprendido si le dijera que ni una sola vez lo pensé soso, sino que incluso hasta los detalles en apariencia insignificantes de su persona me parecían una maravilla absoluta que estudiar, recorrer con los sentidos y alabar de la manera en que ya no se hacía con ningún dios. Que la forma en que hablaba, incluso cuando era de temas triviales como una banda de rock con miembros drogadictos me resultaba maravillosa. Podría escucharlo por días sin parar. Estuve complacido de saber algo que él no y quise que supiera eso. Así que volteé a encontrarme con él y le sonreí del mismo modo.
—Aburrido definitivamente no.
Se rio una vez más, dispuesto a entrar en mi juego.
Lo llevé fuera del pueblo, donde el bosque se alzaba frondoso, no circulaban tantos autos y cuya extensión era recorrida por decenas de ardillas y alguno que otro mapache. No obstante, no quería conducirlo al bosque, sino a lo que había al cruzar el mismo. No parecía muy seguro de a dónde le invitaba, aunque luego de estacionar el auto y bajar detrás de mí, me siguió sin objeciones por unos cuantos metros entre la vegetación hasta que los troncos comenzaron a escasear, el pasto se volvió más verde y el aroma a tierra mojada se envolvió a nuestro alrededor. Un par de metros por delante, se alzó entre nosotros un espejo refulgente y ondeante, enmarcado por los pocos lejanos edificios del pueblo y las montañas más allá.
—Es el lago Platte —Le dije, animándolo a acercarse conmigo hasta la orilla. Cuando estuvo a mi lado, señalé a la otra punta de la aglomeración de agua—. Allá es más concurrido, es donde se pone la feria durante las fiestas, un montón de gente va a beber, a pasar el rato, hacen fogatas y de vez en cuando algunos vienen a pescar. De este lado casi no se acercan.
—Es muy lindo —admitió, colocando las manos sobre su cadera mientras contemplaba un paisaje que a mí me fascinaba. Era casi el único que el pueblo ponía en sus postales—. ¿Te gusta mucho pasear por aquí?
—Solía hacerlo cuando estaba en preparatoria, con mis amigos y eso. Luego dejamos de venir. —Me encogí de hombros antes de invitarlo a que me siguiera. Avanzamos por la orilla y lo llevé hasta el muelle; una parte tenía la madera ya podrida, la otra aún se mantenía estable.
Me senté en el canto y me quité los zapatos y calcetas para poder dejar a mis pies colgar encima del agua. El tiempo no era el ideal, el verano estaba lejos y la brisa gélida del viento sobre las plantas cálidas me provocó un escalofrío, pero me gustaba la sensación. Me sentía más libre, de alguna forma.
Mich tomó asiento a mi lado, aunque a él no le preocupó la posibilidad de que se mojaran sus zapatos. Se echó hacia atrás y se recargó sobre sus brazos, ambos estábamos absortos en la bella manera en que la luz del sol era devuelta por el agua.
—¿Y por qué dejaron de venir? —cuestionó. Supuse que ahí comenzaba lo que él quería que hiciésemos: hablar—. ¿Fue cuando se graduaron?
Medité por un segundo la respuesta que iba a darle. Mi primer impulso fue mentirle y decirle que sí, que eso fue lo que sucedió, sin embargo, luego pensé, ¿por qué? Sin duda el tema me incomodaba un poco, tocarlo por encima a veces aún dolía, sin embargo, deseaba conocerlo. Y, aunque me aterraba, la idea de ser descubierto por él no me resultaba desagradable. Suspiré antes de hablar.
—No, poco antes. Quiero decir, sí, luego de graduarnos unos se fueron a estudiar a la universidad y los otros ya no seguimos hablando —admití—, dejamos de venir un par de meses antes. Tuvimos algunos problemas y nos distanciamos. Adoraba este sitio, pero venir por mi cuenta... no lo sé, me recordaba muchas cosas.
—¿Problemas? —tanteó, acercándose a las arenas movedizas como solo una persona de su edad podía hacerlo. La gente de la mía nunca se daba cuenta del momento en que dejaba de ser agradable y curioso para comenzar a ser un irreverente cansino.
—Me odiaban —resolví rápido, sin darme tiempo a pensar en mi respuesta. Si le daba vueltas, terminaría mintiéndole. Luego de un instante y como quien no quería la cosa, me encogí de hombros y añadí—. Y yo a ellos.
En ese momento dejó la cómoda pose que había adoptado y se enderezó a contemplarme. Sus codos se reposaron sobre sus muslos y un gesto de incomprensión le dibujó los contornos de la mirada, la manera en que su ceño se frunció le provocó una pequeña arruga en medio de las cejas. Ladeó la cabeza y aguardó durante un segundo, antes de que con su boca me dijese todo lo que yo ya había intuido en su silencio—. ¿Por qué te odiarían? No me hagas caso, pero pareces un chico muy tranquilo como para andar levantando odio por ahí.
«Me encantaría verme desde tus ojos», las palabras dichas por él resonaron dentro de mi cabeza como si fueran propias, aunque yo no era tan audaz para expresarlas con esa gracia suya. Sonreí, no obstante, me costó bastante que el gesto no se me transformara en una mueca. Pensé en la típica escena de las películas que veía en televisión, aquellas donde el amigo del protagonista, luego de un momento de peligro, festeja sabiendo que lo han logrado solo para bajar la mirada y darse cuenta de que le han apuñalado en el estómago en el momento más impensable. Supuse que parte de poder decir algo como eso y salir bien librado, era que la respuesta fuera mejor y no peor. Mich estaba consciente de que no era aburrido, sino que era un tipo genial, elocuente y muy agradable; por la forma en que la comisura de sus labios tiraba hacia arriba, seguro hasta conocía la manera en que le iba a llevar la contraria a fin de hacerle un cumplido. Por otro lado, decir que de hecho quizá si hubo razones de ser odiado no te dejaba tan bien parado.
Sus ojos me escudriñaban esperando por una respuesta. Me provocó mucho miedo pensar que tal vez yo le agradaba por esa impresión de mí, la de ser el chico más tranquilo del pueblo, sobre cuyo nombre intachable era imposible despotricar; no porque pensase que era bueno, sino que se sintiera asqueado de mí al darse cuenta de que no era así. Pasé saliva ante una garganta repentinamente seca y unas manos sudorosas incluso en el frío.
A pesar de todo, no estaba en posición de mentirle. Si iba a enterarse, mejor que lo hiciera pronto, pues yo jamás había sido bueno ocultando mi naturaleza por mucho tiempo.
—Digamos que yo salía con un chico... —comencé, procurando mostrarme lo más sereno posible ante el tema. Esperaba que no se diera cuenta de la manera en que con el dedo índice rascaba y una vez el costado de mi pulgar hasta arrancar la piel y dejar la carne al rojo vivo—, ambos estábamos en el mismo grupo de amigos, claro. No se los dijimos, porque, pues... —Le hice un gesto, dando por entendido lo que trataba de decir y Mich asintió con la cabeza—. El caso es que igual se enteraron. No es como que hayan sido violentos, en lo absoluto, pero comenzaron a hablar; y entre alguien que le dijo a otro alguien, el rumor terminó llegando a sus padres.
Rehuí a su mirada, pues requería de toda la concentración del mundo para no echarme a llorar. Yo jamás hablé al respecto con nadie, el único con quien pudo haber sucedido fue Evan y nunca tuvimos la oportunidad. De alguna manera era una piedra que llevaba años atascada en mi pecho, extraerla era tan doloroso como fue descubrirla por primera vez. Miré el agua, esperando que mis ojos no se cristalizaran ni se me quebrara la voz.
—Su papá ya es un hombre grande, fue soldado, estuvo en Vietnam y todo. Imaginarás las ideas que tenía, lo severo que era con él. —Medí muy bien mi respiración, cada una más profunda que la anterior en busca de mantener la calma. A mi lado, por el rabillo del ojo, podía ver cómo él permanecía muy quieto, dándome toda su atención—. Cuando se enteró le dio una golpiza que casi lo mata, estuvo semanas en el hospital; en cuanto le dieron el alta se lo llevó a uno de esos campamentos de conversión. No lo vimos en casi un año y cuando regresó estaba... cambiado.
»Creo que ellos pensaron que era mi culpa lo que le pasó, de cierto modo pienso que sí lo es. Sé que les dolió mucho verlo así, y, al mismo tiempo, me imagino que tenían miedo de que a ellos les fuera a suceder algo parecido si se juntaban conmigo, así que dejaron de hacerlo. Los entiendo, pero aunque tratamos de superarlo, no pudimos.
Me encogí de hombros como si no hubiera nada que hacer al respecto, también como si la historia acabase ahí. La verdad es que el resto se me atoraba en la garganta aún peor que lo ya dicho. No pude contarle de aquel día que por fin volvió a la escuela, lo que supuso contemplarlo al otro lado del pasillo bajo la luz fría con el aspecto más demacrado que puede tener un ser humano antes de ser un cadáver. Con tantos kilos menos que sus pómulos marcados ya no eran hermosos ángulos en un rostro tallado, sino navajas listas para apuñalar a quien las mirase más de dos segundos. La forma en que se me apretó el estómago al ver su cráneo rapado, cuando él siempre habló de adorar su cabello largo. Los ojos muertos y la cabeza gacha, como la derrota que solo puede perseguir a un muchacho que se ha resistido hasta que incluso esa resistencia le ha suplicado doblegarse por piedad.
Por supuesto, ni siquiera se me pasó por la cabeza explayar aquel momento en que reuní el valor suficiente para acercarme a él luego de que terminaran las clases, porque conocía el atajo en el bosque que llevaba hasta su casa y que no se transitaba por nadie más, pues ahí los osos abundaban. Traté de hacerlo antes, en clases, sin embargo, su mirada parecía intuir mis intenciones pues me advertía desde la distancia la mala idea que eso representaba. Entonces me acerqué muy cauteloso, le pregunté por su estado de salud, le dije que estuve muy preocupado por él y lo había extrañado un mundo entero. ¿Cómo iba a explicarle a Mich que Evan ni siquiera llegó a responderme? Se abalanzó sobre mí y en lugar de tener sus labios me dio sus manos en el cuello. Bailé al filo de la muerte muchas veces, pero ninguna me asustó jamás tanto como lo hizo ver sus iris arder en furia, el desprecio más profundo, una ira que solo podía saciarse con sangre.
Tenía muchos malos recuerdos, verlo incapaz de dejar de llorar, de gruñir, de ahorcarme y forcejear conmigo como un animal ocupaba un puesto muy alto en el podio. Recordaba la forma en que con los dientes apretados me bramó que su vida estaba arruinada por mi culpa y que me odiaba. Era claro en mi memoria el instante en que dejé de forcejear contra su cuerpo, que pese a ahora ser más delgado que el mío, tenía la fuerza de un toro. "No hay manera de tirar a un loco", solía decir mi padre cuando yo aún era muy pequeño, aunque yo lo entendí en ese momento. Si Evan no estaba loco, algo en su mente estaba irremediablemente trastornado; no se inmutó ante mis rodillas en sus costillas ni mis uñas en sus brazos. Continuó hasta que la visión se me tiñó de negro y me dejé llevar en la certeza de que estaba muriendo sobre la nieve.
Si sobreviví fue nada más por el momento de lucidez que le cruzó la mente al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Se apartó de mí, horrorizado de la cosa en la que se convirtió casi tanto como de la cosa que yo era. Pese a todo, el odio no desapareció. «Si te vuelvas a acercar a mí, te mato»; tras esas palabras salió corriendo y se perdió entre los árboles. No me volví a aproximar, aunque tampoco dejé de querer hacerlo por mucho tiempo. La idea de la muerte me seducía siempre que me descuidaba un poco y la fantasía de ser asesinado por él me consolaba más que tomar la iniciativa de hacerlo yo mismo.
—Carajo. —No sabía qué esperaba que me dijese, aunque estaba seguro de que esa respuesta me habría molestado de haber venido de cualquier otro ser humano. Él lo dijo de tal modo que yo comprendí que no existía mucho más que decir cuando alguien te contaba una historia de ese tipo, de hecho, su mirada me habló como si hubiese escuchado en mis pensamientos el resto del relato—. Yo... bueno, primero que nada, lo siento mucho; pero yo no creo que tú hayas tenido la culpa de lo que le sucedió.
—Está bien. —Le quité importancia encogiéndome de hombros—. Igual ya pasó mucho tiempo, está superado.
Superar era una palabra un tanto extraña que yo llevaba años encontrando la manera de descifrar. ¿Cuándo se "superaba" algo? Aunque tomó bastante, hacía ya un buen rato que no tenía pesadillas con el suceso; ya no lloraba por la noche al recordarlo. Ni siquiera creía seguir echando de menos a Evan, ahora era en mi memoria un borrón extraño, la silueta de un recuerdo que no estaba muy seguro de que fuera real, como un sueño demasiado vívido. Aunque continuaba doliendo de algún modo, escuchar su nombre tambaleaba la frágil estructura de mi estabilidad, pero no por las ganas de salir corriendo, encontrarlo y darle un beso. Sino como el escalofrío bajando por la espalda ante un terrible presagio. Me gustaba pensar que estaba en el pasado, que el nudo en mi garganta era solo una memoria.
—¿Y qué pasó después? —indagó acercándose un poco más, tal vez para reconocer mejor las emociones en mis iris.
—Nada. No volvimos a hablar, cada quién se fue por su lado. Aunque algunos viven en el pueblo, no nos topamos otra vez; sigo viendo a uno de ellos nada más. —Algo abrumado de haberle revelado tanto en tan poco, deseando que cambiáramos de tema lo más pronto posible, forcé mi mejor sonrisa antes de hacerle un breve gesto con el mentón—. Pero yo ya te dije una historia, ahora tú deberías contarme una para que estemos a mano.
Tampoco deseaba que mi pasado manchara su buen humor y una tarde que pretendía ser nuestra, no de los muertos. Mich pareció muy contento con la idea, pues me sonrió del mismo modo y me cuestionó qué quería que me contara. Sin estar muy seguro sobre qué deseaba conocer de él, le pregunté por qué teniendo la oportunidad de ir a ser profesor a alguna ciudad bonita, eligió aquel pequeño pueblo para pasar sus días.
—¿Quieres la versión corta o la larga? —Él conocía mi respuesta antes de que la dijera, así que no tuve que hablar. Le lancé una sola mirada de obviedad que le hizo reír, al tiempo que levantaba sus manos como expresando "de acuerdo, está bien"—. La vez pasada te conté sobre mi familia y su negocio de las cabañas, ¿recuerdas?
Asentí.
Procedió entonces a relatarme que de hecho no vivió siempre ahí, o al menos no a tiempo completo. Su familia se dividía entre las cabañas durante las vacaciones y la vida de metrópolis el resto del año; era esa la razón por la que todo él tenía un aire citadino que desencajaba por completo con el pueblo. Esa confianza, la sonrisa ladina, la sensación de audacia que solo podía transmitir alguien que vivía donde los sucesos extraordinarios ocurrían a diario. En su segundo hogar, me dijo, no había muchas oportunidades de ejercer su profesión; los niños escaseaban, con las décadas el lugar se fue convirtiendo en la residencia vacacional de parejas mayores y familias cuyas existencias radicaban en lugares muy distintos. Nunca fue una opción. La ciudad, por otro lado, sí que tenía salidas por montón.
—¿Y por qué no te quedaste ahí?
Su sonrisa mermó en una expresión tintada por un cáliz distinto. Bajó la cabeza y su mirada recorrió las vetas de la vieja madera del muelle mientras se decidía a encontrar las palabras adecuadas para hablar, supuse que yo tuve la exacta misma expresión antes de comenzar a soltar a borbotones mi pasado. Aquella debía ser la representación contemporánea de un hombre despojándose poco a poco de su armadura, dejándola caer en el barro, arrodillándose sobre la hierba cerca para mirar desde esa posición de vulnerabilidad a su interlocutor, que en esa ocasión resultaba ser yo, antes de decir "esto es lo que soy, puedes juzgarme, espero que no seas duro al hacerlo".
Contemplé los reflejos del agua iluminar su rostro como si se tratara de la escena más preciosa del vitral de Sainte-Chapelle. Lo escuché hablar de su vida como si me contara mi nueva historia universal.
¡Buenas! No es sábado, ya es domingo, pero sigue siendo fin de semana así que seguimos con la racha de publicación. Espero que el capítulo les haya gustado, repito que sus comentarios me hacen el día, son una de las mejores partes de publicar. <3
¿Ustedes tienen lugarcitos seguros? Ese a donde van a pasar el rato y no llevarían a cualquiera, si sí, ¿qué sitio es? El mío es mi habitación, ni siquiera me gusta que mi familia esté mucho ahí JAJAJA si te dejo entrar es que te tengo toda la confianza del universo. Ya fuera de eso, ¿cuál creen que sea la razón por la que Mich haya acabado ahí? ¿Qué opinan sobre la historia de Illy? Los leo <3
Los amo, espero que tengan un lindo inicio de semana, nos leemos el próximo fin. <3
Xx, Anna.
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