Prólogo
🌊7 de Junio de 2024, Kihei, Hawaii.🌊
Apenas pasados diez segundos de las doce, el teléfono de mi habitación suena y me apresuro a contestar para así no despertar a media isla. Extiendo el cable todo lo que es posible y me subo encima de la cama conteniendo el aire en busca de no soltar accidentalmente algún grito de emoción.
—¡Feliz cumpleaños, Nhoa! —La voz de Sommer al otro lado de la línea hace que una corriente de felicidad recorra mi cuerpo—. ¿Estás lista para montar tu primera ola con diecinueve?
Me dejo caer de espaldas en el colchón apretando los labios en una sonrisa.
—¿Te espero temprano junto a la playa?
Sonrío ampliamente solo de imaginarlo.
Mi mejor amiga y el océano, no se me ocurre un mejor plan para mi cumpleaños.
—¿Por qué esperar hasta mañana? —A pesar de no estarla viendo, sé que tiene una sonrisa ladina dibujada en el rostro—. Vamos ahora. Te doy diez minutos para que bajes a la orilla.
—No sé. —Suelto un suspiro—. Ya estaba por dormir y mañana tenemos turno temprano.
—No seas aguafiestas —arrastra las palabras—. ¡Es tu cumpleaños, idiota! ¡Levanta el culo y vamos a por las primeras olas del día! ¡No puedes dejar que un turista idiota te las robe!
Vuelvo a suspirar y finalmente accedo.
—Te veo en diez minutos.
La escucho chillar al otro lado de la línea antes de colgar el teléfono. Bajo de mi cama casi que de un salto, me pongo mi traje térmico a tiempo récord y tomo mis ojotas en una mano. Contemplo la toalla encima de la silla de mi escritorio y niego con la cabeza; el viento tendrá tiempo de secarme mientras regrese a casa.
Abro la puerta de mi habitación con extremo cuidado y lentitud para no correr el riesgo de que rechine y pueda despertar a mis padres. Bajo las escaleras pie por pie y, una vez estoy fuera de la casa, suelto un suspiro de alivio. Me cuesta más de lo normal descolgar la tabla de su agarradera en el techo del porche, pero cuando lo consigo sonrío victoriosa y me encamino por el vecindario colina abajo.
Nada más asomar en el claro de la playa, mis ojos dan con Sommer y su tabla a pocos metros de la orilla. Veo su sombra voltearse hacia mí y alzo mi brazo en el aire para saludarla.
—¡Me estoy haciendo vieja esperándote! —grita y yo carcajeo.
Deja caer su tabla a un lado de ella y corre hacia mí. No me da tiempo a reaccionar y me embiste con su cuerpo haciendo que caiga de espaldas en la arena e inevitablemente suelte un quejido de dolor.
—¡Feliz cumpleaños! ¡Feliz cumpleaños! ¡Feliz cumpleaños! —repite, dándome besos en todo el rostro—. ¡Feliz cumpleaños, Ainhoa!
Nos miramos fijamente a los ojos, la rodeo con mis brazos en un abrazo y cuando comienza a hacerme cosquillas a ambos lados del abdomen me veo obligada a apartarla de mí.
—Te reto a agarrar la más monstruosa que venga —dice, mientras se acerca a su tabla para levantarla.
—No me da miedo el océano.
Me encojo de hombros.
—Deberías. —Señala la playa con su cabeza—. Está horrible.
—Eso lo hace más divertido.
—¡La última está enamorada del viejo Davis!
Se echa a correr por la playa luchando con su tabla. La imito, pero claramente a menor velocidad; odio ser siempre la que está enamorada del viejo Davis, un isleño nativo que odia a todos aquellos que residen en la isla sin serlo, pero es lo que me toca por ser la más lenta y también por tener una tabla que parece haber sido hecha con el metal más pesado del mundo y no con madera.
La veo meterse en el agua sin más y al segundo siguiente saca su cabeza fuera de la superficie gritando que está demasiado fría. Camino ganando terreno dentro de la playa con mi tabla flotando a mi lado, una vez la profundidad es suficiente como para sumergirme, me zambullo sin pensarlo dos veces y dejo que mi cuerpo se acostumbre a la temperatura del agua antes de volver a la superficie.
El frío es psicológico, todo está en la mente.
—¡Hay que ir más adentro! —grita ella y asiento con la cabeza a pesar de que no vaya a verme.
La luz de la Luna es suficiente para ubicarnos en el espacio, pero no tanto como para dejarnos saber exactamente lo que hace la otra, así que nos movemos a puro instinto.
—¡La cumpleañera va primero! —grita y yo suelto un grito eufórico en respuesta.
Recuesto mi pecho sobre la tabla para poder bracear algunos metros más y alejarme a la espera de una buena ola. Algunos minutos después la veo; es gigante, hermosa, y como dijo Sommer, monstruosa.
Es la ola, de esas que no cualquiera puede dominar.
El reto perfecto para comenzar mis diecinueve años con el pie derecho.
—¡Es muy grande, Ainhoa! —Sommer hace ademanes con sus brazos—. ¡Déjala!
—¡Es mía! —grito, contemplando la ola con una mirada feroz.
No le temo.
Vuelvo a bracear, ahora enfrentándome a la ola. Calculo mis movimientos y continúo braceando hasta que la ola me alcanza y llega el momento de finalmente ponerme de pie, dominarla y con todo el ímpetu del mundo poder decir que es mía.
Durante un milisegundo temo que mis cálculos hayan sido erróneos, pero cuando me pongo de pie y siento el agua arrastrando la tabla a la cima, no tengo dudas de que fueron movimientos perfectos.
Dignos de competencia.
Dignos de admiración.
Escucho los gritos de celebración que suelta Sommer a la distancia y alzo mi puño en el aire para acompañar su festejo. Me dejo tragar por la ola, arrastrar por el océano y al regresar a la superficie vuelvo a gritar.
—¡Esa hija de puta es mía! —digo antes de soltar otro grito eufórico.
—¡Ahora es mi turno!
Sommer bracea hasta alejarse unos cuantos metros desde donde estamos, más de los necesarios. Ambas contemplamos el mar en espera de la ola perfecta, una igual o peor que la que acabo de montar.
Aguardamos durante lo que parece ser una eternidad hasta que a lo lejos, en el horizonte, aparece un monstruo hecho de agua. Sommer se voltea hacia mí y con un grito me hace saber lo que para mí ya era obvio, irá a por esa.
—¡Cómetela entera! —El viento y el sonido del océano seguramente harán imposible que escuche mis palabras, pero no importa.
Sigo alentándola con gritos y aplausos. Veo como bracea hasta dejarse alcanzar por la ola, se pone de pie mientras el agua la remonta hacia arriba, salta y al hacerlo la tabla queda suspendida en el aire, lo único que impide que la ola se la coma es la fina cuerda que la ata al tobillo de Sommer.
Carcajeo porque no ha podido dominarla. Me burlo y vuelvo a reír en espera de que salga a la superficie bufando como cada vez que el océano le demuestra que es él quien manda.
—¡Sommer! —grito, todavía riendo.
Sin embargo, con cada segundo que pasa, mi euforia disminuye y el miedo comienza a apoderarse de mí.
—¡Sommer! —grito otra vez sin obtener respuesta.
Ni bien veo su tabla asomar en la superficie me deshago de la mía y comienzo a nadar en su dirección. Sigo gritando su nombre, pero no hay caso. Mi corazón late más rápido que nunca en mi vida. Vuelvo a gritar su nombre, lo hago una y otra vez, y del otro lado no recibo nada.
Tomo su tabla y al notar que la cuerda está rota, la desesperación me consume.
—¡Sommer!
A la distancia diviso una mancha oscura en el agua y no dudo en nadar hacia allí arrastrando la tabla conmigo. Mi corazón no aminora su marcha al darme cuenta de que es ella, al contrario, parece estar a punto de romperme las costillas. Tomo a Sommer en mis brazos y como puedo consigo subirla a la tabla. Mis piernas arden, me duelen los brazos y me cuesta respirar, pero ignoro absolutamente todo y hago hasta lo imposible por llegar a la orilla.
Sommer no respira, lo sé.
Está inconsciente, lo sé.
Necesito sacarla del agua cuanto antes, lo sé.
No respira. Su corazón no está latiendo. No respira.
Las decenas de veces que vi a mi padre practicar RCP en la playa llegan a mi mente y de rodillas junto a Sommer doy inicio a la maniobra. Intento estimular su corazón, intento hacerla respirar, intento hasta lo que no sé, pero no hay caso.
No respira.
Su corazón no late.
Sus ojos no se abren.
Grito en pedido de ayuda. Grito porque ya no sé qué más hacer. Grito y mantengo la maniobra en marcha a la espera de alguna señal.
Pero no hay nada.
No respira.
Su corazón no late.
Sus ojos no se abren.
Veo las luces de la cabaña del viejo Davis encenderse, lo veo salir de su casa con una bata enorme envolviendo su cuerpo. Grito otra vez. Corre hacia nosotras y en cuanto se da cuenta de lo que sucede regresa a su casa.
Mis manos siguen sobre el pecho de Sommer intentando reanimarla. Mis labios se posan sobre los suyos e intento hacerle llegar aire a sus pulmones. Necesita expulsar toda el agua que tiene dentro. Necesita respirar antes de que sea demasiado tarde.
—¡Ya vienen! —dice el señor Davis a mis espaldas—. Aléjate, niña, la ayuda ya viene.
Continúo con la maniobra. Tiene que respirar, tiene que mirarme, su corazón tiene que latir.
El sonido de las sirenas a la distancia se hace presente y mi corazón parece sentirse aliviado, pero no aminora su ritmo.
Es como si quisiera latir por las dos.
Como si estuviera dispuesto a mantenernos vivas a ambas sin importarle nada más.
—¡Aléjate, niña! —repite Davis, apartándome por los hombros.
Grito, grito con todas mis fuerzas. No puede alejarme, si detengo la maniobra no funcionará.
Debo seguir estimulando su corazón, tiene que latir.
Tiene que respirar.
La ambulancia se detiene en el camino frondoso, justo donde comienza la arena, los paramédicos bajan de ella con una camilla y corren hacia nosotros en medio de la oscuridad.
Me aparto negando con la cabeza mientras los veo subir a Sommer a la camilla y hacer lo mismo que llevo haciendo los últimos minutos. Mis pies caminan hacia atrás, mi cabeza sigue negando, mi corazón martillea con fuerza mi pecho.
Uno de los paramédicos, el chico que parece ser más joven, abandona el pecho de Sommer y le echa una ojeada a su reloj.
—Hora de la muerte, doce cuarenta y ocho —dice, mirando al otro paramédico—. No hay nada más que hacer aquí.
—¡Tienen que hacer algo! —grito, intentando volver junto a ella.
Davis me detiene rodeándome con sus brazos, pataleo y lo hago con todas mis fuerzas, pero no consigo librarme de él. Les dice que se la lleven, que él se hará cargo de mí, lo dice con autoridad, como si tuviera derecho. Grito mientras veo a los paramédicos llevarse el cuerpo de Sommer en la camilla, grito aún más fuerte mientras la ambulancia se aleja totalmente fuera de mi alcance.
—Ya está, ya se la llevaron —dice el viejo Davis.
Solo entonces sus brazos me liberan, caigo de rodillas en la arena y dejo que mis lágrimas se mezclen con ella.
Sommer no respira, ya no más.
Su corazón no late, ni va a latir.
Sus ojos ya no van a mirarme.
Sommer ya no está.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro