7. Turista.
Al regresar de las duchas, le pido a las chicas que se sienten en alguna de las mesas y camino hacia Kai. No es idea mía, está claro que lleva evitándome la mañana entera y creo saber por qué.
Lo saludo, todavía estando a la distancia, pero me ignora y enseguida se pone a acomodar la fruta que llegó del mercado hace algunas horas.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto, apoyando mis brazos en la barra.
—Tranquila, puedo solo. —Sonríe y vuelve a voltearse hacia el cajón de frutas.
—¿Te pasa algo? —Es en vano dar más vueltas.
—No. —Ni siquiera me mira.
—¿Entonces por qué has actuado así toda la mañana? —Alzo las cejas.
—¿Así cómo? —Se voltea hacia mí y me contempla con expresión seria—. No he actuado de ninguna forma...
—Devon me dijo que fuiste tú quien le contó lo de Sommer. —Me contempla en silencio—. No estoy enfadada, Kai, al contrario.
—¿En serio? —Frunce el ceño—. Creí que ibas a molestarte, así que sí, te estaba evitando para retrasar el momento...
Rodeo la barra y lo abrazo.
—Gracias.
Su mano soba mi espalda y cierro los ojos.
—¿Gracias por qué?
—Se sintió bien hablar sobre ella. —Sonrío—. Hablar con desconocidos hace que nada se torne sentimental y la mente pueda pensar con claridad.
—¿Hablaron con él sobre lo de esa noche? —Agranda los ojos.
—Más o menos. —Más bien él habló y yo respondí a sus preguntas—. Pero ahora sé que cada vez que quiera hablar sobre Sommer puedo acudir a él.
—Sabes que también puedes venir a mí. —Ahora es él quien me abraza y yo sonrío—. No sé por qué nunca lo has hecho.
—Porque tú también eras su amigo y no quiero abrir heridas que ya parecen haber curado.
Un silbido llama la atención de ambos y volteamos rápidamente hacia la puerta. Devon alza la mano y luego hace una seña con la cabeza hacia los chicos que lo acompañan camino afuera.
—Debo irme. —Vuelvo a sonreír—. Gracias, otra vez.
Corro para alcanzar a Devon que ya está parado junto a la palmera de siempre. Entregamos a cada uno de los chicos a sus tutores y permanecemos de pie unos cuantos minutos más hasta que la entrada finalmente está libre.
—¿En dónde solían surfear Sommer y tú? —pregunta mientras caminamos hacia los vestuarios.
—En la playa que fuimos el sábado —suspiro, abriendo mi locker—. Tiene las mejores olas y en la noche se convierte en una bestia indomable.
—Si le das esa fama haces que quiera ir a media noche y probar suerte. —Sonríe de lado.
—Si lo haces no olvides dejar algo grabándote. —Cuelgo mi bolso en mi hombro—. Quiero ver los revolcones que te darán las olas.
—Soy bueno, Ainhoa. —Clava sus ojos en los míos—. ¿Qué no me viste el sábado? Hasta Kenau se asombró...
—Eso es porque no están acostumbrados a interactuar con la gente que viene de afuera y... —Alzo las manos a la altura de mi pecho enseñándole las palmas—, generalmente suelen ser todos novatos, solo están sorprendidos de que en realidad sepas del deporte y no solo te hayas lanzado por la anécdota.
—Estar aquí es parte de la anécdota. —Arruga la nariz—. El día que tenga nietos no dudaré en contarles una y otra vez como sobreviví meses sin celular ni acceso a internet.
—¿Cómo llevas eso? —Sé que para alguien que está acostumbrado a esos lujos, perderlos de un día para el otro es difícil, pero tampoco es algo que vaya a matarlo.
—Pasé todo el domingo considerando ir a tu casa y pedirte prestado un libro. —Rueda los ojos—. Imagínate cómo lo llevo.
—En cuatro meses acabará el verano y al regresar a Canadá tendrás todos tus privilegios otra vez. —Me encojo de hombros restándole importancia—. Disfruta de lo que puede ofrecerte la isla.
—Todavía no descubro qué es eso que tiene para ofrecerme. —Aprieta los labios.
—Eso es porque no sabes buscar...
—Enséñame. —Se detiene frente a mí y vuelve a clavar sus ojos en los míos.
El verde de su iris se vuelve más intenso conforme su pupila se dilata. Veo el reto en ellos y, sin miedo a nada, lo acepto.
—¿Qué harás el domingo?
—¿Qué tienes en mente? —Una sonrisa ladina se forma en sus labios.
—Se me ocurren algunas cosas. —Me encojo de hombros—. Ya te enterarás, turista.
—¿Lo has usado de manera despectiva? —Abre la boca a la vez que entorna los ojos.
—Puede ser. —Vuelvo a encogerme de hombros.
Esquivo su cuerpo y sigo mi camino hacia la salida. Dos segundos después lo tengo caminando junto a mí mientras cuelga su mochila en su hombro.
—Sabes, Ikaia me pidió que le comprara algunas cosas en el mercado de Nahele así que ya debería marcharme... Adiós, Ainhoa...
—Tengo que comprar algunas cosas también, si me esperas voy contigo... Nada más deja que me despida de Kai.
Antes de que pueda decir algo, me aparto de él y dirijo mis pasos hacia la barra. Kai sonríe al ver que me acerco y alza su mano a la altura de su pecho para saludar a Devon que aguarda en la distancia.
—Ya nos vamos —digo y me estiro por encima de la barra para darle un beso en la mejilla—. Nos vemos el jueves...
—De hecho... —Deja el vaso que estaba secando encima de la barra y me contempla—. ¿Puedo pasar por tu casa más tarde? Mis padres irán a comer a casa de unos amigos y no tengo ganas de ir con ellos, pero tampoco tengo excusa para quedarme solo en casa.
—Claro. —Asiento repetidamente con la cabeza.
Vuelvo a darle otro beso en la mejilla y desando el camino hasta Devon.
—Ikaia me dio una lista eterna. —Devon suspira—. ¿Qué mierda es hala kahiki?
Río soltando aire por mi nariz.
—Es piña, ¿celebrarán algo?
—Solo verán a unos viejos amigos, pero han comprado un montón de comida. —Se encoge de hombros—. No entiendo por qué tanto alboroto.
—Es costumbre, si invitas a alguien a tu casa tienes que ofrecerle lo mejor de lo mejor. —Subo y bajo las cejas—. ¿Quiénes son los amigos?
—Adelyn dijo algo sobre la familia Morris. —Arruga el ceño—. Makana y Noliea o algo así.
Sonrío porque sé exactamente quienes son.
—Son los padres de Kai, supongo que también irá su hermana, Mahira.
—No sé. No pensaba presentarme, así que no quise mostrarme muy interesado o mi tía comenzaría a insistir en que estuviera, pero ahora que sé que Kai irá quizá baje a comer y fingir que también estoy molesto por el turismo.
—Kai no irá. —Niego con la cabeza—. Vendrá a casa para evitar la comida.
—Supongo que entonces volveré a mi plan original de quedarme en mi habitación hasta que se marchen...
—O puedes venir a mi casa. —Sonrío de lado—. Veremos una película o algo que ayude a matar el tiempo.
—Voy a pensarlo. —Me regresa la sonrisa—. Y en caso que me decida a ir te haré señales de humo.
—O puedes llamar. —Me encojo de hombros—. Si tienes suerte la línea telefónica funcionará.
—El teléfono de Ikaia es un aparato viejísimo, creo que hasta los dinosaurios habrían dejado de usarlo hace rato, necesito más que suerte para hacer que funcione. Intentaré desde el mío antes de rendirme a ese.
Me adelanto a la entrada del mercado y antes de cruzar por la puerta doy un giro para verlo a los ojos. Intercambiamos sonrisas y finalmente nos metemos en el mercado. Nalu nos saluda e indica el lugar donde ha movido las canastas de la compra para que podamos encontrarlos con facilidad. Mientras caminamos por las góndolas recuerdo que aún tengo las cestas que nos prestó el otro día, creo haberlas dejado en la cocina, pero ahora mismo no estoy completamente segura.
—¿Qué tienes que comprar tú? —pregunta sacando un pequeño papel del bolsillo de su mochila.
—Porquerías. —Me encojo de hombros—. Un poco de chocolate, algunas hierbas para Ainakea y medicamentos que hacen falta en casa.
—¿Estás enferma? —Niego con la cabeza—. ¿Qué mierda es mai'a?
—Banana, plátano, la fruta de cáscara amarilla que crece en los árboles, no sé cómo la conoces tú.
—No entiendo por qué no escribió la nota en inglés.
—Dame eso. —Le quito la nota de las manos y tras leer cada punto le paso mi cesta vacía y me pongo a caminar de un lado la otro del mercado en busca de todo.
Cinco minutos después estamos en la caja viendo a Nalu pasar los productos por el escáner.
—¿Qué te ha parecido la isla, muchacho? —le pregunta ella y él suspira.
—Creo que lo único malo de este lugar es que no ha llovido mucho y yo amo los días lluviosos. —Arruga la nariz—. El resto es perfecto, la gente es muy amable y las vistas son hermosas.
—Cuando viva su primer temporal no querrá ni acercarse a zonas con alta probabilidades de lluvia —dice Nalu, mirándome a mí como si Devon no estuviera presente—. Y en cuanto a lo de amables, tenemos días en los que ni Dios nos soporta, así que no te acostumbres.
Devon sonríe mientras comienza a meter dentro de su mochila las cosas que Nalu le va pasando. Paga su parte de la compra y aguarda al lado del mostrador a que Nalu acabe con mis cosas.
—Hasta pronto, chicos —se despide Nalu.
—Nos vemos —digo yo y Devon le vuelve a sonreír.
Apenas salir del mercado, abro una barrita de chocolate y le ofrezco, pero él niega con la cabeza y pone cara de asco.
—Hay algo que no me quedó claro el otro día —dice y yo subo y bajo las cejas esperando a que suelte alguna pregunta—. ¿Tú también competías con el surf así como Kenau?
Niego con la cabeza.
—Solo entré a una competencia cuando tenía trece, gané y no volví a hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque mis padres siempre estaban fuera en los plazos de inscripciones y el abuelo nunca quiso darme su autorización por si llegaba a pasarme algo malo... Cuando pasó lo de Sommer ambas estábamos inscriptas en la competencia de Hookipa Beach, que es un evento enorme, pero bueno... Ninguna de las dos llegó a competir.
—¿Es en la que se presentará Kenau? —pregunta y yo asiento—. Iremos a verlo, ¿no?
—Ese es el plan. —Sonrío—. Tendrás que aprender a andar en bicicleta porque nos movemos en eso hasta allá.
—Por suerte aprendí a manejar un auto a los dieciséis.
—Los turistas contaminan, nosotros no. No iremos en auto.
—¿Ahora formo parte de un «nosotros»? —Frunce el ceño sonriendo y yo ruedo los ojos.
—Vas a quedarte cuatro meses, eso te hace menos turista. —Me encojo de hombros.
—Lo acepto, pero no termina de gustarme.
—Después de lo que haremos el domingo dejaré de llamarte turista y de hacer referencias a eso. —Sonrío de lado—. Es lo justo.
—Todavía no me has dicho qué tienes en mente...
—Tampoco vas a saberlo. —Niego con la cabeza—. Tendrás que esperar.
Viendo que nos aproximamos a la entrada a mi calle, me detengo y le doy un abrazo al que tarda en responder.
—Nos vemos luego.
—Iba a acompañarte hasta arriba. —Devon señala la colina.
—No haré que subas para luego tener que volver a bajar, es en vano —niego otra vez—. Ya tendrás que subir la colina luego cuando vengas.
—No sé qué te asegura que vendré. —Frunce el ceño a la vez que una sonrisa cruza sus labios.
—Nadie quiere quedarse aburrido en su casa. —Me encojo de hombros—. Menos teniendo un plan tan atractivo como juntarte con tus compañeros de trabajo favoritos.
—El señor Lau es mi favorito —dice y yo lo contemplo entornando los ojos.
El señor Lau lleva veinte años cocinando en el restaurante y cree que su antigüedad le da derechos por encima de los demás. Es arrogante, tosco y mal educado y si no fuera porque prepara los mejores platos de todo Kihei, estoy segura de que Kalea lo habría despedido ni bien el viejo Davis le dejó el restaurante a su cargo.
—Felicitaciones. —Aplaudo sarcásticamente—. Eres la primera persona en el mundo en utilizar esa frase.
—Pobre hombre. —Devon sonríe.
—Se ganó su fama. —Me encojo de hombros—. ¿Nos vemos más tarde?
—Espera mis señales de humo. —Vuelve a sonreír antes de darse vuelta y comenzar a desandar el camino.
Giro sobre mis pies y me dispongo a subir la colina. Al llegar a casa encuentro al abuelo con la sala completamente revuelta y la activa búsqueda de sus dientes postizos.
Nos tardamos más de lo normal en encontrarlos y cuando finalmente recuerda que los ha dejado dentro de la jabonera del baño, suelto un suspiro que va desde el alivio hasta la rabia.
—¿Ainakea no vendrá a almorzar? —pregunto, parada en el umbral de la puerta del baño mientras lo veo cepillar su dentadura.
—Su hija está de visita —explica, sin apartar la vista de sus dientes—. Mañana irán a la playa y el jueves vendrán a merendar. ¿Estarás en casa? Queremos que se conozcan.
Yo asiento con la cabeza.
—He pasado por el mercado de Nehele al salir del trabajo y le compré las hierbas que me pidió...Las tengo dentro de mi bolso.
—Mañana en la mañana iré a verla, se las llevaré. —Sonríe y sus labios se arrugan sobre sus encías—. Gracias, Ku'uipo.
—Los chicos vendrán esta noche. —Ladeo la cabeza—. ¿Está bien?
—¿Qué chicos? —Me mira con el ceño fruncido.
—Kai y Devon.
—Estarán en la sala, ¿no? —Alza una ceja—. No quiero chicos en tu habitación.
—Sí, abuelo. —Ruedo los ojos, divertida—. Nadie subirá a mi habitación, lo prometo.
Tengo la certeza de que fue mi padre quien le pidió que mantuviera a cualquier persona con un cromosoma Y en su ADN lejos de mi habitación.
—Bien, entonces está todo perfecto. —Se coloca ambas dentaduras y vuelve a sonreírme—. Si quieres puedo ir a casa de Alohi o Nguyen.
—No tienes que marcharte. —Niego con la cabeza—. Veremos una película o algo, puedes quedarte con nosotros si gustas.
—Prefiero dormir. —Se encoge de hombros—. ¿Almorzamos?
Se abre paso fuera del baño cruzando junto a mí que me mantengo en el umbral de la puerta mientras lo veo caminar por el pasillo.
—¿No vienes? —Me mira por encima de su hombro—. He preparado tu favorito, pescado a la plancha...
Sonrío antes de ponerme a caminar detrás de él. El pescado me aburrió hace meses, pero cada vez que almorzamos juntos finjo que me encanta porque eso lo hace sentir bien y su sonrisa lo vale.
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