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5. El mar hizo daño.

Parados bajo un umbral de flores vemos a Makoa y Hualli correr hacia nosotros. Devon ríe viéndolos luchar para cargar el cofre y cuando caen no contiene la carcajada que llevaba rato queriendo abandonar su garganta. Le golpeo suavemente el brazo, claramente reprendiéndolo, pero le importa poco y sigue partiéndose de la risa.

Palila aparece por uno de los senderos, los chicos notan su presencia y se ponen de pie a toda prisa para reanudar su carrera. Por más rápido que Palila intenta correr, ellos llegan primero al arco, que estaba funcionando como meta, y se coronan ganadores de la búsqueda del tesoro.

—¡En tu cara! —le grita Makoa, haciéndole burla a su hermana—. No voy a compartirte siquiera un solo maldito dulce.

—¡Tampoco quería! —Ella le saca la lengua y Devon la mira de reojo, pero no le dice nada, así que continúa.

—¡El juego ha terminado! —dice Devon por el megáfono y tras subir el volumen del sonido vuelve a repetir lo mismo.

Los chicos comienzan a aparecer desde todas partes y en menos de cinco minutos el lugar está lleno de niños otra vez. Desesperados buscan algo por beber y los dos nos convertimos en pulpos sirviendo vaso por vaso a una velocidad sobrehumana.

Lilo, la cocinera del hogar, los llama diciéndoles que tiene salchichas para darle y dos segundos después todos los chicos, sin excepción alguna, nos abandonan.

—Entre salchichas y jugo de frutas, prefiero el jugo. —Devon arruga la nariz—. Esos enanos no saben de lo que se están perdiendo.

Si fuera uno de ellos también correría en busca de las salchichas, así que no los juzgo.

Se sirve un vaso para sí mismo y lo acaba de un solo trago. Cuando se da cuenta de que lo estoy viendo, vuelve a llenar el vaso y lo extiende hacia mí.

—No quiero. —Niego con la cabeza—. Gracias.

—Tú te lo pierdes. —Se encoge de hombros—. ¿A qué hora iremos a surfear mañana?

—Temprano. —Aprieto los labios—. Nos juntamos eso de las ocho en la playa y pasamos el día entero ahí.

—¿Voy hasta tu casa y de ahí vamos juntos? —Sonríe de lado—. Todavía no he aprendido a ubicarme bien con los caminos.

—Como quieras. —Asiento—. Solo no golpees porque sino despertarás al abuelo y se pondrá a hacerte preguntas que no querrás responder.

—Entendido. No golpear, okey. ¿Entonces qué? ¿Te hago señales de humo?

Entorno los ojos

—Muy gracioso.

—¡Chicos! —nos grita Lilo parada en el umbral de la puerta del hogar—. ¿No van a querer salchichas?

—¡Ya vamos! —grita Devon en respuesta, poniendo su mano en mi espalda para que comience a caminar—. ¿Qué significa Waikiki?

Alzo la mirada en la dirección que apunta su cabeza. Ve el cartel encima de la puerta que pone «Hogar de huérfanos Waikiki» con el ceño fruncido y los ojos algo entornados.

—Agua chorreante, agua que brota, depende a qué idioma lo traduzcas. —Me encojo de hombros—. Antes tenía otro nombre, pero cuando Lokelani comenzó a dirigirlo lo cambiaron.

—¿Cómo aprendiste a hablar el idioma? —pregunta mientras caminamos por el largo pasillo que da al comedor.

—He vivido aquí siempre, Devon. —Ruedo los ojos porque es obvio—. Mis bisabuelos se mudaron aquí cuando mi abuelo era pequeño y desde entonces la familia ha seguido en la isla.

—Pero tu no tienes rasgos isleños. —Frunce el ceño.

—Mi abuelo conoció a mi abuela en un viaje fuera de la isla, mi madre conoció a mi padre de la misma forma...

—¿Tu abuela aún vive? —pregunta y yo asiento—. Nunca la he visto por aquí ni he oído hablar de ella.

—Se fue hace mucho tiempo, vive fuera y regresar a la isla a visitar no es de sus actividades favoritas.

Si el abuelo no viviera aquí, cuando mis padres decidieron meterse en el programa de médicos sin fronteras, yo tendría que haberme mudado con ella a Londres. También, sé que la principal razón por la que no regresa, siquiera a visitarnos, es porque el abuelo vive conmigo.

Al entrar al comedor, Iki corre hacia Devon y él lo alza en brazos dejando que le rodee el cuello en un abrazo. Camina hacia la mesa de los chicos y yo me dirijo a la de las chicas que me reciben con sonrisas. Comemos, bebemos, jugamos al juego de las sillas, a ponerle la nariz al delfín y para cuando el atardecer está llegando nos encontramos todos sentados en la arena.

Lokelani se pone de pie junto al arco de flores y comienza a hablar. Nos cuenta a historia del hogar sin saltearse una sola parte, agradece a todos quienes vinieron a la fiesta, nos agradece a nosotros y estoy segura de que eso es lo único que Devon logra entender de todo el discurso, porque me codea las costillas y sonríe.

—ʻO ka hope loa... —«Por último»—. Mai haʻalele kākou me ka ʻōlelo ʻole i kahi mea maikaʻi i ka mea e pili ana iā kākou... e mahalo i ka poʻe e hele pū ana me kākou i kēlā me kēia lā.

«No nos vayamos sin decirle algo bonito a la persona que tengamos al lado... seamos agradecidos con aquellos que nos acompañan día a día».

Miro a Lilo a mi lado, pero ella ya está hablando con el señor Domingo, así que vuelvo a voltearme hacia Devon y sonrío. ¿Cómo puedes decirle algo bonito a alguien que conociste hace cuatro días? Es que ni siquiera tengo algo que inventarme porque lo poco que lo conozco no me da nada a imaginar.

—¿Qué están haciendo todos? —pregunta él, frunciendo el ceño—. ¿Por qué se están hablando tan de cerca?

—Lokelani pidió que le digamos algo bonito a la persona que tenemos al lado...

—Ah, bien. —Asiente con la cabeza y sus ojos me recorren el rostro—. Me gusta mucho tus ojos... y también tu cabello.

Contemplo su rostro en busca de algo físico que llame mi atención y cuando doy con ello dejo que una sonrisa se forme en mis labios.

—A mi me gusta el lunar debajo de tu ojo. —Señalo su ojo derecho y él frunce el ceño—. El arito que llevas en la oreja también te queda bien.

Sonríe mientras yo giro mi rostro hacia Lokelani que sigue hablando. Media hora después nos encontramos nuevamente en el hogar despidiendo a las personas que vinieron y despidiéndonos, nosotros dos, de los chicos. Tras un abrazo eterno con Pua y Anela, me dirijo a la oficina de Lokelani para recoger mis cosas.

Tomo mi bolso y al voltearme hacia la puerta noto que Devon está ahí de pie, contemplándome con la cabeza algo ladeada, justo como miraba al cofre ayer en el baño.

—¿Te acompaño a casa? —Aunque lo es, no suena a pregunta.

—¿No vives como a un kilómetro de mi casa? —Lo mío no es pregunta, sé perfectamente donde queda la casa de Ikaia y, si bien está cerca de la playa, está lejos de mi colina.

—Quiero acompañarte. —Se encoge de hombros.

—Bien. —Imito su gesto restándole importancia.

Tomo su mochila y se la doy al cruzar junto a él. Nos despedimos de Lokelani que nos agradece, por vez número no sé cuánto, y promete compensárnoslo en algún momento. Saco mi chaqueta ni bien salir afuera y darme cuenta de que la brisa está más fría de lo que parece; solía pensar que el frío era psicológico cuando se trataba de la temperatura del océano, aún lo pienso, pero la temperatura en tierra cambia mucho y parece ser para peor.

—¿En serio te gusta el lunar? —pregunta Devon, completamente de la nada.

Me encojo de hombros.

—Sí, complementa tu rostro.

—Iba en serio lo de tu cabello y tus ojos —dice mientras lo miro de reojo—. Tienes una mirada muy bonita, Ainhoa, de esas que casi no se encuentran.

—Gracias. —Mi ceño se frunce y la nostalgia recorre mi cuerpo.

Mamá me lo dice cada vez que nos vemos, lo que no suele ser muy frecuente y por eso se convierte en algo especial.

—No es solo un cumplido. —Niega con la cabeza—. He pisado medio mundo y cuando creía haberlo visto todo...aparecieron tus ojos.

Bajo la cabeza, pero no por vergüenza, sino porque no sé qué responderle. Acaba de decir una de las cosas más bonitas que he escuchado en mucho tiempo y a mí lo único que se me ocurrió fue que su lunar complementaba su rostro, ¿me estoy escuchando?

—Si verdaderamente los ojos son el espejo del alma ha de ser muy bonito lo que tienes dentro...

—Créeme —río—. No hay nada aquí dentro.

—Permíteme dudarlo. —Alza las cejas.

—Duda todo lo que quieras. —Me encojo de hombros—. No me conoces, Devon, no sabes por lo que pasé.

—No, no te conozco, pero la gente habla y yo soy curioso.

—¿Te han hablado de Sommer? —Siento el nudo en mi garganta privándome del oxígeno.

Sé que lo sabe, me lo dijo al disculparse, pero no sé hasta dónde conoce la historia y eso me preocupa.

—De Sommer y de quién eras tú cuando ella todavía estaba aquí —Se detiene a mitad de la arena y toma mi mano—. No tienes que detener tu vida porque algo malo haya pasado, Ainhoa.

—No la detuve —suelto casi al instante—. Voy a fiestas, salgo, sonrío. Todo sigue igual. —Me encojo de hombros.

—¿Si todo sigue igual por qué no has vuelto al océano?

Safo mi mano de la suya y continúo caminando.

—¿Ves? —Da algunas zancadas hasta alcanzarme—. Tienes un futuro real con el surf... No lo abandones solo porque sí...

—Ambas teníamos un futuro con el surf. —No puedo sostenerle la mirada más de dos segundos—. En todos mis planes estaba Sommer... no tiene sentido sin ella.

—No tiene sentido porque tú no quieres dárselo. —Vuelve a tomar mi mano—. La vida no se acaba cuando perdemos a alguien que amamos.

No, sé que no se acaba, pero sí duele y a veces ese dolor se convierte en un freno que por más que quieras, te impide avanzar.

—Lo dices como si supieras lo que se siente. —Entorno los ojos—. El mar no te ha hecho el mismo daño que a mí, Devon. Sommer era, es, una de las personas más importantes para mí y me la arrebató en un solo segundo sin importarle absolutamente nada.

Sus ojos se fijan en los míos y tras unos segundos sonríe soltando aire por la nariz.

—No puedes vivir estancada en el pasado. —Niega suavemente con la cabeza—. No puedes cambiar lo que ya pasó... Hiciste todo lo que pudiste...

—Pero no fue suficiente.

—Sommer estaba muerta antes de que la sacaras del agua, Ainhoa, no había nada que pudieras hacer.

Suspiro y vuelvo a soltarme de su agarre para seguir caminando.

—¿Quién te contó? —pregunto al sentir que se acerca a mí.

—Kai —Apenas el nombre de mi mejor amigo abandona sus labios me siento traicionada.

¿Primero dice que debemos tenerlo lejos, que no hay que confiar en él por ser de afuera y luego va y le cuenta la historia más horrible de mi vida?

—Me dijo que no tienes problema con hablar de eso, pero sé que mentía. —Lo miro de reojo—. Me lo contó en los vestidores después de que te marcharas y me sentí un estúpido por decirte lo del cabello.

—Ya te disculpaste por eso —suspiro—. No me molesta hablar de Sommer, pero es raro hacerlo... Sus padres pidieron que no se la volviera a nombrar y la gente de aquí no lo ha hecho como si fuera una ley.

—Hay que sacar las cosas fuera si quieres dejarlas atrás —No paramos de caminar—. Conmigo puedes hablar de ella, no importa lo que quieran sus padres. Puedes hablar de lo que sea, Ainhoa.

—Gracias. —Vuelvo a bajar la mirada.

Después de que Sommer falleciera, traer su nombre a la mesa era traer lágrimas y dolor, así que dejé de intentarlo y me tragué todas las palabras que quería soltar, que mi garganta pedía a gritos decir. Me las guardé como si fueran un secreto, uno oscuro y peligroso que no debía compartir.

—Gracias, Devon.

Sonrío a la vez que me detengo y lo rodeo con mis brazos. Los suyos tardan en reaccionar, pero finalmente me rodean y el calor de su cuerpo parece tener la fuerza de fundirme a su pecho.

—Si alguna vez quieres hablar de algo, aquí estoy —digo y él sonríe.

—Es bueno tener una amiga que no esté a miles de millas de distancia. —Ensancha su sonrisa—. A Lola le caerías bien.

—¿Quién es Lola? —Frunzo el ceño.

—Mi mejor amiga. —Arruga la nariz—. La conocí en un campamento de verano en Australia como cuando tenía trece años, ambos éramos de Canadá así que seguimos viéndonos una vez el campamento acabó.

—¿Qué hacías con trece años en un campamento en Australia? —Niego con la cabeza—. ¿Cómo tus padres permitieron que fueras?

Los míos han querido constantemente sacarme de la isla, pero los de Sommer son todo lo contrario. Estoy segura de si el tiempo se los hubiera permitido la habrían aprisionado a algún árbol o algo por el estilo con tal de que no abandonara la isla.

—Mis padres comenzaron a odiarme y decidieron que lo mejor era que recorriera el mundo yendo a campamentos y haciendo voluntariados cuando tuve la edad mínima.

Río.

—Iba en serio la pregunta.

—Te respondí con la verdad. —Se encoge de hombros—. Llevo nueve años sin ver a mis padres, sé que están vivos porque a veces hablan con mi tía, pero nada más.

Me quedo en silencio y continúo así hasta que nos metemos en la colina que da a mi casa.

—Perdón —suelto y él me mira con el ceño fruncido—. No quería incomodarte hablando de eso.

—¿Hablé de Sommer y me metí en tu vida como si te conociera desde siempre y te preocupa haberme incomodado por hablar de mis padres?

—A todos nos duelen cosas diferentes. —Me encojo de hombros.

—Si estás buscando mi punto débil te advierto que mis padres no lo son.

Sonrío y ninguno de los dos vuelve a hablar sino hasta estar enfrente a mi casa.

—Nos vemos mañana, Ainhoa —dice él para después darme un beso en la mejilla.

—No llegues tarde y no...

—No golpearé —ríe—. Lo sé, practicaré las señales de humo, no te preocupes. Descansa.

—Hasta mañana, Devon. —Aprieto los labios—. Y gracias otra vez.

Guiña un ojo sonriendo y se da media vuelta para comenzar a desandar el camino hecho.

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