39. Dalia.
Sonrío al divisar a Pekelo y al grupo en la playa. Kai es el primero en notar que nos acercamos y nos saluda sacudiendo su brazo en lo alto. Saludamos a todos los de la ronda y luego Devon se posiciona entremedio de Pekelo y Kenau mientras yo me acomodo entre Leilani y Haoa.
—No sabes —dice Leilani, codeándome las costillas sin dejar de bailar—. Kokut se lució con esta fiesta.
Agranda los ojos y yo sonrío. Kokut se luce con todas sus fiestas, por eso es conocido entre los jóvenes a pesar de que ya esté rondando los treinta y cinco.
—Trajo a una chica desde Maui para que haga tatuajes. —Se voltea y señala algo a mis espaldas.
Al darme vuelta veo el cartel violeta neón sobre la barra donde se dan las bebidas y al lado de esta un estudio improvisado en una tienda de las clásicas que usamos como vestidores para las competencias de surf.
—¿Vas a tatuarte? —pregunto, frunciendo el ceño.
—¿Por qué crees que estoy bebiendo? —Me enseña su vaso casi vacío—. Es mi sexto trago.
—No creo que vaya a hacerte nada en la piel si estás borracha, Leilani. —Niego con la cabeza—. Es irresponsable...
—Ya hablé con Kokut sobre eso, estoy bebiendo para ganar coraje, pero estoy segura de que quiero hacerlo.
—¿Sabes qué te harás?
—Me haré un hibisco con trazos rojos —suelta emocionada.
—Ya le dije que es una locura. —Haoa agranda los ojos.
—A mi me parece bien. —Sonrío.
—¿Ves? Te lo dije... ¿Te parece bien? —Ahora parece que sus ojos estuvieran a punto de desorbitarse.
—De hecho, creo que también podría tatuarme algo...
—Están locas. —Haoa niega con la cabeza.
—¡Deberíamos tatuarnos todos! —grita Leilani, alzando ambos brazos en el aire—. Un tatuaje de amistad eterna o algo así. ¡Digan que sí!
El grupo entero comparte miradas. Kenau es el primero en asentir y Devon lo sigue.
Leilani da otro grito eufórico y sin esperar a nadie, se echa a correr hacia la carpa de tatuajes. Nos toma casi media hora decidir qué nos haremos; Haoa propone que sea una ola y Kenau una tabla, además del hibisco con el que Leilani insiste, pero todos vamos a por la opción de Pekelo: un coco.
De alguna forma, ir a tirar cocos a las colinas nos unió mucho antes de que creáramos la tradición de vernos cada sábado en la playa para surfear.
Leilani es la primera en sentarse para que la chica comience a trabajar en su piel. Apenas la chica acaba, ella lo contempla reflejando la parte trasera de su brazo en el espejo y luego le pide a Devon que le tome una foto con su celular.
—Iré a por más alcohol —chilla sin dejar de mirar su piel—. Ahora tendré que beber para olvidar que mi padre va a matarme cuando sepa que me hice esto.
Varios de nosotros negamos con la cabeza viéndola caminar hasta la barra. Pasamos de uno en uno, mismo tatuaje, mismo lugar. En todo ese tiempo Leilani no deja de beber. Pekelo y Devon intentan detenerla y hasta le dicen a Briar, el chico de la barra, que no le ponga más tragos, pero de alguna manera logra conseguirlos.
El último en sentarse es Devon.
—Ahora tenemos a Devon Space, el chico con más tatuajes de todo Kihei —lo presenta Leilani, señalándolo con la palma de su mano—. ¿Piensas tatuarte otra cosa además del coco?
Pone su vaso frente a la boca de Devon como si este fuera un micrófono.
—No —suelta él, riendo.
Nunca en mi vida he visto a Leilani tan borracha.
—Tatúate el nombre de Ainhoa —lo reta y ambos fijan su mirada en mí.
—Leilani. —Agrando los ojos a modo de advertencia.
Que nos estemos tatuando los ocho la misma cosa ya es demasiado, que él se tatúe mi nombre cuando apenas llevamos un mes saliendo oficialmente es un completo delirio.
—¿Qué? —Ella niega con la cabeza como si su propuesta tuviera todo el sentido del mundo—. Tiene tatuado el nombre de su ex, los tatuajes son gratis y ahora está contigo.
Devon la contempla enseriado.
—Anda, Devon —insiste ella, rodando los ojos—. Borra a esa tonta Dalia y tatúate el nombre de mi hermosa amiga.
—Basta, Leilani —dice él, completamente serio.
Ella lo mira con mala cara pero, gracias al cielo, se detiene.
Cuando la chica acaba con la piel de Devon, él se pone de pie, contempla el tatuaje y le agradece antes de ponerse a caminar hacia la arena junto a nosotros.
Nos concentramos en bailar y poco a poco la tensión se va disipando.
Bailamos al ritmo de la melodía lenta que suena a través de los altavoces. Devon toma mi mano y me hace girar para luego rodear mi cintura y atraer mi cuerpo hacia el suyo.
Con la cabeza apoyada en su hombro veo a Pekelo llevando a Leilani a un tronco, sonrío cuando cae encima de este y le reprocha a él como si hubiera sido su culpa. De verdad se ha pasado con el alcohol.
—¿Quieres algo de beber? —pregunta Devon una vez la canción termina.
—Sí. —Asiento sonriéndole—. Pero iré yo. ¿Te traigo algo?
—Una cerveza.
Vuelvo a asentir y me doy media vuelta para caminar hacia la barra. Delante de mí hay una fila de no muchas personas, pero sí de las suficientes como para retenerme al menos unos diez minutos en espera de dos vasos con cerveza.
Cuando por fin los obtengo, le sonrío a Briar y me encamino de regreso al grupo. Busco con mi mirada a Devon entre la gente, pero al no dar con él me enfoco en el tronco; de seguro no encontró con quien bailar y terminó allí.
No está. En el tronco la única que queda es Leilani que ni siquiera puede mantenerse completamente erguida porque el sueño ya ha comenzado a atacarla.
—¿Pekelo te dejó sola? —Se me hace extraño que la haya dejado aquí en el estado que está.
—Fue detrás de Devon.
—¿De Devon? —Mi ceño se frunce y vuelvo a buscarlo entre la gente con mi mirada—. ¿Qué pasó?
—Le dije que se tatúe tu nombre, que no sea un cobarde, que si de verdad te quiere lo haga y... No sé, todavía estaba hablando cuando me di cuenta de que ya no estaba y Pekelo me indicó que me quede aquí.
—¿Hacia dónde se fueron? —Dejo los vasos de cerveza junto a ella, pero al notar que intenta agarrarlos vuelvo a tomarlos.
—Creo que por los senderos, pero no estoy segura. —Se encoge de hombros.
Mi mirada regresa a la multitud en busca de alguno de mis amigos, identifico a Haoa bailando con una chica y me dirijo hacia él.
—Perdón —le digo a la chica cuando lo aparto, interrumpiendo su baile—. Quédate con Leilani, está borracha hasta el culo y no confío en nadie que esté en esta fiesta que no sea del grupo.
—Claro, sí —se disculpa con la chica y enseguida comienza a caminar detrás de mí—. ¿Qué pasó? ¿A dónde vas?
—Algo sucedió con Devon —explico—. Por favor quédate con ella hasta que Pekelo regrese.
—Tranquila. —Asiente con la cabeza—. Aquí estaré.
Me echo a correr hacia los senderos y tomo el que da a su casa. Corro sin importarme nada más, pronto mis pantorrillas comienzan a doler y, muy a mi pesar, me veo obligada a detenerme. La subida a la colina me mata y para cuando llego a su casa estoy completamente sudada.
Golpeo la puerta y, como nadie responde, decido entrar.
El lugar está igual que como lo dejamos antes de ir a la playa. Devon no está.
Vuelvo a bajar la colina corriendo, ahora impulsada por el terreno y al llegar a la playa regreso con Haoa.
—¿Has visto a Devon o a Pekelo? —pregunto.
Mi corazón late demasiado fuerte y no estoy segura de si lo hace por la maratón que he hecho o por miedo.
Apuesto a que es por la segunda.
Tengo miedo de lo que pueda pasarle, de lo que pueda estar sintiendo.
Quiero estar ahí para él.
—¿No ibas tú a buscarlos? —Haoa frunce el ceño.
—Corrí hasta su casa, pero no está. —Niego con la cabeza.
—¿Te ayudo a buscarlos? —Voltea a ver a Leilani que ahora duerme en el tronco—. Mejor no.
—No pueden haber ido muy lejos.
Me doy media vuelta y camino hacia la barra. Al preguntarle a Briar dice haberlos visto dirigiéndose hacia el lugar en donde dejan los autos así que, tras agradecerle, corro hacia allí.
El alivio que siento al ver el cabello de Pekelo asomando por encima del techo de uno de los autos no se compara con ninguna sensación que haya experimentado antes.
Me acerco suavemente y a medida que lo hago escucho los sollozos que acompañan a la voz de Pekelo.
—¿Qué pasó? —pregunto antes de llegar a ellos.
Pekelo me mira por encima del techo y baja su mirada. Devon asoma su cabeza, seca las lágrimas de sus mejillas y sin decir nada comienza a caminar hacia los senderos.
—¿Qué pasó? —vuelvo a preguntar.
Mi mirada está fija en Pekelo, en busca de alguna respuesta, pero él no dice nada.
—Pekelo. —Agrando los ojos.
—Tampoco quiso decirme. —Niega con la cabeza—. Pero ha de ser algo jodido, Nhoa, te necesita. Vé.
Lo señala con la cabeza. Ya está metiéndose en el sendero así que me echo a correr hacia él lo más rápido que puedo.
—¡Devon! —chillo a sus espaldas, pero no se detiene—. ¡Por favor!
Mis piernas no dan más. Haber corrido hasta su casa ida y vuelta me dejó muerta y por más que intento seguir con mi ritmo, mi cuerpo no quiere continuar.
Camino a sus espaldas pidiéndole que se detenga.
No lo hace sino hasta que estamos en la entrada de su casa. Me mira, sus ojos completamente rotos, su alma quebrada.
—¿Qué pasó? —pregunto, pero ya no espero una respuesta de su parte.
Acorto la distancia que nos separa y lo abrazo. Sus brazos no me rodean. Se limita a llorar contra mi hombro y no sé en qué punto exacto, pero también me veo desbordada por las lágrimas.
—¿Quieres contarme? —susurro contra su cabello—. Todo va a estar bien, Devon.
—Solo quiero dormirme para siempre.
Suspira pesadamente.
—No digas eso. —Intento apartarlo para ver su rostro, pero se resiste y no insisto.
Al contrario, lo abrazo con más fuerza.
No sé qué pasó, cuál fue el detonante, pero es obvio que comenzó por el tatuaje. No, comenzó mucho antes; desde que su madre apareció en el restaurante esta tarde. Se supone que bajar a la playa iba a distraerlo y solo lo ha empeorado todo.
—¿Podemos entrar y hablar? —Sobo su espalda con mi mano—. No entiendo qué es lo que te pasa, pero te prometo que estarás bien. Estoy aquí.
—No quiero que me veas de esa manera.
Se aparta y comienza a caminar hacia la casa.
—¿Así cómo, Devon? —Mi ceño se frunce—. Si no me explicas no puedo entender.
—Si te cuento todo lo que pasó vas a odiarme y no quiero perderte por algo que pasó hace mucho tiempo.
Su voz está completamente quebrada y, a esta altura, estoy segura de que no queda parte sana dentro de él.
—No voy a odiarte, Devon. ¿Qué diablos dices?
—Es lo que todos lo hicieron.
—Pero yo no soy todos, soy tu novia y sea lo que sea voy a entenderlo.
Cualquier cosa que haya hecho no puede ser tan grave porque si lo fuera no estaría aquí.
Cuando abre la puerta y entra me prometo a mí misma que si la cierra no iré tras él, le daré su espacio y dejaré esto pasar hasta el momento en que él quiera hablar. Pero la deja abierta y mis pies siguen a los suyos.
—Devon.
—Vas a odiarme, Nhoa. —Niega con la cabeza—. No puedo cambiar el pasado, porque si pudiera te juro que lo haría.
Es raro, porque no parece querer convencerme a mí. No es como cuando alguien engaña a su pareja e intenta poner miles de excusas, no, es algo que lleva repitiéndoselo por mucho tiempo.
—¿Es sobre Dalia? —Trago grueso.
Se mete en la cocina y no dudo en seguirlo.
Apoya sus manos en la mesada y tira su cabeza hacia atrás. El suspiro que suelta me preocupa, está claro que este tema, esta Dalia, lo sobrepasa incluso más que lo de sus padres.
—Es sobre ella, ¿verdad? —Me acerco.
Me vuelve a mirar y en sus ojos veo lo roto que está. Sea quien sea Dalia, ha pisado fuerte en él y es evidente que su huella todavía le duele demasiado.
—No importa si es tu ex o lo que haya pasado... No voy a odiarte, Devon.
No pronuncia siquiera una palabra.
—Mírame —pido—. Voy a enloquecer si no me dices qué está pasando. ¿Es por el tatuaje? Leilani lo dijo como broma, no tienes que borrar ni hacer nada nuevo...
Otra lágrima corre por su mejilla y me atrevo a apartarla con el dorso de mi dedo.
—Entiendo si es alguien a quien todavía amas... De verdad, algunas personas pasan por nuestros corazones y son difíciles de olvidar... No me importa si llevas un tatuaje de ella.
—No es mi ex. —Niega con la cabeza.
—¿Entonces quién es y por qué te afecta tanto?
—Dalia es mi hermana. —Cierra los ojos y respira hondo intentando contener las lágrimas—. Y yo la maté.
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