36. Corazón encendido.
Abro mis ojos, la marca de las figuras que alguna vez estuvieron pegadas en el techo de mi habitación me reciben. Giro mi cabeza hacia la ventana al sentir un nuevo golpe en el vidrio.
Mi ceño se frunce mientras me pongo de pie y camino hacia la ventana. Algo vuelve a impactar contra el vidrio haciendo que me sobresalte. Al pararme frente a ella noto una figura en la calle, restriego mis ojos quitando toda suciedad de ellos y los entorno para ver mejor en la oscuridad.
Es Devon.
Le hago señas desde la ventana preguntando qué quiere y me responde con una seña pidiendo que baje. Me pongo una chaqueta y tres minutos después estoy abriendo la puerta de la entrada.
—Hola. —Sonríe dándome un beso en los labios.
—¿Qué pasa? —pregunto, todavía con el ceño fruncido.
—Se me ocurrió que podemos ir a algún lugar...
—Son las seis de la mañana, Devon. —Ladeo la cabeza.
—Es que para poder aprovechar el día hay que salir temprano, además iremos en moto...
—¿De dónde sacaste una moto?
—La compré. —Se encoge de hombros—. ¿Vienes o no?
—¿Cómo que compraste...
—Ainhoa. —Toma mis manos entre las suyas—. Preparé un plan para el día entero y todo depende de que quieras venir.
—Claro que quiero.
—Entonces vamos. —Agranda los ojos sonriendo a la vez.
—¿A dónde? —Entorno los ojos—. Necesito saber qué llevar.
—Traje de baño, una toalla y ropa para cuando regresemos. —Se encoge de hombros.
—Bien.
Subo las escaleras corriendo y me meto en mi habitación. Mientras meto mis cosas dentro de una mochila hago una nota mental de dejarle un mensaje al abuelo colgado en alguna parte; él y Ainakea irían a visitar a sus amigas al otro lado de la isla, así que se supone que estará fuera de casa todo el fin de semana, pero de todas formas me deja más tranquila saber que si regresa por cualquier motivo, sabrá donde estoy.
Me dirijo primero a la cocina, dejo una nota desprolija en la heladera, apretada entre esta y el imán que mamá trajo de Paris. Para cuando vuelvo a la sala, Devon está sentado en el sofá con la mirada fija en las estanterías.
—¿Vamos? —pregunto desde la puerta.
Él se pone de pie y camina hacia mí.
—¿Cómo es que sabes andar en moto y no en bicicleta? —Frunzo el ceño.
—Es una vespa, solo tengo que acelerar. —Se encoge de hombros—. Para la bicicleta se requiere más que equilibrio, hay que tener mucha coordinación.
—Siento que acabaremos los dos con la cabeza partida en la carretera.
Devon se acerca a la moto y levanta el asiento. Me enseña dos pares de cascos jet negros que hacen juego con la pintura de la moto.
—Para eso tenemos esto. —Pone un casco frente a mí y sonríe—. Confía.
Sube a la moto y me contempla sonriente. Suspiro antes de colocarme el casco y sentarme detrás de él. Mis brazos rodean su cintura y luego meto las manos en los bolsillos de su chaqueta de nylon.
La carretera se hace una ruta de paz. El viento dándome en la cara, mi pelo jugando con el y la sensación de libertad que me genera es un nuevo sentimiento en mí. No recuerdo haber andado en moto alguna vez, a mamá le parecen demasiado peligrosas y papá hace todo lo que ella le diga, así que nunca permitieron que me montara a una; la Ainhoa de doce años ha de sentir que estamos traicionando terriblemente la confianza de nuestros padres.
Reconozco la mayoría de las carreteras, la State hwy 31, Hansen Rd y Hana hwy, pero no me doy cuenta de hacia dónde se dirige sino hasta que estamos transitando por la HI-360 y comienza a aminorar la marcha.
Las cascadas Upper waikani.
Ambos bajamos de la moto y él la corre hasta dejarla dentro de la línea de estacionamiento junto a la ruta. Se acerca a la pequeña casilla y tras pagar cuatro horas de estacionamiento regresa a mi lado.
—¿Vamos? —Extiende su mano hacia mí que no dudo siquiera medio segundo en tomarla.
Mientras caminamos por el sendero que da a la cascada me cuenta que Ikaia trajo a Adelyn aquí la primera vez que estuvo en la isla, que le dijo que era un lugar mágico y que sería una de las cosas que querría ver con sus propios ojos antes de morir. Por eso estamos aquí.
La bajada a la cascada se nos complica un poco pero, luego de varias amenazas de caídas, lo conseguimos. Devon saca un mantel de dentro de su mochila y la deja sobre una gran piedra; acompañada a esta deja una botella de vino y una bandeja de plástico con magdalenas.
—¿Qué es esto? —Entorno los ojos—. ¿Una cita?
—Una cita. —Sonríe—. O al menos el comienzo de la primera que tendremos en el día.
—Ah. —Alzo las cejas—. ¿Serán más de una?
—Exacto. —Se pone de pie y restriega una mano contra otra antes de acercarse a mí y rodear mi cintura con ellas—. ¿Nos metemos al agua?
Voltea a ver hacia la cascada.
—Saltemos desde arriba —bromeo.
La profundidad del estanque no es tanta como para saltar, lo sé porque lo he leído en alguna parte que ahora mismo no recuerdo.
Él se aparta un poco de mi cuerpo para quitarse la remera y dejarla caer encima del mantel. Lo veo correr sobre las piedras, resbalar y casi caerse. Voltea hacia mí riendo y hace una seña con su cabeza para que lo acompañe.
Me toma diez segundos quitarme el short y la remera y correr hacia él.
Pasamos la mañana entera en el agua, solo salimos dos veces; yo a beber vino y él a comer. La hora se pasa demasiado rápido, el sonido del agua cayendo nos embriaga y para cuando nos damos cuenta son la una del mediodía y aún no hemos comido nada que no sea una magdalena.
—Deberíamos ir a por algo de comer —dice, girando su cabeza hacia mí.
Estamos tumbados sobre el mantel, la botella de vino a medio terminar está dentro de su mochila y ya no queda ni migajas de las magdalenas.
—En la ruta de regreso hay paradores —comento, irguiéndome—. Podemos almorzar ahí.
—Vamos —dice él, poniéndose de pie.
Entre los dos doblamos el mantel y él lo mete dentro de su mochila. Acabamos almorzando en un restaurante costeño Kahului con una hermosa vista del Pacífico. Volvemos a emprender viaje de regreso a Kihei en la moto, mis manos ahora se aferran con fuerza a su abdomen desnudo, las suyas al manillar de la moto.
Las vistas que ofrece la carretera no le gana a las de la costa, ni ahora ni en mil años más, pero sí llega a rozarle los talones. La naturaleza por si sola es encantadora, los grandes montes nativos sin ser interrumpidos por los humanos, sin ser arruinados por ellos, deberían considerarse una de las maravillas del mundo.
La isla le da miles de vueltas a cualquiera de las siete maravillas actuales del mundo. Prueba de que la simpleza muchas veces esconde las cosas más hermosas que pueden llegar a verse en la vida.
—Devon —digo al ver que pasamos por la entrada a Kihei y él no se detiene.
Aprieto su abdomen buscando llamar su atención porque soy consciente de que el casco entorpece la audición.
—Devon —repito—. Te saltaste la entrada a la ciudad.
—Todavía no regresaremos. —Me mira por encima de su hombro y sonríe.
Frunzo el ceño, sin embargo, no le doy mucha importancia, él sabrá a dónde ir. Vuelvo a aferrarme a su abdomen y cierro los ojos para poder disfrutar a pleno de la brisa veraniega.
Casi media hora después se detiene en el mismo lugar que dejó su camioneta hace algunos días, junto a la playa Makena. Apenas bajo de la moto lo miro entornando los ojos y él sonríe.
—Hay que visitar un cráter. —Extiende su mano hacia mí y vuelvo a tomarla con toda la seguridad del mundo.
Caminamos por la arena hasta llegar al lugar de las pequeñas embarcaciones que van al cráter. Hacemos una fila de al menos unas quince personas que a leguas se pueden reconocer como turistas y cuando por fin es nuestro turno nos entregan una bolsa para dejar nuestra ropa, los trajes de neopreno e indican el vestidor portátil al que debemos entrar para cambiarnos.
Casi media hora después nos encontramos en una lancha, nosotros dos y cuatro personas más. El equipo de buceo se nos entrega en el cráter y tras algunas explicaciones dejan que bajemos al agua.
Sinceramente, había olvidado lo mucho que me gustaba esto. La ilusión de venir a bucear no se perdió a lo largo de los años, al contrario, aumentó porque ahora no debo seguir las reglas de papá o del padre de Sommer de no separarnos, ahora voy por donde quiero, soy completamente libre.
Uno de los tipos que organizan la actividad se acerca a nosotros con una cámara acuática mientras estamos viendo un coral azul y nos hace una seña para que sonriamos. Nos pegamos todo lo posible, su mano rodeando mi cintura y la mía por encima de sus hombros. Sonreímos a pesar de que el regulador de oxígeno nos cubra la boca y una vez el tipo se marcha nos miramos entre nosotros.
Lo que fue un intento de sonrisa se convirtió en cuatro mejillas infladas; estoy segura de que en la foto salimos todo menos decentes.
El tiempo de buceo es bastante corto, sin embargo, se hace eterno debajo del agua. Ojalá haber traído la cámara desechable; aunque no estoy segura de que resistiera tantos minutos dentro del agua.
Al regresar a la playa nos dedicamos a recorrer la orilla tomados de la mano, vemos el sol caer en el horizonte sentados sobre la arena y mientras la luna se hace alta en el cielo regresamos a Kihei.
Cuando nos metemos en los senderos las ruedas levantan la tierra a su paso dejando una nueve marrón a nuestras espaldas. Me hace sentir un poco culpable todo este disturbio, no lo niego, pero es la primera vez en veinte años que contamino con tanta magnitud el suelo que piso.
—¿Puedes esperar aquí? —pregunta una vez deja la moto en la entrada de su casa—. Tengo algunas cosas que arreglar dentro. No tardaré.
Frunzo el ceño viéndolo entrar a la casa. Aguardo de pie junto a la moto y cuando ya estoy a punto de perder la paciencia y meterme en la casa de una maldita vez, abre la puerta y me muestra una sonrisa amplia.
—¿Ya? —pregunto.
—Ven. —Asiente con la cabeza.
—Te tardaste la vida entera. —Ruedo los ojos acercándome.
—Estaba preparando la cena.
—¿Qué hiciste? —pregunto mientras caminamos por el pasillo.
Tardó mucho, sí, pero no tanto como para haber preparado algo que comer, al menos no desde cero.
—Quería que fuera especial —suelta antes de que me asome a la sala y vea la decoración sobre la mesa ratona.
Dos velas largas se posicionan a ambos lados de otra botella de vino, un plato en cada cabecera de la pequeña mesa. La alfombra por debajo parece ser nuestro asiento esta noche y, además de la luz de las velas, también nos acompaña la luz de la Luna que pasa a través de la ventana.
—Que bonito. —Mi ceño se frunce de ternura.
—Y la comida está aún mejor. —Sube y baja las cejas—. Ya verás.
—Aunque esté fea me la devoraré igual. —Inhalo hondo—. Tengo tanta hambre que ahora mismo podría comerme hasta una rana cruda.
Él pone mala cara y yo río. No quiero traumarlo ahora que estamos a punto de cenar, pero dejaré como nota mental hacerle saber que hay algunas especies de ranas consideradas plagas que se venden fritas en varios puestos de comida.
Nos sentamos cada uno en una de las cabeceras de la mesa. Lo contemplo mientras sirve el vino con cuidado en la copa, mientras me la pasa y luego cuando se sirve para él también.
—Es la primera vez en mi vida que bebo tanto en un solo día —comento llevando la copa a mi boca.
—¿Y eso es malo o bueno? —Arquea una ceja.
Los dos nos disponemos a cortar la carne ahumada. Sé que es un plato típico de Canadá, más aún de su lugar natal, Montreal; me lo dijo el día que vine a ver películas y decidió que cocinaría algo de su país, le quedó exquisito así que prometió que la próxima vez que cocinara algo para ambos sería esto.
—Regular. —Me encojo de hombros—. Pero después de hoy no volveré a beber en mucho tiempo.
—Entonces es una suerte que haya decidido llevar la botella de vino con nosotros, porque lo de la cascada, el buceo y esta cena son parte de una celebración...
Entorno los ojos.
—¿Qué es lo que estamos celebrando? —inquiero.
—Primero que nada, que me quedo, ¿no? —suelta y yo sonrío asintiendo con la cabeza—. Segundo... Compré la casa.
—¿Ya? —Agrando los ojos.
—Me dan dolores de cabeza cada vez que veo las cosas que Ikaia quiere sumarle. Decidí comprarla ahora y terminar de arreglarla yo mismo... a mi gusto y al de alguien que dijo que jamás viviría conmigo...
Ladeo la cabeza y lo contemplo intentando no reír.
—Quizá pueda considerar vivir juntos...pero solo durante los fines de semanas.
—¿Qué clase de convivencia es esa? —Niega con la cabeza.
—No voy a dejar solo al abuelo.
—Seguro estará bien con Ainakea.
—Vivir juntos es muy apresurado, Devon. —Agrando los ojos—. Nos estamos conociendo...
—Quiero ser tu novio.
Silencio en la habitación.
—Quiero poder presentarte como mi novia ante Dios y todo el mundo. Estoy enamorado y sí, sé que vivir juntos ahora es apresurado pero no parece tan loco si pienso que en un año quizá podemos compartir enteramente nuestras vidas.
No digo nada y él continúa.
—Si alguien me dijera que mi vida durará un solo día, no dudaría en pasar esas veinticuatro horas a tu lado. Eso es amor, lo sé. Te quiero, estoy enamorado y no le veo sentido seguir esperando...
Una sonrisa se forma en mis labios y siento mis ojos cristalizarse.
—Cuando recién nos conocimos y leí aquel fragmento de uno de los libros dije que me sonaba ridículo y sigo pensando lo mismo. —Extiende su mano por encima de la mesa—. Intenté escribir siete discursos diferentes y las hojas acabaron arrugadas en la basura porque todo me parecía falso.
Aprieta los labios.
—Nadie más que tú podría hechizar mi corazón de esta manera y encenderlo a tal punto que todos los lugares en los que he estado parecen helarme en comparación a cuando estoy a tu lado.
Una lágrima corre por su mejilla al mismo tiempo que noto que las mías han desaparecido de mis ojos.
—Sin darme cuenta empecé a incluirte en todos mis planes, en los viejos y en los nuevos, incluso en aquellos que había reservado para mí porque me parecían demasiado personales como para compartirlo con alguien más... Lo cierto es que creo que no hay cosa que no compartiría contigo, Nhoa.
Me pongo de pie y, aunque al principio me mira con preocupación, cuando entiende que me dirijo hacia él su rostro se llena de alivio. Me siento a su lado y lo abrazo.
—¿Eso es un sí? —pregunta sobre mi cabello.
—Es un sí.
Me aparto para verlo a los ojos, nunca nada ha brillado tanto como su mirada. Desearía ahora mismo poder capturar este momento y guardarlo en una cajita para poder revivirlo cada vez que a mi alrededor todo sea oscuridad y quiera refugiarme en su luz.
Sus labios se encuentran con los míos, sus manos recorren mi cuerpo, las mías el suyo y en medio de la luz de las velas nos volvemos uno solo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro