33. Culpable
Son casi las dos de la madrugada cuando abandonamos el club. Pekelo llevaba rato quejándose por una molestia en el tobillo, producto de una torcedura mientras caminábamos a la barra, y Anne dice querer regresar a su casa cuanto antes porque en la mañana tiene que ir a Maui con su madre. No tiene sentido obligarnos a permanecer aquí.
Leilani, que era la más entusiasmada con el plan, camina detrás de nosotros de brazos cruzados y mala cara. Enlentezco mis pasos para dejar que me alcance y le pecho las costillas con el codo marchando a su ritmo.
—Eh —susurro y ella voltea a verme—. Volveremos.
—Hoy era el día perfecto —bufa—. Ni siquiera iremos a la playa.
—¿Quieres que bajemos? —Sonrío cuando su mirada se ilumina—. Anda, seguro Haoa también quiere ir.
—¿Alguno va a bajar a la playa? —pregunta, deteniendo sus pasos—. Ainhoa y yo iremos.
Los seis voltean a vernos.
—Yo quiero —dice Haoa antes de comenzar a caminar hacia nosotras.
—Yo las acompaño. —Kai sonríe.
—¿Pekelo, Devon, Kenau? —Haoa alza las cejas viéndolos fijamente.
—Nos fuimos del club porque a Pekelo le dolía el tobillo, no vamos a ir a surfear. —Anne rueda los ojos.
—Oí que Kokut organizó una fiesta —comenta Pekelo, viendo a Anne de reojo—. Si encuentro algún tronco en el que sentarme podemos ir todos.
Kokut es su primo y es conocido por organizar fiestas en este lado de Kihei; en realidad, es conocido porque en sus fiestas hay sustancias ilegales y decenas de cosas más prohibidas para muchos jóvenes.
—¿Es en serio? —Ella se cruza de brazos—. Saben qué, no me voy a enojar. —Nos enseña las palma de sus manos—. Vamos a la playa.
Sonrisas visitan nuestros labios mientras caminamos hacia la camioneta de Ikaia. Tras tomar las tablas, nos dirigimos a la playa y juntos caminamos por la orilla hasta casi llegar al extremo de Kihei. Conozco esta parte de la ciudad como la palma de mi mano, pasé más de un verano surfeando en esta playa mientras era custodiada por el padre de Sommer; si alzo la vista, allí a mitad de la colina, puedo ver las luces de su casa encendidas.
Mi corazón se hace pequeño dentro de mi pecho. No he regresado a esa casa desde que Sommer murió.
Pekelo saluda a Kokut que se acerca a nosotros al ver que nos sumamos a su fiesta. Presenta a Devon, que todavía no había tenido el placer de conocerlo y ríe cuando Kokut le hace una broma que ninguno de nosotros llega a comprender.
Apenas Kokut regresa con su grupo nos ponemos en busca de algún tronco libre para que Pekelo pueda sentarse y en el que dejar las tablas mientras no las estemos usando. Leilani le alcanza un vaso de cerveza y corre de regreso a la barra improvisada con algunos tablones para pedir una ronda para todos.
Bailamos, bailamos mucho, incluso más que en el club. En algún punto mis pies arden por la arena que se mete entre él y mi sandalia, pero no me detengo. Leilani hace kilómetros de ida y vuelta desde la barra a la pequeña ronda que hemos formado para bailar entre nosotros sin que nadie más se entrometa.
Para cuando son las tres y media de la madrugada los efectos de los vasos de alcohol que he bebido empiezan a atacarme y un leve mareo se hace presente en mí.
Devon ríe a mi lado y yo frunzo el ceño.
—¿Quieres que vaya a buscar agua? —pregunta y asiento porque de verdad la necesito—. Te traeré algo de comer también.
—Estaré sentada con... —Volteo hacia el tronco en donde se supone que debería estar Pekelo, pero está vacío—, nadie.
Mientras camino hacia el tronco, busco con la mirada a Pekelo que no parece estar por ninguna parte. Me siento en el tronco y contemplo a mis amigos bailar; de verdad lo disfrutan, la sonrisa de Leilani se extiende de oreja a oreja, Haoa se agacha y Anne pone la mano en su cabeza para obligarlo a ir más abajo. Kenau que siempre es el más serio, tiene una expresión relajada y mueve su cuerpo de un lado a lado al ritmo de la música que suena por el enorme altavoz.
Siento una mano posarse sobre mi hombro y me volteo sonriendo a la espera de encontrarme con Pekelo. Mi sonrisa desaparece tan pronto como se formó al notar que es Regina quien está detrás de mí y que sus ojos no reflejan nada bueno.
—Ho...Hola. —Mi voz flanquea.
—Estaba segura de que eras tú —espeta—. ¿Te parece bonito lo que haces?
—Yo...
—Mi hija está enterrada por tu culpa y tú estás aquí bebiendo y bailando como si no tuvieras nada que ver, como si no la hubieras matado...
Mi corazón late desbocado en mi pecho, sin embargo, tengo la sensación de que con cada latido se va haciendo más y más pequeño.
—Yo no la maté. —Miro sobre mi hombro en busca de ayuda, de que alguno de los chicos note lo que esta pasando, pero no consigo nada más que un apretón en el brazo que regresa mi vista al frente.
—¡Fue tu culpa! —grita, casi pegada a mi rostro—. ¡Tú la mataste, Ainhoa!
—No fué mi culpa, fue de ambas...
—No te atrevas a decir eso. —Aprieta más fuerte mi brazo—. Mi Sommer no tuvo la culpa de nada, tú... —Golpea mi pecho con su índice—. Si mi niña hoy no está aquí es por tú culpa.
—No te imaginas lo que desearía estar en su lugar, Regina —Las lágrimas brotan de mis ojos como agua de una cascada.
—¡Quizá deberías! —Asiente con la cabeza, su tono es rudo—. ¡Quizá deberías estar enterrada tres metros bajo tierra y Sommer aquí!
Aprieta mi brazo, pero el dolor que genera en mi piel no se compara ni por asomo al de mi pecho.
—¡Sommer tenía una vida por delante, tenía sueños, tenía... Tú le arrebataste todo! —Las lágrimas cubren su rostro—. ¡No deberías estar viva!
—No fue mi culpa, Regina.
—¡Claro que lo fue! —Me suelta—. No tienes derecho a seguir con tu vida como si nada hubiera pasado, no mientras ella está encima de la colina, muerta.
Por encima de su hombro veo a Pekelo acercándose con una chica.
—No hay cosa que desee más en este mundo que verte mal. —Cada palabra la suelta con desprecio y cada una se clava en mi pecho como un puñal que acaba de ser afilado—. Tú deberías estar muerta.
—Regina. —Pekelo la toma por el brazo logrando crear una distancia entre nosotras—. ¿Qué pasa?
—¡Tú también estás aquí! —Golpea sus muslos con las palmas de sus manos.
—Todos estamos aquí —explica Pekelo, frunciendo el ceño—. ¿Qué pasa, Regina?
—¿Que qué pasa? —Ella alza las cejas como si el problema fuera más que obvio—. Que hace poco más de un año mi hija bajaba a la playa con ustedes y ahora no parece importarles que ella no esté.
—Claro que nos importa. —Pekelo niega con la cabeza—. Extrañamos a Sommer cada día de nuestras vidas, Regina, pero eso no significa que vamos a dejar de hacer las cosas que nos gustan.
—Pero ella está muerta...
—Y nosotros no. —Pekelo la contempla enseriada.
—Es todo culpa de Ainhoa...
Trago grueso, mis ojos se fijan en los de Pekelo que vuelve a negar con la cabeza en un silencioso pedido para que no le preste atención a sus palabras.
Pero no puedo hacer caso omiso a lo que dice.
Me doy media vuelta y comienzo a caminar hacia el sendero.
Después de dos semanas de la muerte de Sommer me atreví a visitar su casa. Caleb, su padre, me recibió como siempre; hablamos sobre ella, lloramos juntos y luego nos dimos un abrazo, uno de tantos a lo largo de los años.
Pasaron algunas semanas más hasta que decidí volver a visitarlos. Para ese entonces la culpa me estaba carcomiendo el alma y quería hablar con ellos para que de alguna forma me quitaran ese peso de encima; pero eso no pasó.
Regina fue quien abrió la puerta, me miró con rabia y la volvió a cerrar sin dedicarme siquiera una sola palabra. Días después me encontré a Caleb en el mercado de Nahele y me pidió disculpas por la actitud de su esposa; dijo que estaba pasando por un cuadro depresivo, medicada a no dar más y con demasiadas cosas en la mente. Dijo que nada era contra mí, pero está claro que, un año después, Regina me sigue odiando.
Sé que no fui yo quien mató a Sommer, pero sí pude haber sido quien la salvó.
Y ese es motivo suficiente para que Regina me quiera muerta. Lo entiendo, me pongo en su lugar y de verdad la entiendo.
Esa noche, el siete de junio de 2024 yo perdí a mi mejor amiga. Perdí a la persona que más amo en este mundo, a quien creí que iba a acompañarme hasta que mi cabello se tornara gris. La chica que me haría tía y madrina, porque así lo pactamos cuando éramos pequeñas. Perdí a mi hermana y en ese momento creí haberlo perdido todo, pero no fue así.
Porque hoy estoy aquí.
Me salvé.
Sobreviví a perderla, Regina no pudo hacerlo y entiendo cómo se siente, por eso no puedo culparla.
Camino por el sendero, las lágrimas empapan mi rostro y al caer por mis mejillas se pierden en el suelo bajo mis pies. Mi pecho arde y mi corazón, con cada latido, oprime un poco más mis pulmones cortándome la respiración, matándome.
Aparto algunas lágrimas con la palma de mi mano y me echo a correr. No quiero sentir mi corazón, no quiero sentir mi mente ni mi cuerpo. No quiero sentir.
Quizá habría sido mejor quedarme con el portazo de hace un año y no con las palabras de Regina, porque estas duelen y por mucho que intente evitarlo, hacen que el sentimiento de culpa vuelva a instalarse en mi pecho.
No tuve la culpa.
No es mi culpa
Cuando saqué a Sommer del agua ya estaba muerta.
No respiraba.
Su corazón no latía.
Sommer estaba muerta.
Sommer está muerta.
Es mi culpa.
No, no es mi culpa.
Yo la saqué del agua.
La saqué, pero no fue suficiente.
Debí hacerlo antes.
Es mi culpa.
Apenas abro la puerta de mi casa me dirijo a la cocina. Identifico la caja de mi medicación encima de la heladera y camino hacia ella. El pecho se me encoge, me cuesta respirar y mi vista se nubla cada vez más con cada segundo que pasa.
Meto dos pastillas en la boca y me muevo hasta el fregadero. Tomo agua en mis manos y, con la garganta casi cerrada, logro hacer que las pastillas desciendan por el esófago.
El pecho me arde, la sangre me quema y el cuerpo me pesa.
Camino de regreso a la sala sosteniéndome de las paredes del pasillo. Todo a mi alrededor da vueltas. Mis pulmones ya no parecen cumplir su función.
Me dejo caer en el sofá. El corazón late con tanta fuerza que pareciera estar conectado a la corriente, manipulado por la electricidad sin descanso alguno.
La imagen de esa noche regresa a mi mente. Sommer tirada en la arena, mis manos sobre su pecho, mis movimientos mientras intentaba reanimarla, el viejo Davis corriendo hacia nosotras, apartándome de su cuerpo, mis gritos.
Todo se oscurece.
La peor noche de mi vida se revive en mi cabeza una y otra vez hasta que mi corazón parece entender que sin importar cuanto lata, sin importar cuánto lo intente, ya es muy tarde.
Desde el primer segundo fue tarde.
Los golpes en la puerta hacen que mi mente regrese a tierra.
—¡Pekelo me dijo lo que pasó! —Identifico la voz de Devon al otro lado.
Me pongo de pie y camino hacia la puerta. Mi corazón aún late con fuerza, pero ya no me duele.
—Lo siento mucho.
—Solo vete, Devon, quiero estar sola.
—No voy a irme.
—No voy a abrirte.
—No importa. Estoy aquí.
Me siento junto a la puerta apoyando la espalda en la madera y escucho sus movimientos fuera. Supongo que también se ha sentado.
—Si no quieres hablarme está bien, pero no me moveré de esta puerta —suspira—. No estás sola, Ainhoa, tienes a mucha gente a tu lado... me tienes a mí.
Se queda en silencio y yo sonrío desde dentro. No puede estar hablando en serio.
—¿Por cuánto tiempo? —suelto. En mi tono es clara la ironía.
—¿Qué?
—¿Por cuánto tiempo te tendré a mi lado? —Sonrío intentando que las lágrimas no vuelvan a desbordar mis ojos—. Porque hasta donde sé te irás apenas acabe el verano, no soportas la vida aquí y más de una vez me has dejado claro que esto no es lo que quieres para tu futuro.
Permanece en silencio, así que continúo hablando.
—Nadie se enamora lo suficiente de la isla como para quedarse. Tú no vas a quedarte. Así que no digas que te tengo a mi lado porque un día puedo despertar y ya no tenerte.
—Tienes razón —suelta y mi corazón termina de romperse.
—Lo sabía...
—Nadie se enamora de la isla, yo no me enamoré de la isla. Me enamoré de ti, Ainhoa.
Silencio de ambos lados.
—Abre la puerta, por favor.
—Vete, Devon.
—No voy a irme, Nhoa. Ni de esta puerta ni de la isla.
Silencio.
—Iba a decírtelo en otro momento, pero da igual —suspira—. Compraré la casa de Ikaia, quiero quedarme aquí... Quiero quedarme contigo, Ainhoa.
Me pongo de pie y suelto un suspiro hondo antes de abrir.
Él me sonríe desde el otro lado. La luz de la luna ilumina su cuerpo y hace que su sombra se proyecte en la oscuridad de la sala, haciéndola aún más grande de lo que ya es.
Acorta la distancia que nos separa con algunos pasos y me abraza. El calor de su cuerpo parece derretir el pegamento dentro de mí, parece querer unir esas partes rotas, pero aunque lo intenta, no lo consigue.
Solo yo puedo repararme.
—Entiendo por qué me odia —digo contra su pecho—. No puedo culparla por querer que esté muerta.
—Está dolida, pero no le da derecho a lastimar a alguien más —Al separarnos acuna mi mejilla en la palma de su mano—. Tiene que ir a terapia y tú también.
—Puedo arreglármelas sola.
—No, no puedes. —Sonríe de lado, una sonrisa cálida—. Fue horrible lo que pasó y sé que cuesta superarlo, pero para hacerlo tienes que hablar de eso, tienes que sacarlo fuera de tí.
—Lo hablo contigo y con el abuelo...
—Esmud y yo no somos psicólogos ni terapeutas, podemos darte consejos, pero no ayudarte de verdad. —Besa mi frente—. Esa mujer también necesita ayuda profesional.
—Perdió a su hija, Devon.
Y sé que no es excusa, pero entiendo su dolor.
—Todos perdimos a alguien alguna vez, todos lloramos a algún muerto. Lastimar a otra persona no va a hacer que el dolor pase.
Camino hacia la sala, él me sigue dejando que la puerta se cierre a sus espaldas. Antes de sentarme en el sofá enciendo la lámpara de pie que hace poco Ainakea le regaló al abuelo y que ahora está entre medio de la estantería y el sofá.
—Desearía volver al pasado y jamás aceptar salir de casa a media noche para ir a surfear. —Suelto un suspiro con la vista fija en el techo—. Todo es una mierda desde entonces.
Abrazo mis piernas contra mi pecho y apoyo la frente en mis rodillas.
—No te encierres en ti misma. Eres como el océano, arrolladora, salvaje, libre. No dejes que tu cabeza te haga creer lo contrario.
—Regina, la madre de Sommer, era como una madre para mí también. —Una lágrima corre por mi mejilla y acaba en su dedo. Él sonríe—. Me duele que me desprecie tanto por algo que no hice.
Trago grueso.
—Yo habría dado mi vida por Sommer, Devon. Te lo juro.
—Quizá es muy pronto para que ella lo entienda. En algún momento lo hará y si no lo hace no es tu culpa, Nhoa. Escapa totalmente de tus manos lo que pase por su cabeza.
—Me odia. Cree que maté a su hija. —Otra lágrima corre por mi mejilla.
—Y tú sabes que hiciste todo lo posible para que Sommer regresara, no podías sacarte los pulmones y dárselos.
—Lo habría hecho. —Cierro los ojos y suspiro.
—Algún día lo entenderá.
—¿Y mientras tanto qué hago? ¿Le demuestro cuan rota me dejó la muerte de Sommer para que sepa el infierno por el que pasé?
—Tienes que darle tiempo al tiempo. Es muy pronto todavía, a algunas personas les lleva años superar la muerte de alguien más, otras nunca lo consiguen.
—Está rota, no creo que logre superarlo.
Lleva meses así. He oído que durante la noche abandona la casa y va en busca de Sommer a la playa, que el viejo Davis más de una vez ha tenido que llamar a la policía porque se mete al océano en pijama gritando en llamado de Sommer.
—Va a repararse. —Se acerca a mí y me da un beso en la frente.
—Lo dices tan seguro que pareciera que ya estuviera hecho.
—Somos como las olas. Rompen miles de veces contra la orilla y, conociendo su destino, vuelven a armarse en el horizonte.
—Masoquistas. —Giro mi cabeza hacia él que sonríe.
—O perseverantes. —Se encoge de hombros—. Todo está en el punto de vista de quien lo ve.
Aprieto los labios y por minutos nos mantenemos en silencio contemplándonos el uno al otro.
—¿De verdad vas a quedarte? —pregunto, interrumpiendo el tic tac del reloj.
—Voy a quedarme. —Sonríe—. ¿De qué sirve recorrer el mundo si no voy a poder encontrarte en ninguna otra parte que no sea aquí?
Me acerco a él y dejo que me abrace.
Dejo que su calor me consuma.
Y antes de quedarme dormida lo último que siento es un suave «Te quiero» susurrado contra mi frente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro