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32. Seguir adelante.

—¿Y eso cómo se llama? —pregunta Lakona, frunciendo el ceño.

—Amplificador —explica Devon, poniendo su mano en el cuerpo del aparato—. Sirve para que la imagen se proyecte en la placa donde pondremos el papel fotográfico.

—¿Por qué no podemos quedarnos a ver? —dice Makoa—. A mi madre seguro no le importará si pasamos más tiempo aquí.

—Porque la hora de clase ya ha acabado —respondo yo, poniendo mis manos sobre los hombros de Ruth para dirigirla hacia afuera de la habitación—. Vamos, sus padres de seguro ya están en la entrada. Dejemos a Devon trabajar.

Los chicos me siguen fuera de la escuela dirigiéndonos hacia el restaurante. Al llegar a la entrada, el primer padre que veo es el de Makoa y Palila; al parecer, la charla de Devon con la señora Ward funcionó, espero que logre mantener su compromiso por todo lo que duren las clases.

En lo personal, y sé que Devon debe de pensar igual, no me molesta quedarme un rato más con ellos hasta que sus padres lleguen, pero hacerlo cada martes y jueves es cansador.

—¿Ya te vas? —pregunta Kalea cuando regreso al restaurante.

—Voy a la escuela. —Señalo la puerta que separa el restaurante del salón en el que a veces, aunque casi nunca, damos clases—. Devon está revelando unas fotos que los chicos tomaron hace algunos días y quiero ver cómo se hace.

—Oí la iniciativa. —Ella sonríe—. Me gustó mucho.

—Va a revelarlas para regalárselas. —Imito su gesto.

—Me encanta. —Asiente agrandando los ojos—. Kai me dijo que hoy a la mañana preguntaste por mí... ¿Necesitas algo?

Sinceramente, había olvidado que tenía algo por informarle.

—Nada más quería decirte que volveré a dar clases dentro del agua —suelto y ella agranda los ojos—. Ambos daremos las clases tanto dentro como fuera del océano... Claro, si estás de acuerdo.

Fue algo que no tenía previsto, pero lo hablamos el viernes cuando fui a ver películas a su casa.

No sé en qué momento exacto dejé de temerle al océano, pero lo hice y no le veo sentido a seguir reprimiendo las ganas de volver a él.

—¿Es en serio? —Me mira ladeando la cabeza y sin decir mucho más me da un abrazo—. Me alegra mucho saberlo. Me alegra que estés dejándolo atrás.

Y a mi me duele que lo diga de esa manera; se escucha como si en realidad no estuviera aprendiendo a vivir con ello, sino como si simplemente hubiera decidido fingir que jamás pasó.

Fingir que mi mejor amiga no murió porque ambas fuimos imprudentes.

—Me alegra saberlo —repite y yo le sonrío.

—Solo quería informártelo por si no me ves en la arena —aprieto los labios y vuelvo a señalar la puerta—. Iré con Devon.

Ella asiente con la cabeza así que me doy media vuelta y camino hacia la escuela. Apenas abro la puerta Devon me indica que la cierre. La lámpara de luz roja encima del escritorio hace que la habitación se vea completamente teñida por el color.

Algunas fotos, ya reveladas, descansan guindando de una cuerda que va desde la pizarra a la primera silla de la fila de adelante.

Me acerco a Devon que está de espaldas hacia mí e intento mirar por encima de su hombro al amplificador. Su altura claramente no me lo permite, así que opto por moverme a su lado y observar desde ahí.

—¿Esa soy yo? —Mi ceño se frunce.

Dada la escasa luz, me veo obligada a acercar mi rostro para confirmar que en realidad sí soy yo.

—Te dije que estás en todas las fotos que tomé. —Me mira de reojo—. Si quieres puedes elegir alguna, pero la que estás con la tortuga es mía.

Observo todas las que tiene colgadas en el la fina cuerda. Me entretengo con la de los chicos y sonrío al ver que Palila está en una de ellas.

—¿Esta de quién es? —La señalo.

—De Hani —dice y regresa su atención a los tarros que tiene enfrente con diferentes químicos—. Cuando me dió la cámara me advirtió que había unas fotos de su novia... ¿Lo sabías?

—¿Que Palila y él son novios? —Él asiente con la cabeza—. Sí, Palila me lo ha comentado.

Arruga la nariz.

—¿Y qué piensas de eso?

—Nada. —Se encoge de hombros—. Solo me parece loco lo mucho que han cambiado las nuevas generaciones.

—Suenas como si tuvieras ochenta años, Devon. —Ruedo los ojos—. Su generación tampoco está tan alejada de la nuestra.

—A los doce años pensaba en conseguir un nuevo juego para la consola, no en tomarle fotos a mi novia. —Sonríe y se acerca a mí para darme un beso en la coronilla de la cabeza—. A los veinte se despertó esa necesidad.

Le regreso la sonrisa.

—En cuanto a lo de Palila y Hani, me alivia saber que ahora también tienes noción de esa relación —suspiro, él vuelve a concentrarse en los materiales de revelado—. Me preocupaba ser la única que lo supiera.

—Pero si todos los chicos lo saben, también Kai... Hani se lo ha dicho a todos.

Mi mandíbula cuelga por el piso. Asumí que por la forma en que Palila quería ocultarlo de su hermano, sería un secreto.

—No lo juzgo, se enamoró por primera vez y no debe saber qué hacer con tantos sentimientos.

—Creí que para Palila era un secreto y que quería mantenerlo así. Al menos a Makoa no quiso decírselo.

—Eso es porque son hermanos. —Devon se encoge de hombros como si «ser hermanos» fuera excusa para querer que ignore su relación—. Cuando son pequeños son demasiado chismosos, de seguro no quiere que se lo cuente a sus padres.

—Si hubiera tenido una hermana no le habría ocultado nada —comento mientras camino hacia una silla para sentarme.

—No importa lo que digas, los primeros años son puras peleas. —Sonríe de lado y luego suelta un suspiro—. Tener una hermana es divertido a partir de la adolescencia cuando pueden hacer cosas a escondidas y cubrirse las espaldas mutuamente.

—¿Te habría gustado tener hermanos? —Sonrío y él se encoge de hombros.

—Me habría encantado. —Vuelve a enfocar su atención en las fotografías—. De hecho, es algo en lo que pienso a diario.

—¿En qué?

—En que si tuviera a una hermana quizá mis padres no me odiarían tanto —suspira—. Mi vida habría sido muy diferente. No estaría aquí.

Cada vez que lo menciona muero de curiosidad. Quiero, desesperadamente, saber por qué cree que sus padres lo odian, por qué no ha regresado a Canadá en tanto tiempo y cómo es que ninguna organización de menores vio que siendo tan joven se la pasaba viajando por el mundo completamente solo.

—¿Quieres hablar de eso? —pregunto, pero él niega con la cabeza.

—Es en vano gastar tiempo en algo que no tiene solución. —Sonríe—. ¿Ya decidiste qué vas a ponerte para ir a bailar?

Es obvio que el tema de sus padres le hace daño, así que a partir de ahora, no importa si estoy al borde de la muerte, no volveré a preguntar por eso.

Si ese es su límite, debo respetarlo.

—Voy a ponerme un vestido blanco de hilo. —Me pongo de pie y camino a los lockers para tomar mi bolso—. Iré con el traje de baño porque seguramente bajaremos a la playa a mitad de la noche.

—Ikaia me prestó su camioneta, Pekelo me pidió dejar las tablas en la caja así que sí, bajaremos.

—¿Tú? —Subo y bajo mis cejas—. ¿Decidiste qué opción escogerás?

El viernes, cuando fui a su casa, dedicamos al menos dos horas de nuestro tiempo a ver opciones de prendas; elegimos unas cuantas y, como no sería yo quién le diría qué usar, dejé a su criterio cuál de todas las opciones ponerse.

—La tres. —Sonríe—. Ahora que estoy algo moreno el color blanco me queda muy bien.

Concuerdo. Una camisa blanca con un short negro y sandalias.

—Me gusta. —Me acerco a él para darle un beso—. ¿Nos vemos el jueves?

—Hasta el jueves. —Extiende su cuello hacia mí para que le dé otro beso, cosa que hago.

—Te quiero —suelto y él arruga la nariz.

—Te quiero.

Salgo de la escuela sonriendo. Cierro la puerta tan pronto como estoy fuera y saludo a Kai en la barra sacudiendo mi mano antes de dirigirme hacia allí. Me siento en uno de los taburetes y le pido un jugo de naranja con un poco de ron.

—Vendrás a bailar el sábado, ¿no? —pregunta cuando deja el vaso frente a mí.

Yo asiento con la cabeza.

—Llevamos bastante tiempo sin hacerlo —suspira, nostálgico—. Se siente como en los viejos tiempos... excepto que ya no tenemos quince años.

—Y a Pekelo a veces le duele la rodilla. —Ambos reímos.

—Cuando Leilani me lo dijo me emocioné —comenta—. Deberíamos salir más a menudo, ¿Cuando dejamos de ser jóvenes y divertirnos?

—Si se te ocurre algo, sabes donde vivo.

Acabo mi vaso de un solo trago y golpeo el fondo contra la barra.

—Hasta luego, Kai —digo, sacudiendo mi mano para despedirme.

—Hasta el jueves, Nhoa.

Salgo del restaurante acomodando mi bolso en mi hombro. Antes de dirigirme a casa, camino hacia el mercado de Nahele y compro algunas frutas que hacen falta en casa; también un poco de mantequilla y como bono un esmalte negro.

Al llegar a casa me recibe la soledad. Últimamente el abuelo pasa más tiempo en casa de Ainakea que en cualquier otra parte; me siento feliz por él y siempre agradeceré al cielo por haberle dado a alguien que lo entendiera a la perfección, pero admito que se siente extraño no verlo en la casa.

Me preparo un poco de pollo frito y arroz para almorzar y al acabar debato conmigo misma si lavar el plato y todo lo que usé o no; decido no hacerlo, ya tendré tiempo después.

Tomo un libro de la estantería, uno de los que está en español, y me dejo caer encima del sofá con el libro en las manos. Desperdicio media hora de mi vida intentando descifrar la primera frase de la primera hoja y, completamente agotada, opto por abandonar el libro y escoger otro.

No entiendo como Sommer pudo aprender español en tan poco tiempo. Definitivamente es la prueba de que cuando de verdad quieres algo no descansas hasta no conseguirlo.

En algún punto de la lectura me quedo dormida y para cuando me despierto, el abuelo está sentado en el otro sofá viendo la televisión.

—Buen día —dice con tono irónico.

—Buen día —río y al ver por la ventana me doy cuenta de que ya ha oscurecido.

El reloj indica que son las nueve de la noche.

—¿Día agotador? —Ladea la cabeza.

—En realidad no. —Niego con la cabeza—. Comencé a leer y... me dormí.

—¿Por qué sigues con eso? —Frunce el ceño señalando el libro caído en el piso con un pequeño movimiento de su cabeza—. A Sommer no le habría gustado que te tortures por ella.

Sonrío a la vez que suelto aire por la nariz.

—¿Crees que estoy loca si te digo que me gusta?

—Sí.

—Hasta hace poco no le encontraba sentido, pero creo que por fin entendí por qué a Sommer le gustaban tanto.

—Ilumíname, Ku'uipo.

—Soñaba con salir de la isla y sabía que sus padres jamás se lo permitirían, no mientras dependiera económicamente de ellos. Los libros eran una manera de estar fuera aún estando aquí.

El abuelo sonríe.

—El océano fue injusto con ella —Su sonrisa se vuelve nostálgica—. Demasiado injusto.

—¿Alguna vez pensaste en que pude haber sido yo?

Su sonrisa se pierde y sus cejas caen.

—Muchas veces —suspira—. Y en todas siento mi corazón romperse, cariño.

Aprieta los labios y hace que me sienta mal por haber preguntado.

—Lamento mucho lo que le pasó a Sommer, no te imaginas cuanto, pero a la vez me alegra que haya sido ella y no tú.

—Abuelo. —Agrando los ojos.

—Es la verdad, Ainhoa. —Niega con la cabeza—. Tú y tu madre son las únicas personas que me importan en este mundo, daría mi vida por cualquiera de las dos.

Lleva la mano a su pecho como si le doliera el corazón, sin embargo, es el mío el que se parte al ver como sus ojos se cristalizan.

—Si esa noche tú hubieras muerto... No sé qué habría hecho con mi vida, Ku'uipo.

Acorto la distancia que nos separa gateando y lo abrazo.

—Si algo me hubiera pasado tú debías de aprender a vivir con eso, abuelo —susurro contra su pecho—. La vida sigue.

—Mi vida gira en torno a tí, Ku'uipo, mi vida no habría seguido.

—También tienes a Ainakea.

No me gusta que piense de esa manera, si yo estuviera en el lugar de Sommer me dolería el alma de saber que no puede superar el no tenerme junto a él.

Al separarnos, me siento frente a él en la alfombra.

—No tengo a Ainakea. —Niega con la cabeza y mi ceño se frunce—. Si la hubiera encontrado cuarenta y cinco años antes, cuando conocí a tu abuela, y me hubiera enamorado de ella quizá hoy podría decir que la tengo.

—No entiendo.

—Nos entendemos a la perfección y es la persona que siempre he querido encontrar, la adoro, pero debo admitir que solo nos acompañamos a un destino inevitable.

—¿De qué hablas, abuelo?

—Con la edad que tenemos es difícil disfrutar sabiendo que sin importar lo que hagas tarde o temprano deberás decir adiós.

—No digas eso, abuelo. —Trago grueso.

—Es algo que también deberías tener presente, Ainhoa. —Sonríe de lado, una sonrisa minúscula—. Vi como te hundiste cuando Sommer falleció, no quiero que hagas lo mismo cuando sea mi turno.

—No digas eso, abuelo —repito.

—Prométeme que cuando sea yo quien deje este mundo seguirás adelante. No quiero que te detengas siquiera por un segundo, cariño. Prométemelo.

Una lágrima corre por mi mejilla quemando mi piel a su paso.

—Estás bien, ¿verdad? —Siento como mi corazón se encoge dentro de mi pecho.

—Estoy bien, Ainhoa, estoy perfectamente.

—¿Entonces por qué dices estas cosas?

—Porque hoy estoy aquí, pero no sé si mañana también lo estaré y no quiero que vuelvas a enterrarte en el pozo en que estuviste todo este tiempo. Promételo.

Interrumpo con el dorso de mi mano una nueva lágrima que desborda mi ojo.

—Te lo prometo, abuelo, seguiré adelante.

Vuelvo a abrazarlo y dejo que el calor de su pecho me funda a él.

Me siento culpable por prometerle algo que sé que no estoy dispuesta a hacer. Si algo me enseñó la muerte de Sommer es que está bien detenerte, repararte y luego comenzar a andar otra vez.

Ir rota por la vida solo hará que todo lo que toques acabe igual que tú.

Roto.

Si algún día debo volver a detenerme para procesar lo que me pasa y seguir adelante, lo haré.


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