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30. Makai.

Doy un salto para subir a la cama y espero con el teléfono pegado a mi oído. Sonrío algo nerviosa mientras enrosco el cable del teléfono en mi dedo y cuando finalmente Devon responde, cerca del noveno tono, suelto un suspiro de alivio.

—¿Qué haces? —pregunta él.

—Nada, ¿y tú? —Arranco una cascarita de una vieja herida en mi pierna.

—Acabo de cenar, Adelyn preparó boloñesa y comí tanto que por un momento creí que iba a explotar.

—¿Estabas por dormir? —Dejo que mis piernas cuelguen del borde de la cama.

—No. —Puedo imaginarlo negando con la cabeza—. De hecho, estaba en videollamada con Lola y Fran...

—Perdón. —Muerdo mi labio inferior.

—Ya comenzaban a unirse para molestarme —ríe—. No te disculpes.

—¿Cómo están?

—Bien. —Hace una pausa—. Ambos están en Irlanda, se suponía que solo iría Lola y Mateo, pero acabaron yendo los tres.

—Tú también deberías estar allí. —Aprieto los labios a la vez que suelto aire pesado por la nariz.

—Me gusta estar donde estoy.

Ambos nos quedamos en silencio por algunos segundos.

—Si pudieras estar en cualquier lugar ahora mismo, algo así como transportarte mágicamente, ¿a dónde querrías ir?

—A tu casa —suelta y mi carcajada resuena por toda mi habitación.

Durante segundos lo único que se escucha es mi risa, pero luego él dice algo que me hace frenar en seco.

—¿Quieres ir a surfear?

—Devon...

—Perdón, fue una mala idea...

—Sí. —Una pequeña sonrisa se forma en mis labios—. Vamos.

—Ya estoy saliendo de casa. —Lo escucho removerse rápidamente y río.

—¿Nos vemos al pie de la colina?

—¿El que llegue primero? —dice y sonrío.

—No podrás ganarme.

Cuelgo y dejo el teléfono encima de la cama, nadie llamará a esta hora así que no veo por qué perder tiempo volviendo a ponerlo en su suporte. Abro la puerta de mi closet y veo la ropa caer de él sin prestarle mayor atención, tomo mi traje térmico y lo contemplo por algunos segundos pensando en si realmente es necesario o no.

Decido que sí, es necesario.

Apenas termino de ponérmelo, tomo una liga de cabello y me ato una cola alta en el medio de la cabeza. Me calzo mis sandalias junto a la puerta y salgo de la casa dirigiéndome a la casilla del abuelo; la vieja tabla me espera encima de la mesa improvisada con un pedazo de madera y dos tanques en los que antes se solía guardar gasolina.

Paso mi mano por encima de la tabla para quitar el polvo. Es una gun blanca con fins azules. En la punta todavía se alcanza a apreciar partes del logo del equipo para el que el abuelo surfeaba en su juventud.

Salgo de la casilla revisando la amarradera; nadie ha usado esta tabla en mucho tiempo y el abuelo le tiene mucho cariño, lo último que quiero es perderla en medio del mar por no haber revisado el estado de la soga.

Dejo la tabla junto a la entrada y vuelvo a entrar a la casa. Subo las escaleras corriendo y me dirijo directo al cuarto cajón de mi cajonera; si hay cera en la casa seguro estará ahí. Me lleva más minutos de los esperados encontrarla, lo que retrasa todos mis planes y me hace llegar por último al pie de la colina.

—Aloha —dice Devon, pasando su mano por detrás de mi cintura para atraerme hacia él y darme un beso en los labios—. Esperé por esto todo el día.

Con un brazo sostiene mi cuerpo y con el otro a la tabla que nos supera a ambos en altura.

—¿Ahora hablas hawaiano? —Frunzo el ceño poniendo mis manos en su pecho para crear cierta distancia y poder verlo a los ojos.

—Hoy fui al mercado de Nahele y Nalu me dijo que si quería que me atendiera debía hablar en su idioma.

—¿En serio?

Él asiente con la cabeza a la vez que aprieta los labios.

—No me molesta, llevo dos meses aquí, creo que es momento de que comience a aprender algo... Ya debería haberlo hecho.

—Muy pocas personas usan el hawaiano, Devon. —Ladeo la cabeza—. No pierdas tiempo aprendiendo algo que no vas a necesitar.

—Cuando fui a pescar con Esmud sus amigos hablaron la mayor parte del tiempo en hawaiano. —Comenzamos a caminar hacia los senderos—. No quiero quedarme afuera de las conversaciones por no saber. Además, estando aquí tengo más tiempo libre de lo que he tenido en toda mi vida.

—Lee un libro. —Lo miro de reojo.

—Ahora que lo pienso, tampoco tengo tanto tiempo libre. —Sonríe—. El único libro que leería sería uno que cuente nuestra historia.

—¿Quién querría leernos a nosotros dos?

—Yo. —Se encoge de hombros—. No me gusta leer, pero nuestra historia la leería una y mil veces.

—Hay gente para todo. —Ruedo los ojos—. Sommer probablemente te habría tomado la palabra.

—Hazlo tú. —Me mira y al segundo siguiente una sonrisa se forma en sus labios—. Escribe sobre nosotros.

—La única cosa que he escrito en mi vida es un poema, Devon —río—. Un libro es demasiado para mí.

—¿Un poema? —Enarca una ceja—. ¿Puedo leerlo?

—Lo tengo en casa, en una libreta que por cierto no he visto en semanas. —Mi ceño se frunce.

—¿Pero puedo leerlo? —Me pecha con el codo—. ¿O eres de esas que no les gusta compartir lo que escriben?

—Claro que puedes. —Asiento—. Solo que primero tengo que encontrar la libreta.

Sonríe. Mientras caminamos por el sendero lo escucho hablar de su tía y de una yerba medicinal que trajo de su reciente salida de la isla. Yo le cuento sobre la nueva receta del abuelo; el otro día, cuando se quedó a cenar con nosotros, el abuelo le dió dos tuppers con comida para que llevara a su casa, nosotros nos quedamos con cuatro tuppers en la heladera y eso ha sido lo que hemos comido durante lo que va de la semana.

Enchilada a la mañana, enchilada a la tarde y enchilada a la noche.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Nhoa? —pregunta él cuando ya estamos en la playa.

—Quiero hacerlo. —Asiento con la cabeza afirmando mis palabras.

Sonríe y luego extiende su mano hacia mí, se la tomo y juntos caminamos hacia la orilla. Dejo las sandalias a medio andar y él también se deshace de las ojotas en algún tramo de la arena.

—El primero que dome una buena gana —suelto, haciendo una seña con mi cabeza hacia el océano en referencia a las olas.

—¿Qué gana? —Sube y baja las cejas—. Para meterte a buscar buenas olas a esta hora tienes que tener un buen incentivo.

—Lo que quiera. —Extiendo mi mano hacia él.

Una sonrisa se forma en sus labios en el momento justo en que estrecha mi mano y yo le regreso el gesto.

—¿A la de tres?

—Solo corre al agua. —Ruedo los ojos antes de empujarlo y echarme a correr hacia la orilla.

Salto las primeras olas que vienen a nuestro encuentro para que no me retrasen y logro ganar una distancia de algunos pocos metros. Enseguida plancho mi pecho sobre la tabla y pongo mis brazos a trabajar para avanzar más rápido.

Las olas son violentas esta noche, se sacuden con ferocidad y al romperse en la orilla parecen rugir.

No dejo de remar con mis brazos sino hasta estar mas o menos en donde el agua llegaría a cubrir mi pecho estando de pie. A Devon le toma algunos segundos más alcanzarme, sonríe negando con la cabeza y yo me encojo de hombros.

—Corriste mucho antes que yo. —Me sentencia con el dedo—. Tramposa.

—Diría que solo estaba siendo competitiva, pero tienes razón, hice trampa. —Le saco la lengua y él arruga la nariz.

—Y por eso ganaré yo.

—Ni en tus sueños. —Entorno los ojos.

Nos quedamos en silencio contemplando el oscuro horizonte. El sonido de las olas formándose y rompiendo en la orilla se convierte en una melodía dulce que eclipsa todo a su alrededor, nos eclipsa a nosotros y hace que los segundos en que nos sostenemos las miradas se vuelva mágico.

—Esa es mía —dice Devon, empezando a bracear.

No alcanzo a ver la ola que quiere, sin embargo, muevo mis brazos con la intención de robársela. Remo y remo buscando sacarle ventaja y para cuando me doy cuenta de que en realidad él nunca avanzó, la ola me da de lleno en el rostro y trago agua.

Me siento en la tabla tosiendo y de fondo escucho su carcajada.

—Por esa me refería a la que viene —suelta al cruzar junto a mí.

Me alejo en cuanto él alcanza la ola y rema de regreso.

Desde que lo vi surfear por primera vez con los chicos aprecié la elegancia con que lo hace. Lo delicado que es al tomar la tabla y pararse sobre ella llama la atención hasta del surfista más inexperto. Sus movimientos, precisos y decididos en cada maniobra hacen un show disfrutable y no limito mis aplausos.

Termina la ola guardándose dos cortes y tres reentrys seguidos para luego terminar con un floater caminando de una punta a la otra de la tabla.

En una competencia fácilmente se llevaría un nueve de puntaje.

—¡Presumido! —Pongo mis manos alrededor de mi boca para que el sonido de mi voz se escuche más fuerte.

—¡Supera eso! —chilla desde la distancia.

Apenas lo veo que comienza a bracear hacia mí, volteo mi vista hacia mis espaldas y ruego por una buena ola.

Espero y espero por la indicada, pero los minutos se me acortan y antes de que Devon llegue a mí me lanzo a la primera que aparece.

Braceo en sentido de la corriente cuando la ola me alcanza y no desperdicio más tiempo. Me pongo de pie lo más rápido posible y lo imito, hago dos cortes seguidos, subo al lomo de la ola y me quedo ahí hasta que está a punto de cortarse para luego terminar con un snap.

Lo escucho gritar desde el mismo lugar en que yo estaba antes y dejo que la ola me trague.

Para cuando vuelvo a la superficie él está más cerca de lo que esperaba, le sonrío y me regresa el gesto acercándose aún más. La punta de su tabla choca con el borde de la mía y me contempla, su vista baja, una sonrisa curvando sus labios.

—Ambos estamos de acuerdo en que gané, ¿no? —dice mientras se quita la amarradera del pie.

—No es mi culpa que no haya buenas olas. —Ladeo la cabeza.

—Es tu culpa no saber elegir.

Mueve su tabla hasta que su pierna está pegada a la mía.

—Gané, Ainhoa. Acéptalo. —Se encoge de hombros sonriendo de manera arrogante.

—Ganaste. —Ruedo los ojos—. Pero solo porque el océano te ayudó.

Él ríe, llevando su mano al abdomen.

—Que feo es no saber perder, esas cosas se enseñan en el preescolar, Nhoa.

Se deja caer de lado, perdiéndose dentro del agua y su tabla se mueve un poco hacia la izquierda, lejos de mí.

—Devon —advierto—. No es gracioso.

Mi mirada lo busca en todas partes, pero no hay caso, la luz de la Luna no es buena como para identificarlo.

—¡Devon! —repito—. ¡No es gra...

No termino de gritar, porque de un momento a otro estoy completamente sumergida en el agua.

Me toma unos segundos volver a la superficie y subir los brazos a mi tabla. Devon, del otro lado de la madera, carcajea victorioso.

—Quiero mi premio. Sube y baja las cejas.

—No tendrás nada después de eso —espeto, intentando acomodar los cabellos que se han salido de mi coleta e inevitablemente acabaron pegados en mi rostro.

Termino por desatarme el cabello por completo y poner la liga en mi muñeca. Vuelvo a sumergirme para que así el cabello se acomode por sí solo.

—Que mala perdedora eres, Ainhoa Euskal. —Niega con la cabeza—. Jamás creí que la reina del surf sería una tramposa de este nivel.

—¿Qué quieres? —pregunto, rodando los ojos.

—Quiero un beso.

Sonríe acercando su boca a la mía, la tabla sirviéndonos de apoyo para que el agua no nos trague. Es un beso corto, con un poco de sabor a océano, a sal y a él. Un beso que parece nuevo, pero que en realidad no lo es; cada vez que me besa de esta forma, cada vez que nuestros labios se encuentran con esta intensidad, siento que llevábamos miles de años lejos y que, de alguna forma tonta, ese beso reconforta nuestras almas.

—Vuelve a tirarme de esa manera y no habrán más besos. —Apoyo mi mano en su cabeza y hago que se hunda—, de ningún tipo.

Ríe al salir a la superficie y va en busca de su tabla.

—Como soy buen competidor —comenta, regresando junto a mí—, voy a darte la revancha.

—Esta vez voy yo primero. —Lo sentencio con el dedo.

—El océano es todo tuyo.

Lo último que veo antes de ponerme en marcha hacia el horizonte es una sonrisa ladina que curva sus labios.

Dos horas después caminamos por los senderos tomados de la mano. El sonido de la brisa que juega con los árboles nos acompaña y, a lo lejos, también el de las olas.

Por primera vez en un año siento que me divertí de verdad. Por más que odie perder y Devon haya ganado la mayoría de las rondas, se sintió bien, se sintió como si otra vez fuera una adolescente sin la vida presionándome las espaldas para que le demuestre algo.

—El abuelo no está —le comento mientras guardo la tabla en la casilla y él me espera en la puerta—. ¿Quieres quedarte?

—¿Tendré que irme en la mañana antes de que regrese o algo así? —Entorna los ojos.

—Sabe que estamos saliendo, le caes bien, no va a decirnos nada. —Sonrío acercándome a él y tomo su mano para tirar de su cuerpo hacia la casa—. La regla de no llevar chicos a mi habitación la inventó mi padre y eso fue hace cinco años. No somos niños.

Abro la puerta de mi casa y dejo que sea él quien entre primero. Subo a la habitación de mis padres y tomo una bata que le entrego a Devon al regresar a la sala. Le recuerdo dónde está el baño y me meto en mi habitación para ponerme el pijama.

—¿Quieres comer algo? —pregunto cuando sale del baño y él niega con la cabeza.

—Quiero leer el poema.

—Cierto. —Agrando los ojos y camino hacia las estanterías de Sommer soltando un suspiro—. Seguro está por aquí.

Recuerdo la primera y última vez que escribí algo en ella. Estaba sentada en el sofá y el abuelo me reprendió por distraerme y básicamente estar llegando tarde a mi turno en la escuela de surf. Si él la movió de lugar seguro fue a las estanterías.

—¿Es una libreta azul? —pregunta él y yo asiento—. ¿Esta libreta azul?

Me volteo hacia él y sonrío viendo que la tiene en su mano.

—Déjame ver si tiene algo más escrito. —Que no recuerde haber escrito nada más no quiere decir que no lo haya hecho—. Subamos a la habitación, ¿quieres?

Él asiente. Mientras caminamos por las escaleras releo la única pagina escrita en la libreta; mamá me la compró con el afán de que la usara como un diario, que escribiera mis problemas y así intentara dejarlos atrás.

Debió saber que el dolor no se marcharía por el simple hecho de que escribiera cosas en un papel y lo quemara.

—Bien —suspiro, dejándome caer en la cama para luego encender la lámpara de noche.

Apoyo mi espalda en el respaldo cruzándome de piernas, él se sienta con la misma postura a los pies de la cama y extiende sus manos para que le pase la libreta.

—Es una estupidez en realidad...

—Deja que me concentre. —Me reprende frunciendo el ceño y yo sonrío.

Tarda más de un minuto en acabar de leer, minuto que se siente eterno. Cuando alza la cabeza y su mirada choca con la mía, veo sus ojos cristalizarse y una sonrisa nostálgica curvar sus labios.

—Es hermoso, Nhoa. —Aprieta los labios—. De verdad.

Gatea hasta llegar a mí y me abraza por el estómago. Permanecemos así por minutos. Mi pecho subiendo y bajando, llevando a su cabeza arriba y abajo con cada movimiento, mis dedos jugando con su cabello y abriéndose camino hacia su hombro para luego regresar la parte más larga de su mullet. Pronto mi brazo comienza adormecerse y me veo obligada a apartarme, pero entonces me doy cuenta de que él está dormido.

Miro la libreta y sonrío leyendo las palabras que alguna vez decidí escribir.


'Cuando el mar te golpea y las olas te arrastran queriendo apoderarse de ti.

Cuando comprendes que la única forma de salvarte es nadando, es entonces cuando sacas fuerzas incluso de donde no tienes y vas en busca de tierra firme.

Te salvas.

Tú mismo, porque eres lo único que tienes, lo único que tendrás.

Por más roto que las olas te dejen, por más daño que te haga el mar, te tienes a ti.

Te salvaste.

Y ahora toca sobrevivir.'


Pateo la libreta fuera de la cama y como puedo, sin apartar a Devon de mí, me las arreglo para cubrirnos a ambos con una manta fina. Extiendo mi brazo hasta la mesa de noche y apago la lámpara.

—Hasta mañana, Devon.

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