28. Dos palabras, un sentimiento.
El jueves no hubo clases de surf. Kalea nos llamó a Devon y a mí el miércoles por la noche para avisarnos que no debíamos concurrir el jueves en la mañana, pero que esas horas no se descontarían sinó que las sumaría a las horas que debe pagarnos por pasar el fin de semana con los chicos en la reserva natural.
Hoy a la mañana, cuando salimos de Kihei, el tiempo era ideal; aunque el sol no estaba alto en el cielo, su calidez ya comenzaba a notarse y todo apuntaba a que sería un buen día. Fue un trayecto verdaderamente hermoso hasta la reserva, para mucho de los chicos su primera salida de Kihei.
Después de almorzar, nos dirigimos hacia el sector en donde están las aves con el afán de ver las crías de las que la guía del lugar nos estuvo hablando desde que llegamos. Íbamos a mitad de camino, cuando de la nada y sin previo aviso, se largó a llover.
Y ahora aquí estamos; catorce personas encerradas en una sola cabaña.
—La lluvia apesta —bufa Makoa.
—E haʻi aku wau iā mama ua hewa kāu ʻōlelo. —Palila lo sentencia con el dedo.
«Le diré a mamá que has dicho algo malo».
—Apestar no es algo malo. —Makoa le saca la lengua—. Sino tú eres la reina de las cosas malas, porque apestas.
—Eh, eh. —Devon los mira enseriado—. No se peleen.
—Ella empezó —replica Makoa y vuelve a sacarle la lengua a su hermana.
El celular de Devon suena y él camina hacia una de las habitaciones de la cabaña llevándose el teléfono a la oreja.
—¿Podemos encender la televisión? —pregunta Hokulani y yo asiento con la cabeza.
Todos se reunen en la alfombra frente a la televisión, Anela es quien toma el control remoto y se dispone a elegir una película. Mientras, mi vista se dirige a la ventana, a la lluvia fuera y a lo hermosa que se ve la vegetación desde aquí.
Nada supera a las vistas que ofrece Kihei, pero estas le hacen una buena competencia.
Mi atención regresa a la cabaña en cuanto siento a Devon a mi lado.
—Era Kalea —suelta enseñándome el celular con la pantalla apagada—. Dice que está pronosticada una tormenta.
—Pero si hoy a la mañana el clima estaba perfecto. —Frunzo el ceño.
—Me pidió encarecidamente que no nos movamos de la cabaña. —Rasca su nuca—. No sé qué haremos con doce niños nosotros dos solos.
—Lo de ser padres ya no suena tan bonito. —Sonrío y él me regresa el gesto.
—Veré qué hay para cocinar...
—Yo pensaré en cómo dividir las habitaciones. —Agrando los ojos—. ¿Alguna preferencia para tus compañeros de habitación?
Devon mira por encima de sus hombros a los chicos y cuando regresa la mirada a mí sonríe.
—Mejor no lo digas —río a la vez que ruedo los ojos.
Doy media vuelta y mientras él se dirige al área de la cocina, yo me siento junto a los chicos. Si mis cálculos no son errados, deberían de entrar, en dos habitaciones cinco personas y en la otra restante cuatro para que sea lo más equitativo posible.
A pesar de tener mis ojos puestos en la televisión, mi mente se centra en quienes deberán compartir habitación. Termino resolviendo mentalmente que en la primera habitación, la que está más cerca del baño, irá Palila, Anela, Ruth, Pua y Lulani. En la segunda, la que se enfrenta con la puerta de entrada, irá Makoa, Hani, Iki, Hualli y Houlani, considero que todos son lo suficientemente grandes como para no tener que estar supervisados. Adán, Lakona y Devon quedarían en la última.
Me preocupa un poco que Pua, siendo la más pequeña, pueda sentirse dejada de lado por las demás chicas, pero confío en que ellas podrán integrarla a la perfección.
Siento dos toques en mi espalda y giro mi cabeza. Devon me hace una seña hacia la cocina con un pequeño gesto y frunciendo el ceño, me pongo de pie y lo sigo.
—Solo tenemos pescado —dice, rascándose la nuca—. Puedo ir hasta la recepción y pedirles otra cosa, seguro consigo algo que sí te guste...
—Comeré pescado. —Asiento con la cabeza.
—Pero no te gusta...
—No soy una niña caprichosa. —Sonrío—. Si es lo que hay es lo que comeré.
—Bien. —Frunce un poco el ceño sonriendo—. De todas formas iré antes de dormirnos, así que tienes tiempo de arrepentirte.
—Sobre eso... compartirás habitación con Adán y Makoa.
—¿Una habitación solo para chicos y otra para chicas? —Sonríe de lado—. ¿En cuál estarás?
—Dormiré en el sofá. —Volteo mi mirada hacia el viejo sofá junto a la ventana—. La luna se ha de ver hermosa desde ahí.
—Recuérdame también traer alguna pastilla para las contracturas.
—Se ve cómodo. —Arrugo el ceño—, pero por si acaso tráela...
Río.
Ambos giramos nuestras cabezas hacia los chicos al escucharlos discutir. Anela y Hualli tiran del control remoto cada uno tomándolo por una de sus puntas.
—¿Qué pasa? —Devon esquiva mi cuerpo y se dirige hacia ellos—. Si siguen peleando los pondré dentro de una de mis remeras y no los dejaré salir hasta que se quieran.
Los sentencia con el dedo y ambos se detienen para contemplarlo enseriados.
—No los estoy retando, enanos —suelta, relajado la postura—, pero estaremos aquí unas cuantas horas y si comienzan a pelearse será insoportable para todos.
—Hualli quiere que veamos boxeo, es el único que quiere ver eso. —Anela pone sus manos en sus caderas, su expresión sigue completamente seria.
—¡Nosotros tampoco queremos ver las tontas sirenas! —espeta Hualli.
—Es cierto. —Se une Makoa—. Yo también quiero ver box.
Devon me mira por encima de su hombro y agranda los ojos en pedido de ayuda.
—Cuando acabe la película podrán mirar boxeo —digo, acercándome a Devon—. Tomaremos turnos para elegir qué ver, ¿bien?
—Apenas pasaron diez minutos de la película. —Hani rueda los ojos—. Tardará una eternidad en acabar.
—Ya escucharon a Nhoa. —Devon extiende su mano hacia Hualli—. Primero las sirenas.
—No lo veré. —Hualli se pone de pie y camina hacia el sofá.
Se deja caer en él soltando un bufido y mientras todos regresan su atención a la televisión, la mirada de Hualli se pierde entre los árboles. Devon regresa a la cocina y yo vuelvo a sentarme junto a los chicos.
Media hora después el aroma a pescado comienza a inundar mis narices, afuera todavía parece que el cielo estuviera a punto de caer. Me pongo de pie y camino hacia Devon que me sonríe al notar que me acerco.
—Ya no falta mucho —comenta cuando me detengo a su lado—. Prepararé arroz para acompañar el pescado.
—¿Quieres que te ayude? —pregunto, buscando con mi mirada alguna olla sobre la mesada.
—Como quieras. —Se encoge de hombros—. Creo que en el mueble aéreo hay una olla que viene bien para la cantidad que necesitamos.
Aprieto los labios y me dispongo a buscar la olla mientras Devon saca el pescado del horno y comienza a pasarlo a los platos. Noto como Hualli nos contempla de a ratos y abre la boca como si quisiera decir algo, sin embargo, se mantiene en silencio y yo tampoco pregunto qué es lo que quiere.
Coloco aceite en la olla, tres tazas de arroz y espero algunos minutos para poner seis tazas de agua. Cuando ya está lista, Devon se encarga de servir porciones junto al pescado mientras yo le indico a los chicos que se sienten alrededor de la mesa.
La cena transcurre con mayor paz de la esperada, Hualli y Anela vuelven a intercambiar algunas groserías, pero basta con una mirada de Devon para que se detengan; en ese sentido me recuerda un poco a mi abuela, bastaba con una mirada para saber que estaba haciendo algo mal y que si continuaba con eso iba a tener consecuencias, practiqué esa mirada frente al espejo muchas veces, pero todavía sigo sin poder hacerla.
No soy de esas personas que imponen respeto solo con los ojos.
Nunca lo he sido.
Mi mirada no tiene el poder de demostrar dulzura y al segundo siguiente helarte y no sé que tan bueno o malo sea eso.
Al terminar de cenar, les indico a cada uno las habitación a la que deben ir y me meto con las chicas a la de ellas para tomar una manta. Anela y Palila piden unir sus camas para poder dormir juntas, pero acaban uniendo todas y armando una cama mega grande.
—¿Quieres dormir con nosotras? —pregunta Ruth cuando me dirijo hacia la puerta—. Podemos hacerte un lugar.
—Tranquilas. Dormiré en el sofá. —Sonrío—. Quiero aprovechar de las vistas.
—¿No te da miedo que Kanaloa aparezca? —Pua se cubre con la manta hasta que solo se ven sus ojos.
—Kanaloa no existe, Pua —asegura Palila y yo asiento con la cabeza afirmando sus palabras.
—Hani dice que es un pulpo con tres cabezas y veinticuatro tentáculos que te arrastra al océano para comerte y luego deja que algunas partes de tu cuerpo regresen a la orilla solo para demostrarle a aquellos que te aman que estás muerta...
—Kanaloa no existe. —Niego con la cabeza—. Son cuentos que se inventaban los ancianos para asustar a los niños. Además, si existiera estamos muy lejos del océano así que no va a arrastrarnos a ninguna parte.
—Claro. —Palila se acerca a ella y la abraza—. Son solo historias.
—¿Quieren que me quede hasta que se duerman? —pregunto sonriendo, pero Pua niega con la cabeza.
—No tengo miedo —suelta, deshaciéndose de la manta—. Tranquila, Nhoa.
—Descansen. —Vuelvo a sonreír y apago la luz para salir de la habitación.
Mis ojos viajan al sofá y ahí encuentro a Devon. Frunzo el ceño mientras camino hacia él, suelto un suspiro dejándome caer a su lado y luego cierro los ojos.
—Estoy agotado —dice, soltando un suspiro—. No me cansaba tanto desde que tuve que trabajar como mozo durante la Navidad.
—¿Los chicos ya se durmieron? —pregunto, girando mi cabeza hacia él.
—Sí, también estaban agotados. —Cierra los ojos—. ¿Supiste algo sobre Kenau?
El viernes en la mañana lo llamaron para competir en Kapalua. Unos chicos encontraron los videos que grabó durante la competencia y lo contactaron para invitarlo a formar parte de su grupo; al parecer no es una competencia importante, ni nada por el estilo, pero Keanu le hace ilusión conocer a más gente que siente la misma pasión por el deporte que él ama.
—La última vez que hablé con Leilani fue esta mañana. —Me encojo de hombros—. No tengo ni idea de cómo le habrá ido, pero espero que bien.
—¿Los llamamos? —Abre los ojos y me contempla con una sonrisa.
Mi vista viaja a la ventana.
—No estamos en una zona con muy buena cobertura y la lluvia entorpece aún más la señal.
—Me molesta que mañana tengamos que regresar y que los chicos no hayan aprovechado absolutamente nada.
—Se veían felices hoy en la mañana. —Suelto un suspiro—. Ya tendremos otra oportunidad de regresar.
—Si deja de llover y el tiempo se compone podemos llevarlos a alguna parte mañana... no quiero que nos marchemos sin hacer nada interesante.
Ambos volteamos a ver a las puertas de las habitaciones al escuchar las risas que provienen de ahí. Volvemos a mirarnos y sonreímos.
—Parece que se divierten —suelta él y luego se cubre la boca para bostezar—. ¿Quieres ver una película?
—¿No estabas agotado? —Frunzo el ceño.
—Puedo aguantar un rato más. —Me sonríe.
Arruga la nariz mientras se acerca a mí para darme un beso corto en los labios. Sonrío apartándome y lo empujo suavemente para que regrese a su lado del sofá.
—Pueden vernos. —Agrando los ojos y ambos volvemos a mirar hacia las puertas de las habitaciones al escuchar nuevamente risas.
—Será una noche larga. —Recuesta su cabeza en el respaldo del sofá y suelta un suspiro.
Apoyo mis manos en el respaldo y fijo mi vista en la Luna alta en el cielo. La lluvia parece haber disminuido su intensidad, pero todavía sigue ahí recordándonos que arruinó nuestro día por completo.
—¿Segura que no quieres nada de la recepción? —pregunta, girando su mirada hacia mí, pero yo niego con la cabeza.
—¿Qué es lo que tú quieres de ahí? —Frunzo el ceño.
—Necesito un adaptador para el cargador de mi celular.
—¿No puedes vivir sin ese aparato ni un día? —Ruedo los ojos.
—Está a punto de morir. —Aprieta los labios.
Saca el celular del bolsillo de su pantalón, me enseña la pantalla supongo que para que vea la poca batería que le queda, pero mi vista es colapsada por otra cosa. Apaga la pantalla al segundo siguiente, pero no es lo suficientemente rápido, porque claramente he visto lo que tanto intenta ocultar.
Ahí, ocupando la pantalla de su celular, estoy yo. Fue la que me tomó el otro día, la que salgo con el océano en el horizonte.
—¿Te molesta? —pregunta, mirando la pantalla de su celular.
—A ver. —Estiro mi mano hacia él—. Déjame verla.
Me pasa el celular y yo sonrío contemplándome en la pantalla.
—¿Tomaste más? —pregunto, regresándoselo.
—Estás en todas las que tomé, se suponía que tenías que descubrirlo cuando llevara las fotos a la escuela, pero ya lo has hecho así que da igual...
—¿La actividad del otro día se basó en tomarme fotos a mí? —Frunzo el ceño—. Se supone que teníamos que tomarle fotos a las cosas lindas que vieras en la isla.
—Y lo hice —sonríe y vuelve a acercarse a mí para darme un beso corto en los labios—. No importa a dónde fuéramos o las cosas que viéramos, seguías siendo lo más lindo delante de mis ojos.
—Me va a dar un coma diabético. —Ruedo los ojos.
—Solo estoy diciendo la verdad. —Chasquea la lengua—. Eres hermosa, Ainhoa.
—Y tú, bueno...tienes salud...
Me saca la lengua y luego fija su vista en el techo.
—Si fuera tan horrible como insinúas no habrías dejado que te bese ni ahora ni antes, ¿no?
—Lo hice para que no te sintieras mal, pero no volverá a pasar. —Lo miro seria a pesar de que no me esté viendo—. Te lo aseguro.
—¿Ah, no? —Voltea su cabeza hacia mi.
—No. —Niego con la cabeza y él sonríe.
—¿Segura? —pregunta, ensanchando su sonrisa.
—Inténtalo.
Se acerca y se queda a una distancia peligrosa de mi boca. Permanece estático por segundos que se convierten en mi enemigo y me obligan a tomarlo por la remera para obligarlo a acortar la distancia.
Sus labios encuentran los míos y nuestras lenguas se saludan como si fueran viejas conocidas.
—Te quiero —suelta al apartarnos.
—¿Me quieres? —pregunto, girando mi cuerpo hacia él.
—No me digas que eres de esas que cree que tienen que pasar veinte años para poder decirlo. —Frunce el ceño—. Te conozco hace dos meses y te quiero, ya está. No tiene que ser complicado.
Muerdo mi labio inferior.
—Te quiero. —Sonrío y él vuelve a unir nuestros labios.
—¿Te gusta la foto? Sino puedo cambiarla por otra...
Recuesta su cabeza en mis piernas.
—Esa está perfecta —aseguro.
Ambos volvemos a fijar la vista en las puertas de las habitaciones al escuchar que una se abre. Adán sale de su habitación rascándose el cabello y nos contempla con los ojos entornados, todavía algo dormido.
—Devon... —Apenas escuchar su nombre, Devon se endereza—. ¿Puedes contarnos un cuento a Lakona y a mí?
Devon suspira y luego se pone de pie.
—Ya voy, enano. Ve entrando a la cama.
Cuando Adan regresa a la habitación, Devon vuelve a besarme y yo sonrío.
—Hasta mañana, despeinada.
—Hasta mañana, turista.
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