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23. Sin prisa.

—Pobre Devon. —Palila suelta un suspiro—. Ojalá esté mejor para el martes que viene.

—Si no se mejora podemos pedirle a la abuela Kake que le haga un ungüento de esos que nos pone en el pecho a nosotros —comenta Makoa sin dejar de abrazarme.

—Va a mejorar, solo es un resfriado. —Sonrío.

—Es gracioso que se haya enfermado solo por haber estado bajo la lluvia.

El domingo llovió, llovió más de lo que había llovido en todo el mes y al parecer Devon estuvo en el lugar incorrecto justo en el momento incorrecto, pescó un resfriado y eso lo ha mantenido en cama desde entonces. No vino a trabajar el martes, tampoco hoy, pero no pierdo mis esperanzas de que el martes siguiente aparezca por aquí.

—Huali dijo que cuando Devon regresara a trabajar debíamos burlarnos de él por resfriarse en verano. —Palila se pone de pie y señala hacia los senderos con la cabeza—. Papá ya llegó.

Makoa abandona mis brazos para correr a los de su padre que lo recibe sonriendo.

—Adiós, Nhoa —dice Palila antes de acercarse a mí para darme un beso en la mejilla—. Si ves a Devon dile que lo extrañamos y que esperamos que se mejore.

—Lo haré. —Sonrío asintiendo con la cabeza.

No tengo excusa para ver a Devon y, siendo sincera, no creo que quiera verme. Desde lo que pasó ha estado raro, casi no nos hemos visto y las veces que hemos estado en el mismo lugar son pocas las palabras que hemos intercambiado.

Saludo al señor Ward, padre de los chicos, alzando mi mano en el aire y en cuanto los veo marcharse vuelvo a meterme en el restaurante. Kai me sonríe desde la barra y le regreso el gesto mientras me dirijo a los vestidores; tomo mis cosas y vuelvo a abandonar el restaurante.

El camino a casa se me hace extremadamente monótono. Sin nadie con quién hablar se convierte en la actividad más aburrida del día y, aunque me sorprenda decirlo, disfruto de poder llegar a casa y tomar algún libro para perder mi cabeza en él.

No creía encontrar eso que los hace especiales, pero es cierto que últimamente se han convertido en una compañía agradable a la que recurro a menudo.

En casa me recibe la soledad. Ojeo los muebles de la entrada en señal de alguna nota del abuelo que me de una pista sobre su paradero, pero no hay nada. Se supone que debería estar aquí.

Me quito mis ojotas, desato mi cabello y camino hacia el sofá. Me dejo caer encima de él soltando un largo suspiro y cierro los ojos. Pronto mi estómago comienza a rugir y entiendo que es tiempo de ir en busca de algo que comer, pero ni bien he saciado mi hambre, regreso al sofá.

Estoy algo entredormida cuando escucho la puerta de la entrada abrirse y volteo a ver en esa dirección. El abuelo me sonríe y le regreso el gesto bajando la mirada hasta las bolsas que carga en sus manos; me toma medio segundo ponerme de pie e ir a ayudarlo.

—¿Por qué no me dijiste que irías al mercado? —pregunto en un todo de rezongo—. Podría haberte ayudado con todo esto.

Tomo algunas bolsas y juntos caminamos hacia la cocina. Apenas dejamos todo encima de la mesada, el abuelo se voltea hacia mí y me contempla con la cabeza ladeada.

—¿Qué pasa? —Frunzo el ceño.

—Necesito que me hagas un favor, Ku'uipo. —Sonríe—. Me encontré a Devon en el mercado, buscaba canela, pero a Nahele no le quedaba más, quedé en que le alcanzaría un poco ni bien llegara a casa.

—¿Por qué no vino él hasta aquí? —Definitivamente me está ignorando.

—Yo me negué. —O bueno, quizá no—. Creí tener las energías suficientes como para venir aquí con las bolsas y luego ir hasta la casa de Ikaia a llevarle la canela... Pensé que un poco de ejercicio no me vendría mal.

—No entiendo, abuelo. —Mi ceño vuelve a fruncirse—. ¿Qué quieres que haga?

—Quiero que le lleves canela. —Ahora la que ladea la cabeza soy yo—. Le prometí que lo haría, Ainhoa, por favor.'

—¿Tenemos canela siquiera? —Arrugo mis facciones sacudiendo lentamente de un lado a otro la cabeza.

—Claro que sí. —Abre la alacena y saca de ahí una bolsa de canela de un kilo—. Aquí está.

—¿Un kilo? —Ni siquiera sabía que eso estaba ahí, mucho menos que la canela venía en un paquete tan grande.

—No voy a enviarle un paquete abierto. —Aprieta los labios—. Llévaselo e intenta regresar antes de que se largue a llover.

—No creo que llueva hoy —comento, mientras subo por las escaleras.

Me meto en mi habitación y tomo un buzo, me calzo unas zapatillas y por último contemplo mi imagen en el espejo.

Paso el cepillo por mi cabello unas cuantas veces y vuelvo a bajar a la cocina.

—Apresúrate o te agarrará la lluvia. —El abuelo agranda los ojos pasándome mi bolso.

Miro dentro solo para confirmar que la bolsa de canela está ahí. Me despido de él con un beso en la mejilla y luego salgo de la casa. Mis ojos viajan a la bicicleta junto a la casilla, pero la ignoro y continuo caminando.

Al cabo de treinta minutos estoy frente a la puerta de la casa de Devon. Suspiro y, solo cuando mi corazón parece haber vuelto a latir con normalidad, golpeo la puerta.

Escucho pasos acercándose y mi corazón vuelve a desbocarse. Devon abre la puerta y cuando sus ojos tropiezan con los míos me regala una sonrisa.

—Creí que vendría Esmud. —Frunce el ceño, pero la sonrisa no desaparece de sus labios.

—Dijo que estaba muy cansado. —Ruedo los ojos, regresándole la sonrisa—. Me pidió que te trajera la canela.

Extiendo mi mano hacia él que toma el bolso y hace una seña hacia dentro de la casa con su cabeza.

—¿Pasas? —pregunta y yo dudo antes de asentir.

Quizá no me estaba evitando como creí. Si fuera así no me estaría invitando a pasar, ¿no?

—¿Cómo sigues del resfriado? —pregunto, mientras lo sigo a la que su tía me enseñó como la cocina.

—Estoy mejor. —Me mira por encima de su hombro—. Pero todavía tengo el virus, no te acerques demasiado por si acaso.

—Los chicos quieren burlarse de ti por haberte enfermado en verano —digo, riendo—. Palila me pidió que si te veía te dijera que te extrañan y que esperan que te mejores.

Ya en la cocina, mis ojos recaen sobre la masa que tiene estirada encima de la mesa de mármol. No mintió cuando dijo que su tío estaba obsesionado con poner mármol por todas partes, la última vez, y primera, que vine a esta casa, la mesa era de madera.

—Llevaba años sin enfermarme, Lola me contagió. —Aprieta los labios—. Mateo también está resfriado.

—¿Has sabido algo de ellos?

—Hablamos ayer, Franco piensa regresar el mes siguiente. Lola mandó besos para todos y uno especial para Leilani y para ti.

Apoyo mis codos en la isla de en medio de la cocina.

—Me cayó bien. —Sonrío—. Transmite muy buenas vibras.

Su ceño se frunce.

—Dijo exactamente lo mismo sobre ti. —Abre el paquete de canela y se dirige a la mesa—. ¿Te contó algo?

Me contempla mientras, sin cuidado, embadurna la masa con canela.

—¿Algo de qué? —Frunzo el ceño.

—Sobre mí. —Ahora fija su mirada en la masa.

—No. —Formo un arco hacia abajo con mis labios—. ¿Debía haberme dicho algo?

—Se supone que no... —Sonríe sin despegar los ojos de la masa—, pero la conozco de toda la vida y sé que a veces se va de boca.

Permanezco en silencio con el ceño fruncido y él vuelve a hablar.

—Les hablé de ti, pero no quería que te lo dijeran.

—¿Qué les dijiste? —Sonrío, acercándome.

—Eh, eh. —Pone un brazo por delante de mí, impidiendo que avance hacia la mesa—. Vas a llenar todo de pelos, despeinada.

—¡Me dices a mí y tú ni siquiera llevas un delantal, Devon! —me quejo, señalando su cuerpo de arriba abajo.

—Tienes razón. —Deja el paquete de canela y camina por la cocina hasta el armario junto a la heladera, saca un delantal floreado de ahí y regresa a la mesa—. ¿Me lo atas?

Paso el cuello del delantal por su cabeza y rodeo su cuerpo para atar las tiras de la cintura en un moño a su espalda.

—Gracias. —Me guiña un ojo y vuelve a concentrarse en la canela.

—¿Qué les dijiste sobre mí? —insisto, entornando los ojos.

—Nada malo. —Voltea a verme por un segundo—. Lo prometo.

—No te creo. —Niego con la cabeza.

—Les dije que eres mi compañera de trabajo —comienza a decir y yo ruedo los ojos—. También que eres una chica muy linda, que te besé, que luego me fui de tu casa y que no hemos hablado sobre eso.

—Tenemos qué. —Por favor que diga que sí—. Porque yo de verdad no puedo evitar sentir que me has estado ignorando, ni siquiera vas a trabajar.

—Perdón por haberme enfermado. —Sonríe—. No te estoy ignorado, Ainhoa, no tengo doce años.

—Entonces resolvamos las cosas entre nosotros de una vez por todas. —Alzo las cejas.

—¿Me dejas acabar con los rollos y meterlos al horno? —Ensancha su sonrisa señalando la masa encima de la mesa con las palmas de sus manos—. Espérame en la sala si quieres.

—¿Adelyn e Ikaia? —cuestiono, echando mi cuerpo un poco hacia atrás para ver en dirección a la sala.

—Adelyn tuvo que ir a Canadá a resolver unos asuntos de su trabajo y él fue con ella... no pueden despegarse por mucho tiempo. —Rueda los ojos.

Sonrío y sin decir nada más doy media vuelta para encaminarme a la sala. Me siento en uno de los sofás, el que da vista al enorme ventanal que deja apreciar el océano a la distancia.

Devon no sabe que regresé, mejor dicho, que intenté regresar al océano. No he tenido tiempo ni oportunidad de decírselo, pero lo haré.

Pasan minutos eternos hasta que él aparece en la sala, secando sus manos en un paño color azul viejo que deja sobre la mesa ratona en medio de los sofás.

—¿Y bien? —Sube y baja las cejas—. ¿Por dónde empezamos?

Lo veo sentarse a mi lado, suspiro y comienzo a hablar.

—Creí que ambos queríamos sexo, a eso han llevado todos los besos que he dado en mi vida... ¿Es por eso? ¿Te sorprendió saber que he estado con otras personas?

—¿Qué? Claro que no, ¿a quién diablos le importa con cuántas personas ha estado el otro? —Arruga el ceño, divertido—. ¿Quieres que sea completamente sincero?

Ladeo la cabeza a la vez que agrando los ojos.

—Ese es el punto de hablar, ser sinceros.

—Yo sí quería ver la película. —Baja la mirada.

—Pero aún así no te quedaste.

—Me gustas, Ainhoa, por eso no me quedé.

Alza la mirada. Sus ojos se fijan en los míos y la intensidad que encuentro en ellos parece querer penetrar mi alma.

—Llámame idiota, pero en ese momento creí que comenzarías a verme como eso, alguien con quien solo tener sexo, y me asusté.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Llevo una semana creyendo que he arruinado nuestra amistad.

—¿Qué querías que dijera? —Se encoge de hombros—. Me gustas y no voy a quedarme a ver una película porque ahora que sé que tienes las mismas intenciones que llevo reprimiendo durante días no sé si pueda seguir ocultándolas y de verdad quiero ir despacio. —Saca la lengua de costado—. Habría sonado demasiado estúpido.

—¿Por qué ir despacio?

—Porque me gusta como se dieron las cosas entre nosotros y quiero darnos el tiempo necesario para conocernos.

—Debiste habérmelo dicho aquella noche. —Sonrío—. Llevo días pensando lo peor.

—¿Habría cambiado algo? —Alza las cejas.

—Te habría dicho que también me gustas y que definitivamente apoyo la decisión de ir despacio.

La intensidad de sus ojos en cualquier momento de verdad va a penetrarme el alma.

A veces me da miedo la idea de enlentecer o de ponerle pausa a la vida, pero si lo pienso, es lo que he hecho durante todo este tiempo. Esta es una forma de avanzar.

Estoy avanzando.

—¿Tampoco valen los besos? —Ladeo la cabeza.

Él imita mi movimiento recostando la suya contra el respaldo del sofá.

—Yo creo que sí. —Arruga la nariz—, pero el resfriado...

No lo dejo terminar de hablar, me acerco a él y dejo un beso corto en sus labios que despierta una sonrisa en ellos.

—Otro —pide cuando me aparto.

Lleva su mano a mi mandíbula haciendo que regrese junto a él y vuelva a besarlo. Ahora un beso de verdad, como el de la otra noche. Un cosquilleo recorre mi cuerpo, electrizando todo a su paso, dejándome a cien millones de voltios, prácticamente alcanzada por un rayo.

—Solo besos. —Sonrío contra sus labios.

—Solo besos. —Él asiente y cuando me aparto me guiña un ojo.

Afuera se escucha un gran estruendo, ambos giramos nuestras cabezas hacia la ventana y al darnos cuenta de la lluvia que cae desenfrenada desde el cielo, volvemos a vernos.

—Vas a quedarte, ¿no? —pregunta, volviendo a ojear la ventana—. No puedes irte con esta tormenta.

—Se supone que debía traer la canela y regresar, el abuelo va a preocuparse si no aparezco —suspiro.

—La camioneta de Ikaia está en el aeropuerto, sino podría llearte. —Él aprieta los labios.

—Esperaré a que pare. —Sonrío y giro mi cabeza hacia la ventana.

—O puedes quedarte. —De reojo veo como se encoge de hombros—. ¿Películas, rollos de canela y palomitas en la alfombra?

Regreso mi vista a él, sonríe a la vez que sube y baja las cejas.

—¿Me prestas tu teléfono? —Le devuelvo la sonrisa—. Si deja de llover y no me marcho sí va a preocuparse.

Él asiente repetidamente con la cabeza y acto seguido saca un celular del bolsillo de su pantalón para pasármelo. Si logro hablar con el abuelo estará todo bien y podré quedarme, si la señal no me ayuda no quedará más remedio que regresar a casa en cuanto la lluvia cese.

—En la habitación de Ikaia hay mejor cobertura —dice, señalando las escaleras—. ¿Quieres que te acompañe o...

—Conozco el camino. —Adelyn se encargó de que pudiera pasearme por la casa entera hasta a oscuras.

Nos dedicamos una última sonrisa antes de que yo dé media vuelta y me encamine hacia las escaleras.

Pruebo llamar al teléfono de casa siete veces sin obtener respuesta, me siento en el suelo de la habitación, recostando mi espalda contra la cama, y suspiro volviendo a intentarlo otra vez. Siento una sensación de alivio en el pecho cuando escucho la voz del abuelo al otro lado de la línea.

—¿Ainhoa? —pregunta y yo asiento con un casi inaudible sonido—. Quiero creer que me llamas desde la casa de Devon.

—Exacto. —Sonrío a pesar de que no pueda verme—. ¿Está bien si me quedo aquí?

—Claro que sí, Ku'uipo. —Lo escucho caminar por la casa—. ¿Lo arreglaron? ¿Está todo bien entre ustedes?

—Sí. —Asiento también con la cabeza—. Cuando regrese te cuento, pero está todo bien, al parecer no me ignoraba.

—Me alegra saberlo —suelta un suspiro—. ¿Te espero mañana para almorzar?

Vuelvo a asentir haciendo un sonido con la garganta y tras decirle que lo amo, cuelgo la llamada.

Al regresar a la sala, Devon no está ahí. Lo encuentro en la cocina revisando el horno y me acerco sonriendo.

—Calculo que en unos veinte minutos más ya estarán listos —comenta, cerrando la puerta del horno para después voltear a verme—. ¿Pudiste hablar con Esmud?

Asiento con la cabeza y juntos caminamos de regreso a la sala.

—No tiene problema con que me quede —digo, volviendo a sentarme en el sofá.

Él atrae la mesa ratona hacia el sofá y al sentarse junto a mí sube los pies por encima de ella. Suspiro recostando mi cabeza en el respaldo del sofá y fijo mi vista en la ventana, en el océano fuera; siempre me ha parecido increíble como la gente que vive debajo de las colinas se las arregló para conseguir vistas increíbles de la playa, me da pena pensar que la gente que no vive hacia la costa no puede disfrutar de esta belleza.

Lo escucho suspirar y volteo mi vista hacia él. Sonrío al notar que ya me estaba viendo.

—¿Qué? —pregunto, subiendo y bajando las cejas.

—El próximo año no voy a regalarte flores de cumpleaños. —Aprieta los labios negando con la cabeza—. Voy a comprarte un peine a ver si de una vez por todas lo usas.

—Idiota. —Ruedo los ojos regresando mi atención a la ventana. Él gira su cuerpo y recuesta su cabeza sobre mis piernas, su vista fija en el techo.

Poso un brazo sobre su pecho y mi otra mano viaja a su cabello.

—Te envidio —suelto y él me mira frunciendo el ceño.

—¿A mí?

—Ojalá poder despertarme con esta vista cada día —suspiro.

Las casas de las colinas son famosas por tener vistas hermosas, pero eso no es del todo verdad. Generalmente están rodeadas de árboles para disminuir la fuerza del viento y solo consigues una buena vista desde la calle.

—Compremos la casa, mitad y mitad. —Suelta aire por la nariz riendo—. Pondremos la cama aquí.

—Sí, Devon, sigue soñando.

—¿Qué? —suelta, con tono ofendido—. ¿No podrías compartir casa conmigo?

—Mis padres tienen casas por toda la isla. —Agrando los ojos—. Comprar una más se catalogaría como consumismo.

—No si vas a vivir en ella. —Imita mi gesto—. En algunos años heredaré todo lo que ahora mismo es de mis padres, tendré más de treinta propiedades alrededor del mundo y sin embargo creo que me compraría una casa aquí sin planteármelo mucho.

—Parece que haces muchas cosas sin planteártelo. —Le sonrío.

—Solo sigo mi corazón. —Me regresa la sonrisa.

Suelto otro suspiro suave y vuelvo a fijar mi vista en el océano a lo lejos.

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