16. Retos estúpidos.
—Y si no quieres estar con él solo dile que lo quieres como a un amigo y ya —sugiere Anela desde una de las duchas.
—Es complicado —dice Palila desde la de al lado—. ¿Tú qué harías, Nhoa?
Agrando mis ojos mientras inspiro hondo pensando en qué decir. Llevan quince minutos bajo el agua hablando sobre Hani y la reciente declaración de amor que le hizo a Palila y yo aquí, parada en el umbral de la puerta, esperando a que acaben para reunirnos con los demás chicos en el restaurante.
—Estoy con Anela —digo finalmente—. Si solo quieres ser su amiga tienes que decírselo.
—Somos muy pequeños como para estar juntos por el resto de nuestras vidas...
Una niña de once años no debería estar pensando en esta clase de cosas.
—Dile que solo serán amigos hasta que crezcan —sugiere por segunda vez Anela, cerrando por fin el pase de agua.
Sale del cubículo de la ducha envuelta en una toalla y se mete en uno de los vestidores.
—¿Es complicado tener novio, Nhoa? —pregunta Palila.
A pesar de que la mayoría de los libros que he leído todo el tiempo muestran que el amor es complicado y retan a los protagonistas a superar cada situación en nombre del amor, no debería serlo. Si algo tiene que forzarse una vez tras otra es porque no funciona y eventualmente acabará rompiéndose.
—No debería serlo, pero a tu edad seguramente lo sea, Lila. —Escucho como cierra el pase de agua y siento alivio recorriendo por mi cuerpo.
Kalea es bastante estricta con el desperdicio de agua y como se entere que las chicas pasan más tiempo hablando que duchándose será mi cabeza la que rodará por el suelo.
—Le diré que solo quiero ser su amiga. —Me mira sonriendo—. Ya tendremos tiempo de enamorarnos cuando seamos grandes, ¿no?
Yo asiento con la cabeza justo antes de que ella se meta en los cubículos de los vestidores. Anela sale ya cambiada y comienza a cepillarse el cabello frente al espejo. Diez minutos después estamos asomándonos a la puerta de entrada del restaurante, ya no quedan muchos chicos por entregar a sus padres.
Haoa, el chofer del hogar de niños, aguarda junto a Hani y Pua al lado de una palmera. Al ver a Anela sonríen, ella se despide de Devon, de Palila y de mí y sale corriendo hacia ellos.
Devon me contempla y luego hace una seña con la cabeza hacia dentro del restaurante.
—¿Quieren ir dentro mientras esperamos a que lleguen sus padres? —pregunto y Palila asiente sonriendo.
Los cuatro caminamos de regreso hacia el restaurante. Divisamos una mesa libre y la ocupamos. Makoa saca un cuaderno de su bolso y se pone a dibujar flores en él, pero no flores cualquiera, dibuja no me olvides y capta por completo mi atención.
—Que bonitas, Makoa —comento con la vista fija en su dibujo.
—Después de haber visto a Devon recortar un montón de estas se quedaron en mi cabeza —dice Makoa y mi ceño se frunce.
—¿Te gustaron, Nhoa? —Palila apoya su cabeza en las palmas de sus manos.
—No sé de qué hablas, Lila —Mi ceño sigue fruncido.
—De las flores que Devon te regaló por tu cumpleaños. —Ella también frunce el ceño y voltea a ver a Devon—. ¿No se las diste? ¿Tanto trabajo para nada?
—Sí, sí se las di —dice él y ella regresa sus ojos a mí.
—¿Ya sabes de qué hablamos? —pregunta y yo asiento, pero en realidad no, no sé de qué mierda habla.
Se supone que las no me olvides me las regaló mamá, no Devon.
—¿Por qué dices que fue tanto trabajo? —le pregunto a Palila, sonriendo.
—Porque al principio el internet del restaurante no funcionaba y como no sabía cómo es la flor tuvimos que dibujarla para él. Luego ya consiguió que funcionara el internet y siguió solo...
—¿En serio? —pregunto sonriente.
—Por eso insistió en que él se quedaría a esperar a nuestros padres con nosotros el jueves.
Cuando Devon levanta la cabeza y me mira, está completamente rojo y no puedo evitar reír.
—¿Quieren una malteada? —pregunto subiendo y bajando las cejas.
Makoa y Palila asienten repetidamente y esa es mi señal para ponerme de pie e ir hasta la barra. Cinco minutos después regreso con una malteada en cada mano y se las entrego a los dos. No alcanzan a beberlas completamente porque enseguida llega su madre a recogerlos.
Los acompañamos hasta el auto de la señora Ward y mientras regresamos al restaurante para tomar nuestras cosas no puedo evitar soltar risitas bobas. Ya en los vestidores, me recuesto de lado en los casilleros viendo a Devon ponerse su mochila.
—Gracias —suelto al mismo tiempo que una sonrisa cruza mis labios.
—No quería que lo supieras —dice, volviendo a bajar la mirada—. Menos así.
—¿No ibas a decírmelo? —Él niega con la cabeza—. ¿Por qué no?
—Te veías feliz creyendo que fue tu madre quien te las envió... No pude.
—¿Y por eso ibas a dejar que se quedara con tu mérito?
—Si las flores te gustaron no necesito ningún mérito. —Se encoge de hombros—. Ya está.
—Gracias —repito, acercándome a él para abrazarlo—. Voy a conservarlas para siempre, lo prometo.
—Palila mintió un poco —dice él una vez nos apartamos—. No me costó tanto hacerlas, pero sí me corté el dedo con un pedazo de hoja.
Me enseña el lateral de su índice; una pequeña cicatriz roja marca su piel.
—¿Ya fuiste a urgencias? —pregunto, agrandando los ojos mientras examino su dedo—. Esto parece ser grave.
Él sonríe y rodando los ojos zafa su dedo de entre mis manos. Esquiva mi cuerpo y abandona los vestidores conmigo siguiéndole el paso, mientras atravesamos el restaurante, siento a Kai llamarnos con un silbido.
—Espera —le digo a Devon que no tarda ni medio segundo en voltearse.
Los dos nos dirigimos a la barra, hacia Kai que nos sonríe amigablemente.
—¿Cómo van las clases? —pregunta Kai mientras prepara un batido de cereza.
—Genial —digo yo, mirando a Devon con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Cierto?
Él asiente sonriendo de lado, lo que me lleva a regresar mi vista a Kai.
—Quería invitarlos a ambos a... bueno, Murphy me retó a domar la ola más suicida que aparezca en el horizonte y el que pierda debe comprarle una tabla al otro.
—¿En serio?
—¿Cuándo? —dice Devon casi al mismo tiempo que yo.
—Mañana —continúa Kai, ignorando mi pregunta—. A las nueve de la noche apenas termine de trabajar. Será en la playa donde está la casa del viejo Davis, Ainhoa sabe cuál es.
—No creo ir, Kai. —Niego con la cabeza—. Pero te deseo suerte.
—¿No vendrás a apoyarme en persona? —Aprieta los labios—. Creí que éramos mejores amigos.
—No te prometo nada, no sé si podré.
Me acerco a él y le doy un beso en la mejilla para despedirme. Devon le aprieta la mano y juntos retomamos nuestro camino a la salida, ninguno de los dos vuelve a hablar sino hasta que abandonamos la arena y nos adentramos en los senderos.
—¿No irás? —pregunta.
—Esos retos son irresponsable y estúpidos —Ruedo los ojos—. No valen la pena.
—Pero también son divertidos.
—Mi mejor amiga murió por un reto igual, Devon, no le veo lo divertido.
—Que algo malo haya pasado una vez no quiere decir que se volverá a repetir cien más. —Arruga el ceño enseñando las palmas de sus manos—. No pienses que estoy intentando presionarte para que vayas, solo estoy diciendo la verdad.
—No sé si iré, ¿bien? —Agrando los ojos—. Quizá mañana me despierto con ganas de ver dos adultos comportándose como niños solo por ganar una tabla nueva y bajo hasta la playa.
—No te enojes. —Me pecha con el codo.
—No me enojo, Devon, pero admite que es estúpido.
—Es estúpido, sumamente irresponsable y también inmaduro, lo sé —dice, asintiendo con la cabeza—, pero de todas formas ahí voy a estar porque para mí es divertido.
—Ya me contarás entonces. —Sonrío apretando los labios.
—O... si de repente te despiertas con ganas de bajar a la playa en la tarde a ver a dos adultos comportarse como niños... no sé, búscame, ahí voy a estar.
—Voy a considerarlo. —Ruedo los ojos—. Pero, como le dije a Kai, no te prometo nada.
Sonríe y continuamos caminando en silencio.
—Hasta aquí vienes hoy —digo, deteniéndome mucho antes de que lleguemos a la colina.
—¿Todo bien? —Frunce el ceño, confundido.
—Iré a casa de Leilani —explico—. Vive por este sendero, casi al final, una casa amarilla y blanca.
—Supongo que entonces aquí nos despedimos. —Sonríe acercándose para darme un beso en la mejilla—. Hasta mañana, Nhoa.
—No es seguro que vaya. —Alzo las cejas.
Él ya está caminando de regreso por el sendero cuando se encoge de hombros restándole importancia a mis palabras. Ruedo los ojos y continúo caminando hacia la casa de Leilani.
Su madre es quien me abre la puerta. Como siempre, me saluda de la forma más cariñosa posible, me ofrece decenas de aperitivos y, solo cuando he probado un poco de todo, me deja subir a la habitación de Leilani.
—¿Es el dulce de pescado y maiz? —pregunta ni bien me ve entrar en su habitación y cruzar al baño.
Yo asiento con la cabeza y sin dudar ni medio segundo, escupo el dulce al inodoro.
—Es horrible —Mi estómago está a punto de devolver incluso lo que comí la semana pasada.
—Enjuágate la boca —sugiere, señalando el lavabo—. De todas formas, el sabor va a durar un rato largo.
—Debiste advertirme —suelto, todavía con la boca llena de agua.
—¿Cómo iba a saber que te iba a dar justo de esas? —Se queja ella riendo—. ¿No sabes decir que no?
—No cuando es alguien mayor. —Seco mi rostro con la toalla rosada en el perchero y regreso a la habitación.
—¿Ya te enteraste?
Me dejo caer encima de su cama y luego me estiro hacia ella para darle un beso en la mejilla.
—¿Enterarme de qué?
—Kai y Murphy van a competir por una tabla. —Sube y baja las cejas—. ¿Vamos?
—¿No te parece estúpido?
—Sí, son unos idiotas, pero son lindos. —Agranda los ojos sonriendo—. Anda, no seas aburrida. Hazlo por mí.
—¿Anne no irá?
—Su padre no la deja. —Hace una mueca—. Le dijo que esas son cosas de rebeldes y que ella sí tiene padres que la encaminen.
Ladeo la cabeza dispuesta a volver a negarme, pero entonces ella hace puchero con sus labios a la vez que une sus manos a a altura de su pecho.
—Por favor, Nhoy. —Bate las pestañas—. Será divertido si Murphy pierde, por favor.
—Apenas acaben regresaremos. —La sentencio con el dedo.
Ella suelta un chillido antes de lanzarse sobre mí para darme un abrazo.
—Ahora tengo algo que enseñarte —dice, quitándose de encima de mí—. Papá me trajo mucho maquillaje de fuera.
Por lo que supe, su padre tuvo que viajar a California por un asunto legal con la hermana pequeña de Leilani, supuse que tardaría más en regresar, pero al parecer fue todo rapidísimo.
Pasamos el resto de la tarde y hasta ya entrada la noche, probándonos cada producto dentro de la bolsa de regalo. La madre de Leilani nos sube otros dulces y aguarda de pie en la puerta mientras nosotras conversamos insistiendo en que comamos los de avena y miel que ha dejado en la esquina de la bandeja. Está demás decir que la cocina no es la especialidad de la señora Lee, nunca lo ha sido y eso que lleva cocinando prácticamente veinte años.
La Luna ya ha salido cuando abandono la casa de Leilani para regresar a la mía. Mientras camino siento la brisa fresca del océano golpeándome el rostro y cada poro del cuerpo y por un segundo me tienta. Cada vez que los árboles dejan un hueco hacia la costa, lo aprovecho y volteo a ver hacia ella con nostalgia.
—Espérame —digo, como si el océano pudiera escucharme—. Dame un poco más de tiempo.
Mis palabras suenan a súplica, súplicas al destinatario equivocado. Es mi cabeza la que me impide regresar a lo que amo, a la cuna que me crió y a todo lo que conozco. Es el miedo y esta enorme mochila de la que parece que puedo deshacerme de a ratos, pero que cuando intento dejarla por completo, agrega más peso solo para recordarme que debo seguir cargándola.
—Por fin llegaste, Ainhoa —dice el abuelo al verme entrar—. Estaba preocupado.
—Venía caminando suave —explico, dejando mi bolso encima del sofá—. ¿Pasa algo?
—Sí, de hecho sí... —Lo miro con el ceño fruncido y él sonríe—. Ainakea me invitó a Boston con ella, dice que todo es hermoso allá y...
—¿Irás? —No puedo ocultar la sonrisa que se forma en mis labios.
—No sé, no sé qué piensas tú... No me iré semanas como ella, pero sí por unos días... Hasta el fin de semana.
—¡Es genial, abuelo! —Camino hasta él y le doy un abrazo—. ¿Cuándo piensas viajar?
—Ese es el problema, Ku'uipo. —Forma una línea con su boca—. Fue ella quien sacó el boleto porque sabes que yo no comprendo de esas cosas y... Bueno, debería irme en la madrugada, el avión sale a las cuatro.
—¿Ya tienes todo listo? —Mis ojos inspeccionan la sala en busca de alguna maleta o bolso que me lo confirme, pero no hay nada.
—No. —Niega con la cabeza—. Quería saber qué pensabas tú antes de tomar cualquier decisión... Le dije que sacara el boleto para después de que habláramos, pero sabes como es de impaciente.
—Tienes que juntar todas tus cosas ya, abuelo. —Miro el reloj que guinda de la pared, ese que mamá y papá trajeron de Paris con un diseño espantoso de La Torre Eiffel—. Son las diez de la noche, no te dará tiempo para nada si no empiezas ahora mismo.
—¿De verdad no te molesta que vaya? —Ladea la cabeza—. No quiero dejarte sola, Ku'uipo.
—Claro que no me molesta, ¿cómo podría? —Niego con la cabeza—. Por mí no te preocupes, tengo veinte años, abuelo.
—No eres tú la que me preocupa, sé que puedes cuidarte sola, son tus padres y lo que vayan a pensar sobre mí cuando se enteren que te dejé sola.
—Será nuestro secreto. —Sonrío, alzando mi meñique en el aire.
Él mira mi meñique con el ceño fruncido antes de también alzar el suyo y finalmente envolver mi dedo.
—¿Me ayudas con la maleta? —pregunta y yo asiento repetidamente—. Bien, pero primero encargaremos pizza, será una noche larga.
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