15. Promesa rota.
—¡Adiós, cariño! —grita Adelyn desde la puerta de su casa alzando la mano en el aire.
Le regreso el gesto con la misma euforia y vuelvo a voltearme para seguir caminando por el sendero. Devon a mi lado suelta risitas, pero cuando le codeo las costillas se detiene y me enseña las palmas de sus manos a la altura de sus caderas en señal de paz.
—Apuesto una malteada de frutilla a que pronto aparecerá en tu casa para invitarte a hacer cualquier cosa, lo primero que se le ocurra.
—Déjala en paz. —Vuelvo a codearlo—. Me dijo que soy su única amiga en la isla, así que si me invita a hacer cualquier cosa, lo que sea, con gusto aceptaré.
—O podrías presentarle a Ainakea. —Se encoge de hombros—. A ella tampoco la he visto rodeada de mucha gente.
—Es porque la mayoría de sus amigas viven al otro lado de la isla y aquí no hay mucha gente de su edad.
—¿Por qué son de allá si ella vive aquí? —Frunce el ceño.
—Porque Ainakea también vivía allá. Se mudó a Kihei casi al mismo tiempo que el abuelo.
—Eres consciente de que están juntos, ¿no? —Alza una ceja.
—Son amigos, Devon. —Ruedo los ojos.
—Yo no me mudaría a un lugar donde no conozco a nadie solo por amistad, más aún si donde ya vivo está gran parte de mi grupo. No tiene lógica a menos que estés perdidamente enamorado de ese alguien.
—Ellos le habrán encontrado la lógica. —Me encojo de hombros—. Además, siento que me lo habrían dicho, el abuelo siempre me remarca que puedo contarle todo...
—A algunos les es más difícil hablar...
—Me lo habrían contado —suelto a secas y él da un paso hacia mí para pechar mi hombro con el lateral de su cuerpo.
—No te enojes. —Sonríe mientras yo lo miro enseriada.
—No me enojo.
—Díselo a tu cara entonces. —Vuelve a pecharme—. ¿Te molestaría si fuera cierto?
—No, pero lo que sí me molestaría es que no me lo dijeran.
—¿Tu abuela está con alguien? —pregunta y yo asiento con la cabeza.
—Desde que se fue de aquí sé que ha tenido muchas parejas, pero ahora mismo no sabía qué responderte. Hablé con ella en mi cumpleaños, pero tampoco fue la charla más larga del universo.
—¿Te sentirías mal si ella saliera con alguien y no te lo contara?
Niego con la cabeza.
—La relación que tengo con mi abuela no se asemeja ni en lo más mínimo a lo que tengo con el abuelo.
—Entiendo. —Sonríe—. El día que me vaya y decida estar con alguien te lo contaré, así no te enfadas.
—Si cuando te vayas dejamos de hablar no me molestaría que no me lo dijeras. —Me encojo de hombros.
—Tu abuelo me dijo algo sobre ti y ahora creo que es cierto...
—¿Qué te dijo?
Agrando los ojos. El abuelo pudo haberle dicho tantas cosas que, de verdad, me da miedo saber su respuesta.
—Que eres de esas personas que solo conoces una vez en la vida, de esas que se sienten como un regalo y que a pesar del tiempo se queda marcada en tu corazón.
—¿Eso te dijo el abuelo? —Frunzo el ceño.
Es normal que el abuelo filosofe con temas del corazón como si fuera un antiguo griego buscando dejar algo escrito al mundo contemporáneo, pero yo nunca había sido su sujeto de inspiración y, aunque me gusta y me parece extremadamente tierno, es algo extraño.
—En realidad, solo me dijo que eres una chica especial, pero sé que tengo razón en todo lo demás que acabo de decir.
—¿En serio crees eso? —Sonrío de lado.
—Lo sé. —Vuelve a pecharme con el cuerpo—. Sé que en cincuenta años o más le contaré a mis nietos sobre la chica que conocí en una isla desierta, con la que derribé cocos por primera vez y la que acompañaba a su casa cada vez que salíamos de trabajar.
—No me acompañas hasta mi casa. —Entorno los ojos—. Siempre te quedas en el pie de la colina, mentiroso.
—Porque tú no quieres que suba. —Se encoge de hombros—. A mí no me importa tener que subir y luego volver a bajar. Solo quiero pasar tiempo contigo.
Lo contemplo sonriendo y luego bajo la mirada al suelo, un poco avergonzada y un poco nerviosa sin saber exactamente por qué.
—¿Esmud está en casa?
—Se supone que sí —digo, asintiendo con la cabeza.
—Ikaia no pescó casi nada y me dijo que mañana regresará —comenta—. Me pidió que invitara a Esmud así que hoy estoy obligado a subir, no podrás seguir ocultándome.
—Jamás ocultaría al padre de mi primer hijo y mi esposo —suelto sonriendo.
Él capta la referencia enseguida y sonríe.
—¿Quieres hacer algo mañana?
—No puedo. —Aprieto los labios—. Leilani quiere ir a comprar ropa y a mi también me hace falta algunas cosas así que iremos hasta Kahului.
—¿En bicicleta? —Frunce el ceño y yo asiento—. Maldigo a mis padres por no haberme enseñado a montar una.
—Todavía puedes aprender. —Me encojo de hombros.
—Prefiero morirme antes que andar con las rodillas raspadas por intentar aprender. —Niega con la cabeza—. Solo aceptaré que mi tiempo pasó y ya.
—Cuando yo vuelva al surf tú tomarás una bicicleta.
—Sí. —Asiente sarcásticamente frunciendo el ceño—. Y me tiraré por la colina para agarrar ventaja. Listo, ya me visualicé.
Carcajeo y continúo riendo hasta entrar en el porche de mi casa. La voz del abuelo puede escucharse incluso desde aquí afuera y no está solo; a pesar de que apenas se escuchen, mis padres también están hablando.
Abro la puerta con una sonrisa de oreja a oreja plasmada en mi rostro y al encontrar al abuelo completamente solo en la sala frunzo el ceño.
—¿Papá y mamá? —pregunto, acercándome.
—¡Oh, aquí está! —dice el abuelo, alzando en el aire un celular.
Mis ojos recaen en la pantalla, en mis padres que se pelean infantilmente por salir en la cámara y ser vistos.
—¡Hola, hija! —grita mamá y mi sonrisa regresa a mi rostro.
—¡Hola! —chillo, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos—. ¿Dónde están?
—No le digas...no le digas —dice papá, pero ella lo reprende dándole un golpe en el brazo.
—Estamos en el aeropuerto de España, amor.
—¿Vendrán a la isla? —Mi corazón late tan fuerte que temo que en cualquier momento rompa mi caja torácica y salga despedido por el aire para acabar en el suelo de la casa.
Ella niega con la cabeza y es mi emoción la que acaba en el suelo.
—Nos necesitan en Francia, llegaron refugiados y allá vamos. —Se encoge de hombros—. No tuvimos internet en todo este tiempo, y nos sentimos demasiado mal por no haber podido llamarte en tu cumpleaños... Lo sentimos, amor.
—No se preocupen —aseguro, una lágrima corre por mi mejilla.
Llevo meses sin saber nada de ellos, sin ver siquiera una foto y me sorprende lo delgado que está papá y, por el contrario, todo el peso que ha ganado mamá.
Se ven radiantes.
—¿Qué tal Europa? —Sé que seguramente Francia no sea el único país del que los han llamado en todo este tiempo.
—Tenemos un montón de regalos para ti. —Mamá agranda los ojos—. Ya verás cuando regresemos, te encantará todo.
—Estoy segura de que sí...
Una voz robótica suena de fondo y ambos alzan las cabezas prestando atención a lo que sea que está diciendo.
—Tenemos que irnos, corazón —dice mamá, alargando las palabras como si así pudiera extender el tiempo—. Feliz cumpleaños atrasado.
—Feliz cumpleaños atrasado, pichona —dice papá, asomándose por encima del hombro de mamá para echarme la lengua—. Te amamos y te extrañamos cada día más.
—Yo los extraño y los amo mucho más...
—¡Álvaro, espera, no cuelgues! —grita el abuelo y me quita el celular.
Da zancadas hasta la puerta y pone el celular frente a la cara de Devon.
—Mai kāhāhā i kou hoʻi ʻana mai, haʻi mai kāu kaikamahine iā ʻoe ua aloha ʻo ia i kēia keikikāne —sonríe—. ʻAʻole wau e hele i ke ala no ka mea ʻike wau iā ia hauʻoli no ka manawa mua i ka manawa lōʻihi.
«No te sorprendas si cuando regreses tu hija te dice que está enamorada de este chico».
«No voy a interponerme porque la veo feliz por primera vez en mucho tiempo».
—¡Me lo prometiste, Esmud! —se queja papá y antes de que el abuelo cuelgue la llamada se escucha una carcajada de mamá.
—¿Qué le dijiste? —pregunta Devon, sonriendo.
—Nada —me apresuro a responder—. Eso que dijo no es cierto, así que no lo repitas.
—Yo solo digo lo que veo. —El abuelo se encoge de hombros y yo entorno los ojos.
—Ya hablaremos tú y yo —lo sentencio—. Devon vino a hacerte una invitación.
Suelto la información con el fin de quitarme el foco de atención puesto encima de mí.
—¿A mí? —Se señala el pecho—. ¿Invitación de qué?
—Ikaia no pescó mucho hoy y quiere regresar mañana —explica—. Me dijo que te invitara.
—¿A pescar? —Una sonrisa se forma en su rostro.
—Él vendría a buscarte y luego a traerte cuando regresen del mar.
—¡Pero claro que sí! —Me mira a mí negando con la cabeza—. Vez, tuve razón con lo que le dije a Álvaro.
Le lanzo una mirada fulminadora indicándole que se detenga. Devon no es de la isla, así que ningún nativo va a obligarnos a casarnos solo porque se exparsa un rumor de que estamos juntos o algo por el estilo, pero de todas formas no quiero que ocurra.
No si no es cierto.
—Entonces Ikaia pasará a buscarte eso de las nueve de la mañana —dice Devon sonriendo de lado—. ¿De acuerdo?
El abuelo asiente.
—¿Quieres quedarte a cenar?
—Le agradezco, Esmud, pero solo vine a acompañar a Ainhoa. —Se abrazan dándose algunas palmaditas en la espalda—. Mis tíos me esperan para cenar.
—Otro día será —dice el abuelo, volviendo a golpearle la espalda.
—Otro día. —Él sonríe y fija sus ojos en mí.
Hace una seña hacia afuera con la cabeza y yo capto la señal.
—Voy a acompañarlo hasta la calle, abuelo —digo, atravesando la sala hasta llegar a ellos.
—Yo iré calentando la cena. —Vuelve a darle un abrazo a Devon—. Nos vemos otro día.
—Hasta pronto —dice Devon mientras yo lo hago dar media vuelta y lo empujo por los hombros para sacarlo de una vez por todas fuera de la casa.
—¿Pasa algo? —pregunto, cerrando la puerta a mis espaldas.
Él niega con la cabeza y luego sonríe, se acerca a mí y deja un beso en mi mejilla al que respondo casi de inmediato.
—Gracias por venir.
—Gracias por invitarme.
—Gracias por no dejar que me aburriera —replica.
—Gracias por presentarme a tu tía.
—Gracias por recordarme que soy un turista y de nada por recordarte que siempre estás despeinada.
—Gracias por... gracias por....
—Gané. —Ensancha su sonrisa.
—Nos vemos el martes, Devon.
—Hasta el martes, despeinada.
Aguardo junto a la puerta mientras lo veo desaparecer colina abajo ayudado por el sol que comienza a esconderse en el horizonte. Vuelvo a meterme en la casa y camino lentamente hacia la cocina.
Encuentro al abuelo escuchando música en el celular y bailando mientras en el microondas se calienta nuestra comida. Me recuesto en el umbral, en completo silencio, y aprecio el momento con una enorme sonrisa en el rostro.
Es cierto lo de que la edad que tenemos es la de nuestro espíritu. El abuelo puede verse viejo, pero en el fondo todavía es un adolescente que disfruta de las mínimas cosas de la vida.
—¿Qué haces ahí? —suelta al verme—. Ven a bailar conmigo.
Nuestras manos se unen justo cuando Jerry Lee Lewis vuelve sobre el estribillo de Great Balls of Fire. Nos movemos por todo el espacio de la habitación bailando y saltando. El abuelo sacude sus piernas y señala las mías indicando que imite sus pasos, cosa que hago y luego lo veo partirse de la risa contra el lavabo.
—¿Lo hago mal? —rio.
—Lo haces fenomenal, Ku'uipo. —Abre sus brazos de par en par—. Ven aquí, deja que te abrace.
Lo abrazo dejando que su calor me envuelva y sonrío.
—¿De dónde sacaste este teléfono, abuelo? —pregunto, tomando el celular en mis manos.
—Me lo regaló Ainakea —dice y la voz de Devon llega a mi mente—. Irá a pasar unas semanas con su hija a Boston y... ya sabes, por si llega a pasar algo tendremos como mantenernos en contacto.
—¿Ainakea y tú son novios? —Suelto la pregunta como si me quemara la garganta.
—No. —Niega suavemente con la cabeza—. ¿Por qué preguntas?
—Porque si fuera así querría saberlo, abuelo, es algo importante.
—Yo...o sea, nunca lo oficializamos, pero estamos juntos... como pareja.
—¿Desde hace cuanto? —Frunzo el ceño completamente indignada porque ninguno de los dos haya pensado en decírmelo.
—Desde antes que me mudara aquí.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Ahora me siento una estúpida por no querer aceptar lo que para todos era obvio.
—No sabía cómo ibas a tomártelo... y tu abuela... No sé, tenía miedo que no lo aceptaras.
—¿Estás loco, abuelo? —Lo abrazo y toda pizca de enojo desaparece de mi cuerpo—. A Ainakea la quiero con el corazón entero, te hace bien y te entiende a la perfección. Estoy feliz por ustedes...
—No lo hicimos oficial, Ku'uipo...
—Pero están juntos, lo entiendo. —Asiento—. De verdad, estoy muy feliz por ustedes.
Vuelvo a abrazarlo y luego me dirijo al microondas.
—¿Me cuentas todo mientras cenamos?
—¿Todo qué?
—Cómo la conociste, cómo se enamoraron, cómo te sentiste cuando supiste que iba a mudarse... No sé, lo que quieras contarme.
Y por la forma en que sonríe sé que ansió este momento durante mucho tiempo.
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