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11. Hogar.

—Hasta luego, Devon —dice Makoa, despidiéndose de él con un beso en la mejilla. Camina hacia mí y me da un abrazo para luego también besarme en la mejilla—. Adiós, Nhoa, te quiero.

Mis ojos recaen sobre Devon que sonríe y luego formula un «te lo dije» mudo en sus labios. Hoy, mientras todos estaban en el agua, Makoa, Pua y yo armábamos castillos de arena en la orilla; ambos no se sentían muy bien y el movimiento del océano solo les generaba náuseas, así que optamos por buscar otra manera de pasaros el rato de clase.

—Te dije que sigues siendo su favorita —suelta Devon mientras caminamos de regreso al restaurante—. A mí no me dijo que me quiere.

—Eso es porque contigo no construyó una casa para su cangrejo muerto. —Me encojo de hombros haciendo una mueca de superioridad.

—¿Mataron a un cangrejo? —pregunta con tono horrorizado.

—Ya estaba muerto, Devon. —Ruedo los ojos—. ¿Cómo crees que dos niños podrían hacerle daño a un animalito indefenso?

—Cuando tenía siete años ayudé a mi padre a colgar a una oveja de la pata y después vi como la degolló. —Lo miro por encima de mi hombro agrandando los ojos—. Hasta ahora recuerdo como pataleaba intentando zafarse de la cuerda mientras moría...

—Devon... —Niego con la cabeza metiéndome en los vestidores—. Que horrible...

—Lo sé. —Asiente—. Por eso ahora evito comer animales... pero bueno, aquí con lo fanáticos que son del pescado me está siendo imposible.

—¿Eres vegetariano? —Frunzo el ceño tomando mi bolso y volteo a verlo.

Estoy seguro de que en la fiesta del hogar lo vi comiendo uno que otro bocadillo que contenía carnes y derivados de animales.

Él niega con la cabeza y abre su locker para tomar su mochila.

—Intento no comerlos, pero no llevo ninguna dieta estricta —ríe, negando con la cabeza otra vez—. Antes de venir aquí mis amigos me hicieron la típica pregunta de qué haría si solo hubiera una vaca en la isla y me viera obligado a comerla para poder sobrevivir.

—¿Qué dijiste? —Sonrío conduciéndonos hacia fuera de los vestidores.

—Que me la comería sin pensármelo dos veces, no sé por qué le ponen tanto drama, el instinto de supervivencia tarde o temprano te hará buscar algo con que saciar el hambre y si no hay nada más a tu alcance... será la vaca.

Al llegar a la barra saludo a Kai con una sonrisa que me devuelve. Todavía está tenso, es claro, pero al menos ahora no evita mi mirada. Devon sacude su mano para saludarlo y, al igual que a mí, Kai le regala una sonrisa.

Descuelgo del perchero dos delantales y le lanzo uno a Devon que lo atrapa justo antes de que la tela le de en la cara.

—Al fin acabaron —dice Kalea, agrandando los ojos mientras se acerca a nosotros—. Necesitaré que se encarguen de las mesas, ayuden a Kelly y Risto. Ustedes cuatro atenderán a los invitados.

—Quizá deberías poner a alguien en las mesas que sepas como trabaja —suelta Kai y tanto Devon como yo, nos volteamos hacia él—. ¿Qué? Devon no ha trabajado como mozo, no sabemos si realmente sabe hacerlo.

—Trabajé en bares canadienses repletos de gente, creo que tengo algo de experiencia.

—Pero no es algo que podamos comprobar y este almuerzo es importante —dice él ,alzando las cejas.

—Confío en Devon, lo harán bien... Además, ya no tengo tiempo de buscar a alguien más, papá llegará en cualquier momento y todo tiene que salir perfecto.

—Yo puedo —dice y veo a Devon tragar grueso—. Piensa en que si alguno llega a ordenar en nuestro idioma, Devon no comprenderá ni la cuarta parte de lo que diga.

Kalea suspira y luego asiente con la cabeza.

—¿Puedes quedarte en la barra, Devon?

—Sí. —Él asiente y comienza a sacarse el delantal que ya se había puesto.

—Perdón —susurra Kalea, pero Devon no le presta atención y simplemente se mete detrás de la barra—. Ainhoa y Kai, vengan por aquí.

Kai toma el delantal de Devon y camina detrás de Kalea, yo estoy por seguirlos a ambos cuando siento a Devon decir mi nombre y me volteo hacia él.

—¿Te acompaño al salir de aquí? —pregunta, sonriendo de lado y yo asiento con la cabeza.

Kalea nos lleva hasta la cocina y allí nos explica todos los pasos a seguir. El señor Davis y sus amigos no tardan en llegar y, como estaba pactado, se los ubica en mejor mesa del lugar; con la mejor iluminación y lo suficientemente alejada de la cocina y los baños como para que ningún aroma se mezcle con los que deberían oler de sus platos.

Los señores, en su mayoría ancianos, almuerzan como si no hubiera un mañana y hoy fuera su última oportunidad de probar la comida terrenal. Arrasan con cada platillo que se les pone en frente y no dejan siquiera rastro de los aperitivos de acompañamiento. Cuando ya están a punto de marcharse, nos agradecen por el servicio y dejan una propina bastante buena que repartimos entre los cuatro.

Ni bien ponen un pie fuera del restaurante, Kalea se acerca a nosotros y nos agradece de mil maneras distintas. Les da el día libre a los chicos y a Devon y a mí nos asegura que estas horas extras vendrán remuneradas al cerrar las cuentas de este mes.

—¿Nos vamos? —pregunta Devon, codeándome las costillas para después pasarme mi bolso.

Nos despedimos de Kelly y Risto que están en la entrada y comenzamos a caminar hacia las colinas.

—Todavía no lo has arreglado con Kai, ¿no? —Yo niego con la cabeza—. ¿Quieres que intente hablar con él?

—No es algo que pueda arreglar alguien más —suspiro.

—No debiste invitarme. —Aprieta los labios—. No le caigo bien y es claro que no le hizo gracia que me uniera a su plan.

—No pidas perdón por eso, Devon, te invité porque eres mi amigo y quería que estuvieras ahí.

—Lo sé, pero un poco entiendo cómo se ha de sentir Kai. —Sus labios se curvan un poco hacia la izquierda en una sonrisa—. Le gustas y aunque sepa que no tiene posibilidades intenta mantener alejado a cualquiera que crea que pueda tenerlas.

—El cerebro del hombre funciona de formas extrañas.

—A veces pienso que nos quedamos atrás en la evolución —río ante sus palabras.

Damos algunos paso en silencio, hasta que soy yo quien vuelve a hablar.

—¿Cómo van los arreglos de la casa?

—Bien, bastante más rápido de lo que pensábamos. Lo único malo es que Ikaia se le ocurrió poner mármol en el baño y en la cocina... Tengo la espalda hecha mierda de cargar piedras por las escaleras arriba y abajo.

—¿Ya tienen algún posible comprador? —Subo y bajo las cejas.

—Sí, más de cien compradores se sumaron hoy a la lista de espera para venir a visitarla...

Arruga la nariz y cuando sonríe sé que lo que acaba de decir es mentira.

—Mis padres podrían comprarla. —Me encojo de hombros—. Tienen algunas propiedades al otro lado de la isla que no usan, una más no les hará daño.

—En cuanto esa casa se venda me iré.

—¿Y?

Lleva su mano a su pecho y hace un gesto como si se estuviera quitando una daga.

—Creí que querías que me quedara, que me enamorara de la isla y todo eso.

—Sé que no pasará, pero como podemos seguir siendo amigos a distancia da igual si te quedas o te vas. —Vuelvo a encogerme hombros—. Una llamada al mes será suficiente para ponernos al día.

Ambos reímos y volvemos a caer en el silencio. Me parece fantástico el hecho de que el silencio no se torne incómodo, sin embargo, sienta la necesidad constante de romperlo, de hablar, de que hablemos.

—¿Te quedarías en la isla? —pregunto y lo contemplo mientras él tiene la mirada fija en el suelo.

—¿Para siempre? —Sus ojos encuentran los míos y sonríe—. No sé, no es algo que pueda decidirlo de la noche a la mañana y tampoco algo que haya premeditado.

—Yo siento que jamás podría irme. —Inspiro hondo—. Mi abuelo está aquí, mis amigos, mis cosas... Mi vida entera está en la isla.

—Puedes tener una vida fuera también.

—No tengo nada allá afuera, Devon.

—Me tienes a mí. —Se encoge de hombros—. Puedes escoger cualquier parte del mundo e iremos, te acompaño donde sea, de verdad.

—Eso sobrepasa cualquier límite de impulsividad. —Sonrío—. No puedes simplemente juntar tus cosas y volar a otra parte del mundo.

—Es lo que llevo haciendo desde los doce años. —Sonríe y en su sonrisa noto nostalgia, hasta me atrevería a decir que un poco de pena—. Hawái puede ser tu hogar al que regresar cuando el mundo te aburra.

—¿Cuál es el tuyo?

—Soy yo mismo. —Sonríe, nuevamente esa sornisa nostálgica—. Y Montreal suele serlo algunas veces al año, pero no lo visito porque no quiero coincidir con mis padres, así que mi hogar termino siendo siempre yo.

—¿Qué pasó con ellos?

Temo estar metiendo el dedo en alguna herida profunda que aún no ha sanado, pero necesito saber de dónde proviene esa sonrisa extraña que se forma en sus labios.

—Me odian. —Noto como su mirada se pierde entre los árboles, la sonrisa no desaparece, sino que al contrario, se ensancha y luego suelta un suspiro largo que me hace desear haber permanecido callada—. Créeme, es mejor no coincidir con ninguno de los dos, no querrías hacerlo.

—En África no creo que coincidamos con nadie...

—No lo digas como si de verdad hubieras pensado en la posibilidad de hacer ese voluntariado.

—¿Qué te asegura que no lo pensé?

—Te conozco hace trece días y eso me es suficiente para saber que no irás. —Se encoge de hombros—. No va con tu estilo.

Me codea las costillas y yo entorno los ojos fingiendo estar ofendida.

—Podría decir lo mismo sobre la isla, tú y tu corte de cabello.

—¿Qué tiene mi corte de cabello? —Pasa sus dedos por la parte baja de su mullet—. Me queda lindo, no lo niegues.

—Pareces un gallo todo despeinado —suelto, riendo.

—¿Y tú? —Alza las cejas—. ¿Crees que ponerte una flor detrás de la oreja es peinarte?

—Ainakea quiere que la use para que todos vean que sigo soltera, quienes la llevan del lado izquierdo es porque están comprometidas o casadas. —Aprieto los labios—. Es tradición y además, me queda linda, no lo niegues.

Imito su voz rodando los ojos.

En realidad, no suelo llevarla seguido, pero algunas veces, sobre todo cuando no me da tiempo a peinarme, la agrego como complemento y sirve para disimular un poco el nido de pájaros que llevo en la cabeza.

—No lo niego. —Sonríe—. Pero deberías peinarte.

Arruga la nariz y se gana un codazo en las costillas.

—¿Ainakea y tu abuelo están juntos? —pregunta él, frunciendo un poco el ceño.

—Son muy buenos amigos, pero últimamente pasa tanto tiempo en su casa y habla tanto de ella que he comenzado a dudar de su amistad. —Agrando los ojos—. El jueves pasado me presentó a la hija de Ainakea, cenamos los cuatro juntos y noté que a cada momento ambos intentaban que ella y yo nos lleváramos bien o tuviéramos cosas en común.

—¿Cuántos años tiene su hija? —Vuelve a fruncir el año—. ¿Es de nuestra edad?

—No. —Niego rápidamente con la cabeza—. Ainakea tiene sesenta y cuatro, su hija treinta y uno.

—¿Vive con Ainakea?

Vuelvo a negar.

—Vive en California, solo está de visita.

—Turista —dice con tono despectivo y yo volteo a verlo entornando los ojos.

—Justo tú eres el más indicado para decirle eso a alguien que nació en la isla. —Subo y bajo las cejas.

—Derribé dos cocos de un solo golpe, soy tan nativo como ella.

Niego agrandando los ojos.

—No se te ocurra decir eso delante de un verdadero nativo.

—¿Me aseguro un vuelvo a Canadá? —Sonríe.

—Y una patada en el culo también.

—Entonces debería aprovechar mi tiempo aquí. —Me contempla y cuando frunzo el ceño regresa su vista hacia el camino delante de nosotros—. Nhoa... Yo... Ikaia alquiló un yate para el domingo con la esperanza de salir al océano y pescar... No sé, pensé que quizá... ¿Quieres venir con nosotros?

—Claro. —Asiento con la cabeza—. Porque pescar es una de las cosas que más amo en el mundo. —Ruedo los ojos haciendo claro el sarcasmo en mis palabras—. Se me ocurren mil maneras mejores para desperdiciar mi día, Devon.

—Voy a morirme del aburrimiento. —Hace puchero con sus labios y yo sonrío.

—Invita a alguno de los chicos —propongo—. Pekelo y Leilani seguro querrán ir.

—Me agradan, pero no son personas con las que querría desperdiciar mi día —imita mi tono.

—Voy a pensarlo, pero no te prometo nada.

—Como con África. —Sube y baja las cejas.

—Si me llevo algún libro o algo con qué matar el tiempo quizá no sea un desperdicio. —Me encojo de hombros—. En serio, lo pensaré.

—¿Y el sábado?

—¿El sábado qué?

—Es tu cumpleaños, ¿en serio no vas a festejar? —pregunta e inmediatamente niego con la cabeza—. ¿Vas a quedarte sola en casa?

—Ainakea seguramente venga a almorzar y estará el abuelo, así que sola no estaré.

No pierdo la esperanza de que papá y mamá aparezcan de sorpresa.

—Pero estarás en tu casa, ¿no?

Asiento.

—Lo clásico es ver una película vieja con el abuelo, estás invitado si gustas.

Arruga la nariz negando con la cabeza.

—Dejaré que me extrañes así querrás verme el domingo.

Sonríe de lado y yo entorno los ojos.

—Ya quisieras.

—¿Subo? —pregunta, haciendo una seña con su cabeza hacia la colina, pero yo niego con la mía.

—Nos vemos el jueves, turista.

Me despido de él con un beso en la mejilla y le regalo una sonrisa a la que responde con el mismo gesto.

—Hasta el jueves, Nhoa.

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