10. Niu*.
—Debería ser ilegal tener que caminar tanto para llegar a un lugar. Recuérdame, ¿por qué no vinimos en auto? —dice Devon, quejándose por vez número no sé cuanto.
—No vinimos en auto porque no contaminamos el aire. —Ruedo los ojos—. Somos veintidós mil personas en la ciudad y solo unas dos mil tendrán auto. La gente camina y no se queja.
—¿Cuánto falta? —pregunta, bajando sus hombros.
—Nada. —Sonrío—. Detrás de esas palmeras es el lugar que quiero que veas.
Me mira fijamente y luego se echa a correr hacia las palmeras. Se abre paso entre ellas, perdiéndose entre la vegetación, pero enseguida regresa viéndome con los ojos entornados.
—¿Qué pasa? —pregunto riendo.
—Ahí no hay nada, Ainhoa. —Devon sacude la cabeza.
—Sí que hay. —Asiento—. Solo te falta algo.
Abro mi bolso y de él saco dos gomeras. Estuve casi dos horas buscándolas en la casilla del abuelo y cuando estuve a punto de darme por vencida, miré hacia la derecha suspirando de agotamiento y, como por arte de magia, había una pila de gomeras dentro de un balde de pintura.
—¿Vamos a cazar pájaros? —Frunce el ceño y yo niego con la cabeza.
—Vamos a tirar cocos —suelto, esbozando una sonrisa amplia.
—¿Por qué sus padres les prohibían hacer esto?
—Porque a Smith, un chico que vivió unos años aquí y luego se marchó, le cayó un coco en la cabeza y quedó inconsciente por varias horas.
—Cuando me pregunten qué hice en Kihei diré que practiqué deportes de alto riesgo.
—El que derribe más cocos gana. —Subo y bajo las cejas—. Un solo intento.
—¿Cuál es el premio? —Sonríe entornando los ojos.
—El que gana elige. —Sonrío.
—Acepto. —Extiende su mano hacia la mía y las estrechamos como si acabáramos de cerrar un trato millonario.
Los dos caminamos hacia las palmeras. Devon hace una seña con su mano para dejarme cruzar primero entre ellas y yo me muevo sacudiendo mi cabello de un lado al otro. Dejo la mochila junto a una de las palmeras y me posiciono en el que siempre ha sido mi lugar.
—¿Algún truco que quieras enseñarme antes de comenzar?
—No voy a revelarte los míos. —Arrugo el ceño—. Que gane el mejor.
—Entonces ya puedes darme el premio.
Devon suelta la gomera y la piedra que tenía en ella vuela a toda velocidad por los aires. Da en un racimo y logra derribar dos. Él voltea a verme victorioso por lo que acaba de hacer, me encojo de hombros restándole importancia y me agacho para tomar una piedra.
—Llevo años haciendo esto, Devon. —Lo miro fijamente—. Si de verdad crees que tienes posibilidades de ganarme es porque eres tonto.
Lanzo la piedra y sonrío al derribar el racimo completo; cinco cocos de una sola tirada.
—¿Cómo...Qué? —Frunce el ceño negando con la cabeza—. Eso fue trampa.
—¿Cómo pude haber hecho trampa? —Le enseño las palmas de mi mano como si eso demostrara mi inocencia.
—No sé, pero exijo otra oportunidad. —Se agacha para tomar otra piedra—. Dame otra como regalo de bienvenida.
Hago un pequeño movimiento con mi cabeza y luego me agacho a tomar otra piedra.
—Adelante.
Devon vuelve a lanzar, esta vez midiendo su precisión con un ojo cerrado y total concentración. Suelta aire por su nariz y luego lanza la piedra. Estoy segura de que la carcajada que escapa de mi garganta llega a escucharse hasta en la otra punta de la isla, río aún más alto al notar su cara de decepción por no haber derribado siquiera una hoja.
—¿Cuál es el truco? —Niega con la cabeza completamente indignado.
—No hay. —Me encojo de hombros—. Cuando eres bueno en algo no hay trucos.
—Egocéntrica. —Me pecha con el codo—. Déjame lanzar otra vez.
—Ya gané de todas formas. —Sonrío—. Creo que querré una malteada de frutilla con crema batida y barritas de chocolate.
—Es injusto, tú llevas haciendo esto toda tu vida. —Vuelve a lanzar una piedra y nuevamente no derriba nada—. Dame veinte años y tiraré la palmera entera con los ojos cerrados.
—Permíteme dudarlo.
Río.
—No nos iremos de aquí hasta que no derribe seis cocos de un solo tiro —dice él, volviendo a agarrar otra piedra.
Miro mi muñeca fingiendo tener un reloj ahí y pongo mala cara.
—No sé si tenemos tanto tiempo, el restaurante cierra a las doce de la noche y son las seis y cuarto.
—Muy graciosa.
Vuelve a tirar y sonríe al ver un pedazo de corteza caer.
—Me voy acercando.
—Los primeros dos cocos fueron suerte de principiante. —Me siento junto a mi mochila y saco mi botella de agua—. ¿Quieres?
Él asiente con la cabeza y yo extiendo mi brazo con la botella en mi mano.
—En serio, ¿cuál es el truco?
—Ya te lo dije, no hay truco, Devon. —Agrado los ojos—. Es práctica.
—Es que no puedo tirar siquiera uno. —Se deja caer a mi lado en el suelo—. Me siento un inútil.
—No eres un inútil. —Lo pecho con el hombro—. Solo eres un turista.
Me sentencia con el dedo entornando los ojos.
—Prometiste que después de esto no volverías a llamarme así.
—Porque pensé que no serías tan malo. —Aprieto los labios para no reír, pero acabo soltando una risa boba—. Es broma, Devon.
—No puedo creer que subimos hasta aquí para que derribara dos malditos cocos. —Se pone de pie y aprieta firmemente su gomera en su mano—. No va a ganarme una estúpida palmera.
Así pasamos la tarde y la máxima cantidad de cocos que logra derribar de una sola tirada son tres, cosa que es más que suficiente para alguien que nunca lo ha hecho, pero para él no lo es.
—Derribar cocos tendría que ser deporte nacional —dice mientras caminamos colina abajo de regreso a la playa.
—Podrías proponerlo en las reuniones de los vecinos. —Lo miro de reojo—. Aunque no sé que tanto resultado dé porque no suelen prestarle atención a las propuestas de los...turistas.
—Si ahora mismo te cayera un coco en la cabeza y te dejara inconsciente no dudes que al despertar tendrás la cara completamente rayada y varias fotos colgadas en internet.
—Que vengativo.
—Los turistas somos así. —Arruga la nariz.
—Espero que también sean fieles a sus palabras. —Sonrío de lado—. Me debes una malteada.
—Te compraré dos si dejas de llamarme...
—Con una me conformo. —Aprieto los labios conteniendo una sonrisa.
Caminamos en silencio hasta llegar al restaurante. Me abro paso entre las mesas hasta encontrar una libre casi al fondo y le hago una seña con la cabeza para que se acerque. Devon se detiene en la barra a saludar a Kai y mientras camina hacia mí me mira con el ceño fruncido.
—¿No vas a saludarlo?
—No me habla desde el martes. —Me encojo de hombros—. Me ha estado evitando aquí en el bar y por fuera.
Ayer estaba en el mercado de Nehele y prácticamente se escondió entre las góndolas al verme llegar.
—Pero si cuando me fui estaba todo bien. —Frunce el ceño.
—Después de que te fueras discutimos. —Vuelvo a encogerme de hombros—. Ya lo arreglaremos.
Devon se sienta frente a mí y enseguida aparece Kelly con su pequeña libreta a tomarnos el pedido. Él me señala con la mano y Kelly fija su atención en mí.
—Quiero una malteada de frutilla con crema batida y chocolate —digo sonriendo—. Gracias.
—Bien. ¿Devon? —pregunta Kelly, girando su cabeza otra vez hacia él.
—Lo mismo, por favor.
Kelly se marcha y nosotros nos miramos fijamente.
—A pesar de haber sido una mierda con los cocos, me gustó —dice él—. ¿Sabes qué he querido hacer desde que llegué? —Subo y bajo las cejas—. Windsurf.
—Ho'okipa es ideal para el windsurf.
—¿Podemos ir algún día? —pregunta, agrandando los ojos.
—Tienes que aprender a andar en bicicleta primero, porque en eso nos movemos hasta allá —sonrío.
—Podemos ir en el auto de Ikaia y luego fingiremos demencia. —Cierra los ojos—. Si no lo ves, no existe.
—Sí, sí que existe. —Asiento con la cabeza—. Aprende a andar en bicicleta de una maldita vez.
—Primero tengo que aprender a derribar cocos, luego me plantearé lo de la bicicleta.
—El truco es pegar en la unión del racimo a la palmera, parece fuerte, pero en realidad es bastante débil y el peso de los cocos hace que sea fácil de voltear. —Me encojo de hombros.
—Mentirosa. —Entorna los ojos—. Podríamos seguir ahí y no me lo habrías dicho sino hasta que me diera por vencido.
—Fue divertido verte pelear con un árbol. —Sonrío de lado—. Mis padres seguro te habrían dado un pase directo al psiquiatra.
—Ahora que lo mencionas... ¿Crees que llegue a conocerlos antes de marcharme?
—Se fueron dos semanas después de mi cumpleaños, así que en teoría deberían regresar en tres semanas mas o menos.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —Frunce el ceño.
—Siete de junio...
—¿El sábado? —Asiento con la cabeza—. ¿Vas a celebrarlo?
—Mi último cumpleaños lo pasé en una sala velatoria despidiendo a Sommer. —Mi mirada se fija en la mesa—. No siento que tenga algo que celebrar.
—No sabía que pasó el día de tu cumpleaños.
—Se supone que íbamos a agarrar las primeras olas del día, quizá si hubiéramos esperado a que amaneciera y la playa se llenara de personas nuestra historia habría sido otra y hoy estaríamos las dos sentadas aquí contigo.
—No creo. —Arruga la nariz—. Ambas darían clases dentro del agua y a mí no me habrían contratado.
Subo y bajo las cejas, algo de razón tiene, pero sé que de una forma u otra habríamos acabado siendo amigos.
—Seguramente nos habríamos encontrado en la playa.
—Y habrías aceptado mi reto de ir a por la ola más grande.
—Solo para que lo sepas, ibas a perder.
—No voy a creerlo hasta que no pase. —Se encoge de hombros.
Kelly se acerca con nuestras malteadas y las deja encima de la mesa regalándonos una sonrisa.
—Ainhoa... Kalea quiere que pases por la barra antes de irte —dice y yo asiento con la cabeza.
—¿Qué querrá? —pregunta Devon, frunciendo el ceño.
—Seguro va a despedirme. —Aprieto los labios y su ceño se frunce aún más—. Ya estás tú para dar clases dentro del agua, también puedes darlas fuera.
—No. —Niega con la cabeza—. Si es eso lo que quiere yo renunciaré.
—Es broma, Devon. —Ruedo los ojos sonriendo—. No sé qué querrá, pero renové contrato por un año así despedirme no está dentro de las posibilidades.
—Seguro los chicos protestarían en contra de que te despidan. —Sonríe de lado.
—Pua me dijo que te quieren más a ti. —Aprieto los labios.
—A mí me han dicho que te quieren mucho y que tú eres su favorita. —Alza las cejas—. Incluso cuando les propuse llevarlos a otra playa a practicar a cambio de ser su favorito siguieron prefiriéndote a ti.
Mientras bebemos las malteadas continuamos hablando de los chicos, volvemos a hablar de los cocos y de los turistas en general. Abro mi mochila en busca de dinero, pero antes de que llegue a encontrar mi billetera, él ya ha dejado dinero más que suficiente encima de la mesa.
—Era broma lo del premio, Devon, puedo pagar mi malteada —digo, sonriendo.
—Considéralo un regalo de cumpleaños adelantado. —Se encoge de hombros y luego se pone de pie.
—Iré a ver a Kalea —digo y ambos nos ponemos en marcha hacia la barra.
Al ver que me acerco, Kalea rodea la barra y me espera de pie junto a ella.
—Hola, Ainhoa. —Me saluda con un abrazo y se dirige a Devon para hacer lo mismo—. Hola, Devon.
—Kelly dijo que me llamaste...
—Sí. —Asiente con la cabeza agrandando los ojos—. De hecho, necesitaba a ambos.
Devon y yo compartimos miradas con los ceños fruncidos.
—No se asusten. —Ella carcajea—. Quería pedirles que el martes después de las clases de surf se quedaran aquí en la barra. Papá va a almorzar con unos amigos que planean abrir sucursales de sus empresas aquí en la isla, vendrán con sus esposas e hijos y siento que Kai tal vez pueda necesitar ayuda con alguna que otra cosa.
—Yo no tengo mucha idea de cómo preparar las cosas —dice Devon—. Pero si me explican prometo entenderlo rápido.
—Les pagaré por las horas que estén aquí, no se preocupen. —Kalea nos sonríe—. ¿Cuento con ustedes?
Volvemos a compartir miradas antes de asentir.
—Otra cosa Ainhoa... ¿Con qué flores crees que podríamos decorar el lugar?
—Hibiscos amarillos. —La flor estatal es clásica en los arreglos florales—. Y también podrías agregarles No me olvides.
—Amarillo y azul... Me gusta —dice mientras se rasca el mentón—. Tendré que encargarlos fuera de la isla, pero da igual. Gracias, Ainhoa.
Nos vuelve a abrazar para despedirse y tras dedicarle una sonrisa ambos nos damos vuelta dispuestos a marcharnos. A la salida nos encontramos a Haoa y a su padre, nos entretenemos hablando con Haoa mientras su padre va en busca de su comida y cuando ambos se marchan retomamos nuestro camino hacia las colinas.
—¿Cuáles son las no me olvides? —pregunta Devon, frunciendo el ceño—. Nunca oí hablar de ellas.
—Unas azules pequeñitas. —Muerdo el interior de mi labio—. Son mis flores favoritas desde siempre.
—¿Kalea dijo que tenía que encargarlas fuera de la isla? —pregunta y yo asiento.
—Creo que estaba exagerando un poco, en Maui puede conseguirlas. —Ruedo los ojos—. Mi abuelo se las regalaba a mi madre y ella me da un ramo a mí cada vez que tiene que marcharse por un largo tiempo.
—Las buscaré en internet al regresar...
—¿Tienes internet? —Frunzo el ceño.
—Mi tía tampoco aguantaba más estar sin saber nada del exterior y de sus amigos, así que acordamos pagarlo a medias. —Se encoge de hombros—. Puedes venir a mi casa a usarla cuando quieras.
—Ni siquiera tengo celular, Devon. —Aprieto los labios—. Pero seguro iré a buscar imágenes de inspiración para pintarme las uñas.
Me detengo al llegar al pie de la colina y le doy un abrazo al que responde rodeándome con sus brazos.
—Nos vemos el martes, turista.
—Hasta el martes, Nhoa.
*Niu: coco
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