6. ¡Hola, Nueva York!
La alarma del teléfono sonó. Apenas había dormido unas pocas horas y ya se tenía que poner en pie. El teléfono volvió a sonar, esta vez en una vibración, sobre la mesilla de noche. Lo consultó.
Jayden
•«Iré a recogerte»
Seth
•«No hace falta. Llamaré a un taxi»
Jayden
•«No»
Lo que Jayden decía iba a misa. Así que no tenía más narices que obedecer. A cabezota no le ganaba nadie. Se había propuesto cuidar de él como un ahijado, con uñas y dientes, y resultaba una molestia sentir tanta sobreprotección y tanto favoritismo sobre él. Quizá e incluso Noah estuviera tan rabioso por culpa de los celos. Y de eso, la culpa la tenía su mánager. ¿A ver quién era el doblemente terco que conseguía hacerle cambiar de parecer? Porque Jayden hacía oídos sordos cuando se mencionaba sobre el tema.
No se demoró. Se metió en la cocina para prepararse el desayuno con la mayor rapidez. No había tiempo para hacerse uno de aquellos elaborados. Así que improvisó con un bollo y un café. Acto seguido repasó su equipaje por si acaso. Estaba seguro de que iba dentro todo lo necesario. Pero siempre queda esa mínima duda que se ha de complacer. Por si había algún ápice de error y lo lamentaba cuando se encontraba a demasiados kilómetros de allí.
Seguidamente se vistió, metiéndose en el cuarto de baño como última parada en el apartamento antes de salir de allí. Se observó ante el espejo. Repasó con los dedos cuidadosamente las hinchadas bolsas que tenía debajo de los ojos. Vaya. Su aspecto era mucho más lamentable de lo que imaginaba. Sonrió. Merecía la pena tenerlas por charlar con ella. Aunque se acostase demasiado tarde. Ya recuperaría las horas perdidas. O no. Se llevó los dedos a los labios. Necesitaba volverla a besar en cuanto fuera posible. «¡Menudo osado!». «El riesgo excita», se dijo para sí, como con una media voz. Se le escapó una carcajada cuando recordó a quien lo comparó. En qué suponía que trabajaba. Un prostituto... ¡Como si no hubiera más empleos para que uno se mostrara guapo y atlético! Como modelo, por ejemplo. «Fue cosa de Daria, mi amiga». Con la aclaración supo que ambas eran terribles. Aquellas mentes calenturientas maquinaban demasiado. Eran perfectas a la hora escribir un buen libro de intriga, ¿por qué no? A ver, si le dejaba, sería capaz de hacerla gozar de placer, aun sin ser prostituto. Pero para nada era un gigoló. ¡Ay, si ella supiera con quién se estaba codeando! Iba a darle un infarto.
Una llamada entrante lo sacó de golpe de su ensimismamiento.
—¿Sí?
—Ya estoy abajo. No tardes.
—¡Joder! ¡Que ya voy! Menudas prisas.
Pero Jayden no escuchó. Colgó enseguida porque, si no, iban a iniciar una discusión como se rebotase así.
Ya en el coche, durante el recorrido del apartamento al aeropuerto, Jayden trató de sacar temas de conversación demasiado puntillosos para Seth. Así que este inició su protesta con un silencio que consistía en colocarse los auriculares con su música favorita, e ignorarlo.
Se encontraron con el resto en el aeropuerto. Habían fletado un avión para mayor privacidad. Se saludaron en cuanto se vieron. Todos ellos iban faltos de sueño, con los ojos medio abiertos, arrastrándose como muertos vivientes a punto de desfallecer. A Noah simplemente lo saludó elevando el mentón con desgana y aquel hizo lo mismo, molesto. Sí. Los celos por ver cosas que Jayden no tendría que hacer frente al resto, ya había quien lo odiaba.
—Venga, chicos, subid al avión —fue anunciando Jayden detrás de ellos. Además, iba Emmanuel con ellos, el asesor de imagen, y algún miembro más del equipo necesario para cualquiera de estos viajes.
—Eh. ¿Ensayamos un poco, o echamos una siesta? —dejó caer Michael que, aun durmiéndose en pie, quería ser un poquito productivo por los suyos.
—Ya ensayaremos cuando lleguemos al estadio. Ahora dejadme dormir un poco. Que doy asco —se lamentó Paul.
Los hizo reír.
—Apoyo la moción —parloteó Reid, bostezando, levantando una mano como quien consulta algo en clase, aunque en su caso era para que prestasen atención a opinión.
Porque serían cinco largas horas de viaje. Y todos ellos parecían necesitar con urgencia dormir antes de realizar la agenda pendiente y el concierto.
Seth se arrellanó lo mejor que puso en el asiento. Le parecía incómodo. Pero mejor eso que nada, o que dormir sobre un suelo que vibrara, y que no era, para nada, seguro, con cualquier fuerte turbulencia, o sin ella. Había metido con él, en el avión, la guitarra española por si les daba la vena de ensayar un poco. Tocaría él las notas para acompañar. Cerró los ojos esperando que el ruido del avión y del resto que lo acompañaran no lo despertase. —O los ronquidos de alguno de ellos—. Jayden se sentó a su lado. No se percató de ello hasta que habló.
—No quiero estar enemistado contigo.
Abrió un ojo. Lo miró, y enseguida lo cerró.
—Jefe, se supone que la relación debería ser la justa.
—No empieces, chico.
—Dile a mi padre que me deje en paz. No eres su chivo espiratorio. —Abrió los ojos de golpe y giró la cabeza para clavar la mirada con furia en él—. Oh. Espera. Sí que eres ese traidor del que hablo.
—Cuidaré de tu madre, aunque no te guste. La amo, aunque tampoco te guste. Y seguiré apoyando a mi mejor amigo, haciendo por él lo que haga falta, aunque tampoco te guste.
—¿Tienes el botón de apagado por alguna parte? Indícame dónde. O eso. O acabaré de echarte del avión sin paracaídas.
—Seth...
Lo miró nuevamente con rabia.
—¡Déjame en paz! Y sigamos solo con nuestra relación profesional. ¿Sí? Hazme ese favor, ¿quieres?
—Cuidaré de ti, aunque lo desapruebes.
—Eso acláraselo a Noah. Me odia por tu culpa. Quiere quitarme el sitio y echarme del grupo.
—No dejaré que lo haga. No echaré a nadie —habló en un susurro para que no lo escucharan.
—No aguanto a ese tío —sentenció, cerrando otra vez los ojos; apoyando bien su cabeza en el asiento.
—Hablaré con él.
—Ni se te ocurra —siseó Seth entre dientes.
—Necesito que el grupo esté unido. Si tengo que poner orden...
—¡Que sí! Por favor, ¿me dejas dormir un poco?
Jayden suspiró con cansancio.
—Claro —aceptó, levantándose para cambiar de asiento.
Michael lo ocupó enseguida antes de que se enfriara. Se había percatado de la incómoda conversación. Y había esperado el momento para intervenir.
—¿Ocurre algo? No se te veía buena cara mientras conversabas con Jayden.
Seth no abrió los ojos para responder.
—Nada que no sea un puto desastre en mi vida.
Puso una mano sobre su hombro.
—Si necesitas hablar, sabes que sé escuchar.
—Deja de molestar. Y de hacer molestos pareados.
Michael puso los ojos en blanco.
—De nada, tío —bromeó indignado, desocupando el asiento.
Ojalá y Ámbar estuviera allí. Seguro que se sentiría mucho mejor con uno de sus abrazos. Además de ser alguien neutral cuando no sabía quién era él y lo haría por compasión como cualquier humano sería capaz de consolar a otro cuando está sufriendo. «La acabas de conocer. ¡No puedes estar tan pirrado por ella, tío!».
—Puedo estar como me dé la gana —musitó a su voz interior, echando un ojo y asegurarse de que nadie lo había escuchado hablar solo.
Se sintió como si una pesada losa presionase sobre su pecho. Experimentó un poco de asfixia. «¡Calma, chaval! Todo mejorará». «¡Mierda de psicólogo frustrado!», insultó a su Pepito Grillo interior.
Estuvo a punto de llorar. No iba a darle ese gusto a su parte más patética. No, delante de todos. No quería mostrar su lado vulnerable. «Si te ven débil, te hundes»; era la única frase dicha por su padre, hace de eso una eternidad, en la que tenía razón. Esa era la ley de supervivencia.
¡Genial! Y con todo se le había ido el sueño. Observó el amanecer a través de la ventanilla del avión. Rememoró la llamada con Ámbar, ¿por dónde pararía aquella graciosa cosa peluda que ya le había cogido tanto amor sin ser suyo? No se había dejado ver —ni escuchar—, durante la videollamada. Tenía ganas de volver a verlo para acariciarlo y sentir que alguien sí lo apreciaba con sinceridad. «¿Cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Misha. ¡Mierda! O duermo o empiezo a ponerme lelo», pensó para sí reconociendo que tenía que hacer caso a la voz más amable de su conciencia. Y no al crítico del menudo grillo al que le encantaba enumerar sin cansancio cada uno de sus defectos.
Fue solo por un par de horas. Al instante, tenía los ojos abiertos como platos y se sentía bien cabreado. Sacó la guitarra de su funda. Tocó suave una melodía lenta y lastimera. Michael abrió los ojos y regresó al asiento de al lado.
—¿Qué ha sido eso? Se siente un lamento desgarrador con esas notas.
—La vida es una mierda. Y la devastación de un músico es la inspiración para sus canciones más conmovedoras. De ahí sus éxitos —continuó.
—Vale, tío. Me está entrando también el bajón —se quejó, curvándosele los labios a la inversa.
—Echo de menos a mi hermano. Él fue la causa del derrumbe de toda mi familia. Todo fue mal cuando al muy capullo se le ocurrió dejarnos. —Sorbió por la nariz aguantando las lágrimas dentro—. Tenía toda una vida por delante...
Michael sacó para liar un porro. Le ofreció una calada cuando lo encendió.
—No. Le prometí a mi hermano que no volvería a probar mierdas de estas.
Jayden los observó con desaprobación. No estaba bien que fumasen dentro del avión. Lo que era peor: no estaba bien que se drogasen y mermasen sus aptitudes frente a una agenda extensa como tenían al bajarse del avión. Que durmieran un poco sería mucho más acertado.
—Venga. No pasa nada. Compartimos este y ya.
Seth dudó un poco antes de aceptarlo. Acabó dándole la calada. Y unas cuantas más. Acabó compartiendo el porro con él. Sintiendo que la marihuana adormecía su dolor sintiendo alivio. Quizá Cameron estuviera sufriendo mucho por algo que no contó. Y lo calmaba de ese modo: con drogas y alcohol. No era lo correcto. Pero ante la desesperación —tal y como ahora lo estaba haciendo él—, uno pierde los papeles, la estima y la sensatez.
—¿A que estás mejor?
—No debería fumar esta mierda. Pero sí.
Michael le dio unas palmadas suaves en el pecho.
—Y ahora a dormir. No te nos quedes dormido sobre el escenario y nos jodas el concierto —bromeó.
Le sacó una sonrisa. El grupo era como su segunda familia. Aunque hubiera dentro de él una oveja negra como lo era Noah. Le hacían falta. Entonces asintió, aceptando el consejo de su hermano de afición.
—Bien —asintió este también con una sonrisa, satisfecho de su logro.
****
Misha se paseó por encima de la cama maullando. Por encima de Ámbar, reclamando su atención. Ella gruñó con desaprobación.
—¡Qué madrugador eres, joder! Ya voy a llenarte el cuenquillo con un poco de leche. Dame un minuto.
Ni un minuto, ni medio, ni nada. Él seguía insistiendo estirándose las uñas sobre la manta.
—¡Condenado minino! Acabaré regalándote como no dejes de ser tan caprichoso.
Él ladeó su cabecita observándola con sus enormes ojos azules brillantes.
—Eres de lo peor. Que ya me levanto, jolines —protestó en un par de tonos más alto.
Se frotó los ojos, se estiró y bostezó. Se arrastró hasta el filo de la cama y dejó caer los pies en busca de las zapatillas, cosa que este aprovechó para saltar de la cama y rozarse entre sus piernas.
—Deja de dar tanta coba, acaparador —lo regañó, arrugando la nariz con cansancio.
Se movió hasta la cocina. Lleno su cuenco con leche. Acto seguido se preparó su café. E hizo un par de tostadas que untó con mantequilla y mermelada de frambuesa. Se quedó mirando hacia la nada. Recordando que Brayden no había dado señales de vida desde que había salido de viaje. Lo imaginó pendiendo de unos hilos como una grácil araña al estilo de Tom Cruise en la escena que descendía hacia una habitación segura para robar información de un ordenador, evitando llegar al suelo para que no saltase la alarma. ¡Era imposible que fuera un agente secreto! Lo imaginó de etiqueta a bordo de un avión. ¡Dios! El uniforme debía de sentarle perfecto. O de traje, en la oficina, lanzando voces sobre sus subordinados por no hacer las cosas bien. Lanzó un gruñido al aire sacudiendo la cabeza.
—¡Maldito secretismo! —protestó entre dientes.
Misha levantó la cabecita hacia ella. Ya se había terminado la leche. Todavía se relamía los bigotes.
—¡No te fíes de nadie, minino! Mira, por tu culpa, la que llevo encima —protestó hacia él. Misha volvió a maullar y a ronronear como si no le importase nada su preocupación—. Qué suerte tienes de no tener las preocupaciones que tenemos los humanos. Las mismas obligaciones. —Exhaló, vencida—. Vale. Mami tiene que darse prisa. Lo siento cariño. No puedo hacerte más caso hasta que vuelva —se disculpó sintiendo que era necesario. Quería mucho a aquella bolita blanca y peluda.
Acabó maquillándose en el espejó como final apoteósico para salir a todo correr de casa. «Mañana. Mañana es el día señalado. Mañana verás al verdadero Seth sobre el escenario». Lo vería. Pero a través de las enormes pantallas. Porque, ni ella ni Daria podrían coger lugar en la fila y aspirar a un buen lugar cerca del escenario. Ambas trabajaban por la mañana. Así que tendrían que conformarse con ver al grupo a través de las pantallas gigantes. Escucharlos a través de los altavoces, a bastante distancia. ¡Eso sí que le parecía un verdadero crimen! «No eres una de esas fanáticas adolescentes. Compórtate, por favor». Habría puesto voz grave a esa sugerencia cuando bien podría haber salido de la boca de su padre. Pero no. Estaba saliendo de la parte más dolida de sus entrañas, aquella que estaba cabreada por ver que no tendría oportunidad de ver a Seth de tan cerca.
«Mañana llega nuestro día. Ya es mañana», rezó un mensaje entrante de Daria que leyó de camino hacia el coche y al que ella respondió que tenía unas ganas locas de que llegara.
Llegó al trabajo. Al entrar dio los buenos días. A Abie le faltó tiempo para llegar corriendo y fardar de sus nuevos logros.
—Tengo entradas para el concierto. Unas amigas irán pronto para coger un sitio en las primeras filas. Seré afortunada por tener al cantante tan cerca —se pavoneó.
—Claro. Claro. Espero que no lo espantes, porque mira que eres fea —la insultó en un susurro arrugando el gesto con rabia.
—Qué pena que seguro que tú lo verás de muy lejos.
—¡Vete a la mierda!
—Chicas, ¿va todo bien? —se preocupó la señora Mathew.
—¡Sí! Sí. Ya me voy a la trastienda a cambiarme —dijo Ámbar, echándole una última mirada agria a la mujer que seguía sonriendo de satisfacción porque la vida no le sonriera a su rival.
Calentó la porción de comida en el horno microondas. Atendió la llamada entrante de su madre. No le apetecía hablar, pero era su madre. No tenía por qué pagarlo porque ella tuviera un mal día. Bueno... unos cuantos ya.
—Hija, te echo de menos. ¿Está todo bien? ¿Estás bien?
—Sí, mamá. Me estaba preparando la comida.
—Lástima que no pueda prepararte unos tápers. Tu padre te manda saludos. Y llama a tu hermana que la tienes descuidada.
—¡Ella podría llamarme también! Además, hablamos por wasap.
—Muy de vez en cuando, me ha contado. Dice que andas muy liada. Por muy liada que estés, no te olvides de la familia. Recuerda el proverbio que reza: El tiempo no espera a las personas. Tienes que aprovechar cada instante con los que quieres.
—¡Mamá, no empieces!
—Hay que cuidar de la familia. Te has marchado muy lejos. Pensaba que, tras terminar la relación con Mason, regresarías a casa.
—Aquí estoy bien. Existen más oportunidades de trabajo. Siempre que no se me caduque el visado —agregó, suspirando.
—Piénsatelo bien. Ahí estás sola.
—Tengo a Daria. Me cuida bien.
—Cuando puede. Ella no es tu madre. Ni tu hermana. Y puede darte la espalda en cuanto le apetezca. ¿Quién te ayudará, entonces?
—Mamá, tengo que colgar. Tengo que comer y hacer unas cuantas tareas pendientes antes de volver al trabajo.
—Considera lo que te he dicho. Aquí también hay trabajo.
—Claro. En el campo. O abriendo una tienda sin éxito. Déjalo, mamá. Hablamos.
—Un abrazo, pequeña.
—Otro para vosotros.
Sintió húmeda la mejilla. Había estado llorando. La verdad era que echaba de menos su país natal. Pero no quería darse tan pronto por vencida. Y aquí tenía mayores libertades que allá. Las costumbres no eran tan estrictas. Se sentía mucho más libre.
Misha maulló. Se acuclilló para acariciarlo.
—Cuida bien de mamá. Porque la abuela dice que estoy sola en esta ciudad a la que no pertenezco —balbuceó, para terminar llorando. Bien mirado, no pertenecía a ella. Pero se empeñaba en encontrar el modo para mimetizarse en ella hasta el punto de ser aceptada. Pasar desapercibida.
—Gilipollas —vocalizó por lo bajo imaginando a Mason. El muy capullo la había dejado tirada a las puertas de una boda medio programada. La había sustituido por otra que parecía que le daba mucho más que ella.
«Eres rara. Tus padres son raros. Tu familia es rara», lo oyó aún decir claramente con desprecio dentro de su cabeza.
«Y tú eres el ser más rastrero, cruel, puro despojo, que no merece ser amado», mencionó para sí, clavando en un punto fijo como si lo viera. ¡Cómo le hubiera gustado decírselo a la cara!
****
Seth consiguió dormir un par de horas más en el avión. Al llegar al hotel empezó la frenética locura: dejar el equipaje en la habitación, correr a las fotos, firmas y un largo etc. antes del concierto. El cansancio hacía mella en él porque, a pesar de las mínimas horas dormidas, estas habían sido insuficientes y faltas de un descanso adecuado. Aun así aguanto el tipo con toda la paciencia posible, incluso cuando una de las fans le pidió que le firmara en el pecho. Bueno. No había sido la primera vez que se lo pedían. Así que tampoco se espantó. Eso sí, para las fotos, la chica que se encargaba del maquillaje le suavizó el azul arándano en que se había vuelto debajo de sus ojos, haciéndolo desaparecer mágicamente. Esa chica se merecía un diez.
Luego, la entrevista en la radio, desde Manhattan. Las preguntas fueron menos despiadadas que la anterior en la que estuvieron. Con más fijación a lo profesional. Con su extenuación, no sabría cómo habría reaccionado a cualquier pregunta sobre los problemas de su familia y la muerte de su hermana. Ya era hora que se le dejara en paz. Dudaba, a la vez, por cuánto tiempo duraría la tregua. Tal vez, hasta la próxima entrevista.
Más tarde los ensayos, mientras el equipo de los técnicos de sonido, de escenario y una larga lista de profesionales preparaban el lugar para que no hubiera ningún fallo. Ensayaron las antiguas canciones después de probar que la calidad de sonido salía bien y no había cortes. Pero también las canciones nuevas, salvo aquellas que Seth guardaba a buen recaudo en su cabeza, y en la carpeta del ordenador, y que había compuesto pensando en Ámbar. «Algunas canciones están basadas en amores reales que hayáis vivido». ¡Por supuesto que algunas eran reales! Como esas mismas que se almacenaban en esa carpeta. Como las que compuso después del fallecimiento de su hermano y de cómo se sentía por ello. Lo que lo echaba de menos. O cuando al poco su familia se fue desmoronando. Era un modo de desahogo que le servía como terapia. Y porque la música era su pasión y no conocía otro modo de expresarse tan adecuadamente.
Horas más tarde —tras de una cena completa—, el concierto. El Madison Square Garden estaba hasta los máximos. Los fans disfrutaron de cada canción. De cada minuto de concierto. Tarareando, gritando, saltando, alzando sus teléfonos con las pantallas encendidas durante los temas más lentos. Aquellas vivencias lo enriquecían. Ver que tanta gente lo amaba por las canciones, por lo que hacía, por su voz, lo hacía sentir realizado. Feliz. Pero también echaba de menos salir a la calle sin que nadie lo asaltara. «Eres famoso. Eso no es posible». Ese era el precio a pagar por darse a conocer y gustar tanto.
El concierto fue un éxito. Terminaron agotados; empapados de sudor. Habían dado hasta el último ápice de sus fuerzas. Y se sentían sin fuerzas, pero con una gran satisfacción. Se felicitaron. El resto de los que participaron para que aquello fuera posible los felicitaron. Los chicos querían salir de fiesta, aun con la falta de aliento. Porque había qué celebrar. Seth quería regresar a la habitación del hotel. Quería hablar un ratito con Ámbar.
—¿Regresar al hotel? ¿Te has vuelto un viejo? —Paul sacudió la cabeza—. ¡De eso nada!
—Mañana regresamos a casa. Tenemos otro concierto en nuestra ciudad natal y no podemos estar quemados, tío.
—Venga. Solo un ratito. No me seas cortarrollos.
Michael se le acercó. A medio esconder le mostró unas pastillas menudas de color blanquecino.
—Yo te ayudo a pasar la noche.
—¡No! No puedo sucumbir a tus tentaciones. No puedo, Mich. Adoro mi vida y...
Sacó una y se la puso en su mano.
—¡Es solo para aguantar en pie! No me vayas de madraza. Venga.
—Tío...
—Ni tío, ni leches. —Asintió—. Venga.
Seth la aguantó en la mano sin saber qué hacer. Había prometido no volver a caer. Porque él no era ningún santo. Y había probado muchas cosas. No iba a tentar a la suerte como lo hizo su hermano. Se la devolvió.
—Devuélvela a la bolsa. Paso de meterme estas mierdas —protestó. Dio con Jayden que observaba la escena desde un rincón cruzado de brazos. Asintió, orgulloso de su resistencia—. Vale. Devuélvemela. Creo que sí que la necesito. —Vio como torcía el gesto y se sintió victorioso por contradecirlo. Acto seguido buscó al resto que esperaban entrar en la furgoneta en la que viajaban para regresar al hotel para cambiarse de ropa y sumergirse en la diversión nocturna. Solo por contradecir a Jayden, y a la persona que lo había mandado para exigirle un mayor control de sus movimientos y de sus acciones incorrectas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro