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46. Reinicio

Ámbar no quería que le afectara la indiferencia de su familia. Incluso la misma Reiko la estuvo traicionando mientras no se daba cuenta. ¡Y ella creyendo que había encontrado a una aliada y confidente en la línea roja!

    Seth había regresado a su rutina musical. A sus conciertos aquí y allá. Ella había vuelto a su trabajo con el consecuente enfado de Abie que seguía azuzándola para que apretase las tuercas a Jaxon, y regresara a tontear con ella. Porque lo creía un tipo duro que, cuando su corazón se reblandecía por milésimas de segundos, cometía aquellos actos tan graciosos que la enamoraban todavía más.

    —¿Hubo suerte con tu familia? —formuló al tiempo que sacaban las cajas de cereales y otros productos para reponer las estanterías y abrir.

    —No voy a hablar de ello.

    —Yo no soy la prensa.

    Clavó la mirada con dureza en ella.

    —Si mi mejor amiga me preguntó por ello y me negué a responderle, ¿crees que te responderé a ti?

    Abie alzó los brazos a la defensiva.

    —Y que sepas que hay alguien más que intenta cortejar a tu supuesto novio —dejó caer para molestarla. Porque necesitaba devolvérsela. Le estaba dando la mañana.

    —¿Quién?

    —No se me permite hablar de esas cosas —bromeó con ironía.

    —¡Ja! Muy graciosa.

    —No intentaba serlo. O sí...

    Abie puso los ojos en blancos, llevándose la caja ya vacía de un tirón, para marcharse a reponer otra estantería. De repente, meter distancia entre ambas, era algo necesario.

    Ámbar suspiró con fuerza. Miró el anillo. Si sus padres creían que ella no haría cuantos deseos tenía revoloteando en su cabeza por culpa de tradiciones ya pasadas de moda, no se saldrían con la suya.

    Recordó a Seth rebajándose para pedirla en matrimonio. Ni aun así, su madre se conmovió. Ella era terca como una mula. «No puedes cazar un cachorro de tigre si no entras en la cueva del tigre». Una frase que se columpiaba bajo sus neuronas desgastadas recordándole que «quien no arriesga, no gana». Sacudió la cabeza queriendo borrar todo ese atisbo de locura y desesperación. «No se pueden mover montañas». Pero si iba a buscar la pala más enorme, y un camión de buenas dimensiones para transportar el guijarro más enorme. O esa era la idea que la movía a perseverar en lo que deseaba.


    De camino a casa para comer miró el reloj de la pantalla del salpicadero del coche, e hizo la llamada. Daria estaría, tal como ella, en la cola del tráfico, tratando de llegar a su apartamento.

   —¿Qué pasa, cariño? —inquirió aquella, en un grito, preocupada.

    —Quiero que seas mi madrina de boda.

     —¿Qué? ¡Claro! —accedió con un gritito de felicidad—. Aunque, no te precipites. Me das miedo cuando esos pensamientos te asaltan. ¿Cuándo estás pensando casarte?

    —Tan pronto como anunciemos la boda para los medios.

    —Espera... No hay por qué correr tanto. ¿Seth piensa igual?

    —Voy a vivir esto. Quiero vivirlo. De repente, deseo vivirlo. Por el tiempo que sea. Y voy a casarme. Nadie me lo impedirá.

    —A ver... podéis vivir juntos y eso...

    —No quiero solo vivir con él. Quiero ser la mujer de mi ídol del pop-rock.

    —¿Qué te has tomado a la salida del trabajo? ¿Estás bien? —formuló Daria con preocupación.

    —Quiero escribir mi historia. Quiero que Izan escriba nuestra historia.

    —¿Cómo?

    —Habrá un libro sobre ello. Para que nuestros hijos, en un futuro, estemos Seth y yo aún juntos, sepan que hubo una mujer intrépida que solo quería vivir, y librarse del yugo de la opresión de su familia.

    —¡De acuerdo! Ya veo que estás lo suficientemente cabreada con ellos.

    —Estoy lo suficientemente dispuesta a vivir este sueño. Por muy de reallity show que suene. Solo quiero saber si puedo contar con mi madrina de boda.

    —S... sí. Mujer. Claro. Por supuesto. Eso no tendrías ni qué preguntarlo.

    —Entonces, ve buscándote un bonito vestido.


    Hubo un sinfín de bromas hacia Seth producidas por el rechazo por parte de su familia política. Los componentes del grupo sí eran su familia. Bromeaban, que no juzgaba sus locuras, y eso era de vital importancia para tomar la decisión que quería.

    —¡Queréis dejarlo! —los regañó Jayden—. Tenemos que ensayar. Así que parad de decir tonterías.

    —Será que todavía llevamos resaca de todo lo que nos bebimos las pasadas fiestas —se excusó Danno, muerto de risa.

    —Alcohol y otras cosas —añadió Michael, rascándose la nuca con gesto divertido.

    —Deberías de dejar de meterte tanta mierda, colega —lo aconsejó este.

    En un primer momento, Michael puso un gesto de «pues debería». Lo cambió en seguida por otro muy distinto.

    —¡Ni de coña! No me quites la diversión.

    —Jayden señaló hacia los instrumentos. Tenían que ensayar. Se encontraban en el Mercedes Benz estadio de Huntsville (Alabama). Afuera, ya hacía cola una horda de fans ansiosos por ver el concierto.

    Ensayarían un par de canciones nuevas que habían compuesto Michael y Reid. Formarían parte del repertorio del concierto, más otra de aquellas que Seth había compuesto para Ámbar. Los chicos querían que, si el productor de música y Jayden estaban de acuerdo, aquellas que llegaran a ser pegadizas, canciones buenas de verdad, salieran a la luz, poco a poco, en cada uno de sus conciertos.

    El concierto deleitó a las fans logrando que sus horas de cansancio en espera valieran la pena, como solían hacer. Cada vez se les unían más y más seguidores. ¿Por cuánto cultivarían tantos éxitos y logros? No se puede predecir cuándo puede durar algo. Pero sí sabían que querían dar lo mejor de ellos. Para eso habían llegado tan alto. Para ello habían cumplido su sueño.

    Ya, en los camerinos, Ámbar llamó a Seth por videollamada.

    —Hola, preciosa. ¿Qué cuentas?

    —He pedido a Daria que sea nuestra madrina de boda —soltó a bocajarro.

    —¿Qué?

    —No quiero esperar mucho más, Seth. Quiero consolidar lo nuestro. A ver, sé que puede tener más puntos para irse al garete, que para durar. Pero estoy dispuesta a hacerlo. A formalizar esto que, por poco tiempo que llevamos, se me antoja y temo que sea más breve de lo que quiero.

    —¿Estás segura de esto?

    —Te amo, Jerome. Y sé que es una puñetera locura contraer nupcias con alguien que conozco tan poco. Pero, ¿qué porras? ¡Quiero cometer esta locura!

    —Quieres cabrear a tus padres —bromeó él con diversión.

    —Eso también —se rio.

    —Estás loca.

    —Por ti —ronroneó.

    —¿Y quién quieres que sea nuestro padrino de boda?

    —¿Qué te parece Jayden? Creo que eres mucho más cercano que con tu padre.

    —¡Vale! Vale. Esto sí que no me lo esperaba. Esperaba que eligieras...

    —¿A quién? —torció el gesto, divertida.

    —¿A Vin Diesel, por ejemplo?

    —¡No me vaciles, Jerome! Pero, mira, no me importaría nada que viniera a nuestra boda. Ni que Maroon 5 interpretase en nuestra boda su famosa canción:  Sugar. Que se colase en nuestro banquete de boda para cantarla, igual que en su vídeo.

    Seth alzó una ceja.

    —¿Lo dices en serio?

    —Totalmente.

    —¿Y si fuera mi grupo, y yo mismo, quien te cantara la canción?

    Ella sonrió aún más.

    —Pues, fíjate que tampoco me importaría. Aunque sí que me gustaría conocer a Maroon 5.

    —Enredadora...

    —Caprichoso —siseó, con sorna.

    Picaron a la puerta.

    —Ey, Jerome... —llamó Jayden, pillándolo con la mirada en el teléfono—. Ups, interrumpo algo. Perdón.

    Seth cambió su cara de susto y sorpresa, por otro más risueño.

    —No interrumpes. Es Ámbar.

    Jayden se adelantó a grandes zancadas hacia él, alegrándose.

    —Hola, Ámbar —la saludó, alzando la palma de la mano hacia ella.

    —¿Qué tal?

    —Bien.

    —¿Estás cuidando de mi chico?

    —Sí. Se está portando bien —bromeó, mirando de reojo hacia él—. Aunque come como una lima —bromeó.

    —Te equivocas. Ese es Jaxon. Doy fe de ello.

    —Ah —se sorprendió este.

    —Queríamos decirte algo —empezó a decir Ámbar.

    —¿Sobre qué? ¿Ha pasado algo? —preguntó, preocupado.

    Seth asintió.

    —Esfuérzate por contener tu corazón ante la noticia.

    Los miró a uno y al otro asustado.

    —¿Qué noticia?

    Hubo unos segundos de intriga. Por fin alguien habló.

    —Nos casamos. Y queremos que tú seas el padrino de nuestra boda —anunció Ámbar, cruzando sus dedos en la espalda, rogando que no se enfadara.

    Jayden volvió a mirar a uno y al otro.

    —¿Tan pronto? —simplemente preguntó él, regresando a la idea de que era algo demasiado precipitado.

    —Es el momento idóneo —aseguró ella con un asentimiento y un guiño.

    —¿No habréis tenido algún...?

    —¡No! No —respondió Ámbar con apuro—. Todo sucederá en el tiempo adecuado. Y te queremos hacer partícipe.

    —Pero, ¿y Anthony? —inquirió más preocupado aún—. ¿No debería de ser él?

    —Tengo una relación mucho más estrecha contigo que con él. Te has preocupado mucho más por mí, aunque él lo haya hecho en las sombras. Hemos decidido que seas tú. Además, paso de que la esposa de mi padre se vuelva loca con su papel de influencer y se tome nuestra boda más como un Reallity Show, que, como la importancia que tiene y queremos que tenga. Ámbar y yo lo hemos decidido. Y nos gustaría que te alegrases en vez de protestar —se enfurruñó Seth.

    Jayden tomó aire.

   —Bien... —otra bocanada que soltó a golpecillos con la tensión que había adquirido su cuerpo, y su caja torácica—. Pues, no me queda más que... —Se giró hacia Seth—, daros la enhorabuena. —Estrechó su mano. —Es todo un orgullo de ejercer como segundo padre para ti. Siempre lo ha sido.

    —No eres mi... Ahh —exhaló suave con la palabra—. No es momento de discutir. Es momento de celebrar.

    —¿Y Jaxon? —preguntó Ella.

    —¿Por qué?

    —Porque forma parte de nuestro pequeño grupo de descerebrados.

    Jayden los observó, extrañado.

    —¿Por?

    —Porque quiero que lleve los anillos.

    —De eso se encargan los niños. Son niños, no adultos, a quien suelen escoger para esa tarea.

    —Nosotros nos saldremos de lo común. Nosotros tendremos a nuestro escolta custodiando nuestras vidas, y nuestro futuro como esposos. Porque, como pierda los anillos, se va a acordar —bromeó ella, feliz.

    Se rieron los tres con su ocurrencia.

    —De acuerdo. Ahora que no nos obsequie con lindos insultos por meterlo en ese papel.

    —Lo hará. Estoy segura de ello. O, de lo contrario, me va a oír —siguió bromeando ella, plena de dicha. Aquello se asemejaba a la película de amor más hermosa del año. Esperaba que fuera de amor, que no, de drama. No podía terminar siendo un drama. «Recuerda que quieres vivir esto y que sea lo que Dios quiera. No empieces a poner pegas. Será lo que tenga que ser». En eso, su vocecilla interior tenía razón.

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