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45. Cara a cara

Llegó el momento más temido. Ámbar llamó al timbre del edificio. Hubo una inmediata respuesta. No le costó reconocer la voz de su hermana Reiko.

    —¿Sí? —formuló aquella con rotundidad.

    —Soy yo, Ámbar.

    Hubo una pausa aderezada de una risilla casi silenciosa, vibrante, de fondo.

    —Bienvenida a casa, Hikaru —agradeció aquella voz femenina que seguía sonando rítmica y satisfecha.

    Seth dirigió la mirada hacia el amor de su vida. Su nombre: el primero de los dos que rezaba en su partida de nacimiento—, sonaba maravilloso.

    Un sonido metálico y continuo dio aviso de que la puerta se había desbloqueado. Ámbar la empujó con fuerza. Jaxon y Seth cargaban con las bolsas que que contenían las cajas de comida que habían comprado, y que serían parte de los obsequios que traían para la familia, junto el resto de los regalos.

    Llegaron al piso correcto. Reiko los esperaba arriba apoyada en el marco de la puerta de la vivienda. Su sonrisa se agrandó en cuanto los visualizó. Denotaba dicha. Se agrandó todavía más cuando dio con Jaxon. Este rodó los ojos con fastidio. La mirada de Reiko regresó a Ámbar.

    —Ohayō, imouto —saludó Reiko regresando la mirada sin perder una sonrisa pícara hacia quien más le interesaba. Luego le tocó el turno de Seth—; Ohayō, Seth.

    —¿Qué tal, Reiko?

    —Feliz de conocerte —canturreó.

    —El placer es mutuo —respondió él haciendo una inclinación de cabeza. Ella se lo devolvió.

    —Es un placer veros —subrayó ella con voz cantarina regresando la vista hacia Jaxon al tiempo que él se esforzaba por no mirarla directamente, por contener la tensión. Por evitar montar una innecesaria escena a causa de esa incómoda tensión. Buscaba ser tan correcto como Seth—. ¿Sabes? Creía que no aceptarías mi reto —dejó caer con sorna—. De acuerdo. Anunciaré que estáis aquí. Pasad.

    —Gracias —verbalizó Seth, dejando entrar primero a Ámbar con un gesto caballeroso y educado.

    Cuando Jaxon pasó por el lado de Reiko, ella le dedicó una risilla canalla.

    —Hola a ti también —dejó caer, deseando parte de su atención.

    Él simplemente se limitó a elevar ligeramente el mentón, dándole un vistazo rápido de soslayo.

    —¿Quién es, Reik...? —La madre de Ámbar palideció en cuanto les vio. Le temblaron tanto las manos que casi se le cayó el juego de té que llevaba entre manos para la ocasión. Este tintineó escandalosamente—. ¿Hiraku?

    —Mamá...

    Los ojos color café de Aiko enseguida se posaron en Seth.

    —Creía haberte dejado claros mis deseos. Veo que tu propio error viaja contigo.

    —Mamá, por favor...

    Seth se adelantó unos pasos abriendo su mano.

    —Encantado, señora Thompson. Tenía ganas de conocerla en persona.

    Lo miró con soberbia.

    —Además, embustero... A lo que íbamos, hija, ¿estás segura de que el viento enfurecido que procede del más sobrecogedor de los tifones, puede domarse? A mí me parece que no.

    —¡Mamá!

    —¡Trato de hacerte recapacitar, hija!

    Jaxon se esforzó por no reír. A Seth le habían llamado un sinfín de cosas. Pero, ¿viento enfurecido, procedente del peor de los tifones? ¡Diablo entre los diablos del averno más profundo! ¡Solo faltaba que aquella mujer lo comparase con ello, al paso que iba!

    El padre de Ámbar salió junto a Keiji y a Akemi. La pequeña iba en brazos de su abuelo. La bajó al suelo, con cuidado, para saludar.

    —¿No nos vas a presentar? —exigió él con interés.

    —Él es Jaxon, nuestro guardaespaldas.

    —Encantado. —Se estrecharon la mano.

    —Y él es Seth...

    Eugene lo estudió atentamente antes de extender el brazo y estrecharle la mano.

    —Encantado de conocerte.

    —Igualmente, señor.

    Este asintió impresionado con su saber estar.

    —¡Tía Hikaru!

    Ella se agachó para recibirla entre sus brazos.

    —¡Hola, preciosa!

    —¿Me has traído algún regalo?

    Ámbar puso cara sería, vacilante.

    —¿Lo dudas?

    Reiko seguía con su ímpetu por escudriñar a aquel hombre de tan buen ver que la atraía como las moscas a la miel. Se obligó a dejar de hacerlo antes de que su marido la pillara. Y porque quería escuchar la conversación entre sobrina y tía. Rodó los ojos.

    —¡Siempre mimándola! Así se volverá codiciosa y exigente —regañó Reiko a Ámbar.

    —¡No seas tan exagerada!

    —¡No lo soy! ¡Fíjate! Siempre llenándola de presentes. Ya no sé dónde poner tantos.

    —Es Año Nuevo, hermanita. Deja de sulfurarte —la regañó ella también.

    La madre de Ámbar se había quedado estática. Con los ojos puestos en aquel que se quería conquistar a su hija. Analizó con gesto crítico su indumentaria, sus expresiones, cómo se expresaba. Era puntillosa, exigente, imperturbable, inamovible.

    —Mi hija no es cualquiera para que la expongas ante el público tal y como tú lo haces. No es ninguna concubina para tu harén —censuró sin remordimientos.

    —No, señora, no la considero ninguna concubina. Le tengo un gran respeto. Además, consulté con ella la situación. No haré nada sin el permiso de ella.

    —Es mi permiso el que debes de pedir. El de su padre. Ella no es ningún «trofeo» a exhibir. Tiene una reputación que deberías de respetar y preservar.

    —Ya lo hago, señora.

    —¡Mamá! —interrumpió la perjudicada.

    —No me muevo en la modernidad. Mi hija Reiko es quien me informa. —Ámbar le lanzó una mirada envenenada a su hermana—. Así que estoy al tanto de tus movimientos y locuras, chico.

    —Mamá, deja de meterle miedo. Fui yo quien dije que quería figurar en su vida pasara por donde pasase. Fuese por filtros, público... lo que fuera.

    —Tú deberías de cerrar la boca. ¿No tuviste suficiente con tu relación pasada? ¿Aquella que terminó deteriorando tu estado mental? Si te hubieras prometido con Tanaka, no te estarían exhibiendo por ahí con un collar de perlas caro. No puedes «vender la piel del oso antes de haberlo cazado».

    —¡Sé lo que hago! Y si fracaso, es asunto mío. No trates de hacerme cambiar de parecer, mamá.

    Jaxon observaba la escena a la expectativa. La madre de Ámbar era implacable. ¿Acabaría echándolos del piso de malos modos? ¿Llamando, quizá, a la policía, para desalojar a los supuestos intrusos? Keiji prestaba atención, atónito. Akemi jugaba con un mechón de cabello de su tía sin perder detalle de la contienda. Eugene sudaba a mares, manifestando apuro. Reiko se adelantó dando una palmada, con los brazos estirados, balanceándose.

    —Bueeeno, bueeeno. Pues pongamos la mesa —pidió, tratando de calmar las aguas revueltas—. Hay hambre. Además, mamá, traen obsequios. Qué menos que agradecerles el detalle de venir. De llegar aquí con regalos para nosotros —opinó, en un hilo de voz causado por el respeto.

    —Se auto invitaron. Preferiría que se marcharan pronto, salvo mi hija.

    —Ellos quieren celebrar con nosotros. Dales la oportunidad.

    Aiko buscó la mano de su hija, la que mostraba el anillo que le habían mostrado por la videollamada.

    —¡Hacen cosas a mis espaldas! No tienen el valor de venir hasta aquí y pedirlo adecuadamente. Claro, que no se lo vamos a conceder... —adelantó.

    —Vamos, mamá. No sé por qué haces esto.

    —Por proteger a mi hija. Tú deberías de proteger a tu hermana. La dejas hacer lo que le viene en gana.

    —Es mayorcita.

    —No hay edad para los peores errores.

    —Dales, al menos, una oportunidad.

    —No debería...

    Jaxon se adelantó entregándole las bolsas a Eugene. Seth se las dio a Reiko. Un cambio brusco de conversación hacia un acto más cercano y bondadoso les podía sacar del cenagal, tal vez.

     —No hemos venido con las manos vacías. Esto son obsequios hechos con nuestros mejores deseos —expresó Seth con amabilidad.

    —Además, os hemos traído esto —Ámbar eligió las bolsas que escondían los regalos—. Este para ti, papá. Conozco tus preferencias.

    Él la miró emocionado para luego bajar la mirada hacia la cesta con licores y dulces que le estaba entregando.

    Akemi pidió que Ámbar la dejase en el suelo. Se puso a dar saltitos delante de ella. Impaciente.

    —¿Y yo? ¿Y yo?

    —¡Vale! Esto es para ti.

    —¡Oh! Qué bien. Qué bien —gritó, levantando los bracitos hacia el obsequio con sus manitas abiertas. El paquete era grande. La bolsa abultaba una barbaridad. La ayudó a sacarlo de dentro y colocarlo en el suelo y que la pequeña rompiera el papel.

    —Esto es para ti, Reiko.

    A Reiko le regaló un abrigo para los días de un frío intenso que le encantó. Un abrigo de corte Wrap de color beige, en tela de paño.

    —Es preciosooo. No deberías de haberlo comprado. No tengo nada para ti. Aunque prometo mandarte algo. ¡Gracias!

    Ámbar se puso seria.

    —Me alegro de que te guste. Aunque... ¿Sabes? Ahora que lo mencionas debería de estar lo suficientemente cabreada como para no regalarte nada después de entregarme a la justicia como lo has hecho —lamentó en un susurro, solo para ella. Reiko agachó la mirada mostrando vergüenza—. Ya hablaremos de ello.

    Reiko simplemente asintió, ruborizada.

    —Esto es para ti, mamá.

    Para su madre había comprado un precioso pañuelo de seda en colores negros, beige y dorados. Ella dudó antes de aceptarlo. Se sentía lo suficientemente ofendida como para no hacerlo.

    —Ningún regalo me hará cambiar de parecer —le hizo saber.

    —No trato de sobornarte —aclaró ella—. Keiji, este, para ti. Es tan solo un detalle.

    Para él había adquirido agua de colonia que Seth le había ayudado a elegir según sus gustos.

    —No era necesario. De verdad.

    —En Seattle es tradición que, en estas fechas, todo el mundo tenga su regalo. Sobre todo, los más cercanos.

    —Ya. Bueno. Como no avisaste con tiempo de que venías, no trajimos regalos para ti.

    —No hay problema. No me voy a enfadar.

    —Te manaremos algo —reafirmó, recordando que su esposa ya se lo había comentado.

    Akemi saltaba de felicidad con su regalo. Le había comprado un juego de construcción tipo casa de muñecas, con muñequitas incluidas, que ya quería sacar de la caja para jugar. Su madre se adelantó.

    —¡Vale! Lo primero que haremos es comer. Luego jugarás, hija —propuso Reiko bajo la protesta y negativa de la pequeña a la que tuvo que replicar. Alargó la mirada hacia el resto—, antes de que nos matemos unos a otros —murmuró por lo bajo, rodando los ojos, defraudada—. En fin. ¿Pasamos al salón?

    —Sí. Claro —aceptó Seth notando la mano de Ámbar, frenándolo. La matriarca de la casa todavía no había avanzado ni un pie, ni aceptado la iniciativa.

    Sin mediar palabra, Aiko gruñó frunciendo sus facciones, girándose y tomando rumbo hacia el salón donde ya había puesta una mesa decorada para la comida. Al igual que el resto de la casa, añadiendo a la decoración el representativo kadomatsu, o el kagamimochi, colocado sobre el Kamidana. Tradiciones que Seth le preguntaría a Ámbar con más tranquilidad porque para él, todo aquello era nuevo, pero sí le interesaba averiguar. Cada estancia olía divinamente, a comida, al incienso que sacaba pequeñas volutas de humo en espiral, según recibiera alguna corriente de aire, sobre un altar arreglado, el fondo del salón. Sobre eso también quería preguntar. Muchas preguntas, de las que tomaría apuntes en cuanto pudiera, como para un par de canciones que se le estaban ocurriendo con la peculiar visita a aquella ciudad. Un encuentro con su nueva familia política.

    Seth ayudó a poner la mesa junto a Reiko y Ámbar. No es que tuviera costumbre de ello porque, por suerte, era ese niño mimado al que se lo daban todo hecho en lo que respectaba a las tareas del hogar. Para eso estaba Isabella, quien se ocupaba de la limpieza de su apartamento. Además de su comida, cuando le tocaba pernoctar en Seattle.

    —Se te da bien ayudar —ironizó Reiko—. ¿Lo haces a menudo? Porque me temo que eres el típico niño mimado.

    Él solamente le dedicó una risilla irónica al tiempo que observaba de reojo a su supuesta suegra, la cual continuaba espiándolo con una frialdad calculada, seguramente creando una lista interminable de pegas para no aceptarlo.

    —¡Deja al chaval, Reiko! Lo estás incomodando.

    Seth notó que tiraban de su pernera.

    —¿Eres el tío Seth? ¡Nunca te he visto! —sentenció la pequeña frunciendo sus anchos labios en una expresión enfadada pero graciosa. Era adorable. Eso pensaba él. Adorable, y muy lista.

    —Me gustaría serlo. Caerte bien.

    —Tú no eres el otro chico de las videollamadas.

    La pequeña se refería a Mason. Seth tragó saliva con dificultad. ¡Para ser pequeña sabía cómo poner en un buen aprieto a cualquier invitado.

    —No sé de quién me hablas. —Se encogió de hombros—. Igual, soy mejor —agregó, sacando el pecho.

    La niña entornó la mirada. Unos ojos oscuros que parecían capaces de traspasar el alma. Para ser tan menuda hablaba como una adulta, sin trabarse. Lo que advertía que era muy despierta.

    Ella sacudió la cabeza poniendo sus brazos en jarra.

    —Creo que sí sabes de qué hablo —respondió sin casi trabársele la lengua. «Niña lista. Demasiado lista».

    Reiko sudaba a mares ideando cómo mirar a Jaxon sin ser descubierta. Keiji la seguía de cerca ayudándole en la tarea que estuviera realizando. Y, obviamente, Jaxon se zafaba de ella para no meterse en las brasas. Era una mujer casada. Una mujer que no le interesaba. Le vino a la cabeza Abie. No es que fuera una buena idea dejarla entrar en su vida. Pero, al menos, y hasta donde sabía, no tendría que enfrentarse a ningún marido o pareja en caso de cortejarla.

    —¿Puedes poner un par de sillas ahí? —le pidió Reiko a Jaxon que simplemente observaba.

Lo pilló por sorpresa. Asintió. Y entró en el rol del resto de los de la casa.


    No tardaron en estar sentados, con la mesa llena de platos deliciosos y coloridos. Además de la comida que Ámbar y Seth habían traído. De los dulces que habían adquirido para la ocasión. Akemi continuaba insistiendo que quería jugar con su nuevo regalo. Y Reiko insistía en que lo haría cuando terminasen de cenar.

    Keiji abrió los brazos para sentarla en una de las sillas más altas.

    —Luego jugaremos. Primero cena —insistió su padre.

    La pequeña señaló hacia Ámbar.

    —Quiero estar al lado de la tía. —Alargó la mirada hacia Seth, una mirada de desconfianza y dureza. Quería vigilarlo de cerca. Por si acaso.

    —Claro, pequeña. Me sentaré a tu lado —aceptó Ámbar con gusto.

    Para Seth fue algo incómodo durante la primera parte de la cena. Sus futuros suegros seguían observándolo muy de cerca intentado adivinar qué tipo de persona estaban escogiendo para su hija. Para Eugene y para Aiko era de vital importancia asegurarse de que ella no caería de nuevo en alguien que no supiera darle la importancia que tenía. Que no fuera capaz de amarla y respetarla como merecía.

    La pequeña Akemi terminó por salirse con la suya a la hora del postre. Jugaba con su regalo sobre la alfombra del salón. A Jaxon le pareció tan adorable y graciosa que se unió a ella tras pedir permiso en la mesa.

    —Suficiente tiene con salirse con la suya —regañó Reiko.

    —Ya he terminado de cenar. No me importa.

    Jaxon se levantó, hizo una reverencia y se movió hacia la alfombra para jugar con la pequeña, claro está, sin perder detalle de aquellos a quien protegía. Pero, ¿qué peligro podría haber allí? ¿Tal vez algún que otro grito de la matriarca de la familia, que parecía tan enfurruñada que su rostro se envejecía con la presión de sus facciones? El único peligro que había sería alguna indirecta o directa hirientes, y poco más. Reiko sonrió ladeando su cabeza, viendo la escena sobre la alfombra, con las piezas del juego y muñecos esparcidos sobre ella, listos para montarse.

    —¿Tienes pendiente ir de gira, otra vez? —consultó Reiko tras haberse estudiado la larga carrera musical de su supuesto futuro cuñado, y sus últimos movimientos.

    —Pronto. Sí.

    —Dijiste que parte de tus canciones fueron compuestas bajo un estado enamoradizo, dedicadas a mi hermana. ¿Es cierto?

    —Parte de ellas todavía no han salido a la luz.

    —¿Podría verlas?

    —No. No. Son... son muy personales. Y puede que no todas vayan a incluirse en algún álbum. Respeto que seamos un grupo. Que yo sea el líder no significa que deba anteponer mi creatividad a la del resto. Y ellos también son buenos componiendo.

    —Entiendo... Y si Hiraku acepta tu propuesta de matrimonio, ¿qué va a sacar de bueno de ti? ¿Cuánto crees que durará vuestro rollo amoroso?

    Keiji le dio unos golpecillos por debajo de la mesa poniendo una mueca de advertencia sobre su opinión. Se estaba extralimitando.

    —Ninguna relación tiene el futuro asegurado. Todo es como la misma lotería: si no se intenta, no se tiene opción a poder ganar algo.

   —¿Sabes el tanto por ciento de éxito en la lotería?

    —Es casi imposible. En nuestro caso, pueden haber más posibilidades de terminar bien.

    —No te veo capacitado para hacer feliz a mi hija —sentenció la madre de Ámbar, directa; fulminante.

    Seth hizo una inclinación con su cabeza.

    —Voy a esforzarme al máximo para que su hija esté bien conmigo.

    —Exponiéndola como lo haces, no veo el respeto.

    —No hago nada malo. No digo nada malo de ella.

    —«Es mía. Solo mía». Ella no es un objeto de aquellos de los que te puedas expropiar, como te expropiarías de cualquier cosa que tengas a tu alcance.

    —Su hija me importa. Quiero cuidar de ella. Quiero intentarlo.

    La mujer sacudió la cabeza.

    —No veo futuro en esto.

    —Mamá, quiero intentarlo. Lo quiero.

    —Como al otro...

    —¡Mamá!

    Eugene exhaló sintiendo que estaba en medio. Entre la espada y la pared. Era más de consentir a su hija. Y no tenía claro si debería de dar luz verde a esto, o poner fin a esta relación. Tal como dijo Seth: «todo es como una lotería». Solo que era mejor ir a seguro, con personas con las que crees que puede haber un futuro claro. ¿Estaría el futuro claro si la uniera con Tanaka? Su madre estaba a la espera de invitarla a aquella comida que su madre mencionó. Cocinar para su futura nuera. Una futura nueva que tomaba vuelo a la inversa, en contra de los deseos de su familia. Eran vecinos. Vecinos de la misma calle. Solo que ellos constaban de una casa con mayores lujos por su posición. Eran una familia bien acomodada.

    —¿De verdad es esto lo que quieres, hija? —Eugene formuló la pregunta temblándole la voz. Le había preguntado lo mismo cuando escogió a Mason. Y se sintió culpable de dejarla en manos de alguien tan irresponsable y cruel.

    —Sí, papá.

    —No. Esto no puede ser. No dejaré que te equivoques de nuevo —sentenció su madre.

    —Quiero equivocarme, mamá. Y quiero acertar. Y quiero demasiadas cosas. Soy humana. Y necesito arriesgar para encontrar lo que busco.

    —¡Con él no! Está claro que su vida no es real.

    —Sé qué pasará si sigo a su lado. Aunque hay cosas que podrían venir con sorpresas agradables. Otras, no tanto. Momentos más crudos. Puede que hayan momentos complicados. Pero quiero interpretar este papel. Con él. —Mostró el anillo—. Me quiero casar con él.

    Seth se puso en pie. Se colocó enfrente ambos progenitores, e hizo una reverencia.

    —Quiero pedir, insistir, en pedir la mano de su hija. Quiero tener el honor de formar parte en su vida de la persona más importante para ella.

    —Eres como un diente de león: inestable, expedito, sin ataduras, fiel al viento que sople. No puedo dejarla en tus manos.

    —Pero mamá...

Eugene sacudió la cabeza hacia su hija.

—No quiero que os precipitéis —manifestó él—. Pondremos este amor a prueba. Si demuestras que puedes ser el hombre indicado, a pesar de tu desatada vida, puede que te demos una oportunidad.

    —¡Eugene! —lo regañó su esposa en un grito.

    —Siento que esto no será en corto plazo. Tendréis que tener paciencia. Esperar.

    —Papá, lo haces para evitar esta boda.

    —Lo hago para que encuentres el destino correcto. Me niego a verte nuevamente llorar. ¿Entiendes?

    Reiko tocó la mano de su hermana por debajo de la mesa. Asintió cuando esta la miró.

    —Tú tampoco quieres que esté con él, ¿no es así?

    —No he dicho eso.

    —Lo has pensado. Tantas veces... desde que te lo conté.

    Seth se sintió defraudado. Quizá y hasta se hubieran podido casar en secreto y, de este modo, que nadie les dijera qué debían de hacer.

    Ámbar se puso en pie, molesta.

    —Me voy a casar con él. Digáis lo que digáis. Y creo que ha sido un error venir hasta aquí. Seth quiere ser correcto. Correcto no es negarle a una hija la felicidad. Ocurra lo que ocurra. Nos vamos, Seth.

    —¿Te quieres ir ya?

Akemi levantó la cabecita.

    —¡Tía, no te vayas ya!

    —La tía tiene que regresar a casa. —Se acercó a ella para abrazarla. Le dio un beso en la frente—. Me alegro de que te gustara nuestro regalo. Disfrútalo.

    La pequeña la apretó entre sus bracitos.

    La miró con tristeza.

    —No somos bienvenidos aquí —sentenció, lanzándole una mirada fría a su madre—. Prometo vernos pronto. Como sea.

    —Hija, entra en razón —pidió Eugene.

    Ella negó. Abrazó a su hermana Reiko para despedirse. A su esposo.

    —Nos vemos. Feliz Año. —simplemente dijo.

    Reiko se resistía a que se marchasen ya. Esperaba que se hubieran quedado más tiempo. Deleitarse con la visión de aquel adonis alto y bien parecido. Se abofeteó mentalmente recordándose que Keiji era quien debía de estar en su vida. Sí. Jaxon era un simple amor platónico. Suspiró conformándose. Alargo la mano abierta hacia él.

    —Cuida bien de mi hermana. Es una descerebrada —musitó por lo bajo con una risilla malvada. El calor de la mano de él la hizo estremecerse. No podía ser infiel. No podía fallar al amor de su vida. El verdadero. Keiji.

    —Lo haré —respondió este serio, formal, marcando distancia. Asintió—. Feliz Año.

    —Feliz Año.

    Ámbar tenía tanto planeado para hacer en Sapporo. Pero sus planes se derrumbaron como un castillo de naipes. ¿Y por qué no hacerlo igualmente con Seth? Era el único que no trataba de incomodarla en un día tan magnífico como este.

    —No pienso estar triste —murmuró hacia él—. Divirtámonos —sentenció, saliendo de allí sin despedirse de Eugene y de Aiko. Sin desearles un buen Año Nuevo. Se sentía demasiado molesta con ellos. Al menos, que la apoyasen en su decisión, resultase fallida acorto o medio plazo, o no.

    Reiko los acompañó hasta la puerta.

    —Lo siento, hermanita.

    —¿Sentirlo? Incluso tú has puesto tu granito para que mamá se niegue. —Exhaló—. Y yo pensando que me apoyabas.

    —No sé qué decir.

    —Mejor, guarda silencio.

    Resultaba duro despedirse así. Fue una experiencia triste, frustrante, angustiosa. Quería dejarlo atrás. Regresar a tomar sus decisiones sola. ¿Por qué tendría la necesidad de que alguien reafirmase cada cosa que hiciera? Quería hacer esto. Quería hacerlo y no cambiaría de parecer.

    Seth llamó a su padre para felicitarle el Año Nuevo. Llamó por videollamada al psiquiátrico. Ámbar lo ayudó a felicitar a su madre que se puso muy contenta, a pesar de lo distraída que seguía estando por su deterioro mental. A los chicos, por el grupo que habían hecho para llamadas grupales, fueran para ensayar, hablar, o simplemente felicitarse fechas como aquellas. A Jayden, que se alegró de recibir la llamada. No se había movido de la ciudad para estar al lado de Linda. Lo pillaron de camino al psiquiátrico para pasar la tarde con ella. A Daria, la cual Ámbar hizo una videollamada y fue casualidad encontrarla celebrando con Izan. Se lo presentó. Hablaron durante un buen rato los cuatro. Ámbar opinaba que hacían muy buena pareja. Igual que Seth y ella. ¿Por qué alguien tendría que prohibir que existieran estos amores, fueran o no imperecederos? La felicidad no era negociable.  

NOTA DE LA AUTORA: Disculpad. Me había saltado este capítulo. Esta semana estamos en fiestas del pueblo voy con un poco de descontrol. Un abrazo, y gracias por leer.

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