Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

40. Te tomo la palabra

  «Ir contra la corriente es el secreto de la valentía»

  Dejan Stojanovic


    La señora Mathew le concedió la tarde libre al enterarse de la visita de su hermana.

    —¿Cómo está Reiko?

    Podría contarle que la muy cabrona estaba de visita imprevista, ejerciendo de espía de su madre. Pero eso reflejaría un odio inexistente hacia ella, ya que era más molestia por no haberla avisado con tiempo. Y sí, un poquito de mala leche por hacerlo tan adrede.

    —Me ha querido dar una sorpresa.

    —Vaya. Qué bien. Eso es fantástico.

    No tan fantástico para Abie que sabía que iba a tener una tarde de locos estando a solas con la dueña, faltos de mano de obra para ir más tranquilos.

    —Sí. Lo sé —repuso con un tonillo falso.

    Abie la avisó desde donde estaba.

   —Cubrirte no es gratis. Convence a tu amigo de que no puede dar esperanzas y largarse tan tranquilamente. Aún espero que conteste a mis llamadas —vocalizó claramente. Era imposible no entenderla cuando casi lo gritó.

    Ámbar rodó los ojos. Si ella supiera lo que pensaba Jaxon de ella. Bueno, pero, en el fondo, le gustaba. Se le notaba que empezaba a picarle el gusanillo.

   —¿Me has oído? ¡No me ignores! —siguió gesticulando exageradamente.

    La señora Mathew se rio.

    Reiko... Ojalá pudiera decir que se trataba de una visita de cortesía y que lo estaba pasando bien con ella. Lo de las compras había sido una manera de cortar por lo sano la mala leche con la que llegó y tratar de socializar un poco de un modo más común y adecuado. Y, sí, ella tenía razón cuando decía que su idea era sobornarla. Necesitaba a alguien más a su favor. Daria le había preguntado como tropecientas veces cómo estaba con Chucky, en casa. La había dejado muy preocupada desde que le había mandado un mensaje, desde el coche, antes de entrar en el trabajo, contándole que Reiko había aparecido, y nada más llegar había puesto a Seth en su sitio. De hecho, a Jaxon hasta le pareció raro que no se metiera con él como lo hacía habitualmente, aunque parte de estas bullas tomaban un tono bromista. Que guardase más silencio de lo debido significaba serios problemas.


    —¿Dónde te llevo? —preguntó él nada más se subió al coche. Ámbar ya había escogido con antelación el lugar en el que comer con su hermana. Un restaurante en St Avenue que le gustaba mucho, y que, de seguro, a ella le iba a agradar—. A casa. Tenemos que recoger a Reiko.

    —¿Reiko?

    —Mi hermana. Ha llegado esta misma mañana. Te la voy a presentar. Ya le he hablado de ti.

    —Paso de que me cuelgues a las espaldas más candidatas a ocupar mi corazón. Paso —aclaró.

    Mientras hablaba, él la observaba por el espejo interior del coche.

    —¡No seas bruto! Ella está casada. Y tiene una niña.

   —Ah. Pues, mejor.

    —Pero está muy cabreada conmigo por estar saliendo con Seth. Así que... ¿Has visto cómo es Abie? Reiko tiene una manera de ser similar.

    —¡Joder! ¿Por qué siempre tengo que relacionarme con gente tan implacable? Eso me agota. Aunque forme parte de mi trabajo.

    Ella simplemente rio en burla.

    —Será que eres un imán para los problemas.

     —No me tires de la lengua...


    Llegaron al bloque de apartamentos. Jaxon detuvo el coche cerca de la entrada al edificio.

    —Espera aquí. No tardo —propuso ella.

   —De acuerdo.

   —¡Ah! Y quiero que te escapes a llenar tu estómago mientras mi hermana y yo comemos. Paso de que te mueras de inanición.

    —Comeré en el mismo restaurante. Necesito vigilarte de cerca. Desde el anuncio del premio en el que Seth te mencionó, la rueda de prensa y tal, estás muy al orden del día. Paso de tener un disgusto y que Seth me corte los huevos.

        Eso último la hizo reír.

    —Ok. Perfecto. Tú mismo. Y, oye...

    Este blanqueó la mirada.

    —¿Qué quieres ahora?

   —Abie me cubre la tarde para estar con mi familia. Yo no sé qué regalo hacerle para darle las gracias. Ella me ha dado una idea.

    —Y quieres ir a los grandes almacenes a comprarlo.

    —No.

    Jaxon alzó una ceja.

    —¿Entonces?

    Comenzaba a temer su respuesta.

    —Me ha pedido que te insista.

    ¡Y ahí estaba! Emitió un gruñido tosco.

    —¡Oye, no puedes manejarme a tu antojo fuera de lo profesional! Así que olvídalo.

    —¡Le diste tu número de teléfono! ¿Por qué huyes como un cobarde?

    —¡Me pillaste por sorpresa! No sabía qué hacer.

    Ámbar inspiró fuerte.

    —Esa no es excusa. —Asintió, respondiéndose a algo—. Empieza a atraerte. Se te nota a leguas. ¿Qué te cuesta darle una oportunidad?

    Sus ojos del color de la aguamarina la escrutaron con dureza.

    —No tengo tiempo para minucias.

    —¿Minucias? ¡Abie es la leche!

    —Sobre todo eso...

    —¡Deja de instigarme! Y haz lo que tengas que hacer. Ella te estará esperando —le recordó.

   Ámbar miró el reloj. Se estaba demorando ciertamente.

    —Al menos, dime que te lo pensarás.

   Hubo una larga e incómoda pausa en la que Jaxon apretó el ceño, la mandíbula, rodó los ojos, parpadeó con fuerza como quien le molesta la luz solar —o quiere contenerse para no salir corriendo—, e hiperventiló, furioso.

    —Ya veremos... —sentenció él, yendo a bajarse del coche para abrirle la puerta, para apretarla un poco con prisas, y que dejase de proponerle disparates. Intuyéndolo, ella se bajó deprisa. Mucho antes de que él colocase un pie fuera del vehículo, mascullando algo en tono molesto.


    Jaxon no tardó en verlas salir del portal. Iban charlando animadamente, o lo parecía. ¿O, quizá, acaloradamente?

    Reiko frenó de golpe en cuanto lo vio desde lejos.

   —Espera, ¿ese es tu escolta? ¿El que te ha proporcionado Seth?

    —Así es.

    Abrió mucho los ojos.

    —Kakoii... Menudo bombón.

    Ámbar la atizó con un fuerte codazo.

—¡Estás casada! ¿Lo recuerdas?

—¡Pues claro! Pero personas así te alegran la visión —aseguró, sin apartar la vista de él. Ámbar rodó los ojos.

    Se acercaron. Jaxon la saludó con una educación y saber estar que hizo que Ámbar alzara las cejas. ¿Dónde estaba el tío hosco y revoltoso al que la tenía acostumbrado? Ah, claro. Él quería hacer las cosas bien. ¡Pues si pensaba que Reiko iba a creerlo iba listo. Ya la había informado de su mal carácter.

    —Él es Jaxon.

    —Un placer —Reiko estiró la palabra dejándola caer con un doble significado.

    Ámbar volvió a rodar los ojos.

    —Y tú eres la que predicas con la lealtad y la decencia —masculló por lo bajo hacia ella, torciendo los labios en un gesto incómodo para que solo ella la oyera—. Embustera.

    Jaxon le abrió la puerta a Reiko para que entrar. Esta le sonrió encantada, obedeciendo. Luego él miró a Ámbar para pedir permiso en ir y abrírsela. Pero ella negó despacio advirtiéndolo. Fue cuando asintió, y rodeó el coche para meterse en el asiento del conductor.

    —¡Dios santo! Me extraña que no te confundas a la hora de escoger.

    —Creía que estabas del bando de mamá con el dichoso Tanaka.

    Reiko la miró, divertida.

    —¡Sí! Por supuesto. Pero, menudo escaparate, niña.

    Ámbar frunció el ceño con molestia.

    —A ver, me parece más formal este, que tu chico de los calzoncillos con tréboles de la suerte.

    Reiko se llevó otro codazo.

    —¡Qué! Es verdad.

    Jaxon trató de no reírse. Le parecía interesante ver a Ámbar metida en apuros. Que sintiera lo que se siente con la piel del diablo sobre su espalda.

    —No ofendas a Seth. No está bien. Y no hagas que me arrepienta y te mande de regreso a casa —advirtió Ámbar, enfadada.

    Ella ensanchó su sonrisa.

    —Él no me gusta para ti.

    —¿Y a quién le gustas tú? —escupió en tono venenoso por su ofensa.

    —¿A Keiji? —largó con diversión.

    —Pobre Keiji, no sé cómo sigue contigo. Y deseo recordarte que no fue un matrimonio concertado como queréis empapelarme a mí.

    —Keiji tiene una buena posición. Y una educación, saber estar, y vida, acordes con lo que necesito. Y Tanaka es tu ideal, por lo que vaya a aportarte. No como ese desgarbado, gritacuervos, desgañitado y promiscuo.

    —Vale. Jaxon, para el coche.

    —¿Qué? —inquirió él, confuso.

    —¡Que pares el coche! Porque me bajo.

    —¿Por qué te ofendes? Es verdad.

    Jaxon detuvo el vehículo en zona segura. Ella abrió la puerta y salió.

    —He tratado de llevarme bien contigo. He intentado ser buena, cordial, hospitalaria. ¡Pero es que no me lo pones nada fácil!

    —¡Trato de abrirte los ojos!

    —¿Para esto he perdido parte de mi salario? ¿Para recibir este lamentable gesto de represión por tus creencias, por las de mamá? ¡Pensaba que te habías puesto de mi lado!

    —¡Tengo miedo, cariño! Tengo miedo de que te hagan daño.

    Ámbar se frotó la cara, conteniéndose.

    —Esta historia la he iniciado con el fin de intentar algo bueno que, a leguas, se ve que no vaya a durar. O tal vez surge un milagro y... ¡Mira! ¡Funciona! ¿Por qué no puedo vivir algo distinto a ser engañada por un imbécil que aseguraba amarme?

    —¿Y este no lo asegura?

    —¡Pienso arriesgarme! Digas lo que digas, Reiko.

    —Te vas a arrepentir. Lo estoy temiendo.

    Le mostró el anillo.

     —Es mi historia de amor. No la tuya.

    Ámbar empezó a caminar calle abajo. Jaxon salió del coche intentando detenerla. No podía perderla de vista. No debía. Reiko salió del coche.

    —¡Oye! ¡No me dejes tirada!

    —¡Pues deja de incordiarme! Ya has incordiado lo suficiente al hombre que quiere estar conmigo.

    —Temporalmente...

    —Lo que sea.

    Reiko rodó los ojos. Luego alzó las manos.

    —¡De acuerdo! Te apoyaré para ver cómo te hundes en la mismísima miseria.

    —Para eso no te necesito a mi lado.

    Volvió a intentarlo.

    —De acuerdo... te apoyaré hasta donde quieras llegar mientras no expongas tu honra y valía.

    —Llegaste tarde. Toda la prensa habla de mí de un modo vulgar por estar con alguien como Seth.

    —Te lo dije. Es a lo que te arriesgas.

    —Yo sé que no es verdad. Sé que nada de eso se identifica conmigo.

    —Pero ante los ojos de los demás eres eso y todo de lo que te etiqueten.

    —Al infierno los demás. Con que yo no me pierda en mis principios e ideas, el resto no es más que gente que viene y va.

    Reiko sacudió la cabeza.

   —Sigo pensando que estás loca.

    —Me encanta este tipo de locura.

    Su hermana se frotó la cara con apuro.

    —Vale, deja que llame a mamá para saber cómo está Akemi. Luego seguimos con el plan de las compras.

    —Dile que no se va a salir con la suya, aunque haya mandado personalmente a su hija mayor.

    —Se lo diré. Dame un segundo.

    Reiko realizó la llamada. Hablaron mucho más de Ámbar, que de Akemi o Keiji.

    —Trata de llevarla por el camino correcto —suplicó su madre.

    —No es tan fácil, mamá. —Trago con fuerza a causa del apuro que llevaba—. Dale un beso a Akemi, y dile que mamá regresará pronto —a esas horas ella estaría aún en la escuela.

    —Hija, intenta cumplir con lo que hablamos.

    Miró a Ámbar que había estado escuchando la conversación entera y sonrió.

    —A mí tampoco me gusta Tanaka para ella.

    Reiko escuchó maldecir a su madre al tiempo que cortaba la llamada.

    —Se le pasará —bromeó Ámbar, esbozando una sonrisa más animada—. Comamos. Tengo hambre. Y luego, de compras. Te compraré algo bonito.

    Su hermana se detuvo observándola con desconfianza.

    —¿Me estás sobornando?

    Ámbar abrió los ojos aparentando sorpresa. Terminó por reír.

    —Pues sí. Y espero que funcione —reconoció en una confesión, volviendo a reír.

   Regresaron al coche. Jaxon estaba apoyado en él, de brazos cruzados. Reiko se le acercó.

    —Cuida bien de mi hermana. Porque la quiero mucho —avisó, agitando el dedo índice delante de él.

    —Es mi trabajo —respondió de un modo formal.

    Ámbar se irguió, rígida, frente a él, elevando el mentón.

    —¡Vamos, chico! Es mi hermana. Y no el mismísimo presidente de los Estados Unidos. ¡Deja de comportarte tan formal y aburrido!

    —Es mi trabajo —respondió, serio. En realidad, solo fingía. Por dentro se moría de la risa.

    —¿En serio? —Él sintió despacio sin perder la compostura, ni la seriedad. Ella lo puso a prueba clavando la mirada en él durante un buen rato, esperando que estallase en una risotada. ¿Cómo conseguía seguir ahí, parado, inmutable? «¡Condenado Jaxon!»

    —¿Les llevo ya al restaurante? —dijo él después, con el tono de un mayordomo de aquellos de las películas más antiguas.

    Ámbar le sostuvo la mirada. Nada. Seguía aguantándose con una profesionalidad que no sabía ni de dónde sacaba. ¿Cómo es que aguantaba la compostura sin perder credibilidad?

    —Muy gracioso... —Ella asintió, furiosa—. Muy bien. Nos vamos —gruñó con una molestia notable.

    Pero Jaxon siguió en su línea de mostrarse demasiado riguroso y severo. Con ello, la estaba poniendo de los nervios. Para él era más que divertido. Solo que trataba de no demostrarlo. Ya sacaría el tema a colación y se reirían un rato. Bueno, ella no tanto.


    De camino al restaurante, Reiko llamó a su marido. Hablaron un poco. Él se interesó de si todo iba bien. Le comentó que la pequeña estaba encantada de estar en casa de sus abuelos. Y luego pidió hablar con Ámbar para ver cómo se encontraba. Puso el teléfono en altavoz y terminaron manteniendo los tres una larga conversación. Hasta que llegaron al destino.

    —Tengo que colgar —advirtió Reiko—. Te llamo en otro momento.

    —Claro. Ve con cuidado. Y cuida bien de Ámbar.

    —¡Como si no supiera cuidarme bien, sola, Keiji! —contestó ella, molesta.

    —No dejas de meterte en líos. Tu hermana me lo cuenta.

    —Pues que sepas que este último novio es todo un partido.

    —Tu madre y tu hermana piensan lo contrario.

    —Bien. Es hora de colgar. Adiós, Keiji —trató de cortarlo. ¿Por qué todo el mundo había enloquecido?

    —Aunque a mí, ese cantante, me parece muy interesante. Hacéis buena pareja. Y te haces famosa y todo.

    —Keiji, ¿Cómo quedamos tú y yo sobre esto?

    —Que no anime a mi cuñada a hacer cosas que no debe.

    —¿Y?

    —Que soy un bocazas.

    —¡Bravo! Lo has entendido. De acuerdo, cariño, te llamo en otro momento y hablamos.

    —De acuerdo.

    —Hasta pronto.

    —Adiós, cariño.

    Finalizó la llamada.

    —Caray, cariño, me llevas bien rígido —se burló Ámbar—. Soy yo y te mando a tomar viento.

    Reiko deslizó un brazo sobre sus hombros.

    —No te burles de mí —alzó la mano en un puño—, o te verás esto en tu cara —la amenazó, sin poder evitar reír.

    Jaxon observaba la escena desde un plano secundario. Trató de no reír. Pero con ellas montando tal escena, era casi imposible no hacerlo.

    —¿Van a bajarse? O las llevo de regreso a casa —vocalizó en un tono cavernoso y áspero.

    Reiko se quedó observándolo, impresionada. Ese chico ponía los vellos de punta, pero en el mejor sentido de la frase. Ámbar le lanzó una mirada asesina.

    —Si sigues hablándome de usted terminarás por quedarte sin trabajo con lo que te toca de mi parte. Y ya sabes que Seth te corta los huevos si lo haces.

    Él guardó silencio apretando tanto el ceño que se le hicieron un par de surcos remarcados entre las cejas.

    —¿Me está vacilando?

    —Muy bien. —Sacó el teléfono—. Aquí termina tu servicio. Voy a avisar a Seth de ello.

    —¡No! No —la frenó él—. Como quieras. Ya no te hablo de usted.

    Reiko miró a uno y al otro. Esa complicidad repentina era de lo más sospechosa. Se observaban como si se conocieran de siglos y fueran un buen par de amigos.

    —¿Sabe Seth que también te estás enrollando con él? —consultó Reiko, intrigada.

    —Oiga, señora, no me ponga en ninguna falsa tesitura. Le advierto —protestó a viva voz.

    —Este gruñón ya tiene a alguien a quien le gustaría pescarlo. Pero este pececillo es tan resbaladizo que le va a hacer falta algo más que una caña de pescar. Yo le añadiría un buen arpón.

    Él le lanzó una acre mirada.

    —Eso no ha tenido nada de gracia.

   —Lo sé. —Y elevó las comisuras, victoriosa.

    Reiko volvió a mirar a uno, y al otro.

    —¿De verdad que os enrolláis a las espaldas de tu nuevo chico? Debería de avisar a mamá que eres una mujer de lo más promiscua.

   —Lo que aprende una cuando viaja al mundo occidental —se mofó ella intentando decirlo del tirón sin reírse.

    Su hermana se llevó una mano a la frente.

    —Madre mía. Te han corrompido. Será mejor que te lleve de regreso a casa.

    —Jamás. Ni lo sueñes.


    Tal y como quedaron, ellas comieron en el restaurante que Ámbar escogió para impresionarla. A Reiko le agradó el menú, el ambiente, la música. Y tal como Jaxon dijo, él ocupaba una mesa cercana a ellas por si tenía que actuar.

    —¿Y dónde está Seth ahora?

    —En fechas como estás hay mucho trabajo. Los canales de televisión les llaman para actuar en los programas navideños. La radio, publicidad, entrevistas... los conciertos se han detenido hasta pasar Navidad a petición de ellos, para descansar y ver a la familia. Jayden lo ha aceptado y ha cambiado la agenda que tenían para entonces.

    —Jayden...

    —Su mánager.

    —¿Y ese Jayden qué tal es?

    —Aquí todos son más o menos igual: gente abierta, amigable, que charla, bromea, te invita a tomar una copa, pero que sabe mantenerse en su lugar. Al menos, conmigo, que saben que estoy con Seth. Que te tratan adecuadamente con respeto y cordialidad.

    —Ya vi lo del cambio del bajista y que hacía coros con el vocalista y líder de la banda. ¿Qué pasó con él? Los titulares eran bastante escabrosos.

   —Quería que la banda desapareciera. Era un rival para Seth. Quería echarlo y ocupar su lugar.

     —Qué mal rollo.

    —Danno entró en su lugar.

   —Dice la información de Google que están encantados con él.

    La observó impresionada.

    —Valeee. Veo que has hecho los deberes.

    —Pues sí.

    Ella sonrió satisfecha por su interés.

    —Danno es un buen tío que hace las cosas muy bien, además de ser el alma de la fiesta. Gracias a él regresó la ilusión y la inspiración a la banda.

   —Vayaaa. Pues sí que hay historia detrás de todo ello. Y tú la conoces.

 —¿No aborreces que los paparazzi te vayan detrás?

   —Terminas por acostumbrando. Por saber cómo responder o actuar. Al principio me agobiaba. Ahora me limito a buscar el mejor modo de capear el temporal. Y me sale más o menos bien.

    —Ya veo. Qué interesante. Aunque sigo creyendo que es una locura.

    —Y yo. Pero una vez metida en esta gran familia me siento genial. La madre de Seth está enferma. Está ingresada en un psiquiátrico, porque se puso muy mala cuando Cameron, el hermano menor de Seth, murió en un accidente de moto.

    —Joooder. Algo leí también. —Jaxon observaba desde lejos frunciendo el ceño aún, esperando que a ella no se le fuera la lengua en ciertos temas. Aunque fuera su hermana, había cosas que no debería de contar. Seth debería de haberla hecho firmar un contrato de confidencialidad. Pero se fiaba demasiado de ella.

    Reiko se inclinó hasta quedar muy cerca de ella.

    —Hay algo interesante que puedas contarme sobre ellos, mucho más personal.

    Incluso Jaxon aguzó el oído cuando oyó su pregunta.

    Ámbar, directamente, negó.

    —Ya has leído su historia. No te puedo contar nada más.

    —¡Pero soy tu hermana!

    —Lo sé. Y yo soy la novia del vocalista el grupo, además de «muda, ciega y sorda» —recitó el dicho.

    —Lo que eres es una tramposa —gruñó, apartándose, reclinándose bien en su silla.

    —Puede —reconoció, esbozando una taimada risilla.

    Fueron de compras. Tal como Ámbar dijo, le regaló a su hermana un traje con una falda no demasiado corta, y un jersey no demasiado escotado. Era un poco quisquillosa para ciertas cosas.

    —Es bonito —le dio vueltas a las prendas que aún colgaban de las perchas. Eran de un tono azul marino, con el jersey de un marfil.

    —Te queda ideal —opinó Ámbar porque ya se lo había visto puesto en cuanto se lo probó en los probadores. Buscó unos zapatos de tacón a juego—. Estos quedan para el traje increíbles.

    —Espera. —Reiko buscó su talla—. Sí está mi número. —Escogió unas botas casuales para su hermana —estas para ti.

    —¿Qué? ¡No! No las necesito.

    —Ni yo el traje y quieres regalármelo.

    Tenía razón. Buscó el número que calzaba. Sí estaba. Y se las probó. Le parecieron preciosas.

    —¿Pueden ser los regalos un símbolo de paz para cuanto haga y no nos reprochemos?

    —Ya me has hecho contradecirla a mamá. Y eso va a costarme muchos puntos de penalización, y un buen sermón de esos de los que sales con la cabeza gacha.

    —Espero que no te arrepientas luego.

    Reiko se encogió de hombros.

    —Puede que creas que son tan estricta como mamá. Pero no es así. En ocasiones, lo tradicional me aburre.

    —¿Qué quieres decir?

    —Que, si no tuviera a Keiji en mi vida, ni a Akemi, Jaxon me hubiera parecido un buen partido y souvenir interesante que llevarme de esta ciudad.

    Su hermana abrió la boca impresionada.

    —¿De verdad has dicho lo que has dicho?

    —Tengo a Keiji. Lo amo. Fruto de este amor tenemos a Akemi. —Se acercó un poco más en una pose amenazadora—. Así que, como te chives de esto, te mato —espetó, muy clara.

   Ámbar alzó su mano para prometerlo. Jaxon las observó desde donde estaba sacudiendo la cabeza, incrédulo. Estas hermanas se parecían mucho más de lo que Ámbar le había asegurado.



Kakoii: «¡Qué guapo!» «Cool» «Con muy buen aspecto»



                                                           Seth


                                                           Jaxon

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro