36. Paso a paso
Anthony dio señales de vida. Resulta que había tenido que llevar a su esposa de urgencias, al hospital, por culpa de un reto viral en el que la habían etiquetado. Ser influencer no es fácil. Cometer algún tipo de locura para hacerte más viral todavía, una demencia absoluta, sobre todo en el caso de ser algo que conlleve un riesgo. Seth se sintió mejor sabiendo que no había tenido ni un momento para llamarle. No es que no había ido por decisión propia. Lo había llamado. Cuando, por fin, había tenido algo de paz. Que su esposa había salido de su pronóstico reservado. Podría haberse revelado entre protestas por no atenderlo a él primero como hijo, pero claro, estaban hablando de una emergencia por salud. Y él ya no era un niño como para no entender la importancia de lo primero.
—¿Cómo puede hacer eso sin pensar? ¿En qué coño está pensando?
—Se lo tengo dicho un millón de veces, hijo. Pero ella busca la aprobación de sus seguidores. Hacerse cada vez más popular. Y se ciega. ¿Qué quieres que haga? La quiero de igual manera.
—Así no podrás vivir tranquilo.
—Es lo que hay.
Fue conversación breve en la que hablaron lo justo sobre su madrastra, sobre la entrega de premios, y cómo era que se sentía Seth. Su padre quería vivir el momento aunque no hubiera podido ir. Eran las tantas de la noche y tenían que finalizar la llamada. Seth Tenía a su preciosa Ámbar durmiendo en su cama. Quería acostarse a su lado. Sentirla, su calor, su aroma, y quizá, si se despertase, volver a hacerle el amor. La tentación era enorme. Ya hablaría largo y tendido con su padre en otro momento.
—De acuerdo, hijo. Yo voy de regreso con Emma. Espero que pronto nos den el alta.
—Ya me irás contando.
Los ojos de Anthony se humedecieron. Por primera vez, su hijo se estaba preocupando por Emma. Sin reproches, ni gritos. Las aguas regresaban a su calma. Y si bien ella era una mujer «especial» por cometer errores bajo presión de sus seguidores, por ser caprichosa, temperamental, a veces, con un carácter fuerte y agotador, la amaba. Y esperaba tener una historia bonita con ella durante el tiempo que el destino se lo concedieran. Recordó a Seth pidiéndole que visitase a Linda. No quería que lo recordara. Le había hecho daño, y en su estado delicado mental, solo la confundiría aún más, y empeoraría su estado. Era tiempo de dar paso a quien de verdad la amaba. A Jayden. Ya le había hecho saber a su hijo su deseo. Y, a sabiendas ya de eso, solo le quedaba seguir adelante con su nueva vida, no sin preguntar por ella, de igual modo, a Jayden o a Seth.
Seth se recostó al lado de Ámbar. Buscó su mano. Ahí estaba su anillo. Era reconfortante ver que había alguien en este mundo que había aceptado su petición de quedarse a su lado. Porque, el resto, fuera como fuera, se habían alejado. Recordó a su hermano. Apoyó su mejilla a la espalda de la chica escondiendo su llanto silencioso. Tenía ganas de llorar. De llorar con libertad. Esperaba que Ámbar estuviera profundamente dormida. Mañana, él mismo la acompañaría, junto a Seth, a casa y luego, al trabajo. Tendría que cambiarse de atuendo y coger algunas cosas, seguro. No se había traído nada.
—Joder, Ámbar. Sigues siendo mi hogar —susurró entre sollozos—. No sabes la paz que me generas. —Sollozó de nuevo. La abrazó aún más a él—. Eres mi musa, mi amor, el lugar donde recostarme cuando me siento sin fuerzas. Gracias por tanto como me das. —Su espalda subía y bajaba bajo su mejilla pegada a ella—. Te quiero tanto. No me canso de decírtelo.
Ella seguía dormida. Cerró los ojos, aun entre lágrimas, esperando dormirse bajo aquella paz tan agradable.
La había despertado pronto. La había acompañado a casa, ella se había cambiado, arreglado y preparado para ir a la tienda, llevándose consigo su pulcro uniforme. Solo que Seth había tenido que despedirse de ella quince minutos antes porque Jayden y los chicos lo esperaban para ir a un evento solidario del pueblo vecino al que se habían apuntado para colaborar. La rueda de prensa quedaba pendiente. Las entrevistas que se habían solicitado en la televisión, la radio, etc. Tendrían que ir buscando un hueco en su apretada agenda para realizarlas. Y, a poder ser, con Ámbar presente. Porque Seth quería presentarla al público, a sus seguidores. Si bien podría anunciarlo de igual modo, aunque ella no estuviera, prefería que fuera con él y posara para la prensa. Iba a generar mucho dinero cada uno de aquellos reportajes. Probablemente, alquilarían algún lugar lujoso en Seattle para realizar dicho reportaje donde se hablara solo de ellos, de su relación, de la felicidad que sentían.
Jaxon acompañó a Ámbar al trabajo.
—Llámame cuando estés saliendo del trabajo.
—¿No vas a entrar?
—Te acompañaré hasta la puerta.
Le dedicó una mueca de sorpresa.
—¡Pensaba que habías decidido hacer algo!
Alzó una mano.
—Paso.
—Menudo rajado.
—No empieces. Anda, ve y tómate un café. Yo no pienso moverme de aquí en toda la mañana.
—No va a pasar nada. No exageres.
—Una vez te dejo sola, eres un imán para los problemas.
—¡Pero qué embustero y exagerado!
Jaxon abrió los ojos mucho esperando a que lo reconociera. No lo hizo.
—Voy a entrar.
—Bien.
Lo encontró tranquilo.
—¿Seguro que no vas a entrar conmigo?
—Pues no.
—¿Qué hay de Abie? Creía que tu plan era enfrentarte a Goliat.
—Tu Goliat es más bien Godzilla.
Lo chistó.
—Cuidado, y no te oiga. O montará en cólera.
—Que haga lo que quiera.
Le sacó una sonrisa.
—¿No hay número de teléfono para mi colega?
Jaxon achinó los ojos.
—Ella no es tu colega —le reprochó.
—Ahora sí.
—Sí. Claro. Ya...
—Voy a entrar.
—Estás tardando.
—Tómate ese café. No quiero sentirme culpable porque te dé una hipoglucemia reactiva por llevar el estómago vacío.
—¡No lo llevo vacío! He desayunado.
—Si tú lo dices, me quedo más tranquila.
Él emitió un gruñido gutural bajito.
—¿De verdad que no quieres que le de el teléfono a la cascarrabias de mi compañera de curro? —Él le mostró el dedo corazón—. ¡Buenoooo! ¡Pero qué grosero! —se regodeó sin esconder la risilla burlona.
—Me estás tentando a hacerlo.
—Ya. Claro.
Entró a la tienda. Saludó. La señora Mathew se interesó por cómo seguía su vida una vez la habían descubierto y la acosaban en toda regla.
—Bien. Ya me voy acostumbrando. Me defiendo bien.
—¿Y el muchacho? ¿Qué tal te va con él? ¿Es leal y educado?
—Bueno, es un amor. Todavía es pronto para etiquetarlo con adjetivos tan delicados.
La hizo reír.
—Los jóvenes me encantáis. Siempre con ese humor que me saca unas risas.
—No todos son igual. Los hay con muy mala leche —la rectificó, observando de reojo a Abie que se había colocado en el estante de cereales, empezando a colocar las primeras cajas.
—¡Eh! ¡Tú! ¡Menos cháchara y mueve más el culo! —la azuzó esta desde allí, señalándola.
—¿Lo ve? Hay excepciones. Yo soy «la crème de la crème».
—¡Que te crees tú eso! —masculló Abie desde donde estaba.
Ámbar bajo la voz.
—Esta muchacha me tiene impresionada —admitió a la dueña.
Ella frunció el ceño, confusa. Ámbar le hizo la explicación rápida de la frase y que lo entendiera. Que entendiera su puro sarcasmo. Fue cuando la señora Mathew estalló en una carcajada.
—Venga, cámbiate de ropa y ponte a trabajar. Tu humor me rejuvenece—agradeció, moviéndose hacia la caja registradora.
Ámbar se puso a reponer género en una sección distinta a la de Ámbar. Prefería no tener conversaciones existenciales con ella. No es que había logrado convencer a Jaxon para que tuviera una cita con ella. Era un tipo duro de mollera. Aunque, en su lugar, ella también saldría escopeteada.
Jaxon entró. A Ámbar casi se le cayó el bote de crema de cacahuete que llevaba entre las manos al verlo entrar tan de repente después de haber asegurado que no lo haría. Bueno, quizá y lo hiciera para controlar que todo seguía en orden allí, dentro, fue lo que pensó ella. Él dio los buenos días. A Abie los ojillos se le encendieron en chiribitas. ¡Menuda escena! Jaxon se movía y actuaba con notable turbación, atisbándola de lejos con sus pupilas de un celeste profundo mucho más vivaces y oscuras, de pasada, torciendo hacia uno de los frigoríficos donde se guardaba el café refrigerado. Hacía frío, e iba a tomarse igualmente un café helado. ¿En serio llegaba hasta ahí su atrevimiento? Escudriñó a Ámbar. Se aseguró de que ningún cliente la estaba importunando. Todo parecía de lo más tranquilo. Abrió el compartimento frigorífico, escogió un vasito de aquellos de café expreso y lo cerró de nuevo. Se quedó un momento parado, indeciso de qué hacer. Ámbar lo vio asentir. Murmurar algo, para después tomar rumbo hacia Abie mientras ella lo observaba con la boca abierta, llegar hasta ella, abrirle la mano, colocarle encima un papel con algo garabateado, obligarla a cerrar la mano, y salir veloz como quien huye del mismísimo diablo, a pagar el café y marcharse. Las comisuras de Ámbar se elevaron con malicia.
—¡Condenado capullo! Por fin te has decidido, caray —murmuró, viendo cómo se le iluminaba la cara a una Abie que mostraba una euforia similar a cuando a alguien le toca la lotería, a la vez que trasladaba la mirada hacia Jaxon y hacia el papel hasta que aquel se marchó.
Abie dirigió la mirada hacia su compañera. Esta sonrió, elevando un pulgar. Aquella asintió pasmado repetidas veces, mostrando todos sus dientes en una sonrisa exagerada. Bien. Las piezas del rompecabezas seguían encajándose por sí solas, como si el propio destino hubiera planeado los movimientos instintivamente.
Ámbar
•«Lo ha hecho. Tu chico se ha doblegado ante Medusa. Pero fue ella quien se quedó de piedra»
Rio divertida mientras lo escribía. Salió en busca de Jaxon ya finalizado el horario laboral de la mañana. Este bajó la mirada avergonzado por la escena tan infantil y torpe que había montado. ¿Cómo había podido dejarse influir por quien no debiera? De seguro que se iba a arrepentir luego, en cuanto se lo pensase mejor. Ámbar no dijo nada para no avivar ningún fuego de venganza. Por su gesto, sabía que su cabeza le estaba dando vueltas a un asunto del que luego podría salir un pelín mal parado. Simplemente elevó su pulgar y sonrió, recordándole luego que ella solita podía abrirse la puerta.
Entró. Se sentó detrás. Mandó un mensaje a Seth.
Ámbar
•«Vas a alucinar. Tu chico, por fin, ha dado un primer paso en el amor. Aunque me parece que tiene ese gesto de estar comenzando a arrepentirse»
Tras escribirlo, miró con disimulo a ver si podía ver parte del rostro de Jaxon por el retrovisor externo, o el interno. Ver la mueca que tenía puesta. La pilló y Ámbar bajó la mirada avergonzada.
Ámbar
•«Creo que tu chico me ha cogido manía por darle tan malas ideas»
Escribió, esbozando una risilla maliciosa a la que Jaxon frunció el ceño. Lo vio por el retrovisor interno del coche, porque esta vez él se dejó ver para que supiera cómo se sentía.
****
Llegó un mensaje de Reiko, su hermana.
Reiko
•«Cómo te gusta crear la confusión mediática. No dejo de leer noticias tuyas por Internet y no sé cómo has podido llegar a ese extremo. ¿En serio, hermanita?»
Ámbar
•«Trata de respirar profundo, hermanita. No salgo enseñando las tetas en ninguna parte»
Reiko
•«Solo faltaba eso»
Ámbar
•«¿Has madrugado solo para cargar contra mí?»
Reiko
•«Estoy despierta. Akemi está enferma»
Ámbar la llamó.
—Ey, ¿cómo que Akemi está enferma?
—Está con fiebre. Hoy no podré ir al trabajo. Le ha tocado el turno a Keiji de pasearla en brazos. Le estoy preparando un poco de fruta para darle un antipirético. Con el estómago vacío le sienta mal.
—Pero si no tendrá hambre, pobrecilla.
—Veré qué puedo hacer. Oye, de verdad te lo digo, ¿qué tratas de demostrar? Te estás haciendo famosa por en todos los medios. Estás mancillando tu honor.
—Mi hon... Por favor, qué anticuadas estás. Lo amo, Reiko. Pienso vivir esta historia, y punto. ¡Y no menciones a Mason! Tengo derecho a equivocarme y retractarme cuantas veces me venga en gana. Es mi vida. Es solo mía. No me vengáis con las normas tradicionales y blablablá.
—Tienes serrín en la cabeza. Estás arriesgando mucho.
—Soy osada. Me conoces.
—Mamá está aún enfadada contigo. Dice que qué te pasa por la cabeza para casarte con un tipo como ese. Con su estatus. Su desfasada viva.
—No lo conoce. Y dudo que haya navegado por Internet para reunir información, cuando no sabe usar un maldito ordenador. Algo le habrás dicho.
—No le he dicho nada.
—Oh. Claro que no. ¿Y papá? ¿Qué opina papá?
—Si mamá se opone, no tienes nada que hacer.
—Vamos, que no sirves para animarme.
—¿Animarte? ¡Tú solita te has metido en semejante berenjenal!
—Lo sé. Y me gusta. Gracias.
—Qué te va a gustar. ¡Ni siquiera sabes lo que de verdad te gusta!
Escucharon llorar a la pequeña de fondo. A Keiji llamarla.
—Tengo que volver con Akemi.
—Pobrecilla. Dale un beso de mi parte para que se ponga pronto buena. Ya te voy preguntando. Intentad descansar lo que podáis.
—Lo intentaremos. Ya seguiremos hablando sobre esto. Piénsatelo bien. Temo que salgas mal parada de tu aventurilla famosa.
—Ve a atender a Akemi y deja de machacarme, hermanita. Le haces falta.
—Cómo te gusta zafarte de las críticas constructivas.
—Tus críticas son más bien machaconas.
La llamada finalizó. Le vino a la cabeza la pequeña Akemi. Angelito, debía de estar muy malita para llorar. La fiebre la estaba atacando con malicia. Lástima no tener el milagro de una rápida mejora. Adoraba a su sobrina. Aunque la había abrazado físicamente menos veces de las que le gustaría por problemas de distancia y coincidencia. Solía cargarla de regalos por fechas importantes y fuera de estas. Reiko la acusaba de consentirla demasiado. Ella estaba encantada de consentir a su pequeña sobrina, siendo su tía abuela. ¿Cómo no consentirla? Ojalá y pudiera ir en Fin de Año para celebrar con la familia, aunque, por otro lado, no le apetecía nada recibir ningún sermón por parte de su madre sobre con quién debería de casarse a corto plazo, antes de marchitarse la flor de su juventud, aportando una reputación fructífera a la familia en cuanto llegasen los retoños; la descendencia.
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