35. De regreso a casa
—Lo disfruté. Juro que lo disfruté —confesó Ámbar abrazada a Seth con tanta fuerza que empezaba a sentir un leve hormigueo en sus dedos.
Había ido al aeropuerto a esperarlo. Por suerte, el avión privado del grupo había llegado a una hora que le había sido posible compaginar con su horario de trabajo. Jaxon la acompañaría al aeropuerto.
Seth se aferraba a ella con el mismo fervor.
—Joder, cómo te he echado de menos, Ámbar. No puedes imaginar cuanto. —Sin soltarla, se retiró un poco para mirarla a los ojos—. Te quiero tanto. Pero tanto, tanto —confesó a escasos milímetros de sus labios, terminando por besarla dulcemente.
Un carraspeo los interrumpió.
—Hola, Ámbar —la saludó Michael animado, abriendo los brazos y torciendo una sonrisa traviesa—. ¿A mí también me vas a dar un abrazo?
—¡Vete al infierno, capullo! Ella es solo mía —bromeó Set soltando una mano de ella para empujarlo y alejarlo un poco de ellos.
La soltó para que pudiera saludar al grupo. Total, ya era como de la familia desde que coincidieron en el estudio de grabación, y porque sabían que estaba con ella y la aceptaban.
—¿Qué pasa, guapa? —la saludó Danno, con un abrazo—. Qué bueno volverte a ver.
—¡Ey! —la saludó Reid, primero alzando una mano, y luego dándole un amistoso abrazo.
Paul alzó la mano dedicándole una sonrisa cordial, aunque sin abrazarla. Paul no era de esos de regalar abrazos a diestra y siniestra. Era más suyo.
—Hola —la saludó Jayden—. ¿Qué tal estás? Nos vemos de nuevo.
—Enhorabuena por los premios. De verdad que os lo merecéis.
—Dice una fan loca por nosotros y por nuestro trabajo —murmuró Michael con diversión.
—Quién iba a decir que pasaría tanto tiempo con mi grupo favorito —se alegró ella, feliz de que fuera así.
—Y que nosotros nos haríamos tan fans tuyos, como tú de nosotros —bromeó Danno, aunque decía la verdad. Le habían cogido cariño a aquella chica que se había propuesto seriamente volver loco al vocalista y líder del grupo.
—¿Cuándo me vais a enseñar los preciosos trofeos?
Michael y Paul cargaban con los maletines que los contenían. Michael se le acercó. Lo abrió para que lo viera. Y antes de que los dedos de Ámbar lo tocasen, lo cerró, como la cajita con el collar de la escena de Richard Gere y Julia Roberts en Pretty Woman, con cuidado de no llegar a pisarle los dedos. La hizo dar un salto. De proferir alguna maldición entre dientes.
—Lo siento, lo siento —se desternilló él, contagiando de la risa al resto.
Volvió a abrirlo. E hizo un asentimiento dándole permiso para que lo tocara. Ella hizo un gesto como de «¿En serio?». Este asintió con seriedad.
Los dedos de Ámbar llegaron hasta el pequeño gramófono dorado. Se le abrieron la boca y los ojos al máximo. Era hermoso. Era una pasada, según su vocabulario.
—Vayaaa. Es muy... chulo —verbalizó la chica, ensimismada en el pequeño objeto.
—Ya lo creo que es chulo —respondió Seth, emocionado—. Y tenemos dos. Que es mucho mejor.
—Les moláis a la gente. Estáis en las listas de los más escuchados. Vuestra canción suena en todas partes. Vuestro álbum no deja de reproducirse en Spotify, YouTube... ¿Qué queréis que os diga? Pues que este premio os recuerda que de verdad habéis hecho bien vuestros deberes y merecéis ser premiados. Ya sabéis que soy vuestra mayor fan —les recordó.
—Pues fíjate si la cosa es tremenda, que no solo es así, sino también a la inversa. Te hemos cogido cariño, chica —reconoció Reid.
Ella sonrió, agradecida.
—Valeee —se sonrojó—. Eso no me lo esperaba. Por cierto: seguro que Los Ángeles es una pasada.
—Un día te llevaremos en nuestro avión privado. ¿Verdad Jay? —consultó Michael con su toque personal travieso.
—Puede... pero, por ahora, deben de tener unas ganas inmensas de que los dejemos solos para charlar. Seguro que tienen mucho que contarse —recordó Jayden—. Nosotros nos largamos con la furgo —señaló hacia donde estaba. Donde el resto del equipo ya los esperaba.
—Claro. Bueno —Michael alzó la mano—, chao, chicos —se despidió. Señaló a Seth—. Cuídamelo bien que se me pierde fácilmente —bromeó.
Ella se puso a reír.
—Nos vemos, chica —se despidió Reid, al igual que el resto que fue alzando la mano y diciendo adiós a su manera.
Jayden se acercó a Seth.
—Pórtate bien. Si necesitas algo, avisa.
—No te pienso avisar. Tengo a Jaxon.
—Por si acaso. —Se dirigió a ella—. Si se porta mal, dame un toque —agregó con un guiño.
Ella no pudo más que reír. Era de lo más graciosa la escena. Seth fruncía el ceño de un modo muy gracioso.
Los vieron subir a la furgoneta y marcharse. Entonces se movieron hasta el coche donde Jaxon los esperaba. Seth lo saludó.
—¡Hola, tío! Gracias por cuidar tan bien de mi tesoro.
—Tu tesoro es aterradora. Te lo advierto —soltó, abriéndoles la puerta con una mirada de desconfianza hacia ella.
—¿Qué dices? No vas a toparte con nadie tan buena como yo —soltó deprisa Ámbar al pasar por delante de él deprisa y meterse en el coche.
—Oh. Sí. Claro —murmuró Jaxon discrepando.
El coche se puso en marcha. Seth buscó su mano. La levantó para asegurarse de algo. Estaba allí. Y sonrió.
—Me alegro de que no te lo hayas dejado en casa.
Ella entornó la mirada frunciendo los labios como un felino enfurruñado. Solo le faltó bufar. Seth se rio.
—Vale, preciosa. Ya no te doy más la tabarra. Jaxon, llévanos a mi apartamento. Esta noche no tendremos espectadores maullando al otro lado de la puerta.
—El gato es un amor. No te quejes —dijo Jaxon, ladeando su sonrisa.
—Cuando le da por protestar, diría más bien que me encantaría encontrar el botón del volumen para silenciarlo.
Hubo carcajadas. Porque era cierto. Cuando el pequeño minino le daba por llamar la atención, bien podría valer de sirena.
Nada más llegar al apartamento y deshacerse de Jaxon, los besos y las caricias recorrieron sus cuerpos al tiempo que el ascensor ascendía hacia el piso indicado. La ropa fue desapareciendo de ambos cuerpos, con las lenguas saboreándose, las manos tanteando caminos sensibles llenos de erotismo, y los gemidos, quejidos y jadeos formaron una canción compuesta para los dos. En esta ocasión las palabras sobraban. Los hechos eran los que harían el trabajo adecuado. Un «aquí te pillo, aquí te mato» en toda regla, interpretado a la perfección. El orgasmo no se quedó corto, dejándolos exhaustos sobre la cama. Aunque el calor por el ejercicio físico realizado empapaba sus pieles, el frío no tardó en presentarse a pesar de la calefacción central del apartamento. Se taparon y se quedaron abrazados, respirando acompasados como si se tratara del latido del mismo corazón.
—Te dije que te echaba de menos. Y fíjate cuánto —anotó con orgullo.
—¿Por qué a nuestros cuerpos les cuesta tanto no rozarse?
Seth la besó en la nuca.
—Creo que hemos encontrado a nuestro igual. Al que necesitamos para sentirnos completos. Y si nos falta el roce, nos sentimos fríos y vacíos.
—Vale, parece que compongas otra canción.
Fue dejando un reguero de besos en descenso mientras hablaba entre pausas.
—Estoy orgulloso de encontrar a mi otro igual. Después de buscarlo en varias reencarnaciones, lo he conseguido encontrar. Se trata de una hermosa mujer. Una que sabe qué deseo, qué la deseo. Una mujer que no tiene miedo a implicarse en mis dilemas ayudándome a resolverlos. Ella es valiente, capaz, única... —iba besándola entre frase y frase—. Es a ella a quien quiero para toda la vida. Por eso no vacilo ni un momento cuando le digo que se case conmigo.
Ámbar simuló un escalofrío.
—Eres un gran adulador. Además de un compositor impecable y un poeta indómito.
Seth se detuvo en sus besos. Le escuchó reír dulcemente detrás de ella.
—Valeeee. Bien podría ayudarme a escribir la letra de algunas de mis canciones. Tu inspiración es muy valiosa.
Ella giró su cabeza hacia él teniendo que ladearse obligadamente para mirarlo a los ojos.
—Tú me inspiras.
—Esa frase es mía.
—Si es así, te la acabo de robar —confesó, con un guiño gracioso.
Seth le dio la vuelta para reiniciar los besos donde los había dejado.
—Jayden dice que voy demasiado deprisa. Que te conozco de hace nada. Sin embargo, sé que quiero estar contigo. ¿Por qué tendría que esperar para casarnos?
—Deberíamos. Más que nada, por las familias. Por protocolo.
La giró a una velocidad impecable y con cuidado de no hacerle daño. La miró a los ojos.
—¿Es que no quieres casarte conmigo? —inquirió él.
—Sí. Pero, por otro lado, me gusta hacer las cosas bien.
Seth levantó la mano de Ámbar en la que portaba el anillo. Lo observó con orgullo.
—Quiero anunciar que estamos juntos públicamente. —Trasladó la mirada a ella—. ¿Me lo vas a negar?
La muchacha negó.
—Me parece buena idea. Aunque, con lo que se refiere a mis padres, ya ves que vas de culo.
Realizó una mueca irónica antes de hablar.
—Los suegros son punto y aparte. Pero, chica, algún día tendrán que claudicar.
—Yo no las tendría todas conmigo.
—Ay, mujer de poca fe —se burló él—. Quiero que vengas conmigo cuando le enseñe el premio a mamá.
—Vale.
—Ella te adora. Aunque no esté en sus cabales.
—Algún día mejorará.
Seth se puso serio dejando de acariciarla, con la mirada dirigida hacia un punto invisible.
—Sabes tan bien como yo que la mente de mi madre nunca regresará a la normalidad. Será como esa persona perdida en un mundo que no conoce, no entiende, no es suyo, y al mismo tiempo, lo es. Mi madre nunca será mi madre.
Ámbar se puso seria también.
—Sea como sea, ella se merece todo el cariño que la familia pueda darle.
—Eso sí.
—Ahí es donde debes poner tus cinco sentidos.
Él exhaló, cansado.
—¿Sabes? Le he dado vía libre a Jayden para que la quiera.
Ella sonrió. Lo abrazó contra ella.
—Si se aman, deja que sean felices, tu madre lo recuerde o no. Estoy segura de que Jayden la hará sentir muy bien. Que cuidará de ella adecuadamente.
—Espero. O verá mi puño en su nariz. —Se puso aún más serio—. Mi padre me aseguró que vendría a la ceremonia. Y no vino. Luego dice que se preocupa de mí.
Ámbar tocó su brazo con dulzura.
—Igual ha pasado algo que no lo ha dejado venir.
—Dijo que nos veríamos en la ceremonia. ¿Qué puñetas le cuesta ser hombre de palabra?
La chica suspiró.
—Me parece que habéis tenido tantos encontronazos que os cuesta veros cara a cara sin mataros. Dale tiempo para todo. Y si no, ¿qué quieres que te diga? Él se lo pierde.
—Lo esperaba. Esperaba que me felicitara. Ni una maldita llamada después de la gala...
Ámbar lo abrazó contra ella.
—No sé qué haya podido pasar. Pero no pienses ahora en eso. —Se acercó despacio a los labios susurrando—: solo bésame, ámame como solo tú sabes hacerlo y olvida los problemas por unas horas. Has ganado. Tienes que celebrarlo —susurró sobre los suyos para, después, besarlos apasionadamente. Fue cuando regresaron los besos, las caricias, los jadeos. La noche sería larga, intensa, placentera. El cansancio del viaje se había quedado a un lado para dar paso a aprovechamiento de las horas que le debía a aquella preciosa mujer, en su ausencia.
https://youtu.be/Vs64cZbeY88
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro