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33. Los Ángeles

 Repartió el pollo y las patatas en dos platos. Jaxon puso la mesa. Los llevó hasta ella. El silencio se hizo. Ambos estaban pensativos. Era extraño que ni siquiera Jayden hubiera dicho algo. Habría dado algún tipo de señal de vida.

    Encendieron la televisión. Pusieron el canal de noticias. Pero nada. Nada sobre el accidente de un avión cargado con gente famosa. Aunque sí se habló sobre la entrega de los Grammy. A Ámbar le dio un vuelco el corazón. Para una vez que lo habían nominado sería mejor que siguiera vivo. O ella misma se encargaría de estrangularlo por gilipollas.

    El sonido de un mensaje se escuchó en el teléfono de Jaxon. Este lo consultó bajo la mirada atenta de Ámbar.


  Seth

    •«Estamos bien. Hemos tenido unos cuantos problemillas que nos han retrasado. Ya está todo solucionado. Saluda a mi chica de mi parte. La llamaré en cuanto me concedan unos largos minutos. Por ahora, regreso al trabajo. Hay mucho que hacer aquí»


  Jaxon

    •«Tu chica ha plantado cara a un periodista. Tiene mucho carácter. Aunque eso ya lo sabemos ambos. Se defiende muy bien. Esta mujer vale su peso en oro»


  Seth

    •«Lo sé. Trataré de no perderla. Tengo que dejarte. Hablamos»


    ¿¡Qué!? —preguntó enseguida ella cuando este dejó de teclear y regresó el móvil encima de la mesa colocando la pantalla boca abajo.

    —Me ha respondido.

    —¿Qué? ¿Y por qué a mí no?

    —Están muy liados. Dice que te llamará en cuanto lo dejen un poco libre.

    —¡Siquiera me ha mandado un mínimo mensaje! —Se cruzó de hombros, indignada—. Si piensa jugar a volverme la segundona de todo, yo también sé castigarlo con mi silencio.

    —No seas mala con él, mujer.

    —¡Es un capullo engreído! Te ha respondido antes a ti, que a mí. Ya ves lo que me quiere.

    —Me ha dicho que cuide de ti.

    —Eso lo dice siempre. ¡Mira cómo se anda por la tangente!

    Jaxon ladeó la cabeza exhalando con un claro cansancio.

    —Ha dicho que te llamará más tarde. No se olvida de ti. ¿Quieres tener paciencia? —canturreó, en un tono de regaño.

    —O, igual te llama a ti —se quejó, todavía más enfadada.

    —De acuerdo. Cuando sacas el genio prefiero no discutir.

    —Porque sabes que llevo razón.

    —No voy a abrir la boca. Será mucho peor si lo hago. —El estómago le rugió—. Y necesito comer, o me muero de hambre. Y tú serías capaz de dejarme morir de hambruna porque él me habla antes que a ti. ¿Me vas a echar directamente a la calle?

    —Qué estúpido —lo insultó por lo bajo.

    —En serio, Ámbar. A ti te quiere más que a mí. Eso lo sé yo de sobra. Que me pone la cabeza hecha un bombo siempre hablando de ti.

    —No vas a arreglar nada con argumentos falsos. Así que...

    —Hablo en serio. —Señaló hacia su dedo—. Tú ni siquiera llevas su anillo.

    —¡Tiene que valer un pastizal! No soy capaz de llevarlo puesto por si lo pierdo.

    —Si lo pierdes se encarga otro. No hay ningún problema.

    —¡Sí lo hay! Seth no puede estar gastándose tanto dinero! No estoy de acuerdo.

    —¿Por ti? Ya te digo yo que sí. —Señaló de nuevo hacia su mano. Llévalo puesto. O creerá que ya no le quieres —argumentó, poniéndose demasiado serio.

    —¿Quién eres tú? ¿Cupido, un casamentero, te mola Shippear o qué?

    —Shi... ¿Qué?

    —Déjalo —repuso ella haciendo un ademán.

    Comieron en silencio. Misha observaba a uno y a otro esperando a que les cayera algo de comida y zampársela. No había tenido problema para congeniar con él. Era un minino de lo más amistoso e interesado.

    —¿Cuántos años tiene? —quiso saber Jaxon señalándolo.

    —Es un bebé. Para mí siempre lo será.

    —¿Y eso es en años?

    —Dos. Así que, oficialmente, aún es un jovenzuelo.

    —Sí que lo es. Qué preciosidad.

    —Te lo regalo —bromeó ella. Él abrió los ojos entre molesto e impresionado—. Era broma. Sé que no quieres gatos pasando el mayor tiempo fuera de casa. Pero ese marrullero... a este marrullero lo regalo yo en menos que canta un gallo —continuó bromeando, mirándolo con el ceño fruncido. El minino no se inmutó. Solo pidió en un maullido a ver si le daba algo de su plato—. ¿Lo ves? Le da todo lo mismo.

    Jaxon soltó una carcajada.

    —¡Como que no te entiende!

    —Entiende lo que le da la gana. Ya te lo digo yo.

    El teléfono de Ámbar sonó. Lo cogió a toda prisa de la mesa.

    —¿Sí?

    —¡Hola, preciosa! ¿Cómo va todo?

    —¡Hombre! Por fin te acuerdas que existo.

    —Tenía que informar a mi personal de seguridad de que estoy vivo. Está en mi contrato.

    —Ya... Y a tu chica, la última.

    —Con mi chica quería hablar más pausadamente.

    —Eso. Ahora trata de excusarme adulándome.

    —No te miento.

    —Claro... claro. ¿Cómo habéis llegado?

    —Hemos tenido algunos problemas con el equipaje. Con la pista de aterrizaje que estaba ocupada y un sinfín de desavenencias. Pero bueno, ya estamos aquí, en el hotel, y pronto saldremos a realizar todo aquello que tenemos en la lista de tareas antes de los premios.

    —Hum. Entiendo.

    —¿Qué tal con Jaxon? ¿Se porta bien?

    Ámbar lo miró. Este sonrió con diversión. Lo había escuchado claramente.

    —Zampa como una lima y va a arrasar con mi despensa. Es un protestón de categoría —Jaxon frunció el ceño—, aparte de esto, bueno, se está portando medianamente bien. ¡Ah! Y quería llevarse a Misha a su casa.

    —¡No es cierto! —protestó este desde su sitio a voz en alto.

    Seth se rio.

    —Veo que lo estáis pasando fenomenal.

    —Más o menos.

    —¡Has tenido problemas con la prensa!

    —Bueno. Un idiota me asaltó a la entrada de la tienda. Pero supe defenderme. Caso resuelto.

    Una pesada pausa.

    —Un segundo. ¿Te ha hecho daño?

    —¡Qué va! Me toca un pelo y no lo cuenta.

    —No lo dudo —respondió Seth con una risilla nerviosa y a la vez, preocupada—. Pero no pasó nada.

    —Nada de nada. No te preocupes. —Tragó saliva para aclarar su voz porque tenía la garganta un poco atorada, por lo que había tragado con rapidez antes de responder a la llamada—. Estaba interesado en nuestra relación. ¿De dónde sacan las noticias? ¡Ese tío sabía que nos hemos comprometido!

    —No saben nada. Lo deducen por lo que dije a la salida del psiquiátrico, cuando fuimos a ver a mi madre. Dejan caer la bomba a medias para que lo confirmes. Porque no saben nada. Porque te sacan la información así, haciéndose los ignorantes. Por eso te digo que vayas con mucho cuidado con ellos. Cuidado con lo que digas frente a ellos. Ni aun cuando vayas con prisas. Más vale el silencio que unas palabras equivocadas.

    —Entiendo. Pues creo que lo hice bien. Pues no aclaré nada.

    —Genial. Lo sabrán en su momento. Oye, las playas de aquí son una pasada. Ojalá y estuvieras conmigo para disfrutarlas.

    —Pero no lo estoy. Y es un rollo. En fin. No me hagas más ganas, te lo suplico.

    —Discúlpame.

    —¡Y no caigas en la tentación de las chicas despampanantes en bikini, o esas que pecan de ricachonas! —le advirtió.

    —¿Me crees capaz?

    —¡Eres Seth, por Dios! Tienes a tu alcance todo aquello que quieras «picar»

    —Dicho así suena... bueno...

    —Recuerda que, quien lleva el anillo con un escandaloso precio, y que se supone que me compromete contigo, soy yo.

    —No lo lleva —dijo Jaxon de fondo.

    Ámbar lo fulminó con la mirada.

    —¿No lo llevas? —preguntó con un tono exagerado.

    —No lo llevo cuando trabajo —respondió, lanzándole dagas con la mirada a quien tenía enfrente.

    —¿Por qué? Se supone que deberías lucirlo.

    —¿Y si lo pierdo?

    —¡Vamos, Ámbar! ¡No lo perderás! Se te ciñe perfecto.

    —Pero...

    —¿Temes que te pregunten? ¿Que se cabreen contigo por envidia?

   —Bueno, a Abie le gusta tu escolta. Pero Jaxon no está por la labor.

    «Donde las dan, las toman».

    —¡Venga ya! ¿Hablas en serio?

   —Totalmente en serio.

    —Sería una pareja extraordinaria. Terminator y Harley Quinn.

    Esa comparación le sacó una carcajada a Ámbar.

    —¡Ahí le has dado con la comparación!

    —¿Qué comparación? —quiso saber Jaxon.

    —¿De verdad no lo has oído? ¿Y lo que dijo antes sí lo escuchaste? —Ámbar alzó las cejas—. ¡Anda ya!

    —¿Con quién me ha comparado? —Levantó su voz—. Jefe, ¿con quién me has comparado?

    Seth o paraba de reír al otro lado del auricular.

    —Vale, preciosa. Me llaman.

    —Gracias por acordarte que existo.

    —¡No empieces!

    —¿Con quién me ha comparado? ¡Y Abie no es mi tipo! Que os den. ¡Que os den a los dos! —gritó, sulfurado.

    Más risas. A un lado y al otro del teléfono.

    —Venga. Chao, chicos —se despidió Seth—. Y ponte el anillo —le recordó antes de colgar.

    —Claro... Lo que tú digas —masculló Ámbar dispuesta a no hacerlo. Miró de reojo a Jaxon—. ¿Qué?

    —Como no lo hagas, me chivaré.

    —Tú cierra la boca —lo señaló de mala gana.

    Jaxon se agachó hacia Misha sin levantarse de la silla.

    —Menudo genio tiene tu mami —murmuró por lo bajo.

    —Te estoy oyendo, ¿sabes?

    —¡Pues menudo oído! Porque lo he dicho bajito.

    Ella rodó los ojos como diciendo «es que no puede ser».

    —Voy a fregar. Todavía me queda trabajo por hacer.

    —Te ayudo —se ofreció Jaxon poniéndose en pie, apilando los platos y poniendo los cubiertos dentro.

    —¡No! Tú tendrás cosas que hacer. Luego nos vemos.

    Miró su reloj.

    —No me va a dar tiempo de irme. Mientras me largo, y regreso, se me hace la hora —protestó él.

    —¡Pues no me ayudes! Suficiente haces con protegerme. Y no puedo pagártelo, que encima te uso de chacha. No. No.

    —No me importa.

    —Debería de importarte, ¿sabes?

    Tragó con fuerza antes de responder.

    —Mira, Seth me paga una burrada por estar a tu cuidado. Así que haré lo necesario para que estés bien.

    —¿Una burrada? ¿Por qué despilfarra tanto?

    —¿Por qué derrocha tanto? —Arrugó la nariz—. Y aquí una haciendo de tripas corazón para llegar a fin de mes. ¡No te jode!

    —Pídele ayuda a tu prometido.

    Lo fulminó con la mirada.

    —¡Jamás!

    Jaxon entornó la mirada, amenazándola.

    —Lo harás. Caerás en sus redes.

    Alzó la mano donde debería de estar el anillo.

    —Ya me ha hecho caer para no oírlo protestar.

    Jaxon señaló hacia su mano.

    —Ahí no está el anillo —siguió mofándose con hostilidad.

    Ella bajó la mano, la subió, miró el dedo vacío y gruñó.

    —¡Déjame en paz!

                                                                                          *****

    Había una intensa agenda programada nada más pisar territorio californiano. Ya habían tenido entrevistas en la radio, sesiones de autógrafos, de fotos, alguna actuación espontánea para la televisión de la ciudad, posar y responder a las preguntas de los periodistas locales... todo para promocionarse. Habían sacado partido a los tres días que pasarían en Los Ángeles. Y mañana sería el gran evento. ¿Ganarían algún premio? Todos cruzaban los dedos para que así fuera.

    Hablar por fin con Ámbar fue gratificante. Las risas que ella y Jaxon le habían sacado, había valido la pena después de tan accidentada llegada. No había sido esa la única llamada entre ambos. Al final, él había aceptado la opción de no llevara el anillo en momentos en que pudiera perderlo, para complacerla, pero le pidió que el resto del tiempo se lo pusiera y se acordase del pacto que tenían. Sí. Quería hacer la rueda de prensa para contar todo aquello que tantas ganas tenía de que todo el mundo supiera. Aunque ya se supiera a medias. A pesar de que había tenido una pequeña conversación con Jayden, sorprendido por sus prisas, aconsejándole que se lo tomaran con más calma. ¿Y si cambiaban luego de parecer? Él no sería quien cambiaría de pensar, desde luego, o eso aseguró.

    —Me parece de lo más precipitado, Seth. Hace muy poco que os conocéis. Y dar un paso tan grande se me antoja exagerado.

    —La quiero. Soy yo quien decide qué quiero hacer.

    —¿Ella dijo que sí?

    —Pues sí.

    Jayden chasqueó la lengua, preocupado.

    —Ahí van dos locos sueltos tirándose por un precipicio, sabiendo que se van a hacer papilla, y sin paracaídas.

    —¡Ojalá y no te hubieras enterado!

    —No sé qué habréis dicho. Pero la noticia ya corre como la pólvora.

    —Solo dije que estábamos juntos. Nada más.

    —Lo justo para que ellos le den la vuelta a la tortilla para exagerarlo.

    —Eso no se puede evitar.

    —Si hubieras cerrado la boca un poquito más, sí.

    —Quiero que sepan que estoy con ella. No me importa que lo sepan. Y ella está de acuerdo. Así que...

    —Tú sabrás. Y ella sabrá.

     El sonido del teléfono de Seth sorprendió a ambos.

    —Es una llamada de mi padre. Voy a...

    —Muy bien. No tardes. El programa está a punto de empezar. Y no lo haremos sin ti.

    —Claro —aceptó sin protestas.

    Ya había hablado con Anthony más veces, por insólito que sonase. Había hablado con él en un par de ocasiones después de hacer las paces.

    —Ey, chaval. ¿Cómo llevas los nervios?

    —Si tú me llamas, peor —protestó él, enfadado.

    —Hijo, estoy orgulloso de que hayas llegado hasta aquí; de que vuestro grupo haya llegado así de alto.

    —Todavía no tenemos el premio.

    —Confío en vuestro trabajo.

    —¿Irás a ver a mamá?

    —Créeme. Lo he estado pensando. Pero creo que mejor será que le des paso a Jayden. Él la quiere. Y la mima más que yo. Que sus recuerdos se queden con él. La hará feliz.

    —Así que me estás diciendo que quieres cortar todos los lazos con ella. ¿Me equivoco?

    —Quiero evitar confundirla aún más. Que es distinto.

    —¿Por qué se la cedes a Jayden? ¿Por qué debería de estar con él?

    —Ya te lo he dicho. La ama.

    —Se la quiere llevar consigo a su rancho, papá. ¿No te molesta?

    —No. Porque yo la he traicionado. Y él siempre le ha sido incondicional.

    Mirado de ese modo, en parte tenía razón.

    —¿No vas a venir a ver los premios, papá?

    —¿Crees que voy a faltar? ¡Que te crees tú eso, chaval! Ahí estaré: orgulloso de ti, hagas lo que hagas.

    —Muchas gracias.

    —Saluda de mi parte de Jayden.

   —Es un capullo.

    —Eso lo sé. Un capullo que te cuida bien. Reconócelo.

    Seth respiró profundamente agotado de pelear a muerte para nada.

    —En parte, tienes razón.

    —¿Lo ves? Otra cosa. ¿Qué significa eso de un compromiso con una fan?

    «¡Cuidado! Alerta roja». No quería hablar de ello con su padre. En este preciso instante no.

    —Tengo que colgar. Me llaman.

    —Me estás esquivando. ¡No es justo!

    —Es mi vida privada. Respétala.

    —Y tú eres mi hijo.

    —Cuando te viene bien...

    Anthony exhaló cansado al otro lado del auricular.

    —Ya hablaremos largo y tendido de esto, hijo.

    —Yo creo que no.

    Otra exhalación.

    —¡Qué terco eres, hijo! Te pareces demasiado a mí, en eso —se rio—. En eso y en su insurrección continua.

    —¡Papá!

    —¡Vale! Pues nada. Ya hablaremos sobre esto con más calma.

    —O no...

    —O sí. Nos vemos mañana, hijo.

    —Supongo... —Sacó un afecto improvisado hacia su padre que ni sabía que existía dentro de él—: Llega bien a Los Ángeles.

    —Eso está hecho, muchacho. Lo intentaré.

    Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Danno pasó cerca de él para ir al baño.

    —¡Eh! Ahí dentro te están buscando.

    —Voy.

    Pasó el brazo sobre su hombro.

    —Te veo feliz. ¿Algún acontecimiento chulo que haya pasado mientras estabas al teléfono? ¿Lo puedo saber?

    Se lo quitó de encima de un zarpazo.

    —¡No! —protestó—. ¡No seas tan entrometido! Hay cosas que no te importan.

    Alzó los brazos en un ademán defensivo.

    —¡Vaaale! No me lapides con inquina. —Soltó, en un tono de burla, defensivo. Sonrió de nuevo. Señaló—. Me voy al baño. Nos vemos allí dentro —señaló hacia el otro lado del estudio donde iban a tocar para un pequeño grupo afortunado de seguidores, en un directo para la radio.


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