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32. ¡Quiero noticias tuyas!

Les costó despedirse. Jaxon regresaba a ejercer de su escolta por más que ella había protestado alegando que Seth lo necesitaba más por la figura pública que representaba. Y como era de esperar, si Jaxon era testarudo, Seth lo era aún más.

    —Prefiero que estés a su cuidado. La gente está muy desquiciada. ¿Recuerdas? No pienso arriesgarme.

    Ámbar había rodado los ojos.

    —Cómo no. La cuestión es llevarme la contraria.

    —Si es por tu bien, desde luego que sí.

    —Estoy pensando en dar una rueda de prensar y anunciar nuestro compromiso.

    —¿No es demasiado pronto aún? A ver, que, con tiempo, me casaría contigo. Pero... ¿No nos estamos precipitando?

    —¿Precipitando? —Le acarició la mejilla aprovechando de recolocar un mechón detrás de la oreja. El roce fue placentero—. El público sabe que estamos juntos. La prensa lo ha filtrado. Además de decírselo nosotros. De ponérselo en bandeja.

    Cierto. Su vida había pasado a ser de dominio público. Eso la inquietaba bastante.

    —Ya veremos. Dame tiempo para pensar.

    Le cogió la mano y la puso en alto por el dorso de la mano.

    —Me he declarado. ¿Recuerdas? Ya eres mía.

    Ella arqueó las cejas, sorprendida.

    —¿Estás seguro?

    —¿No lo eres?

    —No soy un objeto inanimado que puedas agenciarte por tu bella cara.

    —¡Pero dijiste que sí!

    —¡Lo sé! Pero eso de que soy tuya me ha sonado un poco a esclava. Que sepas que van a contar tanto tus propuestas, para lo que sea, como las mías. Mi opinión será tan importante como la tuya. ¿Entiendes? No soy ninguna sumisa. No me va el rol del Grey.

    Él había alzado los brazos y pedido disculpas.

    —Eres mía, si me dejas. Cuidaré bien de ti. Haré las cosas bien —prometió—. Ríñeme si me porto mal. Rectificaré lo que sea.

    Ámbar había entornado la mirada con desconfianza. Por supuesto, haría lo posible para que no solo él, o su palabra, contara. Y para que los preparativos de lo que fuera se realizaran con el tiempo suficiente para asegurarse de que iban a hacer lo correcto, sin demasiados márgenes de error. Le gustaba mucho. Le gustaba tanto que no había retrocedido ni un solo paso cuando se lo pidió. Quería estar a su lado. Al igual que Seth. ¿Por qué tendría que ser algo malo que fuera demasiado pronto para un compromiso? Los famosos actúan así. Y a ella le apetecía bastante. «Vive la historia, pero no llores luego», recordó que le dijo Daria. Podría volverse algo muy importante —algo que deseaba con todas sus fuerzas—, como una breve historia que de la que se hablaría por un tiempo y después pasaría a un segundo plano, incluso en la famosa prensa rosa. Y del mundillo musical.

    Se había dormido observando el anillo. Naturalmente, no lo llevaría puesto para ir al trabajo. De perderlo, le daría algo.

    Al poco de levantarse llegó la respuesta al mensaje que le había mandado a Daria convertido en una llamada. El dichoso anuncio que la traía de cabeza.

    —¡No jodas! ¡Madre mía! Mi chica está comprometida —gritó en su oído ensordeciéndola——. ¡Menuda baratija! ¡Y menudo pedrusco el de en medio. Eso debe de valer una millonada.

    —Esto es demasiado. No hacía falta tanto.

    —¡Déjalo que te compre cosas tan monas como esas! A mí no me importaría que Izan me regalara algo así. Pero dudo que tenga tanto dinero.

    Ámbar giró su mano hacia un lado y hacia otro, observando el brillo de los diamantes a la luz, y la perspectiva de la llamativa joya

    —Es demasiado... exagerado.

    —Es precioso. ¡Y deja de protestar! ¿Quieres?

    El sonido de la campanita del horno microondas interrumpió la regañina. Ámbar sacó la taza con leche de dentro de este, con cuidado de no quemarse.

    —¿Y tus padres? ¿Qué han dicho al respecto? Lo imagino. Pero...

    —¡Exacto! No aceptaron. Ya se lo dije. Era una tontería pedir mi mano por el método tradicional. Mi madre iba a decir que no de todos modos.

    —Pero, mira, el chico quiere ser educado y atento.

    —No lo niego. Aunque solo ha servido para cabrearla más.

    —¿Tu padre no se negó?

    —Mi padre ha de convivir con ella. Si dice que no...

    —Se irá a dormir al sofá —respondió como pudo Daria, muerta de risa.

    —Algo así.

    —Mira, si quieres hacer esto, hazlo. A ver, con Mason te arriesgaste y no ganaste... ¡Vale! Era gilipollas. Seth es una figura pública muy deseada. ¡De acuerdo que lo tienes chungo! Pero chica, vive una bonita historia de amor durante el tiempo que puedas, y luego pide que te pague el haber estado ahí haciéndole la coba porque él ha querido.

    —Lo peor es que de verdad me gusta. Y él no deja de decir que no quiere perderme, por lo que supongo que debo gustarle.

    —O puedas ser un mero capricho. —Hubo una incómoda pausa—. A ver, yo te quiero mucho y eso. Pero hay que ver la realidad de la situación. Y, no sé, una vocecilla mucho más adulta que yo me dice que esta relación no será un poco así como... ya sabes, un poquito irreal.

    Misha se había terminado la leche de su cuenquillo. Se relamía los restos del líquido salpicado en sus patitas, y el de su carita de un modo muy gracioso.

    —Eso lo tengo en cuenta desde los inicios. Pero, a medida que paso más tiempo con él, más me costará salir de esta espiral de deseo que nos engancha a ambos. Encima, mi madre sigue obcecada con Tanaka. No deja de compararlo con cualquiera que se me pegue. Y, obviamente, Seth no le gusta nada.

    —Ya te he dicho que eres tú quien tiene que salir con él. Y aquí, las tradiciones se quedan al margen. Adora a Seth. Quédate con él hasta que el barco haga aguas. Serán recuerdos bonitos que luego podrían pasar a ser remunerados. ¿Me entiendes?

    —Seth me parece mucho más vulnerable de lo que aparenta. He estado en momentos significativos para él y te aseguro que es tan humano como nosotras. Opino que tiene un corazón humano que sabe amar. Al igual que, como dices tú, su mundo es artificial y una obra teatral de mucho cuidado.

    —A eso me refiero.

    Volvió a observar el anillo. Misha se le pegó al pantalón. Se acuclilló para acariciarle el lomo. Ronroneó.

    —Que sea lo que tenga que ser. Y si quiere hacer una rueda de prensa para dar a conocer nuestro compromiso, pues lo haré. Como dices tú, voy a vivir el momento a ver.

    —Espera... espera. ¿Una rueda de prensa? ¡No me jodas! Mama mía, esto es mucho peor de lo que aparenta.

    —¿Qué quieres decir?

    —Nada. Olvídalo. Vive y disfruta, ¿sí?

    Mientras hablaba, Ámbar tomaba sorbos del contenido de la taza.

    —No sé. También tengo dudas de si me enamoraré tanto que volveré a pasar por lo que pasé con Mason.

    —Siendo así, elige. ¿Quieres meterte en el mundillo musical junto a tu ídolo, el cual ha caído a tus pies y eres lo que más le gusta en este mundo? ¿O prefieres darle puerta y pedirle que desaparezca?

    —Diría que lo primero.

    —¡Chachi! Tengo que colgar. Se me hace tarde.

    Ámbar exhaló con fuerza.

    —Ídem.

    —Vale. Hablamos.

    —Claro, cariño. Un besito.

    —Otro para ti, Daria.

    Colgó. Se terminó el contenido líquido de la taza. Su mente se distrajo recordando la conversación que acababan de mantener. «Puede que todo sea ficticio. Que este amor tenga los días contados. Pero, mira. Es una pasada vivirlo». «¿Y si me enamoro de verdad y vuelvo a pasar por lo mismo que pasé con Mason?». Se llevó las manos a la cabeza rascándose la cabellera, nerviosa.

    —Lo viviré. —Asintió convencida—. Lo voy a hacer. Que sea lo que Dios quiera —sentenció, agachándose de nuevo hacia Misha para cogerlo en brazos y darle un beso en su cabecita, entre las orejillas—. Mamá se tiene que arreglar. ¿Sí? Tiene que ir a trabajar. Además, —rodó los ojos al recordar que la estarían esperando—; Jaxon es asquerosamente puntual —aseguró, con un tono de voz mucho más masculino, buscando exagerar aún más su queja y volverla irónica. Pero así era. Misha maulló cuando lo dejó de nuevo en el suelo.


     —Buenos días —saludó a Jaxon que la esperaba con la espalda apoyada en el coche, tecleando en su teléfono.

    —Buenos días.

    Fue a abrirle la puerta. Ámbar le dedicó una mirada de advertencia, pero él no cedió. Entonces puso los ojos en blanco viendo que era mucho más testarudo que ella. ¡Qué manía con tratarla como si fuera frágil! ¿Cuándo entendería que no?

    Entró, dedicándole un gesto malhumorado que él ignoró.

    Jaxon entró por el asiento del conductor. Puso el vehículo en marcha y se metieron hacia el asfalto urbano.

    —¿Me han dicho que te han regalado un anillo muy chulo? —bromeó Jaxon con una sonrisa de complicidad que no pudo ver Ámbar al estar de espaldas a ella.

    —Vaya. Hay gente muy cotilla por ahí.

    —Ya sabes. Las noticias vuelan.

    —Cómo no. Mi vida está ya rodando por ahí sin filtros —lamentó.

    —Aunque esto es bueno. ¿No?

    —¿Para una buena exclusiva donde ganemos Seth y yo una buena pasta? Si te refieres a eso, sí.

    —No me estaba refiriendo a eso.

    —¿Entonces?

    —A ver. Eres una tía guay. Estaría genial seguir viéndote tan a menudo.

    —Sabes que esta relación no tiene ni pies ni cabeza. Es temporal. Como esos tatoos que se ponen los críos.

    —¿Sabe Seth que piensas eso?

    —Por lógica, ¿no lo es?

    —Nunca había visto a Seth tan seguro de algo.

    —Dijo su colega, al cual no le preguntes sobre la parte más espinosa de la vida privada de este porque no te dará datos.

    —Hablo muy en serio. Lo he visto encapricharse de algo. Lo he visto salir con mujeres. Pero la manera con que te mira, que se expresa con relación a ti... lo veo distinto.

    Ella se encogió de hombros.

    —Es de lógica que no las tenga todas conmigo. ¿No pensarías tú eso en mi lugar? ¡Es Seth! El vocalista de Electrocuted. El más deseado según la revista de los cotilleos de la prensa rosa musical Rolling Stone. ¿Qué me vas a discutir?

    Lo escuchó suspirar con fuerza.

    —No vas a creerte nada de lo que te diga.

    —Pues seguramente no.

    Jaxon chasqueó la lengua.

    —De acuerdo. Ya estamos aquí. Hemos llegado.


    Bajaron del coche. La acompañó hasta la puerta de la tienda. Un chico bien vestido, joven, los detuvo.

    —Hola, buenos días. Me llamo Brian Lee —extendió su mano para que se la estrechara. Ella lo hizo por educación—. ¿Podríamos tomar algo? Querría preguntarte un par de cosas.

    Jaxon se interpuso entre él y ella.

    —No hará declaraciones si es lo que esperas —gritó en su cara.

    Este alzó las manos a la defensiva.

    —Solo hablaremos, caray. No te pongas así, hombre. —Se dirigió a ella—. Hay rumores de un compromiso. ¿Es verdad?

    ¿Cómo es que se había filtrado? ¿O quizá es una suposición ante la declaración de Seth delante del psiquiátrico? Una cosa la tenía clara: era una trampa para que ella largara.

    —Repito que...

    Ámbar apartó a Jayden con delicadeza.

    —Me has dicho que te llamas... ¿Brian?

    —Así es.

    —Genial. Qué buena memoria tengo —se felicitó a sí misma con una sonrisa—. Vale, Brian. Pues resulta que yo... —le sostuvo la mirada durante unos minutos de suspenso—, yo no voy a decir nada. Y llego tarde al trabajo. Así que, si me dejas pasar... —dictó más que pidió pasando por delante de él y metiéndose en la tienda con la cabeza bien alta. Si quería hacerse de respetar, tenía que sacar su lado rudo. O pasarían por encima de ella. Y no estaba nada, pero nada dispuesta a ceder.

    Escuchó a Jaxon fuera decir que si no la había oído alto y claro. Y escuchó un gruñido seco de ira por parte del paparazzi. Ámbar medio elevó la comisura con maldad. Pues sí. Como Jaxon pudo ver, también sabía sacarse las castañas del horno sola. A pesar de que esto solo sería lo más suave con que se iba a encontrar más adelante.

    —¿Cómo estás, cielo? —preguntó la señora Mathew—. He oído jaleo afuera.

    Ella sonrió con dulzura.

    —No es nada. No se preocupe. Ya está solucionado.

    Cuando marchó de camino a cambiarse se cruzó con Abie que la observó con un gesto torcido.

    —¿Qué te pasa a ti también? —gruñó Ámbar.

    —Además de quitarme al amor platónico de mi vida, no te estás esforzando nada para que ese armario empotrado de tres puertas, por lo menos, me haga un poquitín de caso —protestó en un tono agresivo.

    —Te dije que se lo dijeras tú. —Se saltó la parte en que le tenía miedo. No iba a contar nada personal de Jaxon, ni sus puntos débiles. Sabía guardar secretos. Aunque él jamás hubiera reconocido que esos sí eran sus puntos débiles, más los que aún no había descubierto queriendo hacerse el duro. Con razón se llevaba bien con Seth. Eran tal para cual.

    Todavía no había recibido noticias de Seth. Preocupada, le mandó un mensaje.


  Ámbar

    •«¿Has llegado bien? ¿Está todo bien? No has dicho nada»


    Se apoyó en la encimera. En una sartén chisporroteaban unas alitas de pollo. En otra, unas patatas enteras menudas que estaba salteando aderezadas, como acompañamiento a esto. Misha maullaba desde el suelo pidiendo comida. El aroma de todo en conjunto le llegaba alto y claro.

    No obtuvo respuesta. Esperó un poco más. Pero nada.

    —Vale. Pues nada. Lo que tú decidas.

    Había consultado qué tardarían en llegar a Los Ángeles. Y según la hora de salida, y con un avión sin escalas, haría unas cuantas horas que habrían llegado. Igual y aún se estaban poniendo al día. O se encontraría en algún lugar sin cobertura. O, tal vez, no lo habrían dejado respirar. Pero veamos, ¿en serio no había tenido tiempo a escribir un simple: «He llegado bien»? ¡Es un mensaje muy corto! En pocos minutos está escrito. Incluso a la subida de cualquier ascensor, sea el piso que sea. Se mosqueó. Quizá había conocido a alguien mucho más encantadora y guapa que ella y, con tanta influencia, se la habría camelado y llevado al huerto antes de seguir con la agenda. Sacudió la cabeza «Ah, no, no, malpensada». Señorita sexy- 1, ámbar- te jodes y bailas. Frunció la nariz con asco.

    —Ya se me está yendo la olla —protestó, removiendo las alitas y las patatas porque estaban empezando a quemarse.

    —¿Qué quieres que haga?

    Ámbar le pasó el delantal.

    —Me daría cosa que ensuciases tu ropa de trabajo. Así que... póntelo.

    —Le acabo de mandar un mensaje a Seth para decirle que me quedo a comer en tu casa. Que has insistido demasiado como para no hacerlo.

    —Si te ha respondido es que tiene una suerte de narices.

    —No. No me ha dicho nada.

    —Es muy raro. ¿Habrán llegado bien? Espero que no hayan tenido ningún accidente.

    —No seamos tan negativos —la regañó Jaxon.

    —Mira Ritchie Valens de la Bamba. Su avión se estrelló en un maizal.

    —¿Y lo dices como si nada? ¡Deja de ser gafe, Ámbar! Seth y el resto estarán bien. Ya dirán algo.

    —No lo digo como si nada. Te juro que estoy aterrada. Desde anoche que vivo enganchada a mi teléfono —juró, levantándolo en alto.

    —Estará bien. O la noticia ya me habría llegado.

    —Eso espero... —suplicó, cruzando los dedos.


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