31. Propuesta aceptada
—¿Y si lo reconsideras?
Seth observaba el paisaje urbano con una mueca risueña, traviesa, resuelta—. Hablo en serio insistió ella—. Deja que hable primero con ellos.
Jaxon los observaba por el espejo retrovisor.
—¿Reconsiderar? ¡No hay nada que reconsiderar! Lo tengo demasiado claro. Prefiero que no me vean como a un aprovechado, mujeriego, un despendolado.
—A ver, cuando sepan que eres un personaje público, un divo del pop rock, será lo primero que van a pensar, ¿no crees? Es una tontería hacer esto.
—Para mí no lo es. Si tus padres son tradicionales, quiero hacerlo bien.
—No te van a aceptar.
—Al menos lo intentaré. Que vean que no huyo de nada. Que voy en serio contigo. Que te quiero de verdad.
—No te tomarán en serio.
Seth dibujó una sonrisa lobuna.
—Lo harán.
—¡Estás loco!
Acarició su mejilla.
—Loco... pero loco por ti —confirmó, feliz.
Ámbar rodó los ojos.
—Definitivamente, estás loco por hacer esto. Por ser así de osado para nada.
—Nunca es para nada. Siempre se causa un efecto mínimo, al menos. Aunque sea en una mínima cantidad. Pero ahí se deja caer; se deja saber.
—No te aceptarán. No te hagas ilusiones.
—Quizá mi persuasión logre que me acepten en tu familia.
Ámbar negó.
—No conoces a mi madre. Es mucho más severa y testaruda que yo.
Seth hizo una elevación de hombros. Luego la atrapó entres sus brazos sin previo aviso apoyando la mejilla sobre su hombro. Susurró en su oído.
—Me siento bien porque, finalmente, has regresado a mí. Porque sé que me quieres. Y porque estoy casi seguro de que vamos a ganar uno de esos Grammy.
—Tengo una corazonada —respondió ella.
—Hemos trabajado mucho. Está más que merecido.
Se apartó un poco de ella. Bajó la mirada hacia sus labios. Asió su mejilla con una mano y acercó su rostro para besarla. Se pasaría toda su existencia besándola, amándola. Ella; su musa. Su divina inspiración.
—Eres lo mejor que me ha pasado. Incluso mi madre está encantada contigo. Si mi padre te conoce, también lo estará.
—¿Has hablado últimamente con tu padre?
—Hace bastante. Digamos que medio nos reconciliamos. Bueno. Pues eso. Que, por fin, parece que la vida me sonríe.
Ámbar acarició su mejilla dedicándole la más dulce de sus sonrisas.
—No tiene por qué ser todo malo. Y ahora te tocan cosas buenas.
—Estoy seguro de que, si Cameron te conociera, te adoraría.
El semblante de la chica se entristeció.
—No quiero que acabes como él. No quiero que bebas hasta ponerte ciego, ni te drogues hasta ese límite. No quiero que te arriesgues de ese modo. Quiero que seas el Seth humano. La parte que quiero tener conmigo.
—Entonces ¿Cómo quieres que aguante el tirón?
—Con lo que sea. Menos con ese tipo de mierdas. ¿Me oyes? Lo siento, pero no quiero que llegues a arriesgar tanto tu vida.
Seth rodó los ojos.
—Me pides demasiado. Veré qué puedo hacer.
Ámbar le dio un cachete. Él se quejó.
—Si me quieres como dices, sienta un poco la cabeza.
—¡Joder! ¡Vale! Veré qué puedo hacer.
Ella rodó los ojos.
—¡No puede ser contigo!
—Pues no. Soy todo un insurrecto —fue murmurando al tiempo que atrapó la barbilla de ámbar y besarla tan despacio que pudiera saborearla con los cinco sentidos. Olía divinamente: a flores, a algo afrutado, a jabón, a su propio aroma, y a un lápiz labial con aroma de frutos del bosque. Tenía hambre. Hambre y sed de ella.
—Aquí no —murmuró ella contra sus labios—. Mejor, en mi apartamento —sugirió, observando de reojo a Jaxon que se esforzaba por no echar un ojo a la escena.
Él gruñó.
—De acuerdoooo. Como quieras —entonó en una pequeña pataleta.
Llegaron al apartamento de Ámbar. Alcanzaron el descansillo correcto.
—Voy a darle un buen achuchón a ese pequeño sinvergüenza.
—Sois tal para cual. ¿Cómo no va a echarte de menos?
Rodó la llave. Y al abrir la puerta, el animalillo salió disparado hacia ellos. De inmediato Seth se agachó. Lo cogió en brazos. Misha estaba feliz de verlo. Ronroneó en cuanto él le rascó la cabecita con la mano libre.
—¡Hola, pequeño! Veo que te acuerdas de mí —Misha maulló en un medio ronroneo de agradecimiento.
—Vale, chicos —Ámbar cerró la puerta—, será mejor que os acomodéis. Voy a retocar un poco mi maquillaje. O mi madre, de inmediato, me sacará pegas sobre mi aparente cansancio, falta de sueño, etc. Tendré que esconder mis llamativas ojeras —comentó como protesta, poniendo los ojos en blanco.
—Pero si estás preciosa —aseguró Seth.
—Eso es porque me miras con buenos ojos. Mi madre analiza hasta el último pelo de mi cabellera —exageró.
—No será para tanto.
—Lo es. Con tal de que regrese allá, busca las excusas más variopintas. Dice que estoy demasiado lejos de ellos.
—Bueno, cada cual toma su rumbo adecuado. Según gustos, trabajo...
—Ella hubiera preferido que mi trabajo estuviera a pocos kilómetros de casa. Una de las cosas por las que odiaba a Mason era por habérseme llevado tan lejos.
—Pues a mí me va a odiar por exponerte ante el público. A las críticas. A comentarios que, en ocasiones, dolerán mucho. O te desprestigiarán.
—Por eso prefería pasar desapercibida.
—Y huir de mí.
—No estoy hecha para convertirme en carne de cañón.
—Entonces debo decirte que llegaste tarde.
—Lo sé. Toda la culpa la tienes tú.
—No te lo voy a discutir. —Dejó a Misha en el suelo y se le acercó—. Y es que quiero tenerte conmigo. Quiero que formes parte de mí. Aunque deba de cometer locuras para ello —aseguró, bajando las manos hacia sus nalgas y sacándole un grito ahogado de placer.
—Seth...
—Me dijiste que, mejor en tu apartamento. ¿Recuerdas? —tarareó con voz sugerente en su oído sin dejar de acariciarla. De arrastrarla hacia la dirección que había tomado ella—. Lo haremos en tu cama, ¿te parece bien?
Ámbar dejó salir una risilla boba. Una que se empapaba de una súplica clara por recibir el placer que se le ofrecía.
Llegaron hasta la cama perdiendo la ropa por el camino. Él se sentó. Ella, a horcajadas sobre él, todavía ambos en ropa interior sin dejar de besarse, de paladearse con un juego incansable de lenguas.
—Me vuelves loco, ámbar.
—Tú sí que me vuelves loco, Seth. Sigo sin creer que esté sucediendo esto.
—Pues está ocurriendo. Y soy solo para ti —le recordó depositando pequeños besos a lo largo de su cuello. Sus manos, perdiéndose en rincones donde sabía a ciencia cierta que la iba a activar.
En un giro mortal, si se tratara de un cocodrilo, le dio la vuelta para continuar besándola por su cuello, sus pechos, su ombligo, obligándola a arquearse de placer. Le quitó la ropa interior al paso descendiente, para luego regresar hacia arriba e insistir sobre su monte de venus, sobre la entrada hacia su deseo. Fue como llegó el primer orgasmo. Él sonrió satisfecho, levantando la cabeza para mirarla con una sonrisa astuta. Y ascendió hasta llegar de nuevo a su boca.
—Sabes muy bien. Eres deliciosa.
Se ruborizó.
—¿Vas a componer una canción de esto? Porque, te sugiero que, si lo haces, la guardes en un cajón —lo regañó dulcemente.
—De eso nada. Estas son las mejores canciones. Las que más se escuchan.
—Demasiado obsceno y embarazoso.
—Depende de cómo la escribas.
Se movió para desprenderse de su ropa interior. Buscó en el bolsillo trasero de sus tejanos el preservativo. Se lo puso y regresó hasta ella retomando los besos que había puesto en pausa.
—Eres miel en mis labios, aroma de canela, la tentación hecha belleza. Todo lo que deseo en esta vida.
—Estás... componiendo... de nuevo —se burló ella entre jadeos.
Ambos se mostraban con la respiración agitada por el deseo.
—Lástima que no vaya a tomar apuntes por estar demasiado ocupado.
—Ya... veo.
Ya no aguantaba más. La penetró tan rápido que ella emitió un gritito agudo. Y se mecieron, primero despacio, y luego aumentando la velocidad, como una barca en mitad de una tormenta, en el mar.
—Te amo —susurró él en su oído—. Dios, cómo te amo —repitió.
Y tras un largo rato de gemidos, quejidos dulces y un balanceo frenético alcanzaron ambos el orgasmo, quedándose estirados sobre la cama en busca de recuperar el aliento perdido, con la sonrisa en sus labios.
—Voy a tener que pincelar aún más mis ojeras ahora —se rio ella—. Se colocó de lado y él hizo lo mismo.
Seth acarició con el pulgar sus labios.
—Estás preciosa incluso con el gesto desencajado, los cabellos revueltos y el sudor perlando tu piel. Eres toda una diosa, Ámbar —murmuró en una voz rasposa.
—Oh, mi adorado ídolo. Jamás soñé que serías así de adulador, dulce, acaramelado, meloso.
Le tapó la boca con la mano.
—¡Ya! Ya, que me va a dar un subidón de glucosa —se burló él, muerto de risa, sintiendo el vibrar de la de ella debajo de su palma.
—No sé cuánto nos pueda durar esto. Ojalá, y este sueño no se acabase nunca.
Besó la palma que, momento antes, había aprisionado sus labios para que guardara silencio.
—No puedo prometer nada. Porque nada es eterno. —Le acarició los cabellos—. Pero te prometo que me esforzaré por alargar esta hermosa historia todo el tiempo que pueda hacerlo.
—¿Te gustaría tener niños?
—Claro. ¿Por qué no, la parejita? Porque, seguro que la niña heredaría la belleza de su madre.
—¡Adulador!
—Dame un segundo.
Retiró el preservativo, lo anudó. Se levantó mostrando su delgado pero torneado cuerpo.
—Voy a tirar esto a la papelera del baño y a asearme un poco.
Misha no había dejado de maullar afuera por haberlo dejado solo. Ámbar miró hacia la puerta.
—Será mejor que salga contigo, o Misha terminará despertando al vecindario. ¡Gatito escandaloso! —Suspiró—. Si nos acostamos tan tarde, no sé cómo me levantaré mañana para ir al trabajo.
—Me quedaré contigo. Yo mismo te despierto.
—Seth...
—No hay negociación —la señaló, fingiendo ponerse serio.
Se habían acomodado en el sofá a esperar la hora prudente para realizar la videollamada y que ambos padres de ámbar estuvieran presentes. Estuvieron ojeando los videos de los últimos conciertos del grupo.
—¿Qué tal Danno? Se ve un tío majo. Y lo hace verdaderamente bien.
—Es como un soplo de aire frío para el grupo. Nos ha traído de vuelta. Noah casi nos lleva al infierno.
—Siento que pasarais tiempos tan malos. Me alegro de que las aguas volvieran a su cauce con un nuevo integrante en el grupo.
—Nos lo sugirió Reid. Es un buen amigo suyo. Y la verdad es que ha sido una gran suerte que apareciera. Sí.
Misha se había acomodado a los pies de ambos buscando calor.
—¿Sabes? Sigo creyendo que esto no es necesario. Mi madre sigue empecinada con Tanaka. Te va a ver como un estorbo. No te va a aceptar.
—Quiero que sepa que soy yo quien quiere amarte con todas mis fuerzas. Que no diga que no la avisé —bromeó.
—Van a decepcionarte.
Se encogió de hombros.
—Me llegan tantas decepciones que seré capaz de encajarlo de la mejor manera. Obviamente, y digan lo que digan, voy a seguir a tu lado. No lo dudes.
—Mi hermana me va a matar por no decírselo antes que a ellos.
—¿Quieres que la llamemos primero a ella?
—No. Ella está en el trabajo.
—De acuerdo.
Tal y como había adelantado Ámbar, la videollamada fue un desastre. Aunque su padre vaciló un poco a la hora de darle la razón a su mujer, o a Ámbar, Aiko no cedió ni un ápice. «Un personaje público, rockero, vividor. No va a darte más que disgustos», fue lo que recibieron de ella. ¿Cómo podía llevarse bien con su hija pequeña si no la apoyaba? Aunque fuera en esta interesante circunstancia que, estaba claro que no podría asegurarse que fuera a durar demasiado, aunque tampoco se podría saber en una relación normal.
—Bueno. Pues tú tenías razón. —Negó—. No importa. —Se levantó del sofá. Hincó una rodilla en el suelo. Mostró la cajita, abriéndola frente a ella. El anillo era precioso. La boca de ella y los ojos se le abrieron de par en par por la impresión. Aquello debía de valer miles de dólares. Se trataba de una alianza en oro blanco, engastada por una corona de diamantes.
—Ámbar Hikaru Thompson. ¿Quieres casarte conmigo?
Se le quedó la lengua trabada un instante por la impresión del regalo y la sorpresa. Él sacó la alianza de la caja y lo deslizó por su dedo anular. Había tenido buen ojo para la talla.
—¿Qué dices?
Reaccionó.
—¡Sí! Sí. Sí. Da igual que no te acepten mis padres. Yo te quiero igual. —Se le echó en el cuello, abrazándolo emocionada, con lágrimas en los ojos—. ¡Sí quiero! ¡Sí quiero! —repitió. Se apartó un poco para volver a mirar el anillo—. Esto debe de haberte costado una fortuna.
—Para ti, todo es poco —respondió en un tono dulce.
Ámbar se abofeteó las mejillas.
—Tienes que ser un sueño. ¡Tiene que ser un sueño! Espera un segundo —elevó un dedo—. Espera que haga algo. —Sacó una foto con el teléfono. Fue a mandarle el mensaje a Daria.
—¡Espera! ¿Has visto la hora que es? Vas a despertarla. Y mañana es laborable.
—Lo pone en vibración por las noches. Así que, no puedo esperar más. —Lo mandó. Mandó la foto del anillo puesto en el dedo y el anuncio de su compromiso, agregando que le contaría más detalles en otro momento más tranquilamente y se lo enseñaría.
Seth no podía dejar de reír al verla así de emocionada, dichosa, con tanto entusiasmo. Aunque era cierto que la decepción había llegado de parte de sus padres, tal y como había anunciado, no por ello aparcarían su sueño. Ya se los ganaría más adelante. ¿Por qué no? ¿Irían a la boda? Ahora no era momento de pensar. Sino, de celebrar. Con adelanto. Y podría mencionarla el sábado, en el caso de salir ganadores en el certamen de los Grammy. Le pesara a quien le pesase.
Le dio un súbito bajón. Tocó con los dedos su barbilla para levantarla.
—¡Eh! Ya haremos algo al respecto. Los haremos cambiar de parecer. Ya lo verás.
—Mi madre no cede ante nada.
—¿Y eso te va a parar?
—No quiero estar mal con ellos. Ni contigo.
—No pienses ahora en eso. Y recuerda mandarle también la foto a tu hermana. Podríamos convencerlos a través de ella.
—Ella me llama loca, como ellos, por esto.
—Mándaselo. Y ya veremos.
Lo hizo. No tardó en llegar una respuesta.
Reiko
•«¿Ya se los has dicho a papá y a mamá?»
Ámbar
•«Se niegan a esto. Mamá sigue prendada con Tanaka. Preferiría que él fuera quien estuviera en lugar de Seth»
Reiko
•«Enamorarte de un personaje público como él te va a traer un camino espinoso. ¿No has pensado que ese tipo de relaciones son frágiles como una campanilla de viento de cristal? Los vientos fuertes terminan haciéndolas estallar contra cualquier superficie dura»
Ámbar
•«¡No somos una campanilla de viento! Y eso lo sé. Solo quiero vivir el momento. Esto. Suceda lo que suceda. Aunque estar en boca de todos no me haga gracia»
Reiko
•«Esa es otra. Y tú te lo has buscado»
Ámbar cerró el chat sin escribir nada más. Seth le acarició el pelo.
—Eh. ¿En qué estás pensando?
Ella miró el anillo.
—Que esto pueda ser solo un breve sueño.
Seth la atrajo hacia su pecho. Besó el alto de su cabeza.
—Me niego a que sea un breve sueño. Así que prepárate para resistir —pidió él, en una clara súplica. Cuando Ámbar lo miró, tenía los ojos empañados—. No quiero que desaparezcas de nuevo. Ya lo hiciste una vez. Y creí morir —aclaró, con un tono lastimero.
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