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29. Linda

El ramo de flores para Linda descansaba en el asiento delantero del acompañante. Jaxon se lo dio a Seth en cuanto salieron del vehículo.

    —Un segundo —pidió Jaxon—. Me aseguraré de que todo está tranquilo.

    —Espera —pidió Ámbar. Miró a los ojos a Seth y sonrió—. Está bien. No pasa nada. No es necesario.

    —¿Estás segura? —insistió Seth, por si acaso, incrédulo de que no temiera que una muchedumbre de paparazzis se les echaran encima.

    —No será fácil. Pero, mira, voy a visitar a tu madre. Y estamos de regreso los dos, y...

    —¿De verdad que no te vas a volver a marchar? —consultó él, con el miedo en su voz.

    Ella negó.

    —¿Qué harás cuando tus padres se enteren?

    —Mi madre es la más conservadora. Mi padre, como buen estadounidense que es, dudo que se oponga. Tiene parte de mí, de ir más a su bola. Aunque mi madre lo frena. —Rio—. Y, en ocasiones, mi madre se refiere a él como si opinase lo mismo que ella. Mi madre... es mi madre: una voz de mando, raro en la cultura de la que desciende, cuando es la mujer quien actúa como sumisa y el marido quien dicta las normas en casa, cosa que no me agrada nada. En fin, después de esta pequeña pero importante aclaración, igualmente buscaré la forma de que me acepten. Quédate tranquilo —intentó tranquilizarlo.

    —¿Ellos no te harán cambiar de opinión?

    —No. Soy yo quien decido por mí misma. Quien debo equivocarme, acertar y avanzar. Quien tengo ese derecho. Venga de donde venga.

    Él negó.

    —No te creo. Es como si intuyera que algo volverá a quebrar nuestra relación.

    —Aparca tus miedos. Y vamos a ver a tu madre. Seguro que se alegra un montón de vernos.

    —No me conoce. No te conoce.

    —No importa. Le daremos igualmente la alegría —aseguró, agitando un poco el ramo.

    Seth suspiró aliviado. No se equivocó en aquel momento que la sintió como su propio hogar. Porque seguía ella seguía siendo ese refugio real que necesitaba. El lugar al que regresar y sentirse de nuevo humano y tranquilo. Sosegado y dichoso. La abrazó con un énfasis que había guardado pacientemente deseando su regreso. Y volvía a estar allí. Ella volvía a estar entre sus brazos. Su musa, su hogar, su lado más amable de la vida.

    No tardaron en aparecer los periodistas, con el reclamo. Jaxon les pidió calma. Trató de mantenerlos a una distancia prudente para que Ámbar no se agobiara y saliera corriendo. Seth se agobiaría a la vez. Pero ya estaba acostumbrado a este caso de trato y solía darle menos importancia. Salvo cuando estaba muy mal.

    —¡Hola, Seth! Soy Franc, de la revista People, ¿Vienes a ver a tu madre con tu nueva pareja? ¿Es ella la mujer que ahora ocupa tu corazón? —Señaló a Ámbar—. Puedes confirmarlo tú misma.

    —Por favor, señores, no se echen tan encima —puso orden Jaxon—. Vamos con un poco de prisa.

    —Ava, de la revista Rolling Stone. ¿Cuando mencionaste aquella frase, en tu último concierto, te referías a ella? ¿La compusiste para ella? ¿Habrán más canciones en el disco fruto de tu inspiración por ella?

    Seth pidió a ámbar permiso con su mirada. Ella asintió, un poco ya abrumada.

    —Sí. Con permiso de los componentes de mi grupo, hay varias que agregaré al último álbum que llevamos entre manos, siempre que a mis compañeros de música les parezca bien. Antes debo consultarlo con ellos. Ya sabéis que no soy solo yo el que debería de llevarse toda la fama. Somos el grupo entero.

    —Claro claro.

    —Y a la pregunta de si ella es la persona que actualmente ocupa mi corazón... —la miró con una dulzura infinita. Regresó la mirada hacia la periodista—, sí. Es ella la mujer a la que quiero. Mi musa. A ella van dirigidas las letras de las canciones que compongo para mí mismo, y que llego a compartir con el grupo. De echo, ya escuchasteis una de ellas.

    —Nos pareció fantástica —mencionó otro periodista, con un brillo de ilusión en su mirada, con otros tomando nota de cada una de sus palabras, o grabando con una grabadora o con el celular.

    —Soy Connor, para la TMZ. ¿Nos puedes decir su nombre? ¿Tenéis pensado subir al altar? ¿Cuándo?

    —¡Cuanta prisa! —rio Seth—. Tampoco la vayáis a abrumar, no sea cosa que salga por pies por vuestra culpa—, bromeó Seth, sacando una sonrisa a todos los presentes, incluido a ella.

    —Me llamo Ámbar —se presentó ella—. Y como respuesta a la siguiente pregunta, ¿pero qué prisa tenéis? —respondió con naturalidad, metiéndose en el papel perfectamente. Hasta Seth se sorprendió de su soltura y calma. De ser capaz de bromear ante tanta tensión.

    —¡De acuerdo! Circulen. Tenemos prisa. ¿Sí? Gracias por vuestras preguntas. Pero tenemos que seguir con lo que íbamos a hacer —fue hablando Jaxon, tirando de los dos para que avanzaran por aquel pasillo y llegasen cuanto antes al centro psiquiátrico, huyendo por fin de tanta presión.

    Ámbar temblaba. Seth apretó su mano transmitiéndole calma y un poco de humor para un chaparrón como aquel. Aunque la tormenta más fuerte, o el Monzón más intenso le llegaría a él cuando traspasara aquella puerta. Fue él quien tembló cuando lo hizo. Y fue ella, esa vez, quien apretó su mano para enviarle valor.

    Pasaron por recepción. Los saludaron tan amablemente como solían hacerlo cuando Seth los visitaba. El teléfono de este sonó. Era Jayden.

    —¿Dónde te has metido, chico?

    —Estoy visitando a mi madre.

    El tono de Jayden se envolvió de preocupación. Sabía cómo se ponía cuando visitaba el centro y se encontraba con su madre.

    —¿Por qué no me has pedido que te acompañara?

    —Estoy con Ámbar. Y, ah, hemos hecho declaraciones a la prensa. Saben que estoy con ella. Por si recibes alguna llamada diciéndotelo, te doy yo mismo la noticia fresca.

    —Espera... ¿Cómo dices? Seth... Voy ahora mismo.

    —¡No! Quiero hacer esto solo. Con ella. Quiero que la conozca —pidió más como una orden.

    —Oye...

    —No hay acuerdo. Es, no.

    Seth lo escuchó resoplar al otro lado del auricular.

    —Estás loco. Pero, ¿qué puedo hacer? Solo te pido que me llames si algo se complica.

   —Claro. Lo haré.

   —¡Claro que no lo harás! Como si no te conociera.

    —Jayden, tengo que colgar.

    —Supongo. Qué remedio —lo escuchó gruñir antes de que el clic del final de la llamada sonase.

    

    Una enfermera los acompañó a la habitación de Linda.

    —Si necesitan algo, llamen.

    —Claro. Gracias —murmuró él con la mirada ya dirigida a su madre y los ojos húmedos por la tristeza, y por la impotencia. ¿Lo reconocería esta vez?

    Se acercó junto a Ámbar que apretaba su mano para que no se condensase en lágrimas. Que aguantase el chaparrón de la mejor manera. Se puso delante de ella. La mujer tenía la mirada perdida al otro lado de la ventana. Lo miró. Abstraída sabe Dios en qué cosas. O, simplemente, abstraída y desubicada; perdida.

    —Hola, mamá.

    Las lágrimas brotaron de ella. Estiró los brazos.

    —Jerome, cariño, has venido —gritó con la voz apagada que le había quedado por su estado delicado y la fuerte medicación—. Dale un abrazo a tu madre —pidió en una súplica.

    Se inclinó y la abrazó apretando sin miedo, tragando fuerte para no llorar.

    —Hola, mamá. Que bien que sepas quien soy.

    —¿Cómo no voy a saberlo? Soy tu madre, cariño.

    Seth acarició la espalda de su madre, afectuoso. Se apartó despacio irguiéndose, agarrando la mano de Ámbar. Haciéndola adelantarse unos pasos para estar más cerca de Linda.

    —Mamá, ella es Ámbar, la chica de la que estoy muy enamorado.

    La mirada de la mujer se iluminó. Su sonrisa se agrandó.

    —¡Qué alegría conocerte! ¡Dame un abrazo, querida!

    —Claro —sonrió ella, encantada. S hizo lo mismo que Seth, inclinándose para abrazarla, acariciando su espalda despacio con respeto y dulzura.

    La soltó despacio. Se irguió. Linda se llevó las manos a las mejillas, emocionada.

    —Pero qué bonita eres. Eres preciosa —la piropeó.

    —Gracias, señora. —Había dejado el ramo sobre la cama para abrazarla. Lo cogió y se lo entregó—. Esto es para usted, de parte de los dos.

    —¡Qué bonitas! —las olió—. Qué regalo más bonito —vocalizó infinitamente feliz.

    —Vamos a pedir a las enfermeras que te abriguen. Saldremos un ratito al patio, ¿sí? Así charlamos un poco —dijo Seth, metiéndose en el papel de hijo, orgulloso de que se acordase de él. Era raro. Pero se sentía muy bien.

    —Sí. Por supuesto.

    Llamaron a una de las enfermeras. La equiparon bien abrigada para salir al exterior. La misma les aseguró que recogería el ramo de flores, las pondría en agua, y las regresaría a la habitación.


     Fueron contándole cómo se habían conocido, cómo le iba todo a Seth con el grupo, con la música. No es que ella pudiera quedarse con todo lo que se le estaba diciendo. Pero, al menos, escuchaba, sonreía y asentía. Charlaba animadamente con ellos. Sonreía mucho. Parecía encantada con Ámbar. De vez en cuando soltaba un «qué bien», dentro de sus posibilidades nulas de tener una mente clara. Y Seth se esforzaba por guardarse las lágrimas viendo que ella no avanzaba como tenía esperanza.

    Y como suele decirse: lo bueno dura poco. Linda pierde la mirada en los arbustos de rosas cercanos y realiza un gesto brusco como si algo se hubiera desconectado en ella, una convulsión llamativa, y regresa la mirada hacia Seth observándolo de un modo diferente al que lo observaba, aunque igual de expresivo y cálido.

    —Cam, cariño. ¡Qué bueno que hayas venido a verme! ¿Y Jerome? ¿Dónde está tu hermano? —dio un chasquido de lengua—. Ay, ese niño siempre está muy ocupado. Ya no se acuerda ni de su madre lamentó, en un tono ofendido—. Con las ganas que tengo de verlo.

    Ámbar tocó el brazo de Seth pidiéndole calma y que no se derrumbara allí mismo al tiempo que él tragaba con fuerza arrastrando con ello el nudo que se le había hecho en la garganta y lo asfixiaba.

    —Soy Jerome, mamá. Cameron no ha podido venir.

    Se fijó mejor en él. Levantó el brazo para darle unos toquecitos en la mejilla.

    —¡Ay, hijo! ¡Disculpa! Es que no llevo las gafas de ver.

    —Tú no usas gafas, mamá.

    —¡Pero qué tontería! ¡Pues claro que las uso!

    Ámbar volvió a darle unos toques en el brazo pidiéndole que le siguiera la corriente.

    —Lo que tú... digas —balbució él tragando con mucha más fuerza. Estaba a un paso de derrumbarse de verdad.

    —Valeeee. Yo conduciré —pidió ámbar, mostrándole a Seth una sonrisa animada, y luego a ella. Deseaba despejar los nubarrones que acababan de formarse en la pesada atmósfera. En la fría, y crepuscular en la que sería mejor entrar dentro del centro o acabarían congelándose allí afuera. No era cuestión de jugar con la salud de la más enferma de los tres—. Regresemos dentro. Ya va siendo hora de cobijarse en un lugar calentito.

    Linda se abrazó a sí misma.

    —¡Ay, sí! Se está haciendo de noche y hace frío.

    —Sí.

    Seth solo asintió. No le salían las palabras. Seguía concentrado en no llorar.

    Regresaron a la habitación. Finalmente, Seth había aguantado estoicamente el aguacero. Seguía tragando con fuerza; aguantando el tipo. Seguía simplemente aguantando.

    La regresaron a la habitación. Una enfermera los acompañó para ello. Linda tocó el brazo de Seth.

    —Dile a Jerome que venga a verme, Cam. Ay, Este niño y su ajetreada vida.

    Esta vez le siguió el juego. Asintió. Seth tenía ganas de salir de allí. El aguante estaba tocando fin.

    —Yo me ocupo de ella —dijo la enfermera.

    —Gracias.

    La muchacha asintió con una amable sonrisa.

    Fue cuando Seth salió a una velocidad exagerada. Ámbar trató de alcanzarlo. Pero él tenía la urgente necesidad de llegar cuanto antes al coche.

    Pudo llegar a él antes de salir. Los insistentes periodistas les esperaban a la salida. Ámbar lo abrazó a ella cobijándolo de los flashes de las cámaras. Jaxon, de inmediato, se interpuso entre ellos tratando de aislar a la pareja de todos ellos.

    —Por favor, respeten la intimidad del chico —iba parloteando Jaxon abriéndose de brazos para abarcar a la pareja que seguía abrazada, con el rostro de Seth oculto y cabizbajo frente al pecho de ella.

    Llegaron al coche. Entraron rápido. Cerraron. Seth se tapó la boca porque sintió la imperiosa necesidad de gritar y sacar toda la rabia y el dolor que sentía afuera. Ella le apartó la mano y lo besó. Lo beso deseando que fuera un beso medicinal, curativo, sanador. Un beso que lograse la calma del torbellino de tristezas que acababa de desatarse en el interior del chico. Se separó un poco. Le sonrió, con serenidad.

    —Vas a poder con esto. Yo estoy contigo.

    —Pensaba... pensaba que estaba mejorando. Que, por fin, me había conocido. Pero no. Dudo que haya esperanza de mejoras en esta puta vida.

    Ámbar lo empujó hacia ella para abrazarlo.

    —Poco a poco, amor. Como cualquier composición de música. Como los inicios de la letra de una canción que surge de la nada. Correr no ayuda en nada. Al contrario. Consigue que, semejante torpeza, haga que las cosas vayan a peor. Así que toma aire y respira hondo. Mírame.

    —No.

    —Mírame, Seth —sujetó con ambas manos su rostro—. Respira hondo. Haz como yo. Inspira, expira. Inspira... —hacia la acción de cada palabra que mencionaba y le pedía que hiciera lo mismo, a la vez, mientras lo mencionaba. Acabó aceptando. Acabó haciéndolo—. Ese es mi chico. El incombustible e inagotable Seth. El invencible —lo aduló, buscando animarlo.

    —¡No soy nada de eso! Soy más miedoso de lo que aparento.

    Ella negó.

    —Eres más valiente que eso. No dejes de repetírtelo.

    Seth se abrazó a ella estallando en una llantina. Jaxon lo observaba por el espejo retrovisor.

    —¿Quieres que llame a alguien? —preguntó Jaxon en busca de una solución para su derrumbe.

    —Quiero ver a Jayden —pidió Seth, como pudo, en mitad de unos hipidos.

    Jaxon marcó el número en el manos libres del coche.

    —¿Qué ocurre? —consultó este con una gran preocupación.

    —Seth me ha pedido que te llame.

    —No ha ido tan bien la visita, ¿no?

    —No tan bien como él esperaba.

    —De acuerdo. Estoy de camino al estudio de grabación. Allí estaremos tranquilos.

    —Pero si van los chicos...

    —No. Pero opino que es el lugar en el que sé que Seth se siente más como en casa. Más, que en la suya misma.

    —Muy bien. Nos ponemos en camino.

    —¿Al estudio de grabación? —se extrañó Ámbar.

    —Ya has oído a Jayden.


    Se encontraron allí. Seth frunció el entrecejo preguntándose por qué allí. Solo recibió un alzamiento de cejas por parte de Jayden, más un movimiento de mentón para que lo siguiera. Estaba vacío. Estaba exclusivamente para ellos. Llegaron a la cabina de grabación. Jayden abrió la puerta. Encendió las luces Lo invitó a pasar con un ademán.

    —Cuando termines, te estaremos esperando en la otra sala.

    —¿Terminar? ¿Con qué?

    Este señaló hacia dentro.

    —Te estás conteniendo. Y esa rabia tiene que salir. Grita cuanto quieras. Aquí nadie te va a oír —dejó caer, para salir de esa sala y cerrar la puerta.

    Gritar. El grito que había contenido debajo de la mano de Ámbar con anterioridad. Gritar y sacar toda la rabia, todo el dolor, toda impotencia acumulada. ¿Por qué no? Y lo hizo. Gritó y gritó como quien le grita al eco de un barranco esperando que la reverberación se llevé todo y lo deje limpió. Acabó con una carcajada que sonó a demencia. Pero es que Jayden tenía razón. Se sentía fenomenal. Se había quedado vacío, a gusto, aliviado, un poco ronco. Eso se recuperaría con unas gárgaras y punto. No es que gritar solucionara demasiado cuando el problema seguiría ahí. Pero por hoy, se sentía bien.

    Salió a buscarles. Ellos charlaban tranquilamente en la otra habitación, relajados. Su primer instinto es hacer que Ámbar se pusiera en pie para abrazarla. Necesitaba abrazarla con todas sus ganas, con toda la dulzura que solo le daría a ella. Con el amor incondicional que sentía por ella. Mientras lo hacía, le dio las gracias a Jayden por la idea. Era como si pudiera leerlo. Lo conocía lo suficiente para saber de qué carencias sufría; cómo solucionar algunas de ellas. Mucho más que su padre. Aunque aquel estuviera presente de manera invisible, que lo estaba. Y agradecía que no se hubiera negado a su hijo. Que no lo hubiera olvidado, o rechazado.

    —Bien. Y después de esta terapia tan efectiva, ¿por qué no vamos a cenar los cuatro?

    —¿Los cuatro?

    —Jaxon es un diez. Deberíamos de pagárselo de alguna manera.

    —Lo era. ¡Sí que lo era! Más bien, un doce, o más.

    El teléfono de Jayden sonó. Respondió, alejándose un poco de los chicos por si era algo que no debieran saber.

    —¡Gracias! Se lo diré a los chicos. Se van a alegrar muchísimo. Trabajan duro.

    Seth torció la boca con intriga.

    —¿Qué pasa?

    —Vamos a reunir al grupo. Tiene que saberlo.

    —¿Saber? Qué.

    —Todo a su tiempo. Pediré pizzas. Esta noche cenamos aquí en reunión.

    —¿No puedes decirlo ahora? Me mata el suspense —insistió, preocupado.

    —Créeme. Esto tengo que anunciarlo en grupo.

    —¿Son buenas, o malas noticias? —deseó que se adelantara.

    Jayden negó.

    —Luego...


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